LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA DE UNA CREACIÓN ORIGINALMENTE BUENA
Autor: Nathan Clay Brummel
Traductor: Manuel Bento
Una creación originalmente buena
Dios hizo su creación buena. Dios juzgó que lo que había creado era «bueno» una y otra vez. Después de haber creado las plantas y la vegetación en el tercer día, la Biblia dice: «Y vio Dios que era bueno» (Génesis 1:12). Después de terminar su obra de creación, se nos dice que Él «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera» (Génesis 1:31). Adán y Eva fueron creados santos. Dirigían sus vidas a la gloria de su Creador. El mundo era bueno. No había espinos.
El nuevo mundo, que será un Paraíso recuperado, será un lugar en el que el león podrá descansar junto al cordero. Habrá paz entre las criaturas que lo habitan. En los nuevos cielos y la nueva tierra todas las espadas y lanzas serán convertidas en herramientas de agricultura. No habrá academias militares. La gente no estudiará más para la guerra. Dios pronunciará que el nuevo mundo es muy bueno. En este mundo, no habrá maldición ni pecado.
Negaciones de una creación originalmente buena
Hoy día se niega que Dios hiciese buena la tierra y todo lo que contiene. La negación ateísta evolucionista de la doctrina de la creación conlleva la idea de que los seres humanos evolucionaron por el supuesto instrumento de la selección natural, desde formas de vida inferiores que lucharon por la supremacía con uñas y dientes. Se supone que los seres humanos llegaron a la existencia en un mundo de pecado, maldición y muerte en el que los fuertes dominaban sobre los débiles. Solo los más fuertes tuvieron éxito y sobrevivieron. La naturaleza humana supuestamente evolucionó de las naturalezas de criaturas subordinadas. Por tanto, el hombre nunca fue bueno.
La Biblia enseña que Dios hizo al hombre y a la mujer buenos. Los hizo en un mundo bueno. Dios no creó al hombre con defectos de fábrica. Fue creado perfecto, a la imagen de Dios. Tenía capacidad para servirle, amar a su esposa, y buscar el bienestar de la creación. El paraíso era bueno. Adán y Eva vivían en un maravilloso jardín paradisíaco. Dios hizo buenos los árboles frutales. El Árbol de la Vida era bueno, y, al participar de él, vivirían para siempre en comunión con su Creador.
La fe cristiana, tal y como es confesada por las iglesias reformadas, no está compuesta por un conglomerado disperso de doctrinas aisladas, sino que dichas doctrinas se relacionan unas con otras. Por ejemplo, no podemos entender la doctrina de la Caída aparte de la doctrina de una buena creación. No se puede entender a Cristo como cabeza legal y representativa de su pueblo apartándolo de la enseñanza bíblica de que Adán era la cabeza de la raza humana. La redención es necesaria solo por la realidad del pecado y la culpa de la raza humana.
Dos profesores que enseñaban en Calvin College, el Dr. John Schneider y el Dr. Daniel Harlow, han negado públicamente que Dios crease al hombre bueno. Esta enseñanza dinamita todo el sistema de doctrina cristiano. El Dr. Schneider está en lo correcto al suponer que su rechazo de las doctrinas de una creación originalmente buena y la Caída da como resultado «volver a pensar en un conjunto conectado de enseñanzas protestantes tradicionales, que se vinculan lógicamente con otras doctrinas que constituyen el núcleo confesional de sus identidades institucionales».
