El matrimonio honroso
W. G de Vries
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Capítulo 1. Algunos datos bíblicos sobre el matrimonio
El matrimonio, el vínculo entre un hombre y una mujer que se prometen amor y fidelidad mientras vivan, es una de las relaciones más fundamentales de la vida. Es también una institución ampliamente discutida. Muchos se preguntan si el matrimonio no ha llegado a su fin. «¿Es esta la única forma de asociación posible y correcta entre un hombre y una mujer?», se preguntan. Y buscan alternativas.
La única respuesta posible a esa pregunta es el punto de partida de este libro: El Dios del cielo y de la tierra instituyó el matrimonio como uno de sus dones más hermosos. El matrimonio es tan antiguo como la creación misma. Puede aceptarse y disfrutarse con agradecimiento.
Este libro pretende ofrecer reflexiones que conduzcan a un disfrute agradecido y adecuado del matrimonio.
El origen y el propósito del matrimonio
Después de haber creado el Señor Dios los cielos y la tierra, y de haberla provisto de multitud de seres vivientes, formó al hombre, su último acto de creación. Sobre el hombre dijo: «…no es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea para él» (Gn 2:18).
La esencia de esto es que la creación de Dios fuese completa. En esa plenitud, no sería bueno que el hombre viviera solo. El Señor quiere encontrar una contraparte, una pareja para el hombre. Así puede traducirse el término «ayuda idónea para él». Una contraparte es una ayuda que es el hombre mismo, que está al nivel del hombre.
Esta contraparte no podía ser un animal. Cuando Dios presentó los animales a Adán para que les pusiera nombre, no encontró un homólogo, no encontró ninguno que estuviera a su nivel. Dios despertó en Adán el anhelo de tener alguien a su lado, el anhelo de dejar de estar solo y tener una compañera con la que compartir sus deseos, su alegría y todo lo que llenaba su corazón. Adán, el hombre, anhelaba una compañera.
Dios hizo que cayera en un profundo sueño. Tomó una de sus costillas, le dio forma de mujer y se la presentó a Adán. Eva le fue entregada por la propia mano de Dios.
Al reconocer a su compañera, Adán proclamó con alegría: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada Varona, porque del varón fue tomada» (Gn 2:23 ss.). «Por tanto» —añade la Escritura— «dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne». Así ha sido a lo largo de la historia. Pablo llama a estas palabras del Génesis la ley para todos los tiempos y edades, fijada por Dios (Ef 5:31).
Eva salió de la carne de Adán. En el sentido más literal, ella era la otra parte de él, la mitad complementaria. Así es la unidad entre marido y mujer. De forma muy cercana y tierna, forman una sola carne y un solo cuerpo. Su separación es tan horrible como partir un cuerpo en dos. ¡Dios los ha unido inseparablemente, y lo que Él ha unido que no lo separe el hombre!
Cuando Adán sintió la falta de compañía en su vida, Dios llenó su vacío. Su compañera le ayudaría como la mano derecha ayuda a la izquierda, y como otros miembros del cuerpo se ayudan mutuamente. Este es el mayor y más rico don que el hombre puede recibir sobre la tierra.
Para favorecer su comunión, Dios diferenció al hombre de la mujer. La esencia de la naturaleza de la mujer es diferente de la del hombre. Solo de esa forma puede una mujer ser verdaderamente una ayuda para un hombre.
Dicho de forma más exacta, una ayuda debe, en primer lugar, completar lo que falta. El secreto de la unidad reside en la diferencia. Solo se puede encajar cuando una parte tiene lo que le falta a la otra. Debido a sus diferencias, la mujer y el hombre recibieron lugares diferentes en la creación.
Nótese que el lugar de la mujer es diferente, no inferior. Dios no permitió que Adán dominara a Eva como dominó el reino de los animales, las plantas y los minerales. No, Dios le dio la mujer a Adán; se la entregó como ayuda. Un marido no es dueño de su mujer. Ella no es su posesión, pues es su prójimo.
Sin embargo, dado que el marido está colocado como cabeza de la mujer, la iniciativa es de él. Esto no debería ser una humillación, sino una forma de honrar sus diferentes naturalezas. La cabeza tiene una función diferente a la del corazón, pero eso no significa que el corazón sea inferior a la cabeza.
La palabra «cabeza» implica una comunión desigual. La mujer sale del hombre; él es su «principio». El vínculo de la vida la une a él. Son una sola carne, y la única cabeza es el marido. Esto caracteriza la comunión del matrimonio. Sin embargo, el marido no puede gobernar con dominio y fuerza; no puede tiranizar a su mujer. Al contrario, debe protegerla.
Dios lo ordenó así a fin de que el hombre pudiera realizar su propósito plenamente. El matrimonio es una comunión en la que la vida florece en honor a Dios, donde brilla su gloria como Creador. Los poetas cantan sus alabanzas; los pensadores no pueden comprenderlo; las Escrituras derivan de él sus más ricas imágenes.
Dios comprometió deliberadamente al ser humano, como esposo y esposa, a cultivar y llenar la tierra. A través del matrimonio, el ser humano recibió el alto honor de permitírsele reflejar el esplendor de Dios como Creador: como marido y mujer, el hombre gobierna la creación bajo Dios. Además, existe la posibilidad de traer nueva vida al mundo. Dios no creó a todas las personas al mismo tiempo; el hombre tiene dentro de sí mismo la capacidad de producir nueva vida.
A fin de que se cultivase su creación, Dios ordenó que el hombre sembrara y cosechara para saciar su hambre. Para que su creación fuese plena, Dios decretó que el hombre satisficiera su apetito sexual mediante el matrimonio.
Sin embargo, el objetivo principal de un matrimonio no es producir descendencia. ¿Habría perdido su objetivo un matrimonio sin hijos? Ciertamente no. Al fin y al cabo, el objetivo principal del matrimonio es que el marido y la mujer se ayuden y se acompañen mutuamente en la vida. Solo entonces sigue el segundo propósito, el incremento de la raza humana. Cuando el Señor Dios da el mandamiento: «Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla» (Gn 1:28), pone en el hombre el impulso, el deseo por hacerlo.
El impulso inquieto del hombre por descubrir y penetrar uno a uno los misterios de la tierra, refleja el decreto de Dios de cultivar la tierra. Del mismo modo que nadie debe avergonzarse del deseo de desarrollar aún más los materiales que Dios ha puesto a su disposición en la tierra —convertir la naturaleza en cultura—tampoco debe avergonzarse del deseo del hombre por su mujer o de la mujer por su marido.
Sin embargo, al igual que los glotones y los borrachos vinieron al mundo a causa del pecado, así también surgieron los malversadores del matrimonio. Por eso, el Antiguo Testamento recoge las estrictas precauciones del Señor contra los deseos y pasiones desenfrenados. El matrimonio es uno de los mejores dones de Dios. La corrupción de lo mejor lo convierte en lo peor; lo más bello se convierte en lo más horrendo. Las numerosas instrucciones del Antiguo Testamento relativas al matrimonio tenían por objeto contener el torrente de impureza que amenazaba con inundar la vida humana.
El matrimonio en el Antiguo Testamento
En contra de la voluntad y el mandato de Dios, surgió la poligamia, es decir, la adopción de más de una esposa. Además de Sara, Abraham tuvo dos concubinas. Jacob se casó con Lea y Raquel. Esaú tuvo tres esposas. Gedeón tuvo muchas. Algunos reyes tenían hogares densamente poblados. A menudo, la Biblia describe los problemas y peleas resultantes. Consideremos la rivalidad entre Sara y Agar, Raquel y Lea, y Ana y Penina.
A pesar de estos ejemplos, no debemos concluir que la poligamia era común en Israel. La monogamia —el matrimonio de un hombre con una mujer— seguía siendo la norma. Tanto el libro de Proverbios como el de Eclesiastés asumen la monogamia cuando hablan del matrimonio: «Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo» (Pr 5:15). El ama de casa virtuosa es alabada en una canción: «Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba» (Pr 31:28). El libro del Eclesiastés dice: «Goza de la vida con la mujer que amas…» (Ec 9:9).
Del mismo modo, los profetas asumen la monogamia cuando utilizan el matrimonio para ilustrar la relación entre Dios y su pueblo: «Porque como a mujer abandonada y triste de espíritu te llamó Jehová, y como a la esposa de la juventud…» (Is 54:6). Al parecer, en Israel la mujer era posesión de su marido. Igual que era dueño de una casa o de un campo, era el dueño o baal de su mujer (Ex 21:3, 22; 1S 11:26; Pr 12:4). De hecho, una mujer era «comprada» por su futuro marido. En Génesis 34:12 se habla de «dote» y «regalo», al igual que en Éxodo 22:16 y 1 Samuel 18:25. El trabajo que Jacob realizó para adquirir a Raquel también puede considerarse una dote.
Investigaciones recientes indican que la dote no era dinero de compra, sino una compensación para la familia de la mujer (R. de Vaux), pues cuando la Ley habla de la venta de una mujer, se trata de una esclava del hombre que la compró (Ex 21:7-11), no su esposa. Concluimos que la posición de la mujer en Israel no había caído tan bajo como lo había hecho entre los paganos circundantes. El Señor también dio leyes para evitar que se siguiera abusando del matrimonio. Estas leyes no se remontan al «principio» en cada detalle como Cristo hizo más tarde, debido a «la dureza de [sus] corazones».
El compromiso
Conviene decir unas palabras sobre la forma en que valoramos el compromiso hoy en día. El desposorio que conocemos, por el que una pareja anuncia «oficialmente» su promesa de matrimonio a padres, parientes y amigos, era desconocido en Israel. Sin embargo, existía algo parecido.
A nuestro modo de ver, no dejaba mucha libertad a los jóvenes. ¿Acaso sus padres no los daban en matrimonio sin consultarles? Una fuerte autoridad patriarcal dominaba este ámbito de la vida. Cuando la joven se casaba, dejaba a sus padres y se unía al clan de su marido. Los hijos que daba a luz también pertenecían a su nueva familia.
