LA REGLA DE ORO
Mateo 7:12
Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.
Introducción
Amados hermanos, vivimos en un mundo y sociedad donde reina el egoísmo y, por lo tanto, la gente causa dolor y tristeza, injusticias y violencia a los demás cuando las cosas que pasan no favorecen sus intereses egoístas. Lo vemos a nivel personal, familiar, social, nacional e internacional. Lo vemos en todas las clases sociales: entre los pobres, entre la clase media y entre la clase alta; en la política, la economía, la religión, etc. Nadie quiere dar su brazo a torcer, nadie quiere, como dice el apóstol Pablo, sufrir más bien el agravio, nadie quiere sufrir más bien el ser defraudados (1Corintios 6:7). Pero el Señor Jesús, el Rey del reino de Dios y Rey de sus discípulos no quiere que vivamos y actuemos como el mundo, sino que nos enseña a vivir ayudando al prójimo, amando al prójimo, buscando el bien de los demás, y haciendo al prójimo lo que nos gustaría que hiciera con nosotros. Quiere que vivamos, como dice Miqueas 6:8, haciendo justicia. Veamos dos puntos para explicar esta idea central:
- El deber constante de los discípulos de Jesús
- El cumplimiento de la ley y los profetas
El deber constante de los discípulos de Jesús
Mateo 7:12 dice: «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas». Lo primero que llama la atención es que el deber de los seguidores de Jesús es un deber actual, constante y permanente. Esto se manifiesta por el tiempo gramatical que Jesús usa, es decir, Él dice que todas las cosas que queramos que los hombres hagan con nosotros ahora, en este momento, en este día, en este tiempo, lo mismo debemos hacer con ellos, lo debemos hacer ahora, en este día, en este tiempo. La orden de Jesús está en tiempo presente; no en tiempo pasado ni en futuro, sino en presente, dando a entender que hay un deber constante de sus discípulos, que no cesa, que no termina, que es permanente. El cristiano no tiene vacaciones en su deber de servir a los demás, no hay un tiempo en que deba decir: hoy no debo hacer nada por mi prójimo.
Noten que Jesús dice que debemos hacer al prójimo las cosas que a nosotros nos gustaría que hicieran por nosotros, es decir, que, así como cada uno de nosotros buscamos nuestro bien, así también debemos buscar el bien de los demás. No solo debemos hacer por ellos alguna cosa superficial e indiferente, sino lo que contribuya al bienestar del prójimo. Claro, esto quiere decir que como cristianos solo debemos desear, solamente debemos querer lo que está de acuerdo con la voluntad de Dios y lo que de verdad contribuye al bienestar del prójimo según las oportunidades que Dios nos dé y según nuestras posibilidades. Ejemplos de lo que debemos hacer es lo que Jesús ha expuesto en el sermón del monte, el cual empieza en Mateo 5. Ahí aprendemos de las bienaventuranzas que, entonces, siempre debemos ser pobres en espíritu, siempre debemos ser mansos, siempre debemos ser justos, siempre debemos ser misericordiosos, pacificadores, etc. Si todos viviéramos realmente buscando hacer bien al prójimo, viviendo de una manera justa, amados hermanos, el mundo en que vivimos sería muy diferente.
Pero en esta orden de Jesús nos damos cuenta de nuestra incapacidad de siempre hacer el bien, aunque seamos seguidores de Jesús. No siempre buscamos el bien del prójimo, sino que muchas veces somos egoístas. No siempre somos la luz del mundo, sino que muchas veces parecemos ser la oscuridad. No siempre actuamos con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores, no siempre cuidamos de los bienes del prójimo, sino que muchas veces miramos solo por lo nuestro (Filipenses 2:4).
Esta regla de oro, como ha sido llamada, en realidad es muy molesta para el ser humano sin Cristo, ya que no solo nos manda cumplir siempre con nuestro deber, sino que lo que debemos hacer cubre la totalidad de la vida, es decir, todas las cosas que nos gustaría que nos hicieran las debemos hacer al prójimo también. Por eso Jesús dice: «todas las cosas». Cada cosa que apreciamos, la debemos desear y hacer al prójimo. Además, significa que esta regla es universal porque debe aplicar en todo momento y a todo ser humano. No solo a los que nos caen bien, sino incluso a nuestros enemigos siempre y cuando eso sea posible hacerlo. Como hijos de Dios y discípulos de Jesús sabemos que el amor bien que podemos ofrecer al mundo, al prójimo es el evangelio de salvación, y eso implica que por encima de todas las cosas debemos procurar compartir, comunicar este evangelio a cuantos podamos.
La regla de oro también se caracteriza por ser un mandato positivo y contra la tendencia del mundo. Con frecuencia, muchos cristianos buscan su identidad y significado en las cosas que no hace. Sus vidas cristianas funcionan en torno a lo que no hacen: yo no hago, yo no hago lo otro, etc. Pero, aunque no hacer cosas malas es correcto, el verdadero cristianismo bíblico implica por igual hacer cosas buenas, poner en práctica los mandamientos de Dios. Al contrario, el mundo sin Cristo no quiere ayudar, no quieren compartir, y de hecho muchos consideran que ser humilde, misericordioso es una característica de los débiles. El corazón del hombre es, por naturaleza, egoísta y siempre buscará su propio bienestar. La gran mayoría de las veces pareciera que en el mundo predomina la ley del más fuerte, y los que son débiles pues terminan siendo pisoteados y oprimidos por los poderosos.