La negación de John Schneider
El Dr. John Schneider rechaza las enseñanzas reformadas confesionales de la caída histórica. Apoya la idea de que los seres humanos no descendieron de una sola pareja humana, sino de, como mínimo, 1000 parejas. Entiende a Adán y a Eva como «tipos literarios que representaban a los primeros seres humanos de forma simbólica». Admite que «sin embargo, esta estrategia hermenéutica probablemente exige abandonar la concordancia y su principio de inerrancia, ya que parece poco probable que Pablo (o Lucas) entendiesen en el Nuevo Testamento al Adán bíblico de esta manera simbólica». Él dice que: «El simple hecho de que Pablo pensara que Adán, como Abraham, era una persona específica con ese nombre, no significa necesariamente que nosotros hayamos de tener esa creencia (sostenida ampliamente por los judíos del siglo I) ahora». Rechaza la idea de una caída histórica, y de la maldición de Dios que la siguió: «El problema es que la paleociencia prueba abrumadoramente que los dolores de parto, la locomoción de las serpientes, la depredación, las enfermedades mortales, la extinción masiva, las plantas y matorrales con espinos, y los sucesos naturales violentos existieron milenios antes de la existencia de los primeros seres humanos. Por tanto, no pueden ser consecuencia de una maldición que Dios puso sobre la creación como castigo por el pecado humano». Al explicar los resultados del origen evolutivo de los seres humanos, afirma: «La conclusión es que, si los primeros seres humanos evolucionaron genéticamente de esta forma, es muy difícil ver cómo podrían haber tenido su origen en condiciones de justicia original, tal y como requiere la teología agustiniana, porque habrían heredado potentes disposiciones naturales hacia las acciones egoístas». También rechaza la idea de un pacto de obras con estipulaciones: «Incluso si imaginamos que Dios extrañamente rompió su política de no intervención e interrumpió la voz moral de la naturaleza con un mandamiento explícito, ¿qué tipo de mandamiento habría sido este? A las criaturas, inmaduras, guiadas biológicamente, intelectualmente ingenuas y confusas… les habría costado bastante darle sentido al discurso moral divino de conformarse inmediatamente a todas sus exigencias antinaturales». Apelando a Ireneo y a Karl Barth, el Dr. Schneider inventa un decreto supralapsariano en el que Dios ordena un mundo pecaminoso y caído en lugar de una creación buena.
La negación de Daniel Harlow
El Dr. Harlow rechaza claramente un relato factual e histórico de Génesis 1-3, que afirma que Adán y Eva son personas históricas que fueron creadas en perfección ética, a imagen de Dios. También niega que la raza humana halle una unidad orgánica en el primer padre y la primera madre, afirmando que «los ancestros de todos los Homo sapiens modernos fueron una población de alrededor de 10 000 individuos que se entrecruzaron». Afirma que «la Eva mitocondrial fue solo una miembro de una población grande entremezclada». El Dr. Harlow no solo niega una creación original buena, sino también la doctrina de la caída. Afirma que estudios recientes nos dan evidencia que «establece que prácticamente todos los actos considerados pecaminosos en los humanos forman parte del repertorio natural de comportamiento entre animales». Así pues, rechaza un Paraíso original. Afirma que la muerte biológica no era un castigo divino por el pecado. Claramente apoya la idea de que «Adán y Eva son figuras estrictamente literarias, personajes en una historia inspirada divinamente acerca del pasado imaginado, que tiene la intención de enseñar verdades principalmente teológicas, no históricas, acerca de la creación y la humanidad». El problema con esto es que el cristianismo es una fe histórica. No se pueden separar las verdades teológicas de las realidades históricas. El Dr. Harlow afirma que «aunque un Adán y una Eva históricos han sido muy importantes en la tradición cristiana, no son centrales en la teología bíblica como tal». Según esto, quiere reformular las doctrinas de la caída y el pecado original a la luz de la ciencia evolutiva. El Dr. Harlow afirma que «el Génesis mismo no representa a los primeros seres humanos como creados en un estado de madurez espiritual y perfección moral». Afirma que «la muerte humana era una parte natural del mundo creado por Dios, no parte de la caída». Rechazando la unidad orgánica de la Escritura junto con la doctrina agustiniana del pecado original, el Dr. Harlow afirma que Génesis 3 «no representa las transgresiones del hombre y la mujer como un acto que infectó a toda la humanidad posterior». Afirma que «no hay indicación en el texto bíblico de que la primera pareja pasara a sus descendientes ya sea la culpa o una nueva inclinación al pecado adquirida». El Dr. Harlow también afirma que en Romanos 5:21, el apóstol Pablo no está mostrando a Adán como una figura histórica, sino más bien como un tipo de Cristo. Incluso dice que, aunque Pablo «sin duda consideraba a Adán como una persona histórica», él cree que «un Adán histórico no era esencial» para la enseñanza de Pablo. Afirma que el apóstol enseña que «el acto de Adán afectó a la raza humana, no que la infectó».