Sin embargo, la autoridad paterna no era tan prepotente como para ignorar por completo los sentimientos de los jóvenes. Un joven podía indicar su preferencia, y a menudo podían desarrollarse sentimientos mutuos de afecto. Las muchachas de Israel eran libres de ir y venir. No estaban encerradas, como en muchos países orientales, ni tenían que llevar velo. Estaban ocupadas cuidando los rebaños, acarreando agua de los pozos, espigando los campos detrás de los segadores y haciendo visitas. Podían conversar sin trabas con los hombres.
Esta libertad de movimientos llevaba a veces al acoso a las jóvenes. Quien seducía a una muchacha también estaba obligado a casarse con ella, y no tenía derecho a repudiarla después. «Si alguno engañare a una doncella que no fuere desposada, y durmiere con ella, deberá dotarla y tomarla por mujer» (Ex 22:16).
Sin embargo, un padre podría oponerse a dar a su hija en matrimonio. En ese caso, el seductor tenía que pagar la dote completa, aunque la muchacha no se convirtiera en su esposa. «Si su padre no quisiere dársela, él le pesará plata conforme a la dote de las vírgenes» (Ex 22:17). Deuteronomio 22:29 añade que quien seducía a una muchacha y luego se casaba con ella según la ley, no podía echarla después. «No la podrá despedir en todos sus días». Claramente estas instrucciones fueron diseñadas por el Señor para cortar de raíz todo arrebato inmoral de «amor libre». Eso habla también de nuestro tiempo.
La promesa de matrimonio de hoy puede compararse al desposorio de Israel. Independientemente de los fracasos durante el tiempo de preparación, el compromiso de dos jóvenes de casarse iba seguido de un periodo de desposorio, tanto si habían sido prometidos por los padres como si se encontraban por amor.
La ley reconocía y regulaba las consecuencias jurídicas de un desposorio. Por ejemplo, el que estaba comprometido con una joven, pero aún no se había casado con ella, estaba exento del servicio militar: «Vaya y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla y algún otro la tome» (Dt 20:7). La palabra «compromiso» significa en realidad «desposorio». Su carácter es fuertemente vinculante y obligatorio.
El carácter vinculante del «compromiso» se hace evidente cuando alguien agrede a una chica «comprometida» con otro hombre. Si es agredida y violada en la ciudad, según Deuteronomio 22:24, tanto ella como el hombre deben ser apedreados: «la doncella, porque no dio voces, estando en la ciudad; y el hombre, porque humilló a la mujer de su prójimo». Si la ofensa tuviera lugar en un campo donde nadie pudiera haber oído el grito de auxilio de la muchacha, entonces, según Deuteronomio 22:25-7, solo el hombre es apedreado.
De las leyes del Deuteronomio se desprende que esta forma de compromiso puede considerarse un desposorio. Aunque su matrimonio aún no se ha celebrado, la pareja es considerada marido y mujer ante el Señor. Esto permite al hombre regresar del servicio militar para casarse con su prometida. Quien pone las manos sobre una mujer prometida comete adulterio, por lo que debe ser castigado.
El adulterio es una abominación a los ojos del Señor. Cuando un hombre es sorprendido en adulterio con una mujer casada, ambos deben morir: «…el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel» (Dt 22:22).
La exhortación a apartar el mal aparece a menudo en la ley mosaica. El Señor no actuaba con suavidad cuando castigaba los actos de impureza de Israel. Un israelita sabía que arriesgaba su vida cuando ponía sus manos sobre la mujer de otro. El Señor insistía en que el matrimonio fuera santo para todos.
El matrimonio en Israel
El acto de solemnizar un matrimonio en Israel era un asunto puramente civil. No se necesitaba sacerdote ni templo. En Malaquías 2:14, la esposa es llamada «la mujer de tu pacto», refiriéndose al pacto matrimonial.
El pacto matrimonial es una fidelidad incondicional por la que estamos ligados el uno al otro de por vida. La Escritura habla a menudo del Pacto del Señor como un matrimonio. «Y te desposaré conmigo para siempre» (Os 2:19). Este tipo de fidelidad inquebrantable es lo que Dios exige de los esposos en el matrimonio.
Tendemos a suponer que un pacto así quedaría registrado por escrito. Pero en ninguna parte del Antiguo Testamento leemos sobre un «contrato matrimonial», aunque sí se mencionan las «cartas de divorcio». En Deuteronomio 24:1, es esta carta la que se entrega a una esposa expulsada. Sería extraño que el propio matrimonio no quedara registrado en blanco y negro. En la colonia judía de Elefantina, entre otras, se han encontrado contratos matrimoniales del siglo V a.C. En dichos contratos se dice: «Ella es mi esposa, y yo soy su marido desde hoy para siempre».
Sabemos que el matrimonio era a menudo motivo de una gran fiesta que duraba días. La entrada de la novia en la casa del novio era la parte más importante de la ceremonia. Rodeado de amigos que tocaban instrumentos musicales, el novio, ataviado con una corona real, se dirigía a la casa de la novia para recibirla. El Cantar de los Cantares 3:11 nos lo recuerda: «Salid, oh doncellas de Sion, y ved al rey Salomón con la corona con que le coronó su madre el día de su desposorio, y el día del gozo de su corazón».
La novia esperaba hermosamente vestida y enjoyada. El Salmo 45:14, 15 alude a esto: «Con vestidos bordados será llevada al rey; vírgenes irán en pos de ella, compañeras suyas serán traídas a ti. Serán traídas con alegría y gozo; entrarán en el palacio del rey». La novia seguiría llevando su velo hasta entrar en la cámara nupcial. «Tus ojos son como palomas detrás de tu velo» (Cantar de los Cantares 4:1 traducido de RSV). Por eso Labán pudo engañar a Jacob cuando le dio al Lea en lugar de Raquel (Gn 29:25).
Por último, se organizaba un gran banquete, normalmente en casa del novio. En Mateo 22:2, Jesús comparó el reino de los cielos con un rey que organizaba un banquete de bodas para su hijo. Este banquete duraba normalmente siete días. El matrimonio se consumaba la primera noche y el lino manchado de sangre se guardaba como señal de la virginidad de la novia y como prueba en caso de calumnia por parte del marido (Dt 22:13-21).
La carta de divorcio
Como ya se mencionó, un israelita podía divorciarse de su mujer. Deuteronomio 24:1 dice de forma algo vaga: «Por haber hallado en ella alguna cosa indecente». Los rabinos deliberaron largamente sobre los motivos legítimos para la expulsión de una esposa.
La estricta escuela de Shammai solo aceptaba el adulterio o la mala conducta como única razón para el divorcio, mientras que la más flexible escuela de Hillel consideraba incluso la mala preparación de los alimentos como causa lícita. En Mateo 5:32 el Señor Jesús rompe con todo esto al decir: «…el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere».
Fue solo a causa de la dureza de sus corazones que Moisés permitió a los israelitas divorciarse de sus esposas (Mt 19). Nótese que él no instituyó la carta de divorcio. Leemos: «… entonces que le escriba una carta de divorcio …» Al legislar la práctica del divorcio, Moisés le concedió una aceptación tácita.
Moisés no solo proclamaba las exigencias religiosas y morales de Dios, sino que también era el legislador civil. Como tal, debía tener en cuenta las situaciones reales provocadas por la actitud impenitente de los israelitas. Aunque legalizó el divorcio civilmente, no lo sancionó moralmente. Cuando Jesús dijo: «el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere», en realidad dijo que el «antiguo» matrimonio seguía existiendo porque no había habido derecho moral al divorcio.
Además, a veces se otorgaba una sentencia de divorcio cuando no había existido adulterio en absoluto. Al citar el adulterio como el único motivo para repudiar a la esposa, Jesús está diciendo claramente que el divorcio es imposible. El acto de adulterio anula un matrimonio una vez solemnizado, y cualquier otro divorcio carece de sentido. En completo acuerdo, Pablo dice en 1 Corintios 7: 10-11: «Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer».
Pablo señala una excepción a este respecto. Si uno de los cónyuges no cree y la parte incrédula abandona a la otra, «pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso». El matrimonio no debe ser necesariamente la institución para la evangelización. «Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?». (1Co 7:15-16).
Recuerde también que esto también se aplica a una mujer que es dejada sola por su marido adúltero. No comete adulterio cuando se vuelve a casar. Las palabras de Cristo: «Cualquiera que se case con la divorciada, comete adulterio», se aplican a los que se divorciaron por haber cometido adulterio, o a los divorciados por motivos ilícitos y, que, por tanto, siguen casados a los ojos de Dios. Solo cuando una es abandonada a causa del adulterio o la incredulidad de su marido, no comete adulterio al volver a casarse.
Adulterio y fornicación
El pecado ha mancillado el matrimonio con la impureza y el adulterio. La belleza de las relaciones conyugales se ha echado a perder.
El libro de Proverbios advierte a menudo a los jóvenes sobre la tentación de una mujer que ha llegado a ser infiel a su marido. Se la llama la mujer «extraña» y los que se relacionan con ella corren el riesgo de morir apedreados. La mujer ilegal —la prostituta— también se incluye en esta categoría. Uno no puede tener una relación sexual con ella, porque tal amor ilícito conduce a la muerte, a la completa caída moral y espiritual. «El que frecuenta rameras perderá sus bienes» (Pr 29:3) y también «su fuerza» (Pr 31:3).
Las Escrituras del Antiguo Testamento advierten claramente contra todo tipo de impureza. Las pasiones sexuales son fuertes y el corazón del hombre es rebelde. Como caballos desenfrenados y desbocados, las pasiones amenazan con llevarle a la destrucción. El deseo desmedido degrada el matrimonio, rompe los lazos familiares y convierte la vida en un caos funesto. En efecto, lo mejor, corrompido, se convierte en lo peor.
Sin embargo, aún no se ha pronunciado la palabra redentora sobre el matrimonio si nos limitamos a las leyes de Dios que se encuentran en el Antiguo Testamento. Ciertamente, estas leyes intentaron frenar una avalancha de corrupción sexual. Pero quien separa el Antiguo Testamento del Nuevo y no lee el Antiguo a la luz del Redentor venidero no puede empezar a resolver los problemas del matrimonio.
El matrimonio a la luz de Cristo
Dios habla del matrimonio en el Nuevo Testamento a través de Pablo, que lo compara con la relación entre Cristo y su iglesia. Remontándose a su origen, Pablo habla sobre un misterio en el matrimonio.