Esta orden de Jesús revela, primero, que solo Jesús pudo cumplir a perfección esta regla de oro porque todo lo que hemos dicho que debemos hacer, Jesús siempre lo hizo. Así pues, en segundo lugar, si queremos cumplir con esta regla debemos permanecer unidos siempre a Jesús porque apartados de Él, nada podemos hacer (Juan 15:5).
El cumplimiento de la ley y los profetas
El Señor Jesús termina Mateo 7:12 diciendo: «Porque esto es la ley y los profetas». La expresión «porque esto» se refiere a hacer a los hombres todo lo que queramos que nos hagan ellos a nosotros. Y dijimos que, dentro del contexto del sermón del monte, esto significa todo lo que Jesús ha enseñado desde el capítulo 5 hasta ahora. Pero, al mismo tiempo, la expresión «la ley y los profetas» es una designación técnica que, en realidad, se refiere a todo el Antiguo Testamento. Si hacer a los hombres lo que queremos que nos hagan a nosotros es el cumplimiento del Antiguo Testamento, entonces no podemos entender la regla de oro si desconocemos el Antiguo Testamento. Esto significa que para entender la regla de oro debemos leer asiduamente el Antiguo Testamento. Pero nosotros sabemos que la Palabra completa de Dios ahora incluye el Nuevo Testamento. Y el Nuevo Testamento hace patente, clarifica, explica y da el sentido del Nuevo Testamento, por lo cual la regla de oro nos insta a conocer la totalidad de la Palabra de Dios.
Pero algo que debemos tomar en consideración para no malinterpretar la regla de oro es que la vida cristiana no empieza ni termina con el servicio que rendimos a los demás seres humanos, a nuestros prójimos. En Mateo 22:37-40 el Señor Jesús en respuesta a la pregunta de un fariseo sobre cuál era el gran mandamiento en la ley, respondió que el gran mandamiento, en realidad, era un doble mandamiento que implica a amar a Dios y amar al prójimo. Así pues, la regla de oro se refiere prácticamente al cumplimiento de la segunda tabla de la ley, del segundo gran mandamiento que es amar al prójimo. De modo que, debemos recordar, la religión bíblica no empieza ni termina con amar y servir al prójimo, sino que empieza con amar a Dios. Solo el que ama a Dios puede amar a su hermano, a su prójimo. No debemos pensar que Jesús está promoviendo una especie de humanismo o filantropía en que para agradar a Dios y ser salvo basta con amar y ayudar al prójimo. No, para nada. Cuando comparamos la Escritura con la Escritura descubrimos que este pasaje debe entenderse sin descuidar o ignorar otros pasajes de la misma Escritura. Lo primero que debemos hacer a fin de realmente ayudar al prójimo es conocer y amar a Dios, porque Él es la causa fundamental de que podamos hacer al prójimo lo que nos gustaría que hiciera por nosotros. Además debemos recordar que el sermón del monte fue entregado por Jesús a sus discípulos, a los hijos del reino, a aquellos que han sido regenerados y salvados, y lo que hacen no lo hacen para ganar su salvación, sino en señal de gratitud y servicio por la salvación que ya poseen en Cristo.
Así pues, dando por sentado que amamos a Dios porque Él nos amó primero, entonces podemos amar al prójimo. Pero ya dijimos que nadie puede hacer el bien al prójimo a cabalidad porque todavía somos pecadores, somos buenos y malos al mismo tiempo. Y así, la regla de oro en vez de enfocarse en nosotros, en realidad, se enfoca en Cristo quien sí amó a Dios perfectamente y amó al prójimo perfectamente. Él sí cumplió la regla de oro a perfección, Él sí cumplió la ley y los profetas perfectamente. Por eso, Él dice en Mateo 5:17: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir». El único que ha cumplido la regla de oro perfectamente y, consecuentemente, cumplido a cabalidad la ley y los profetas es el Señor Jesucristo, y si nosotros queremos cumplir la ley y los profetas solo podemos hacerlo en unión con Cristo, creyendo en Cristo, aceptando a Cristo como nuestro Señor y Salvador.
Conclusión
Como conclusión, amados hermanos, observen que, en un sentido, vivir la vida cristiana es muy sencillo: solo debemos hacer el bien al prójimo. Si tan solo buscáramos ayudar al prójimo siempre, nuestras comunidades, nuestras sociedades y nuestro mundo sería muy diferente. Pero no nos engañemos que podemos hacerlo sin ningún problema; en realidad, nadie lo puede hacer por sí mismo. Podemos ayudar de vez en cuando, pero ¿siempre? Pronto nos cansamos de hacer el bien. Solo Cristo nunca se cansó, siempre anduvo haciendo bienes (Hechos 10:38).
Nuestro Catecismo de Heidelberg en la pregunta y respuesta 60 nos recuerda que solo podemos ser justos delante de Dios por la verdadera fe en Jesucristo. Es decir, aparte de Cristo somos injustos, aparte de Cristo desobedecemos la ley de Dios y así nos constituimos en transgresores que merecemos la maldición de la ley de Dios. Pero por la fe en Cristo, Dios nos otorga la perfecta satisfacción, justicia y santidad de Cristo, y por esa gloriosa imputación llegamos a ser justos, y es como si nosotros mismos hubiéramos cumplido toda la obediencia que Cristo ha cumplido por nosotros. Solo en Cristo podemos cumplir la ley y los profetas. Amén.