Solamente un síntoma
La posición teológica del Dr. Harlow es solamente un síntoma de un problema más profundo: su doctrina de la Escritura. Por ejemplo, cuando explica la serpiente en Génesis 3, él puede decir: «Solo en una interpretación judía y cristiana posterior se identifica con Satanás». En la Escritura no solo encontramos una interpretación judía o cristiana, sino que encontramos la autoridad de la revelación de Dios en su Palabra acerca de la identidad de la serpiente: «Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años» (Apocalipsis 20:2). El Dr. Schneider afirma de manera explícita que, para afirmar su posición, es necesario «abandonar la creencia en la inerrancia verbal de la Escritura».
La Biblia enseña que toda la Escritura está inspirada por Dios. Jesús dice que las Escrituras no pueden ser quebrantadas. El apóstol Pedro enseña que los profetas hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. El profeta Isaías afirmó hablar la palabra de Dios misma en sus profecías. El artículo 4 de la Confesión Belga afirma que «no se puede alegar nada» contra el Antiguo y Nuevo Testamento. El artículo 5 confiesa que «recibimos todos estos libros, y solamente estos, como santos y canónicos para regular, fundar y confirmar nuestra fe, creyendo, sin ninguna duda, todas las cosas contenidas en ellos». El artículo 7 confiesa que las «Santas Escrituras contienen completamente la voluntad de Dios, y que cualquier cosa que el hombre deba creer para salvación, se enseña suficientemente en ellas». Confesamos que «es ilícito para cualquiera, aunque sea un apóstol, enseñar algo distinto de lo que se nos enseña en las Santas Escrituras». Confesamos que «es por tanto evidente que la doctrina en ella es perfectísima y completa a todos los respectos». Tampoco consideramos «de igual valor con la Escritura ningún escrito de los hombres, por muy santos que dichos hombres hayan sido». También «rechazamos con todos nuestros corazones lo que sea que no esté de acuerdo con esta regla infalible». Herman Bavinck está en lo correcto cuando afirma: «Pero cuando la Escritura, desde su propia perspectiva precisa como el libro de religión, entra en contacto con otras ciencias y también derrama su luz sobre ellas, no cesa en absoluto de ser la Palabra de Dios, sino que sigue siendo aquella Palabra. Incluso cuando habla acerca del génesis del cielo y la tierra, no está presentando una saga o mito, o fantasía poética, sino que ofrece de acuerdo con su propia clara intención, historia, una historia que merece crédito y confianza. Y, por esa razón, la teología cristiana, solo con unas pocas excepciones, continuó manteniendo la visión histórica literal de la historia de la creación» (Reformed Dogmatics, 2:495).
Las implicaciones de negar una creación originalmente buena
Quiero demostrar cuáles son las implicaciones de negar la doctrina de una creación originalmente buena. Bajo cada encabezado, primero proporciono textos de prueba de la Escritura para la enseñanza bíblica sobre un tema. En segundo lugar, doy afirmaciones confesionales para demostrar que los errores de los dos profesores de religión militan en contra de la enseñanza clara de las Tres Formas de Unidad. Finalmente, concluyo proporcionando citas de Herman Bavinck sobre este relevante tema (porque es un teólogo reformado representativo dentro de la tradición confesional).
