Catecismo de Heidelberg DS1 Kuyvenhoven
Día del Señor 1
Yo pertenezco a Jesús
Andrew Kuyvenhoven
1. ¿Cuál es tu único consuelo en la vida y en la muerte?
Que yo no soy dueño de mí mismo, sino que pertenezco, en cuerpo y alma, en la vida y en la muerte, a mi fiel Salvador Jesucristo.
Él ha pagado completamente por todos mis pecados con su preciosa sangre, y me ha liberado de la tiranía del diablo. También me cuida de tal manera que ni un cabello puede caer de mi cabeza sin la voluntad de mi Padre celestial; de hecho, todas las cosas deben trabajar juntas para mi salvación.
Porque pertenezco a Él, por su Espíritu Santo me asegura de la vida eterna y dispone y prepara de todo corazón para vivir de ahora en adelante para Él.
¿Qué es el consuelo?
El consuelo es una cosa buena que se encarga de una mala situación. No siempre quita la mala situación, pero la cosa buena nos fortalece lo suficiente para soportar el mal. Somos consolados o fortalecidos por lo bueno para soportar lo malo.
Toda la gente necesita consuelo en las aflicciones ordinarias de la existencia humana. Hace miles de años un hombre llamado Lamec llamó a su hijo “Noé” que significa “consuelo”. “Llamó su nombre Noé, diciendo: Este nos aliviará (consolará) de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos” (Gen 5:29). Otro hombre, Isaac, todavía lloraba por la muerte de su madre cuando Dios le dio una encantadora esposa, Rebeca. “Y se consoló Isaac después de la muerte de su madre” (Gen 24:67). Todos nosotros necesitamos estos tiempos de luz del sol en un mundo sombrío. Por ello, desde Lamec, millones de padres han dicho a sus hijos “tú eres mi mano derecha”. Y millones de miles han dicho a sus Rebecas “tú eres mi rayito de sol”.
Para tener su efecto consolador, la cosa buena debe entrar en nuestra consciencia tan completamente para que la consciencia de lo bueno derrote el dolor del mal. Cuando tu hijito se despierta en la noche por una pesadilla (está en la tierra de caníbales y tigres, y grita asustado), es usualmente suficiente que le digas: “Está bien Juan, tranquilízate ya; papá y mamá van a dormir también”. Cuando él oye que le hablas, y cuando la percatación de que estás ahí y de que él está en su cama ha penetrado completamente en su consciencia, se siente bien y es consolado.
El consuelo es una cosa buena que se encarga de una mala situación. A veces actúa como un secador de lágrimas, a veces es una inyección en el brazo. El consuelo es la fortaleza para seguir adelante, el consuelo es un poder de sobrevivencia.
El consuelo cristiano
La cosa buena que hemos oído en el evangelio y explicado en nuestra confesión es simplemente esta: Nosotros pertenecemos a Jesús. Esa es la confesión de la iglesia. Toda la iglesia cristiana, en Heidelberg y Holanda, en Japón y Jamaica, en China y Chile, solo tiene un consuelo. Nosotros pertenecemos a Jesús. Esa es la bandera en nuestro barco y la confesión en nuestros libros: Somos la propiedad de Jesucristo. Este hecho hace toda la diferencia para nosotros. Y nos hace diferentes.
La primera pregunta y respuesta del Catecismo de Heidelberg nos conduce derecho al corazón del asunto: Yo soy propiedad de Jesucristo. Todo mi ser: “cuerpo y alma”. Y para siempre: “en la vida y en la muerte”. ¿Cómo sucedió? Por compra y liberación: “Él ha pagado completamente…con su preciosa sangre y me ha liberado de la tiranía del diablo”. ¿Cuánto dura? Por su protección: “Ni un cabello puede caer de mi cabeza sin la voluntad de mi Padre”. ¿Cómo lo sé? “Cristo por su Espíritu Santo me asegura de la vida eterna”. ¿Cómo lo muestro? Por mi disposición a vivir para Él.
Este es el único y solo consuelo cristiano que se explica en el Catecismo de Heidelberg. Vamos a tener cincuenta y un más “Días del Señor” en que la doctrina (o “enseñanza”) del consuelo se explique. Pero en este primer capítulo debemos mirar toda la verdad en pocas palabras. Tú y yo debemos preguntarnos si pertenecemos a Cristo. Debemos confesar con Pablo y con la iglesia: “sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (Rom 14:8). “No sois vuestros porque habéis sido comprados por precio” (1 Cor 6:19-20). Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col 1:13).
Si este consuelo, este conocimiento de pertenecer a Cristo, ha entrado completamente a nuestras consciencias, podemos soportar todo dolor, pelear cada batalla y estar seguros del resultado. “Gracias, Señor, por consolarme; tú eres mío y yo soy tuyo”.