El apóstol cita el Génesis: «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne». Inmediatamente añade: «Grande es este misterio; más yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Ef 5: 31-32). El misterio que encierra el matrimonio solo puede comprenderse a través de la revelación de Dios en Cristo y su obra.
De su infinita piedad por nuestra gran necesidad, Cristo vino a redimir el matrimonio y a devolvernos el principio de su antigua gloria edénica. Pero debemos ver claramente que Cristo fue un hombre con emociones como las nuestras; nada humano le era extraño. En su corazón también vivía el deseo de comunión, de alguien con quien poder hablar de las cosas que le afligían y oprimían. Sin embargo, su tarea era redimir a la raza humana, no aumentarla.
No se le permitió convertirse en esposo o padre de nadie para poder ser Mediador y Hermano de todos nosotros. La redención que Él nos ofrece es también la redención del matrimonio.
La vida de Cristo es un ejemplo reconfortante para quienes no pueden disfrutar del matrimonio. Como ellos, Cristo también fue tentado. Conoce las necesidades y la soledad de quienes deben pasar por la vida sin marido o sin mujer. Quiere que sean tan fructíferos para su reino como cualquier persona casada.
Cabe mencionar aquí que no habrá matrimonio en la tierra nueva. Cristo nos enseña que el matrimonio no es lo último en la tierra, pues sería mejor no haberse casado nunca que estar casado y perderse la entrada en el Reino de los cielos. El misterio del matrimonio que Dios nos revela es que Cristo quiere hacer del matrimonio de su pueblo una imagen de la unión entre Él y su iglesia.
Así como Cristo ama a su iglesia, la lleva en su seno, murió por ella, soportó por ella penas, dolores, desprecios y las angustias del infierno, el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. Nunca podremos comprender la profundidad del amor de Cristo por su iglesia. El hombre debe esforzarse por dar a su esposa un amor completo y sacrificado, pues al hacerlo refleja el amor de Cristo por su iglesia.
La iglesia debe aferrarse a su Señor con fe verdadera, esperanza firme y amor ardiente. Debe huir de todo lo que va contra su voluntad. Y la esposa debe mostrar en su actitud hacia su marido la devoción y confianza que la iglesia debe mostrar a su Salvador. Algo del poder de la redención brillará a través del matrimonio de los creyentes. Su matrimonio representará la unidad que existe entre Cristo y su iglesia.
El pecado seguirá oscureciendo muchas uniones. Sin embargo, cuando una y otra vez marido y mujer se encuentren en la cruz de Cristo, y cuando vivan según ese misterio del matrimonio que está oculto a los incrédulos, entonces crecerá el vínculo que Dios estableció entre ellos. Esto no significa que el paraíso vuelva a la tierra; sin embargo, las fuerzas del nuevo paraíso ya están actuando en el matrimonio cristiano. No en vano las palabras de Cristo: «Como era en el principio», nos remiten al mandamiento y dones de Dios que había en el mundo antes de la caída. Desde ese punto de partida nos dirigimos al fin de todas las cosas: la tierra nueva que es también el cielo nuevo
El amor en el marco del matrimonio
Un verdadero matrimonio no es posible sin amor. El fundamento de todo matrimonio es que el marido y la mujer, unidos en verdadero amor, se ayuden fielmente en todos los asuntos y cuestiones de la vida.
Al mencionar la palabra «amor», aparece ante nosotros todo un mundo de canciones de amor, historias de amor y relatos de amores perdidos y no correspondidos. En la radio suenan canciones de amor en muchos idiomas, y diez veces a una, una novela será una historia de amor. No solo hoy, sino a lo largo de toda la historia, el amor ha sido el centro de historias y canciones. La gente cree que conoce bien el amor y que puede decir mucho sobre él.
Sin embargo, a pesar de que todo el mundo tiene algo que decir sobre el tema, Dios dice que su Palabra debe ser la guía para el amor entre marido y mujer. Su Palabra no espiritualiza el amor, sino que lo sitúa en la perspectiva correcta. En sus dones terrenales, saboreamos la bondad del Señor.
El elogio del matrimonio resuena en las Escrituras, y especialmente en el Antiguo Testamento. El Cantar de los Cantares habla del amor con tanta franqueza que muchos creyentes han tenido dificultades para aceptarlo. El Cantar se consideraba demasiado mundano, y resultaba ofensivo para los moralistas. La gente murmuraba sobre el amor en el matrimonio y se burlaba de él en secreto. Esto era desastroso y un insulto al Dios que lo había regalado.
Hoy experimentamos lo contrario. Las intimidades se hacen públicas y nada permanece oculto. Esta supuesta «franqueza honesta» es en realidad «suciedad malsana». Más adelante hablaremos de ello. Pero si podemos aprender el amor verdadero y sano de las Escrituras, estaremos protegidos tanto de la falsa prudencia como de la insana franqueza. Por eso no podemos pasar por alto el Cantar de los Cantares, que resuena alabando el matrimonio monógamo.
El Cantar de los Cantares
Las explicaciones sobre el Cantar de los Cantares son muchas, pero eso no debe preocuparnos. Podemos estar seguros de que el Espíritu Santo lo inspiró. Nos llega como el canto de un novio y una novia, que son el «rey» y la «reina» de la fiesta. Sus voces se alternan en el Cantar.
Es imposible analizar aquí todo el Cantar de los Cantares. Trataremos algunos momentos típicos que muestran el matrimonio creado y restaurado por Dios. La redención del matrimonio por Cristo ocupa un lugar central en el Cantar. Según la propia Palabra de Cristo, debemos escudriñar las Escrituras porque dan testimonio de Él. Es apropiado discutir el Cantar de los Cantares aquí porque trata del matrimonio a la luz de Cristo.
En el Cantar, como en la mayoría de las bodas, se evocan recuerdos. En el capítulo 8:5 el novio recuerda el primer encuentro. Dice: «Debajo de un manzano te desperté». Es un recuerdo alegre. Luego habla la novia: «Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo». El anillo de sellar, que se llevaba al cuello o en el dedo, era la posesión más personal que tenía un hombre en Oriente Medio. La novia quiere estar tan inseparablemente unida a su marido como su anillo de sellar. Siguen estas hermosas palabras: «Porque fuerte es como la muerte el amor; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni la ahogarán los ríos» (8:6-7).
Nadie puede resistir en última instancia a la tumba; el amor, del mismo modo, es irresistiblemente fuerte. De la muerte y de la tumba surge la imaginación como llamas cálidas y punzantes. Sus llamas son llamas de fuego. También hablamos del amor ardiente o de la llama del amor. Nuestra forma de hablar del amor es muy distinta de la de las Escrituras. El poeta hebreo dice: «La llama misma de Yahveh» (en la traducción inglesa NASB) o «una llama vehementísima». Muchas aguas no pueden apagar este amor.
La llama vehemente del Señor es tremendamente fuerte. Basta pensar en Elías en el monte Carmelo Laboriosamente, cubo tras cubo, se había acarreado agua para llenar las zanjas alrededor del altar erigido. El altar estaba empapado. Sin embargo, el fuego del cielo lamió el agua e hizo arder la ofrenda. ¡Así son las vehementes llamas del Señor!
Esta figura retórica se aplica al verdadero amor conyugal. Podríamos decir: «El amor es una llama de pasión; es terrenal, natural». Dios dice: «El amor genuino es una llama vehemente del Señor; viene de lo alto y es obrado por mí».
El amor de una pareja que no teme al Señor es apagable, a veces rápidamente apagable. Cuando un joven esposo y su esposa no se aman «en el Señor», su amor puede ser una llama «natural» que se apaga fácilmente. Cuando se es joven y se busca un cónyuge, el amor puede encenderse rápida y ferozmente. Si no es apoyado por la fidelidad al Señor y del uno al otro, la llama se apaga después de solo unos pocos años de matrimonio. Casi a diario vemos cómo se extinguen esas llamas.
Cuando la llama del amor verdadero se apaga, se produce el fracaso matrimonial, el divorcio y el adulterio. Para muchas personas, tras un comienzo esperanzador y grandes expectativas, el matrimonio se convierte en una carga insoportable. La primera pasión de la juventud desaparece y la llama se apaga. Cuando la belleza de la juventud se marchita, el amor se marchita con ella, porque este amor se basa en cosas externas. La belleza se desvanece y los encantos desaparecen. Los cantantes son capaces de entonar canciones sobre el amor eterno y la fidelidad eterna a pesar de la amarga realidad de los compromisos rotos, los matrimonios fracasados y la infidelidad. Mientras, muchas parejas viven una al lado de la otra, calladas, en una frialdad mutua secreta.
Solo quien ama de verdad al Señor puede amar de verdad a su marido o a su mujer. Adán reconoció primero a su semejante —«carne de mi carne»— en la mujer que el Señor le dio, y luego la vio como su esposa. Así debe ser el amor entre marido y mujer: el novio se dirige primero a su novia como «hermana» y después como su «esposa» (4:9).
¿Quién puede entender las emociones del corazón humano? ¿Por qué se enamora uno de una persona concreta? ¿Es una mirada, un gesto, un tono de voz o una conversación? Si se enciende un amor apropiado, recibimos a esa persona no solo como esposo o esposa, sino como hermano o hermana. Cuando no hay amor fraternal, el amor conyugal no promete durar. ¿Cuántos han experimentado esto demasiado tarde?
De hecho, el primer deseo de todo matrimonio es poseerse el uno al otro de forma más personal. En un matrimonio sólido, los cónyuges se entregan por completo. Se pertenecen el uno al otro. El Cantar de los Cantares lo expresa con la hermosa imagen de la viña.
En realidad, se mencionan dos viñedos. Uno estaba en Baal-hamón, un dominio de la corona en el Norte (8:11). El acaudalado rey Salomón disponía de un numeroso personal para mantener este viñedo, labrar los surcos, podar las ramas, recoger las uvas y ahuyentar a las zorras.
Ahora el novio dice: «Mi viña, que es mía, está delante de mí». ¿No suena como si estuviera presumiendo, comparando su posesión con la del Rey? ¿Qué quiere decir en realidad?