En primer lugar, si no hay una creación originalmente buena, entonces la historia bíblica y reformada de la creación/caída/redención, colapsa. Génesis 1 nos cuenta que Dios pronunció que todo lo que había creado era «bueno». El sabio es inspirado para escribir en Eclesiastés: «He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones» (Eclesiastés 7:29). Las confesiones reformadas también enseñan que Dios hizo al hombre bueno. El Catecismo de Heidelberg nos dice que «Dios creó al hombre bueno, a su propia imagen» (respuesta 6), La Confesión Belga de Fe dice «Creemos que Dios creó al hombre del polvo de la tierra, y lo hizo y formó a su propia imagen y semejanza, bueno, justo, y santo, capaz en todas las cosas de tener su voluntad de acuerdo con la voluntad de Dios. Pero, estando en honra, no la entendió, ni conoció su excelencia, sino que voluntariamente se sujetó al pecado, y consecuentemente a la muerte y la maldición, dando oído a las palabras del diablo» (Confesión Belga Artículo 14). Los Cánones de Dort enseñan: «La elección es el inmutable propósito de Dios por el cual, desde antes de la fundación del mundo, Él ha, de sola gracia, de acuerdo al soberano beneplácito de su propia voluntad, elegido de toda la raza humana, que había caído por su propia culpa de su primitivo estado de rectitud en el pecado y la destrucción, a un cierto número de personas para la redención en Cristo, a quien desde la eternidad designó como mediador y cabeza de los escogidos, y como fundamento de salvación» (Cánones de Dordrecht, I, Artículo 7).
Herman Bavinck, un representativo teólogo reformado, escribe que: «La esencia de la religión cristiana consiste en esto, que la creación del Padre, devastada por el pecado, es restaurada por la muerte del Hijo de Dios, y re-creada por el Espíritu Santo en un reino de Dios», (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics 1:112). Él enseña una creación originalmente buena: «El cristianismo no introduce ni un solo elemento extraño sustancial en la creación. No crea un nuevo cosmos, sino que, más bien, hace nuevo el cosmos. Restaura lo que había sido corrompido por el pecado». (Herman Bavinck, «Common Grace», trad. Raymond Van Leeuwen, Calvin Theological Journal 24 (1989): 59-61). La doctrina de la creación y el hecho de que era una buena creación es fundamental para la fe cristiana: «Por esa razón también la creación es el dogma fundamental: a lo largo de la Escritura está al frente y es la piedra fundacional sobre la que descansan el Antiguo y el Nuevo Testamento» (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 2:438).
En segundo lugar, el rechazo de la existencia histórica de Adán y Eva, quienes vivieron en una perfección ética original, es un rechazo a la doctrina del pacto de obras. La revelación del pacto de obras se encuentra en Génesis 2:16-17: «Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás». La Confesión Belga de Fe enseña que Adán y Eva fueron los primeros padres de la raza humana: «Creemos en que toda la posteridad de Adán cayó así en la perdición y la ruina por el pecado de nuestros primeros padres…» (Confesión Belga, Artículo 16). El Catecismo de Heidelberg afirma que Dios creó al hombre de tal forma que «pudiese conocer correctamente a Dios su Creador, amarlo de corazón, y vivir con Él en eterna felicidad para glorificarlo y alabarlo» (R. 6). La Confesión Belga de Fe enseña un Adán que originalmente no era corrupto: «Porque el mandamiento de vida que había recibido lo transgredió, y por el pecado se separó de Dios, que era su verdadera vida, al corromper toda su naturaleza; con eso se hizo responsable de muerte corporal y espiritual» (Confesión Belga Artículo 14). Herman Bavinck enseña que toda la raza humana cayó debido al pecado de una persona, Adán:
A esto se añade el hecho de que los ángeles no están constituidos como una sola raza. Los hombres podían caer y cayeron en una persona; y pueden ser y son salvos en una persona. Pero los demonios no cayeron «en» otro, sino que cada uno de ellos cayó de forma individual. Entre ellos no había pacto de obras, y así tampoco había espacio para un pacto de gracia (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:148).