Reformado y universal
El pueblo que confesó esto en el tiempo de la Reforma estaba siendo perseguido por su fe y temían por sus vidas. Pero, ellos dijeron, incluso si nos matan, pertenecemos a Jesús, en cuerpo y alma, en la vida y en la muerte. Ellos confesaron su consuelo frente a todas las amenazas.
Ellos también confesaron su fe contra el trasfondo de la religión que recientemente habían rechazado tanto. Esa era una religión de obras y no de fe, una religión de obras crea una vida de incertidumbre. Nunca sabes si has hecho lo suficiente, siempre estás temeroso de que falta algo. Vas de iglesia a catedral y de pilar a poste. Contemplas las vidas de los santos, quemas velas y pagas dinero, buscas y buscas…
Contra la religión de la incertidumbre ellos confesaron el evangelio redescubierto de la seguridad: “Él ha pagado completamente por todos mis pecados, me ha hecho de su propiedad y nada me puede separar de su amor”. La confesión de los reformadores salió de corazones fortificados por la paz majestuosa del evangelio de la gracia.
Sin embargo, la confesión de este consuelo es mucho más que un documento histórico. Es la respuesta cristiana a las preguntas más profundas de la vida y a los enigmas más tenebrosos de la muerte. Para el aquí y para el ahora es el único consuelo disponible. Sin este consuelo, la vida no tiene sentido y la muerte no tiene esperanza. Necesitamos decir con gran énfasis que este es el único y solo consuelo para todas las personas.
Cuando leemos, predicamos o estudiamos el Catecismo de Heidelberg juntos, podríamos llegar a ser víctimas de un sentido muy acogedor y familiar. Debemos ser advertidos de que no estamos hablando acerca de nuestro “único y solo consuelo del Catecismo de Heidelberg”, como si tuviéramos algo aquí que nos haría un pueblo único y especialmente favorecido. No estamos alardeando de palabras antiguas, como lo hacen las sectas cuando honran a sus líderes y héroes. Estudiar el catecismo no es un ejercicio en la piedad filial para los hijos e hijas de la Reforma. Es infinitamente más serio.
Estamos confesando, delante de Dios y en la presencia de cada uno, que solo hay un Camino y un Salvador y que conocerlo es el único consuelo. Mientras decimos esto, estamos intensamente conscientes de que compartimos este planeta con más de un billón de personas que necesitan el consuelo del Día del Señor 1 tan desesperadamente como nosotros. Así, estamos obligados a trabajar y orar constantemente hasta que todos los pueblos conozcan la bondad del Señor. “Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben” (Salmo 67:3).
No todas las tribus de la tierra necesitan viajar a Heidelberg para obtener la doctrina del consuelo, pero todos tendrán que ir a Belén, al Gólgota y a la tumba abierta en el huerto de José. Cuando hayan aprendido y creído este evangelio de la salvación, deberán formular también su consuelo, y deberán redactar su testimonio. Su confesión de fe no puede ser esencialmente diferente a la nuestra. Una vez que hayan sido liberados de la tiranía del diablo, confesarán quién es su dueño, cómo los protege y cómo les asegura de la vida eterna.
Todos los cristianos concuerdan con el Día del Señor 1 del Catecismo de Heidelberg; de otra manera, ellos carecerían del consuelo revelado en la Biblia.
¿Último remedio o vitamina diaria?
Las generaciones han memorizado el Día del Señor 1 acerca del único consuelo cristiano. Es una regla en la escuela dominical que los jóvenes deben conocer y entender esta respuesta para el tiempo en que tengan catorce años.
Con frecuencia citamos esta confesión a los cristianos agonizantes. Estas palabras reviven la fe alojada profundamente en sus corazones. Frecuentemente las personas agonizantes que no pueden reaccionar a ninguna otra cosa reaccionarán a esta confesión. Su único consuelo es también su último consuelo.
Otro pasaje con un poder similar es Romanos 8:31-39. De hecho, mucho de la primera respuesta del catecismo está basado en Romanos 8: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? … ¿Quién nos separará del amor de Cristo?… Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte…ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Todos estamos de acuerdo, supongo, que es completamente apropiado citar el Día del Señor 1 en el lecho de muerte y leer Romanos 8 en el funeral de nuestros seres queridos. Pero ¿debes reservar estas confesiones para esas ocasiones? La gente que busca estas confesiones como una última medicina, un último aliento cuanto todo lo demás ha fallado, puede descubrir que el remedio no tenga el efecto deseado. El morir es ganancia solamente cuando el vivir es Cristo (Fil 1:21). El consuelo cristiano mostrará su poder para los moribundos cuando se use como una vitamina diaria para los vivos.