En 1:5, 6 la novia dice: «…y mi viña, que era mía, no guardé». Estaba bronceada después de trabajar al aire libre cuidando viñas. Hoy en día las mujeres desean broncearse, pero en el antiguo Oriente la piel morena era evidencia de un trabajo humilde. Las damas distinguidas evitaban el sol para mantener una tez clara. Aquí la novia admite: He tenido que realizar tanto trabajo duro y humilde, que no he mantenido mi propio viñedo. Por «viña» entiende su propia vida.
La recurrente imagen bíblica de la viña, a menudo apunta a una mujer —casada o soltera— cuya vida florece ante el Señor. La imagen también puede referirse a la vida de un hombre. En 2:15, la novia dice: «Nuestras viñas están en cierne».
Sabemos que cuando el novio dice. «Mi viña, que es mía, está delante de mí», ¡está hablando de su novia! La compara con la viña de Salomón, ciertamente porque con toda su riqueza Salomón no es tan rico como él, pues no puede conocer ni poseer su riqueza en un sentido profundo. Por ejemplo, Salomón rara vez va a su viñedo del norte. Nunca ha recogido una uva o podado una rama. Eso lo hacen sus siervos. Hay demasiados intermediarios; sus posesiones han crecido más allá de su cuidado personal. Ni siquiera las ganancias son enteramente suyas. De mil monedas de plata, sus empleados reciben doscientas.
«Pero ahora mírame», dice el novio. «Mi viña está delante de mí. La ‘poseo’ realmente». En esto oímos un sonoro elogio del matrimonio monógamo; entre un hombre y una mujer.
Las vidas de marido y mujer son viñas que florecen ante el Señor. El Salmo 128 dice: «Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová… Tu mujer será como una vid que lleva fruto…» Este florecimiento especial es la marca de un matrimonio temeroso de Dios.
La viña de Salomón pronto caerá en manos de Jeroboam y vendrá el exilio; el tronco de Salomón será cortado. Pero un día brotará de este tronco un retoño: el Mesías. Salomón, en toda su gloria, era pobre, pues su realeza seguía clamando por la venida de Cristo.
Cristo también tiene su propia viña. Pero es más rico que Salomón, pues nunca perderá a su Iglesia. Es más, su Iglesia es su posesión más personal; le pertenece sin intermediarios. El matrimonio es una imagen de esta unidad íntima entre Cristo y su iglesia. La luz de Cristo, que revela el misterio del matrimonio, ilumina el sentido del Cantar de los Cantares.
A través de Cristo el amor se mantiene firme. El amor entre marido y mujer es un mandamiento además de un don. El amor es más difícil que el romance. El Cantar de los Cantares es realista sobre la dificultad de amar cuando habla de las pequeñas zorras «que echan a perder las viñas» (2:15).
¿Por qué se mencionan las zorras? Cuanto más grandes y astutos se vuelven los zorros, más seriamente amenazan la viña. La novia exclama: «…nuestras viñas están en ciernes», hablando de amor. Al mismo tiempo, sabe que este amor puede verse amenazado e incluso destruido.
Muchos peligros — pequeñas zorras— amenazan un matrimonio, a medida que la rutina y el aburrimiento empiezan a apoderarse de él. Muchos matrimonios, iniciados con un idealismo sin límites y alimentados por fantasías románticas, se han ido al traste. En el matrimonio aprendemos a conocernos como realmente somos, pues todo se comparte: salón y dormitorio, jardín y cocina, costumbres, gustos, aversiones, lo dulce y lo amargo. Surgen conflictos y tensiones. Actuar de forma egoísta, sin preocuparse por el otro, pone en peligro el matrimonio. Hay que hacer frente, hay que atrapar a esas innumerables «pequeñas zorras» que lo amenazan.
La lucha por mantener sano el matrimonio comienza al día siguiente de la boda. El Cantar de los Cantares dice a ambos cónyuges: si no sois una viña ante Dios, tampoco lo sois el uno para el otro. Si no queréis dar fruto delante de Dios, tampoco daréis fruto el uno para el otro. «Cazadnos las zorras… que están arruinando la viña». Un miembro de la pareja no puede culpar al otro, pues un matrimonio sólido es una tarea conjunta. Y sin Cristo, ni siquiera las mejores intenciones pueden garantizar un buen matrimonio.
En 4:16 leemos la llamada del novio: «Levántate, Aquilón, y ven, Austro; soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas. Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta». La novia responde: «…soplad en mi huerto…». Así es su vida como esposa de su marido. Para que el amor y la fidelidad sean fragantes, deben soplar vientos del norte y del sur, el viento del norte para traer un agradable frescor y el del sur para dar calor. Es Dios quien dirige esos vientos.
Si un esposo y una esposa desean sinceramente dar fruto el uno para el otro, deben reconocer su mutua dependencia de Dios. Juntos deben confesar: «Nuestra ayuda está en el nombre del Señor». En el contexto de este dos se convierten en uno, Pablo escribe más tarde: «La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco el marido tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer» (1Co 7:4). Puesto que solo podemos ser viñas el uno para el otro debido a que Cristo nos ha hecho sarmientos de su propia viña, debemos casarnos «en el Señor». Volveremos sobre este punto.
Capítulo 2: El desarrollo de la vida
La vida del hombre puede dividirse en tres periodos: el periodo de crecimiento dura desde el nacimiento hasta los veinticinco años aproximadamente; el segundo periodo, de los veinticinco a los cincuenta, se conoce como la flor de la vida; y después de los cincuenta, aparecen los síntomas del periodo de declive.
El apóstol Pablo hablaba de las fases de la vida: «Cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño» (1Co 13:11). A lo largo de los siglos, la edad para desprenderse de las cosas de niños ha cambiado considerablemente. Al parecer, los niños de siglos anteriores alcanzaban la edad adulta mucho antes que los de hoy. Los niños vestidos como adultos en miniatura reflejan este hecho. J.H. van den Berg habla de «una multitud casi innumerable de niños de madurez precoz; niños que a una edad muy temprana se encontraban preparados para el estudio y que manejaban con éxito material avanzado para adultos».
Es difícil encontrar comentarios de siglos pasados sobre el periodo entre la infancia y la edad adulta. No se menciona en absoluto el periodo de la pubertad. Los niños vivían tan cerca de los adultos que su transición a la edad adulta era sencilla y práctica.
Los niños de hoy se hacen adultos mucho más tarde que sus antepasados. Una prueba de ello es la diferencia entre los libros de texto actuales —en todos los niveles educativos— y los de hace cincuenta años. Los profesores se lamentan de la ingenuidad de sus alumnos. La educación se está volviendo infantil; se ve obligada a atender a la inmadurez.
No se anima a los niños a madurar, sino que se les restringe cada vez más a su pequeño mundo. En el pasado, los niños pequeños participaban en el mundo laboral. El padre practicaba su oficio dentro y en los alrededores de la casa con sus hijos adultos, a la vista y oído de sus hijos en crecimiento. A medida que crecían, los niños podían ayudar en la medida de sus posibilidades.
Hoy, sin embargo, la ocupación de un padre se ha vuelto prácticamente invisible. Por la mañana se va a la oficina o a la fábrica. Para el niño son un extraño mundo adulto, no solo las peligrosas máquinas de la fábrica, sino también el veloz tráfico de las autopistas. Por su propia seguridad, debe encerrarse en parques infantiles cercados.
Como nuestro mundo técnico, motorizado y cada vez más mecanizado empuja a los niños a su propio mundo, continúan siendo niños más tiempo. Los problemas de la pubertad están directamente relacionados con este retraso de la madurez. A menudo, el abismo que separa la infancia de la edad adulta es tan grande que cruzarlo resulta peligroso. Las neurosis, los problemas sexuales y la dificultad para criar a los hijos son el resultado de esta brecha.
La pubertad comienza a los once años en las niñas y a los trece en los niños. Aunque la maduración física continúa después con normalidad, son muchas las cosas que pueden impedir la maduración espiritual.
La maduración física trae consigo todo tipo de emociones nuevas, y los niños suelen sentirse perturbados por lo desconocido. Una charla de los padres sobre los «hechos de la vida» podría disipar sus temores, pero estas charlas no siempre son fáciles.
Entre padres e hijos pueden surgir recelos y pudores que no estarían presentes en las conversaciones con sus compañeros u otros amigos adultos.
Si los padres van a informar a sus hijos sobre este tema tan serio, han de hacerlo con sobriedad. Es asombroso leer las respuestas insensatas que dan los padres a las preguntas que hacen sus hijos sobre cuestiones sexuales. Cuando se ha ocultado escrupulosamente a los niños en edad de crecimiento la información relativa a la vida sexual, a menudo son incapaces de hacer frente a la situación al llegar a la pubertad. La Biblia no guarda silencio sobre estos asuntos; los padres creyentes serán capaces dar a sus hijos orientación sexual en relación con la capacidad de comprensión de los niños.
La psicología ha disertado mucho sobre el «alma vulnerable del niño». Sugiere que, para tratar correctamente con su hijo, un padre debe leer un manual tras otro y consultarlos con cada dificultad.
El conocido psiquiatra J.H. van den Berg dice lo siguiente: «Qué desafortunado es el niño cuyos padres tienen tanta ‘comprensión’ de la pubertad que no le dan al niño suficientes oportunidades para utilizarlas como punto de partida hacia la deseada edad adulta. La queja del adolescente de que sus padres, sobre todo sus padres, no le comprenden, demuestra que los padres deberían escucharle como es debido, es decir, como padres, y no como cuasi pedagogos».
La dificultad de la madurez de los jóvenes es que, aunque alcanzan la madurez sexual, en nuestra complicada sociedad suele pasar mucho tiempo antes de que puedan casarse. Durante ese periodo es importante que los adolescentes reciban ayuda y cuidados en casa. Esto es difícil cuando expresan quejas y molestias acerca de unos padres que no les «comprenden». Al igual que los pájaros jóvenes que pronto abandonarán el nido para siempre, también ellos deben poder utilizar dicho nido como plataforma de lanzamiento en sus primeros intentos de volar.
Es en esta época en que los adolescentes adquieren y veneran a sus héroes. Necesitan a alguien con quien identificarse. Las paredes de sus habitaciones están cubiertas de fotos de sus celebridades. Los padres no tienen por qué tomárselo demasiado en serio, siempre que se respeten ciertos límites.