En tercer lugar, ya que el pacto de obras proporciona el marco legal básico para el pacto de gracia, rechazar el pacto original socava el pacto de gracia, ya que este último supone la justicia de Dios y otros conceptos judiciales clave. Las Escrituras afirman la perfecta justicia de Dios. El apóstol Pablo habla acerca de Cristo como Aquel «a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (Romanos 3:25-26). El Sínodo de Dort rechazó los errores de aquellos que afirman que Dios revocó la exigencia de que sus criaturas le obedezcan perfectamente después de la caída de Adán. El sínodo afirmó que rechazó a aquellos
Que enseñan que el nuevo pacto de gracia, el cual Dios Padre por mediación de la muerte de Cristo hizo con el hombre, no consiste en que nosotros, por fe, en tanto que esta acepta los méritos de Cristo, somos justificados ante Dios y salvos, sino en el hecho de que Dios, habiendo revocado la exigencia de una obediencia perfecta de la ley, considera la fe misma y la obediencia de la fe, aunque imperfecta, como la perfecta obediencia de la ley, y la estima digna de la recompensa de la vida eterna por medio de la gracia. Porque estas cosas contradicen las Escrituras: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre (Ro 3:24-25). Y estos proclaman, como hizo el impío Socino, una nueva y extraña justificación del hombre ante Dios, contra el consenso de toda la iglesia (Cánones de Dordrecht, II, Error 4).
Herman Bavinck afirmó que la exigencia original que se encuentra en el pacto de obras, es decir, que las criaturas de Dios perfectamente le obedezcan, permaneció:
Después de que el pacto de obras se hubiese quebrantado, Dios no concibió inmediatamente un pacto totalmente diferente, sin relación al pacto precedente y con un carácter diferente. Eso simplemente no podía ser el caso, porque Dios es inmutable; la exigencia impuesta a los humanos en el pacto de obras no es arbitraria y caprichosa. La imagen de Dios, la ley, y la religión puede, por su misma naturaleza, ser solamente una; gracia, naturaleza y fe no pueden o podrían anular la ley (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:266).
En cuarto lugar, una negación de la imputación de culpa de la primera cabeza federal de la raza humana resulta de forma lógica en una negación de la justificación forense, la doctrina que Calvino llamó «el eje principal sobre el que gira la verdadera religión», y acerca de la cual Lutero dijo, «Cuando el artículo de la justificación ha caído, todo ha caído». Un rechazo de la imputación de culpa de Adán a toda la raza humana está lógicamente acompañado por una negación de la doctrina confesional de la justificación forense, esto es, esa justificación es una declaración legal en la que Dios imputa la justicia activa de Cristo a creyentes solo por gracia, solo por fe. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8-9). El apóstol Pablo enseña que la obediencia del segundo Adán se imputa a los creyentes escogidos: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5:19). La Confesión Belga de Fe afirma que el perdón de nuestros pecados implica una justificación forense en la que Dios imputa a los creyentes la justicia perfecta de Jesucristo, solo a través del instrumento de la fe en Jesús.
Por tanto, decimos justamente con Pablo que somos justificados solamente por fe, o por fe sin obras. Sin embargo, para hablar más claro, no queremos decir que la fe nos justifica, puesto que es solo un instrumento con el que abrazamos a Cristo, nuestra justicia. Jesucristo, imputándonos todos sus méritos y tantas obras justas que ha hecho por nosotros y en nuestro lugar, es nuestra justicia. Y la fe es un instrumento que nos guarda en comunión con Él y con todos sus beneficios, los cuales, cuando se vuelven nuestros, son más que suficientes para absolvernos de nuestros pecados (Confesión Belga, Art. 22).