Podemos y debemos vivir este mismo día como gente consolada o fortificada. El Día del Señor 1 y Romanos 8 no son nuestros refugios contra bombas en los que nos escondemos en la última hora. Más bien, son descripciones del poder por el que vivimos hoy.
“Yo soy de la propiedad de Cristo porque me ha comprado”. Esa es la confesión y convicción con la que comienzo cada día que vivo. Desde esta posición de fe lanzo mis desafíos a cualquiera cosa y cualquiera persona que me amenaza: “¿Quién condenará? ¿Quién me separará de su amor? ¿Quién está contra nosotros y quién podrá hacernos daño si Dios está por nosotros?”
El consuelo nos hace fuertes. Cuando el conocimiento de Dios como Padre, Cristo como Salvador y el Espíritu como su garantía ha entrado profundamente en mi consciencia, tengo lo que se necesita para vivir como cristiano y morir en el Señor.
2. ¿Qué debes saber para vivir y morir en el gozo de este consuelo?
Tres cosas: primero, cuán gran es mi pecado y miseria; segundo, cómo soy liberado de todos mis pecados y miseria; tercero, cómo debo agradecer a Dios por tal liberación.
El disfrute del consuelo
Para que tú y yo podamos vivir como cristianos y morir en el Señor, debemos conocer tres cosas: “cuán grande es mi pecado y miseria; cómo soy liberado de todos mis pecados y miseria; cómo debo agradecer a Dios por tal liberación”.
La pregunta no es, ¿cómo obtienes este consuelo?, sino ¿cómo lo disfrutas? No estamos preguntando cómo llegas a ser cristiano, sino cómo vives de las riquezas del consuelo cristiano. Y, como algunos de ustedes saben, tener posesiones no es tan difícil, pero disfrutar un tesoro es un arte. Todos ustedes saben acerca de Jesucristo, el Salvador, pero si desean “vivir y morir en el gozo de este consuelo”, deben crecer en el conocimiento del pecado, la salvación y el servicio. No pueden disfrutar el consuelo de Dios si no se aplican a este arte.
Por “conocimiento” no queremos decir lecciones de los libros, en los que puedan estar interesados. Sí, los libros se usan para transmitir ese conocimiento, especialmente el libro de Dios. Queremos decir la clase de conocimiento que es tan sencillo como profundo; es un conocimiento de nuestra miseria, liberación y gratitud enseñado por el Espíritu, uno que no podemos perdernos.
Ustedes saben, por supuesto, que estas “tres cosas” no son tres estaciones en el camino a la felicidad. Nunca dejan una de ellas detrás de ustedes cuando alcanzan la siguiente. Ciertamente, tus pecados son perdonados cuando has encontrado a tu Salvador, pero eso no quiere decir que ya has terminado con tu conocimiento del pecado. ¿Cómo puedes amarlo a menos que sepas que Él murió por ti? Y ¿cómo puedes saber la profundidad del pecado a menos que mires al Gólgota? Y en cuanto a la tercera parte del consuelo, tú sabes que una persona que no tiene una gratitud cristiana todavía no es cristiana; un cristiano no convertido es un incrédulo. Así que siempre hay tres partes para disfrutar completamente el evangelio.
Hace tiempo, cuando Billy Graham era joven, escribió un libro llamado Paz con Dios. Ese libro tiene tres partes: El problema, la solución y los resultados. Reconocemos que esto fue un esfuerzo de Billy Graham para presentar el verdadero evangelio de pecado, salvación y servicio.
Hace más tiempo, cuando Ursino tenía veintiocho años y Oleviano tenía veintiséis, escribieron el Catecismo de Heidelberg. Este catecismo, o instrucción en la fe cristiana, tenía que ser una verdadera exposición del evangelio; por lo tanto, fue dividido en tres partes: cuán grande es mi pecado y miseria; cómo soy liberado de todos mis pecados y miseria; cómo debo agradecer a Dios por tal liberación.
La única parte de la Biblia que se acerca a una presentación sistemática del evangelio es la epístola a los Romanos. Está dividida en tres partes: pecado, salvación y servicio.
La verdadera fe tiene conocimiento del pecado, gracia y gratitud. Si la gente tiene una fe superficial, tiene un conocimiento superficial del pecado, de la salvación y de la gratitud. Cualquiera que crece en la fe crece en el conocimiento de la culpa, gracia y gratitud. Y aquellos de nosotros que tienen una fe profunda tienen un profundo conocimiento del pecado, un afectuoso conocimiento de nuestro Salvador y un profundo sentido de gratitud.