En esta época se produce un despertar del erotismo. Sin embargo, hay que distinguir entre erotismo y sexualidad. El erotismo se refiere a la admiración por el sexo opuesto y al deseo de compañía, mientras que la sexualidad se refiere a la búsqueda del contacto corporal directo.
Por lo general, la fase de erotismo es la primera, seguida de la de sexualidad. Los expertos señalan que la fase erótica se ha acortado considerablemente con respecto al pasado. La maduración física se produce mucho antes que la espiritual y, por supuesto, se derivan problemas y tensiones especiales. El interés sexual precoz se achaca a la influencia del cine, la televisión, la publicidad y una mayor apertura en lo que respecta al sexo.
Consciente o inconscientemente, estas tensiones se expresan mediante acciones bruscas y atrevidas. Bajo ellas subyacen la inseguridad y la incapacidad de encontrar un nicho propio en la vida. Un adolescente tiende a ver todas las cosas con bastante incomodidad, incluido su propio aspecto físico.
La familia
La vida familiar es muy importante para el niño en proceso de maduración. ¿Se interesan los padres por lo que hacen sus hijos? ¿Los ignoran espiritualmente? Si el padre y la madre solo están interesados en sus propias actividades, sus hijos buscarán sus satisfacciones en otra parte. Entonces pueden formar grupos o bandas, encontrar sus propios bares y acabar haciendo que las calles no sean seguras.
Los padres deben ayudar a sus hijos durante este periodo. Sin embargo, esto no siempre se hace a las bravas. Los padres no deben reaccionar de forma exagerada cuando su hijo se sienta en una silla con indiferencia y se comporta de forma grosera. La comprensión es vital para la relación.
Alguien escribió una vez: «Cuando los niños no pueden apoyarse en una estructura familiar armoniosa o en un trasfondo espiritual, recurrirán a formas inmaduras de ‘amor’ que se les ofrecen en abundancia cuando aún no son capaces de asumir la responsabilidad de ellas». Los jóvenes están necesitados debido a la negligencia espiritual en el hogar; no necesitan sexo.
Al igual que el feto necesita la protección del cuerpo de la madre, el niño en crecimiento necesita la protección de su familia, la formación de sus padres y la asociación con hermanos y hermanas.
La maduración sexual también tiene lugar en el seno de la familia. Los expertos difieren sobre cuándo comienza realmente la sexualidad. Algunos dicen que tiene su inicio antes del nacimiento, mientras que otros lo sitúan mucho más tarde. En cualquier caso, el mandamiento del Génesis 1 — «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra»— nos enseña que, en el estado de perfección, la sexualidad pertenecía a todo «lo bueno». Los jóvenes deben oír y comprender esto. La sexualidad no debe denigrarse ni tratarse como algo vergonzoso.
La vergüenza
Se puede decir que, con la caída, la vergüenza entró en la vida del hombre, no a causa de la sexualidad como tal, sino más bien a causa del pecado que entró en este aspecto de las actividades del hombre, así como en otros. Toda la vida del hombre, desde la caída, ha quedado mutilada.
Este efecto paralizante ya era evidente cuando supieron que estaban desnudos (Gn 3:7). Génesis 2:25 dice: «Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban». Pero después de la caída, Adán y Eva cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales para cubrirse. Se sentían avergonzados el uno ante el otro. Dios reconoció la validez de este sentimiento de vergüenza cuando hizo ropa para Adán y Eva (Gn 3:21).
Debido a que la relación personal entre marido y mujer es más intensa en las relaciones sexuales, la ruptura con Dios es más evidente en la esfera físico-sexual que en cualquier otra, Después de la caída, Adán y Eva experimentaron su culpa ante Dios por primera vez en su cambio de actitud el uno hacia el otro. Surgió la vergüenza en el hombre ante su legítima esposa y en la mujer ante su legítimo esposo. El Señor mismo sancionó este sentimiento de vergüenza al darles vestidos.
Puesto que el Señor ha dado la vergüenza como salvaguardia, los jóvenes no deben suprimirla descaradamente. Al educar a sus hijos, los padres deben recordar y fomentar este sentido de la vergüenza. No debe descartarse como una tontería ni descalificarse como un defecto físico. Al contrario, los padres deben velar por su correcto desarrollo.
La sexualidad propiamente dicha se desarrolla de forma casi totalmente biológica a través del desarrollo de las gónadas, los testículos y los ovarios. A partir del décimo año, estos órganos se desarrollan repentinamente mucho más rápido que los demás órganos del cuerpo. Sin embargo, el sentido de la vergüenza no se desarrolla de forma natural. Debe ser fomentado activamente por los padres y otros educadores. Empezar a fomentar este sentido de la vergüenza cuando los niños están alcanzando la madurez sexual es empezar demasiado tarde.
Quien permite a sus hijos corretear completamente desnudos por el jardín o la playa ya ha empezado mal. Es un signo de los tiempos que en algunas zonas de acampada haya que pedir por megafonía a los padres que no permitan a sus hijos corretear sin ropa. También puede ser contraproducente permitir que los adolescentes se duchen juntos en las instalaciones de los gimnasios. Esto puede entrar en conflicto con el sentido de la vergüenza que Dios ha dado como salvaguardia.
Al mismo tiempo, los niños no deben tener la impresión de que todo lo sexual es sucio. Los padres deben enseñarles que, dado que la sexualidad concierne a la máxima intimidad, no debe exhibirse libremente. ¿Acaso no nos sentimos avergonzados si alguien, en presencia de un grupo de personas, revela abiertamente sus sentimientos más íntimos —sexuales o de otro tipo? Incluso el exhibicionismo espiritual nos provoca una repulsión intuitiva. No debemos permitir la desvergüenza ni en lo espiritual ni en lo físico.
Instrucción sexual
A medida que los niños maduran sexualmente, surge una cierta «curiosidad sexual». Rara vez esta curiosidad es completamente pura. Se plantean las conocidas preguntas sobre el nacimiento y sobre la diferencia entre niños y niñas. Aunque estas preguntas suelen ser bastante inocentes cuando las hacen los niños pequeños, en los niños mayores suelen ir acompañadas de fantasías cuestionables.
Además, los adolescentes suelen hacer a su padre o a su madre preguntas que ya han respondido sus amigos en la calle. Los padres no deben dejarse engañar. Deben averiguar con paciencia y cuidado qué hay detrás de esas preguntas y responder a sus hijos según su capacidad de comprensión.
Hoy en día se hace hincapié en una buena educación sexual. Pero es muy posible que un niño no pida instrucción porque no siente la necesidad de recibirla. En ese caso, déjele sin información. No hay nada que objetar si se corteja a una chica desinformada o si un joven está enamorado, aunque desconozca los primeros principios de la instrucción sexual.
Muchos abogan por una mayor apertura. Desde el instituto hasta la escuela primaria, los profesores se esfuerzan por dar a los jóvenes una buena educación sexual. El cine, las revistas y la televisión también aportan su granito de arena. Sin embargo, es dudoso que su «apertura», tan bulliciosamente aclamada, aporte alguna mejora.
Todo es demasiado deliberado. Algunos abogan por la instrucción a los once o doce años, o incluso antes, argumentando que, como esos niños aún no se han implicado emocionalmente, pueden abordar la instrucción sexual con inocente curiosidad y admiración. Es especialmente difícil para los profesores hablar con niños que han alcanzado la pubertad, y que, al haber perdido su inocencia, se ruborizan de vergüenza cuando se habla de sexo.
Pero los niños de once o doce años no son tan inocentes. Escuche alguna vez su conversación. Es posible que los educadores y los padres, al hablar deliberadamente de temas sexuales, les parezcan bobos a los niños. Incluso parece algo antinatural cuando un padre tiene que apartar a su hijo un rato para darle instrucción sexual.
Naturalmente, las madres deben dar a sus hijas información oportuna sobre la menstruación, pero no siempre tiene que ir acompañada de detalles técnicos. Del mismo modo, los chicos que maduran sexualmente deben saber que el vago impulso que experimentan y que a veces los lleva a eyacular ha sido creado por Dios para conducirles al matrimonio. Hay que decirles que esto no es motivo de vergüenza y que más adelante aprenderán a utilizarlo adecuadamente. Una vez más, no es necesaria una instrucción detallada y técnica.
Se ha dicho que es difícil para los padres encontrar las palabras adecuadas. Por ejemplo, ¿qué término utilizar?: ¿órgano sexual, pene u algún otro? Este problema ilustra la dificultad subyacente a la discusión de las cosas íntimas. Una persona no habla fácilmente de ellas, ni siquiera con sus propios hijos.
Al leer la descripción técnica que muchos alumnos de primaria reciben sobre «células», «semillas» y «óvulos», surge la pregunta: ¿Es esto realmente necesario? ¿No es ésta un área que los niños, tras una breve instrucción por parte de sus padres, aprenden a descubrir de forma más natural a medida que crecen? ¿No es algo que debería desarrollarse por sí mismo como parte del desarrollo hacia la edad adulta?
Cuando un niño hace una pregunta sobre sexualidad, forma parte de su curiosidad natural por el mundo. Hace cientos de preguntas. Los padres no deben volverse reservados ni profundizar más en una pregunta sobre sexualidad que en cualquier otra.
Hay que reiterar que la crianza sexual no puede separarse de la educación del niño en su totalidad. Toda educación es sexual porque los niños son criados desde su nacimiento como niños y niñas para ser hombres y mujeres.
Los niños que crecen en una familia feliz y armoniosa reciben, de forma discreta y a menudo incidental, la mejor educación sexual. Una vida familiar cálida y afectuosa es la mayor contribución que los padres pueden hacer a la futura felicidad de sus hijos. Esta es la mejor educación sexual.
En un sentido importante, la educación sexual en las escuelas y en la televisión llega demasiado tarde. Debería tejerse como un hilo a lo largo de toda la educación del niño. No es algo que se pueda hacer rápidamente en una tarde lluviosa. No se puede dar una instrucción significativa a una clase de veinte o treinta alumnos que tienen entre cuarenta y sesenta padres diferentes. Desde un punto de vista médico se ha dicho con mucha razón: «A un niño le resulta extraño que un profesor le cuente cómo son las cosas en casa, o cómo ha crecido dentro de una mamá, mientras ella misma calla al respecto».