Quinto, si todos los seres humanos no se originan de Adán y Eva, entonces se niega la unidad orgánica de la raza humana. Las Escrituras enseñan la unidad orgánica de toda la humanidad como trasfondo de la doctrina de la iglesia, el que la iglesia de todos los siglos es también una unidad orgánica que está unida a Cristo su cabeza. Las Sagradas Escrituras enseñan la unidad orgánica de la raza humana: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12). En la Confesión Belga de Fe, los creyentes confiesan: «Creemos que toda la posteridad de Adán, habiendo caído así en la perdición y la ruina por el pecado de nuestros primeros padres,…» (Confesión Belga, Art. 16). Herman Bavinck, que representa al teólogo reformado, afirma que toda la raza humana se originó con un primer padre: «… esto es, la iglesia no es un agregado arbitrario y accidental de individuos que puede igual de fácilmente ser menor o mayor, sino que forma con ellos un todo orgánico, estando incluidos en ella como segundo Adán, tal y como toda la humanidad surge del primer Adán» (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:467). Bavinck distingue la unidad orgánica de la raza humana de la individualidad que se encuentra entre los ángeles:
En primer lugar, recordemos, la humanidad no es un agregado de individuos, sino una unidad orgánica, una raza, una familia. Los ángeles, por otro lado, están separados, son independientes unos de otros. Fueron creados todos al mismo tiempo, y no son producto de la procreación. No hubiera sido posible entre ellos un juicio divino como el que se pronunció sobre toda la humanidad en Adán: todos permanecen o caen por sí mismos. Pero no es así como sucede entre nosotros. Dios nos creó a todos de un hombre (Hechos 17:26). No somos un montón de almas apiladas en una porción de tierra, sino que somos parientes de sangre los unos de los otros, conectados unos con otros por muchos vínculos… (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:102).
En sexto lugar, si todos los seres humanos no se originan de Adán y Eva, entonces no hay ningún primer Adán que sea la cabeza legal representativa de la raza humana, y, por tanto, no puede haber culpa orgánica ni corrupción original que resulte de él. Se niega la doctrina del pecado original. La Sagrada Escritura enseña la doctrina de la culpa original: «Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida» (Romanos 5:18). El Catecismo de Heidelberg habla de este tema:
P. 10. ¿Permitirá Dios que tal desobediencia y rebelión no reciba castigo?
R. En absoluto; sino que está terriblemente disgustado con nuestro pecado original, así como con nuestros pecados actuales; y los castigará en su justo juicio de manera temporal y eterna…
(Catecismo de Heidelberg Pregunta 10).
Los creyentes reformados confiesan la doctrina del pecado original en la Confesión Belga de Fe:
Creemos que, por medio de la desobediencia de Adán, el pecado original se extiende a toda la humanidad, el cual es una corrupción de toda la naturaleza y una enfermedad hereditaria, con la que los infantes mismos están infectados incluso en el vientre de su madre, y que produce en el hombre todo tipo de pecados, siendo en ellos una raíz de los mismos, y, por tanto, es tan vil y abominable a ojos de Dios que es suficiente para condenar a toda la humanidad (Confesión Belga Artículo 15).
Herman Bavinck, en línea con la ortodoxia de la Confesión, defiende la doctrina de la corrupción original:
Y entre nosotros, el primer ser humano ocupa una vez más un lugar incomparable y completamente único. Como las ramas en un tronco, que es una masa en su comienzo y miembros en su final, así todos nosotros estábamos presentes germinalmente en los lomos de Adán, y todos procedemos de esa fuente. Él no era una persona privada, ni un individuo suelto junto a otros individuos igualmente sueltos, sino una causa raíz, la base, el inicio seminal de toda la raza humana, nuestra cabeza natural común. En cierto sentido puede decirse que «una vez fuimos todos aquel ser humano», que lo que él hizo fue hecho por todos nosotros en Él. La elección que tomó y la acción que llevó a cabo fue la de todos sus descendientes. Ciertamente, esta unidad física de toda la humanidad en Adán es como tal de gran importancia para la explicación del pecado original. Es su requisito previo y presuposición necesaria (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 102).
Bavinck halla una ley de solidaridad o jefatura pactual tanto en el pacto de obras como en el pacto de gracia. Adán era la cabeza legal y orgánica de la raza humana. Cristo es la cabeza legal y orgánica de la humanidad escogida. Bavinck afirma: «La ley de solidaridad no explica el pacto (de obras o de gracia) sino que se basa en él y regresa a él» (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:105).
En séptimo lugar, la negación de la existencia de un Adán histórico destruye el paralelismo bíblico que se obtiene entre el primer Adán y Cristo como segundo Adán que es cabeza representante de la humanidad escogida. La Sagrada Escritura identifica un paralelismo entre el primer Adán y el segundo:
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir. Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. (Romanos 5:12-15).
Los Cánones de Dort afirman la existencia del primer Adán, cuya culpa fue imputada a la raza humana: «Puesto que todos los hombres han pecado en Adán, yacen bajo la maldición, y merecen la muerte eterna, Dios no habría hecho ninguna injusticia dejándolos perecer a todos, y entregándolos a la condenación por el pecado» (Cánones de Dordrecht I, Artículo I). El Catecismo de Heidelberg enseña que la justicia perfecta del segundo Adán se imputa a los creyentes:
P. 60. ¿Cómo eres justo ante Dios?
R. Solo por una verdadera fe en Jesucristo; de tal forma que, aunque mi conciencia me acusa y he transgredido gravemente todos los mandamientos de Dios, sin guardar ninguno de ellos, y estoy todavía inclinado al mal, Dios, sin ningún mérito de mi parte, sino solo de pura gracia, me concede e imputa la perfecta satisfacción, justicia, y santidad de Cristo (Catecismo de Heidelberg, P y R. 60).
Herman Bavinck afirma que Cristo es el segundo Adán, que lo reemplaza:
La diferencia entre el pacto de obras y el pacto de gracia consiste por tanto en el hecho de que, en el último, Dios no afirma una, sino una doble demanda, y que con esta doble demanda Él no se dirige a la humanidad en Adán, sino a la humanidad en Cristo. El pacto de obras y el pacto de gracia difieren principalmente en que ese Adán es intercambiado y reemplazado por Cristo (Reformed Dogmatics, 3:226).
Octavo, ya que la encarnación solo es posible porque Dios creó al hombre a su imagen, aquellos que niegan que Dios creó al hombre, como dice el Catecismo, «a su propia imagen en verdadera justicia y santidad», niegan la posibilidad de la encarnación. Herman Bavinck defiende que la doctrina de que Dios hizo a Adán y a Eva éticamente puros y en la imagen divina, es la condición previa para la posibilidad de la Navidad:
Específicamente, la creación de los seres humanos a imagen de Dios es una suposición y preparación para la encarnación de Dios… Aun así, el hombre [genérico] es semejante a Dios; el hombre es su imagen, su hijo, su descendencia. Así, la encarnación de Dios se convierte en una posibilidad, y la pregunta de si Dios puede tomar la naturaleza de una roca, una planta o un animal (que Occam contestó afirmativamente), no tiene lugar… Aquellos que consideran imposible la encarnación deben, si lo reflexionan un poco más, negar también la creación llegados a cierto punto (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:277).
La negación de la verdad de que Adán y Eva fueron creados santos, justos, y con el verdadero conocimiento de Dios, es como el Grinch, que robaría a los cristianos la encarnación y la Navidad.
En noveno lugar, la doctrina de la resurrección del cuerpo se ve socavada por la negación de que la muerte de Adán es resultado de un juicio judicial de Dios. La justificación de Cristo en su resurrección solo puede entenderse como la otra cara de la moneda del juicio judicial de condenación que resultó en la muerte de Adán. La Sagrada Escritura enseña que el pecado de Adán le llevó a la muerte: «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1Corintios 15:20-22). El apóstol Pablo habla del mismo tema de nuevo en Romanos 4:25: «el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación». Herman Bavinck escribe: «Así como por un ser humano la muerte entró al mundo, también la resurrección de los muertos se convirtió en un principio de vida eterna por un ser humano» (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:437). Bavinck afirma que la muerte de los seres humanos encuentra su origen en el pecado de Adán, siendo la otra cara de la moneda la gracia de que la justa vida de Jesús resulta en la resurrección de los creyentes.
En 1Corintios 14:21 ss. él [Pablo] afirma que tal y como la muerte de toda la humanidad tuvo su causa en la persona de Adán, la resurrección de los muertos tiene su causa en la persona de Cristo. Aquí se implica claramente que así tal como la muerte de todas las personas no fue en primera instancia causada por sus pecados personales, sino que ya se había pronunciado sobre toda la humanidad y había pasado a todos solo por causa de la desobediencia de Adán, también la resurrección no ha sido ganada por las obras buenas personales, la fe, etc. de los creyentes, sino exclusivamente por la obediencia de Cristo (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:83).