Con mayor fuerza, se podrían hacer objeciones similares en contra de la instrucción sexual en la televisión. Su «transparencia» suele ser tan burda que incluso muchos adultos la apagan. Ningún padre debería permitir que sus hijos estuvieran expuestos a tal instrucción.
La educación sexual, como toda educación, es tarea primordial de los padres, una tarea que no se logra llevando al niño «aparte» durante una hora. Esa manera artificial y deliberada tensa la relación padre-hijo. Un niño debe ser instruido de manera natural, según su grado de comprensión.
Una madre de once hijos comentó una vez: «Es como lavarse las manos y cepillarse los dientes. No se lleva a los hijos «aparte» a cierta edad para decirles seriamente que no deben tocarse la nariz y que deben lavarse los dientes todos los días. Lo mismo ocurre con las cuestiones sexuales. Los padres hablan de ello y los hijos lo entienden tanto como su edad les permite. No lo convertimos en un problema».
El enfoque de la sexualidad influye en el resto de la vida. Los niños no deben ser educados como las niñas, ni las niñas como niños.
Los padres no deben permitir que sus hijos pequeños se apeguen excesivamente a papá o mamá, no sea que el apego se convierta en permanente, con tendencias homosexuales. Los padres tampoco deben acariciar excesivamente a sus hijos mayores. Un amor malsano por sí mismo en un adolescente puede dificultarle para dar amor. Y el matrimonio consiste en dar amor.
Puede que en algún momento sea necesario que los padres den a sus hijos un libro para que lo lean y que les digan: «Si tienes alguna duda, ven y pregunta». En este caso también hay que respetar un sano sentido de la vergüenza, sabiendo que en siglos anteriores el exceso de silencio también resultó ser un extremo malsano.
Esto no quiere decir que la gente de la época victoriana —conocida por su mojigatería— estuviera obsesionada con reprimir el sexo. Lo que a nosotros nos parece una represión malsana tuvo lugar, de hecho, en una época en la que todo el mundo trabajaba duro, percibía escasos ingresos y disponía de poco tiempo libre.
Hoy en día, una reacción a la represión provoca un mayor libertinaje sexual. En algunos sectores de la vida pública, en ciertas formas de entretenimiento, literatura, publicidad, cine y televisión, ha desaparecido todo pudor. Por miedo a ser mojigatos, la gente acepta cualquier cosa, diciéndose a sí misma que así es la realidad y que no se puede hacer nada al respecto.
C. S. Lewis, antiguo ateo convertido en cristiano, escribió en una ocasión: «La gente intenta decirnos que la sexualidad se ha convertido en un caos sin remedio porque ha sido reprimida. Sin embargo, en los últimos veinte años no se ha suprimido. Se ha debatido día tras día y, sin embargo, sigue siendo un desastre. Si su supresión hubiera sido la causa de la miseria, su liberación lo habría arreglado todo. Pero no ha sido así. Creo que es al revés. Creo que la humanidad reprimió originalmente la sexualidad porque se había convertido en un caos».
Alguien podría discutir este punto y decir: «Pero la sexualidad no es algo de lo que haya que avergonzarse». Desgraciadamente, hay muchas razones para avergonzarse del estado actual de la sexualidad. No hay razón alguna para avergonzarse de disfrutar de una buena comida. Sin embargo, si la mitad de la humanidad hiciera de la alimentación el principal objetivo de su vida y dedicara gran parte de su tiempo a ver, babeando y relamiéndose, presentaciones cinematográficas acerca del buen comer, habría motivo para avergonzarse. Esto es lo que ha sucedido con el sexo.
La sexualización de la sociedad
Nuestros jóvenes se ven rodeados por una sociedad altamente sexualizada. No debemos tomar a la ligera el efecto de estos estímulos en sus vidas. Aunque una persona haya crecido biológica y sexualmente, no necesariamente es madura espiritualmente, ni capaz de administrar su madurez física.
Si un joven no encuentra ni un solo estímulo sexual, puede que no surja un fuerte impulso sexual, aunque sí una inquietud desconocida. Según el neurólogo J. H. van den Berg, un joven puede crecer completamente asexual hasta pasados los veinte años. Pero esto es imposible en nuestra sociedad occidental, saturada de estímulos sexuales. El problema surge cuando se asume que la madurez acompaña a la excitación sexual. Muchas dificultades sexuales típicamente occidentales se derivan de este dilema.
Otro experto nos asegura: «Los estímulos sexuales que actúan sobre el organismo joven han provocado, ciertamente, una maduración física más precoz». En su opinión, la maduración física se produce hoy unos dos años y medio antes que hace cincuenta años. A este experto le parece incluso probable que el aumento de la estatura también esté relacionado con ello, aunque también contribuyen los alimentos de mejor calidad.
Mientras que la maduración física se produce antes, la espiritual va a la zaga. Los muchos problemas y obstáculos del camino moderno hacia la edad adulta pueden ser culpables de esto.
Aunque madure físicamente, una persona joven rara vez es capaz de contraer un matrimonio responsable. Cuando los «matrimonios universitarios» funcionan como una institución para aliviar las necesidades sexuales, naufragan y fracasan. Por supuesto, también hay matrimonios de estudiantes responsables. Pero la cuestión es que ser universitario no es sinónimo de ser adulto.
Los problemas sexuales no son peculiares de nuestra época y sociedad. Quienes conocen la historia de la decadencia del Imperio Romano saben que la inmoralidad fue especialmente responsable de su caída. A menudo, la propia Biblia nos advierte, apuntando a la inmoralidad como precursora de la caída.
En Colosenses 3:5, el apóstol Pablo habla de «…fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos…», en los que sus lectores andaban antes. De los paganos dice que «…se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza» (Ef 4:19). Especular con toda clase de pasiones inmundas era ya entonces una enorme fuente de ganancias. Ese viejo pecado que envenenó al mundo pagano está muy vivo hoy; la avaricia y la inmundicia siguen siendo secuaces gemelos del diablo.
Pensemos en las miríadas de libros en los que el adulterio se presenta como la cosa más natural del mundo, o se «explica» psicológicamente e incluso se excusa. La satisfacción del impulso sexual, independientemente de cómo y dónde, se presenta como algo tan normal como comer.
¿Cuánta inmundicia se vende hoy en día bajo la apariencia de arte? A veces incluso recibe un premio del gobierno. Los pecados antinaturales se glorifican en libros de bolsillo que se exhiben abiertamente en todas las librerías. Las editoriales ganan fortunas apelando a una malsana curiosidad sexual. El apóstol Pablo dice al respecto: «Mata esa inmundicia; debe morir por el poder de Cristo».
Bajo una superficie «decente» se esconde mucha suciedad. ¿Cuántos estudiantes de secundaria no van por ahí con anticonceptivos? Echar un vistazo a algunos reportes policiales es como estar al borde de un abismo. A menudo sabemos poco de la inmundicia que está envenenando nuestra nación.
Nuestros jóvenes deben aprender a luchar contra esta inmundicia. Los padres no deben temer que sus hijos se rían cuando les hablen de sus inclinaciones erróneas. Después de todo los niños también están infectados por el pecado por la caída de Adán.
La ropa
Parece un poco arriesgado comentar sobre la ropa cuando la moda parece gobernar el mundo. No sugerimos que tengamos alguna posibilidad de cambiar lo que hacen los que carecen de normas bíblicas.
Sin embargo, no debemos olvidar que nuestras niñas en crecimiento tienen mucho que guardar y proteger por amor a Cristo. ¡Por buenas razones se las llama «guardianas de la moralidad»! Muchas jovencitas se visten ingenuamente, sin darse cuenta de cómo su irreflexión puede excitar a los miembros del sexo opuesto.
Alguien dijo una vez que los hombres miran las cosas y a las mujeres para ver más allá de lo visible. Lo que ve lleva al hombre a adivinar lo que hay más allá. La modestia debe expresarse en la vestimenta de la mujer. Sin embargo, aunque el propósito principal de la ropa es cubrir, la ropa no debe tratar de ocultar la diferencia que Dios hizo entre el hombre y la mujer.
La ropa puede servir para realzar y enfatizar la gracia del cuerpo. Nuestra ropa indica nuestra personalidad. Cuando uno es despojado de su ropa —como en los campos de concentración— se siente degradado. En gran medida somos lo que vestimos. La ropa sedosa suele producir una manera de ser sedosa, y un atuendo frívolo puede fomentar un estado de ánimo frívolo.
Por desgracia, la moda femenina tiende a resaltar la forma del cuerpo de la mujer, y se hacen demasiadas concesiones al hombre que intenta «ver más allá de lo visible». Es difícil establecer pautas de moda. En épocas pasadas, incluso enseñar el tobillo se consideraba inadmisible. ¡Mucho ha cambiado! En lugar de una cinta métrica, hay que utilizar la sensibilidad. Una chica que sabe cómo atraer la atención de los hombres de forma fácil y tosca y que se enorgullece de su cuerpo, se rebaja a ser «simplemente femenina».
No es que una mujer deba ocultar su encanto y estar vestida de forma aburrida y pasada de moda. Tal y como la ropa hace al hombre, también hace a la verdadera mujer, que no cederá descaradamente a las miradas atrevidas ni permitirá que su feminidad sea un fenómeno meramente físico. Observará los límites de la Palabra de Dios en cuanto a lo que es bello, puro y saludable.
En lugar de someterse servilmente a la moda imperante, esta mujer elegirá su vestido a conciencia.
Solo un estudio continuo de la Palabra de Dios ayudará a desarrollar la sensibilidad del cristiano para vestirse. Tal sensibilidad le ayudará a uno a encontrar un camino entre lo que es soso y aburrido y lo que es sensacional y desvergonzado.
La música y el baile
La música puede tener una fuerte influencia sobre una persona, para bien o para mal. ¿Por qué antiguamente se enviaba a los soldados a la batalla al son de las trompetas? Los expertos afirman que este tipo de música hace que el cuerpo segregue adrenalina que, al ser absorbida por el torrente sanguíneo, aumenta la agresividad de la persona. Todas las épocas han sabido que la música afecta a las personas. Incluso acompañó al Espíritu de profecía cuando Eliseo convocó a un trovador. Leemos en 2 Reyes 3:15: «Y mientras el tañedor tocaba, la mano de Jehová vino sobre Eliseo». El arpa de David calmó al rey Saúl (1S 16:16).
La música y el ritmo forman una parte importante de la vida. Pensemos en el éxtasis que experimentan las tribus primitivas de la selva cuando danzan al son del sordo palpitar de los tambores. En esos momentos se mezclan el éxtasis religioso y el erótico. Del mismo modo, en la «civilizada sociedad occidental», ciertos tipos de música pueden despertar y estimular. las oscuras pasiones de la sangre. Tal música nos hace pensar que la jungla está reviviendo entre nosotros. Las pasiones pueden llegar a tal punto que la gente destroce cosas en su histeria, y la policía tenga que venir a calmarlas.
La música no es «neutral». Todos los estilos de música —música romántica, música alegre de marcha, música de ballet, música dance— hacen algo. La música sensual cantada por voces trémulas afecta a la sensualidad de una persona.
La música está estrechamente relacionada con la danza. Los ballets se representaban en las antiguas tragedias griegas y en las pantomimas romanas. En los últimos años del imperio, se prohibieron por su carácter a menudo licencioso. El paganismo se ocultaba en estas formas eróticas de cultura; a menudo, Venus y los dioses del amor eran adorados apasionadamente en la danza.
Por supuesto, hay mucha diferencia entre el ballet clásico y las muchas formas del ballet moderno. Los expertos predicen que el ballet del futuro mostrará la influencia de la danza moderna. La danza moderna pretende, sobre todo, glorificar el cuerpo. Los bailarines exponen sus cuerpos sin pudor, presentando lo que es sensual y eróticamente estimulante.
El baile moderno en pareja, aunque no de forma tan evidente, también apela al impulso sexual. La música y el baile juntos hacen que los impulsos elementales de movimiento degeneren en un juego de insinuaciones eróticas que elevan la tensión hasta un punto irresponsable.
Juan Calvino señaló que el baile puede ser una introducción a la fornicación. Un escritor norteamericano de nuestro tiempo escribe: «Ni un solo hombre se atreverá a afirmar que es tan frío y libre de pasión que sus sentimientos sexuales no se vean notablemente estimulados al entrar en estrecho contacto con una mujer, mientras ella está bajo la influencia del baile».
Nuestro objetivo es ilustrar la sexualización de la vida, especialmente evidente en la música y el baile. Las cadenas de televisión se esfuerzan por llevar una abierta sexualidad a nuestros hogares. Que nadie se burle diciendo que solo se trata de un poco más de desnudez en la pantalla. Parte del desarrollo fatal de una sociedad sexualizada es que cada vez se dirigen más estímulos a su gente. Un locutor de radio respondió una vez a un joven que escribió que no le molestaban en absoluto tales estímulos, diciendo: «¡O este joven no es normal o miente!». ¿Era errónea esa respuesta?
Se podría mencionar mucho más que la música. Pensemos en el peligro del consumo excesivo de alcohol y sus consecuencias en materia sexual. Pensemos en la desvergüenza de la ropa de baño, para la que la moda ignora lo simplemente funcional con el fin de producir estilos cada vez más provocativos. Hay que estar ciego para no ver el peligro implícito en la forma en que muchos toman el sol en las playas y se mueven en los campings. En todas estas situaciones, la sexualización de la vida se hace evidente.
La respuesta a las tensiones sexuales
¿Es de extrañar que las tensiones sexuales, que se despiertan de tantas maneras, busquen una salida? No se puede decir que las tensiones que se originan en nuestro interior sean sobre todo puramente fruto de la biología. No, nuestra sociedad se ha sexualizado tanto que difícilmente permitirá que un niño alcance la madurez en la asexualidad. Una persona de cualquier edad se ve abrumada por anuncios sexualmente sugerentes en periódicos y revistas, en vallas publicitarias y quioscos, por la radio y la televisión. Al mismo tiempo, se espera que las personas expresen un deseo excitado en poco o nada; no deben sacar la obvia conclusión y buscar el contacto sexual. Para quienes quieran hacer caso a las Escrituras, solo hay una respuesta a todos estos estímulos sexuales. Las Escrituras prohíben las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Nadie negará que esto crea dificultades particulares para los jóvenes en crecimiento. ¿Cómo deben responder a los estímulos que les llegan? En la práctica, nos dicen los estadísticos, responden con un libertinaje cada vez mayor. No podemos culpar simplemente a los jóvenes, pues, como hemos visto, toda la sociedad occidental contribuye en gran medida a ese libertinaje. Quien conoce lo que dice la Escritura sobre estar en el mundo comprende que un cristiano no debe eludir los muchos problemas e interrogantes que puede plantear la vida en una sociedad sexualizada. Al mismo tiempo, se da cuenta de que la respuesta a este intenso desafío no puede ser, y de hecho no es posible que sea el camino de menor resistencia: ser del mundo y vivir como viven las masas. Es importante recordar esto, no sea que el comportamiento sexual del «mundo» se convierta en nuestra vara de medir el bien y el mal. A veces se utiliza el comportamiento sexual de ciertos animales para proporcionar una vara de medir de lo que los hombres pueden o no hacer a este respecto. Las tendencias «naturales» del hombre se convierten en la última y mayor vara de medir. Pero los creyentes sabrán que los animales no pueden ser la norma y medida para el hombre, ya que Dios ha creado al hombre con el propósito de señorear sobre los animales. Los expertos nos proporcionan material estadístico detallado que muestra cómo reacciona la «persona promedio» a los estímulos sexuales. Tal informe permite a nuestra sociedad afirmar sin vergüenza que su conducta se ajusta a la práctica general y, por tanto, debe ser «normal». Sin embargo, según la Biblia, ni siquiera el hombre puede ser nuestra norma y nuestra vara de medir.
El Informe Kinsey
En 1948, Alfred Kinsey, profesor de zoología, publicó los resultados de sus investigaciones sobre el comportamiento sexual de los hombres y, en 1953, de las mujeres. El comportamiento sexual del hombre quedó ampliamente documentado por primera vez en la historia. Estos informes nos proporcionan los «hechos». Sin embargo, debemos tener cuidado al utilizarlos. ¿Quiénes fueron las personas encuestadas?
Del informe se desprende que el 57% de todos los hombres interrogados recordaban haber cometido determinados actos sexuales antes de la pubertad (la edad de trece años), por ejemplo: abrazar, besar, manipular sus genitales y descubrirlos delante de otros niños. Además, el 85% de los hombres estadounidenses habían mantenido relaciones prematrimoniales, al igual que el 50% de las mujeres. De los encuestados, el 70% parecía haber mantenido relaciones sexuales con prostitutas. El 30-40% de los hombres casados y el 25% de las mujeres casadas aparentemente tenían relaciones extramatrimoniales. Esta investigación también indicó que el 92% de los hombres y el 62% de las mujeres practicaban la masturbación u onanismo.
Un joven sociólogo, buen conocedor de las relaciones entre estudiantes en América, habla de una «avidez sexual» entre la juventud americana. Exceptuando algunos colegios teológicos, difícilmente pudo ver una habitación de algún estudiante sin el poster de una chica pin up colgado en la pared.
Investigaciones más recientes entre 2,100 estudiantes dentro y fuera de América, revelan un aumento de los contactos sexuales en comparación con el Informe Kinsey: Entre los menores de 21 años se produjo un aumento de más del 50%, y entre las estudiantes un aumento del 60%. Los cambios entre las chicas son paralelos a la disminución de los estudiantes que mantienen relaciones sexuales con prostitutas que pasa del 22% al 4%. Las relaciones con compañeros de estudios las han sustituido. La conclusión de la investigación: «La mayoría de los chicos consideraban totalmente aceptables las relaciones sexuales prematrimoniales si ambas partes tenían más de dieciocho años y se consideraban más o menos comprometidas. Las chicas eran más conservadoras. La mayoría de las chicas estaba de acuerdo con el coito antes del matrimonio solo si ambas partes tenían más de veintiún años y estaban ‘oficialmente comprometidas’» (Packard).
Aproximadamente la mitad de los hombres y mujeres encuestados pensaban que el sexo prematrimonial con alguien que no fuera la pareja con la que uno se casa era aceptable. Que la pareja tuviera esa experiencia no molestaría mucho a la mayoría, aunque a un gran número de hombres les molestaría «un poco».
El énfasis en las técnicas de las relaciones sexuales delata un enfoque pragmático de la vida. Mientras se registran los patrones de comportamiento y se recopilan estadísticas, las preguntas sobre la motivación y el propósito pasan a un segundo plano. ¿Existen verdaderas normas sexuales? Muchos estudiantes parecen duros e indiferentes cuando hablan de sus relaciones sexuales. Gran parte de los contactos son puramente sexuales, relaciones impersonales que matan el espíritu. Muchos consumen sexo como una bolsa de caramelos, o alardean de sus muchos contactos íntimos con parejas siempre cambiantes. Hoy en día experimentamos un enfoque fuertemente biológico, en el que el aforismo francés —el amor es el contacto de la piel entre dos personas— se extiende a las partes más sensibles del cuerpo; aquellas partes y aberturas del cuerpo donde se encuentran la piel y las mucosas.
Un enfoque biológico considera la sexualidad como la lujuria por la lujuria. Este enfoque se puede encontrar en gran parte de la literatura que se distribuye a los estudiantes. El enfoque común que leemos en esta literatura es: «Toda norma es discutible; todo es relativo; y lo que se puede o no se puede hacer, lo que se debe o no se debe hacer, en última instancia lo tiene que decidir cada persona por sí misma; pero después de haberlo discutido con los que puedan verse afectados». Según este consejo, todo está permitido «siempre que los afectados no se vuelvan notablemente impedidos o infelices».
«Los chicos van detrás de las chicas, las chicas detrás de los chicos, los chicos detrás de los chicos, las chicas detrás de las mujeres, los hombres detrás de los niños, las mujeres detrás de los niños pequeños… La sexualidad en ciertos casos incluso se desvía del hombre y se centra en visiones o en animales». Todo es posible.