Bavinck afirma que la muerte es la pena por el pecado: «Porque el punto de vista de que la muerte es una consecuencia del organismo material del ser humano, de ninguna forma elimina el hecho de que es una pena por el pecado. La razón por la que, para los seres humanos, el castigo del pecado puede consistir en la muerte, es que los humanos están hechos de polvo y tomados de la tierra» (Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 3:183).
En décimo lugar, la negación de la imputación de la culpa de Adán a toda la humanidad conlleva una negativa lógica de la imputación de la justicia activa y pasiva de Cristo a los creyentes. La Sagrada Escritura enseña: «Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida» (Romanos 5:18). Los Cánones de Dort rechazan los errores de aquellos
Que enseñan que todos los hombres han sido aceptados en el estado de reconciliación y la gracia del pacto, de manera que nadie es digno de condenación por cuenta del pecado original, y nadie será condenado por el mismo, sino que todos están libres de la culpa del pecado original. Rechazo: Porque esta opinión es repugnante a la Escritura, que enseña que somos por naturaleza hijos de ira (Cánones de Dort, II, rechazo de errores, 5).
La Confesión Belga de Fe afirma la imputación de los méritos de Cristo (su obediencia activa) a los creyentes: «Pero Jesucristo, imputándonos todos sus méritos y tantas obras santas que ha hecho por nosotros y en nuestro lugar, es nuestra justicia» (Confesión Belga Artículo 22).
Once, la negativa de que la muerte y la maldición son consecuencias judiciales que resultan del juicio de Dios como juez justo sobre la humanidad caída, involucra una negación de la cruz como sacrificio propiciatorio (un sacrificio para apaciguar la ira en el que Dios castiga a Cristo por y en lugar de su pueblo). El Dr. Harlow supone que una reformulación de la doctrina del pecado original llevará a una profundización de la doctrina de la expiación. Con esto quiere decir que implicará un rechazo de la cruz como sacrificio vicario. En lugar de esto, quiere afirmar un «modelo» de Christus Victor o influencia moral para la expiación. Pero la cruz como sacrificio vicario que satisfizo la justicia de Dios es una doctrina confesional. La Sagrada Escritura enseña que Cristo fue un sacrificio para apaciguar la ira. El apóstol Pablo escribe con respecto a Cristo «a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre» (Romanos 3:25). El Catecismo de Heidelberg enseña que Cristo soportó la ira de Dios:
P. y R. 37. ¿Qué entiendes por las palabras, «Él sufrió»?
R. Que Él, todo el tiempo que vivió sobre la tierra, pero especialmente al final de su vida, sostuvo en cuerpo y alma la ira de Dios contra los pecados de toda la humanidad; de forma que así por su pasión, como único sacrificio propiciatorio, pudiera redimir nuestro cuerpo y alma de la condenación eterna.
La Confesión Belga de Fe afirma que Cristo necesitó apaciguar la ira de Dios en contra de los pecados de su pueblo: «Creemos que Jesucristo… se ha presentado a sí mismo a nuestro favor ante el Padre para apaciguar su ira por su plena satisfacción, ofreciéndose en el madero de la cruz y derramando su preciosa sangre para purgar nuestros pecados» (Confesión Belga Artículo 21). Los Cánones de Dort afirman que Dios necesitó castigar a Cristo por nuestros pecados a fin de librarnos del castigo eterno:
Dios no solo es supremamente misericordioso, sino también supremamente justo. Y su justicia requiere (como Él mismo ha revelado en su Palabra) que nuestros pecados, cometidos contra su infinita majestad, sean castigados, no solo con un castigo temporal, sino eterno, tanto en cuerpo como en alma, de lo cual no podemos escapar a menos que se haga satisfacción a la justicia de Dios (Cánones de Dort II, Artículo 1).
Así, la doctrina de la creación y nexo de doctrinas que la rodean, son bíblicas y confesionales.