No entraremos ahora en el significado de «no notablemente impedidos». ¿Qué significa, por ejemplo, en el caso de los hombres que persiguen a los niños? Piense en el trauma psicológico infligido a los mismos. ¡Aparentemente se puede hacer cualquier cosa con tal de que la gente «viva»!
Un porcentaje excepcionalmente alto de los encuestados en el Informe Kinsey admitió haberse entregado al «petting»: la estimulación del cuerpo del otro para excitarse sexualmente sin llegar al acto sexual propiamente dicho. El Informe considera que este tipo de caricias es muy «natural». Pero, de hecho, es antinatural y está prohibido por las Escrituras. El «petting» provoca inquietud, mal humor, nerviosismo y la tentación de la masturbación. La mitad de las chicas que admitieron haberlo practicado también admitieron tener trastornos de naturaleza física y espiritual, mientras que el 25% de ellas experimentaron dolores en la ingle.
El juego amoroso con el fin de excitarse sexualmente no es en sí mismo objetable si se reserva para el matrimonio. Aquí encuentra su realización natural y ordenada por Dios en la unión sexual entre marido y mujer. La práctica del petting está en conflicto con la Palabra de Dios y debe considerarse antinatural en el pleno sentido de la palabra.
Un psiquiatra de los Países Bajos observó que muchos estudiantes luchan con estas cuestiones normativas. Señaló que visitan prostitutas con mucha menos frecuencia que en el pasado. Sin embargo, ahora mantienen relaciones sexuales con chicas de su mismo grupo. Lamentablemente, este psiquiatra tiene razón cuando añade lo siguiente a su breve análisis de la situación actual: «El cuasi matrimonio— ya que las parejas impiden el nacimiento de los hijos— es la respuesta a una nueva invitación». Esta invitación dice lo siguiente:
1. El matrimonio es una cuestión sexual.
2. Aquí están nuestras hijas. Mira cómo están vestidas. Observa que están en posesión plena de los órganos esenciales para el matrimonio.
3. Elige a una de ellas; desean ser elegidas.
4. No te cases con ellas.
No te cases. Al mismo tiempo que los tres primeros puntos persiguen el colocar a las hijas en el brazo de los jóvenes, se pospone el matrimonio. ¿No conduce esto a una «relación», a una «aventura», al «acariciarse hasta el clímax», al «matrimonio secreto sin hijos»?
No se trata de una exageración. Cuando la moda hace cada vez más hincapié en el cuerpo, y cuando en los deportes y en el ballet se considera que el físico es lo único importante, los jóvenes sacan conclusiones de esta «instrucción» en la teoría y práctica. Como alguien dijo una vez, se convierten en «consumidores de sexualidad».
Hasta ahora no se ha dicho nada útil sobre los grandes problemas que este flujo constante de estímulos sexuales causa en la vida de los jóvenes solteros. Sí hemos mencionado de pasada algunas «respuestas» que la generación actual da a esa continua provocación sexual. Dichas «respuestas» serán revisadas con el fin de despejar el camino para la respuesta que Dios nos da.
Las relaciones extramaritales
Si podemos creer en las estadísticas, un gran número de jóvenes mantienen relaciones extramatrimoniales. Desgraciadamente, no hay razón para dudar de las mismas, al menos si se aplican a la población media. En una ciudad como Ámsterdam, unos diez mil hombres mantienen relaciones con una prostituta cada noche. En Estados Unidos, el 70% de los hombres interrogados admitieron haber mantenido relaciones de este tipo.
El hecho de que los estudiantes varones visiten menos a las prostitutas puede explicarse por sus relaciones habituales con las estudiantes. Esta práctica parece estar convirtiéndose en una «costumbre» entre los jóvenes de todas las clases y rangos. Para los jóvenes, incluso más que para la generación de más edad, los límites han desaparecido. En Inglaterra hay clubes en los que, tras una noche de juerga, se acepta como normal el contacto más íntimo entre un joven y una joven. «Esa es la costumbre», le dijo un chico de quince años a una chica holandesa que expresó su asombro al respecto.
La Sociedad Holandesa para la Reforma Sexual dirige sus publicaciones casi exclusivamente al aspecto sexual del matrimonio. No se opone a las relaciones extramatrimoniales y distribuye anticonceptivos ampliamente.
En un folleto publicado por dicha Sociedad podemos leer: «Todo ser humano tiene derecho a llevar su vida según los principios a los que se adhiere». Las consecuencias inmediatas que uno saca de esto es que: «La moral imperante… sigue afirmando con demasiada frecuencia que la sexualidad pertenece solo al matrimonio. Como mínimo, esto descuida hablar del comportamiento y la necesidad reales del ser humano medio y, por lo tanto, hace honor a un punto de vista que es científicamente insostenible».
En principio, por tanto, la Sociedad acepta las relaciones sexuales prematrimoniales y extramatrimoniales. Testigo de ello es la instrucción de la Sociedad: «Los padres tienen el deber de instruir a sus hijos e indicarles la manera de evitar un matrimonio forzado».
Quien piense por un momento que esta declaración advierte contra las relaciones sexuales prematrimoniales se engaña, pues la declaración continúa: «Si no estás casada, no hay más salida que buscar tu propia solución para tus sentimientos. Y no creo que ésta resida en la abstención». Por lo tanto, la Sociedad desea «alterar las leyes morales de tal manera que se acepte generalmente una mayor libertad de vida sexual». Se considera que, en esta área, el ser humano es autónomo; es una ley para sí mismo.
Un tercio de los alumbramientos en los hospitales de París en este momento son de madres solteras de todas las clases y estratos. ¿Y cuántas personas han sido instruidas por sociedades como la anteriormente comentada sobre los anticonceptivos más modernos? Se puede hablar con razón de anarquía sexual. Muchos jóvenes buscan incansablemente satisfacer sus pasiones. La unión de los cuerpos no es más que un breve placer mutuo que no vincula en modo alguno a los participantes. Las novelas modernas dejan muy clara esta actitud.
Esta actitud predominante se pregunta: ¿Los deseos no están para ser satisfechos? ¿Los órganos sexuales no están para ser utilizados? ¿No tienen una función? Tales preguntas retóricas constituyen la «razón de ser» de muchas personas y su respuesta a los numerosos estímulos sexuales que les llegan.
Debemos responder a estas preguntas insistiendo en que los deseos sexuales del hombre han sido creados por Dios. Pero, también debemos insistir, la existencia de un deseo no justifica necesariamente su satisfacción, a cualquier precio y en cualquier situación.
Aunque generalmente se respeta en otros ámbitos de la vida, a menudo se olvida este principio cuando se trata de la vida sexual. Por ejemplo, cuando alguien mira el anaquel de una tienda de comestibles y le entra un hambre extrema por lo que ve, no puede razonar: «Esto estimula mi apetito; este deseo existe para ser satisfecho, así que tengo derecho a tomar lo que quiera de lo que se expone». Este tipo de razonamiento no considera los límites y las ordenanzas de Dios para satisfacer este deseo.
Dios dio al deseo sexual un lugar en una relación de amor global. Quien cultive este deseo fuera del matrimonio lo degradará a «mera sensualidad». Desvinculado del matrimonio, el deseo sexual se convierte rápidamente en un instrumento de perturbación y destrucción, de desesperación y dolor. Se convierte en una expresión de intenso egoísmo. Aunque se hable de «hacer» el amor, esto no tiene nada que ver con el verdadero amor. El deseo sexual aislado del matrimonio busca un «cuerpo», no un «ser humano».
Un chico no se toma en serio la niñez de una chica si no puede pasar tiempo con ella sin hacerle saber continuamente que para él ella representa «el sexo opuesto». Cuando la ve principalmente de esta forma, la degrada a ser una «hembra». En ese momento él ya no es un «hombre» sino un «animal macho». Los animales simplemente se aparean. El llamado «amor libre» opera a este nivel.
El «amor libre» no tiene nada que ver con el amor. En realidad, dice: «Exijo algo de ti; no a ti mismamente, sino algo de ti. No tengo tiempo que esperar; lo quiero inmediatamente, sin demora. No me importan las consecuencias, solo me interesa este momento. Te necesito para satisfacer mis deseos. Para mí, tú no eres más que el medio para alcanzar mi objetivo. Rápido, quiero poseerte…».
Esta interpretación de Walter Trobisch describe con agudeza el egoísmo de las relaciones extramatrimoniales. Las relaciones sexuales sin amor son una imitación superficial de lo real, un automatismo animal. Solo con un amor pleno, que abarque todos los ámbitos de la vida, puede desarrollarse plenamente el amor sexual.
Cuando no hay un encuentro de «corazón» durante el contacto corporal, toda la relación se convierte en una caricatura de lo que Dios quiso que fuera la relación sexual.
Hay que decir un «no» rotundo a las relaciones extramatrimoniales. Esto se aplica incluso a las parejas comprometidas que han entregado tentativamente sus corazones el uno al otro. Ningún argumento que se presente para justificar las relaciones prematrimoniales puede sostenerse.
El matrimonio de prueba
Los argumentos a favor de los matrimonios «de prueba» son muy populares hoy en día. Los matrimonios de prueba —pasar noches juntos para ver si una relación permanente sería satisfactoria— suelen acabar en embarazo. Dicho embarazo es prueba de que las relaciones sexuales fueron satisfactorias y fructíferas. Sobre esta base se solemniza el matrimonio. Los argumentos a favor del matrimonio de prueba son los siguientes: «Hay que conocer a una chica antes de casarse con ella, ¿no?». Y, conocerla ¿no incluye las relaciones sexuales? Si quieren casarse, tienen que conocerse a fondo, ¿no es así? Especialmente hoy, cuando se pone tanto énfasis en la importancia de las buenas relaciones sexuales como base para un matrimonio exitoso, muchos piden una «prueba». Quieren evitar matrimonios infelices experimentando de antemano. (Trobisch utilizó la palabra «hilarante» para indicar la inconsistencia de tal razonamiento. Dijo: «Todos los jóvenes que conozco quieren casarse con una ‘virgen’, y sin embargo todos quieren probarlo primero. ¿Quién de ellos que ‘prueba’ a la novia de otro, puede saber, sin embargo, que no ha ocurrido lo mismo con su propia futura esposa?».
El gran error de este razonamiento es que se ha hecho del aspecto sexual el más importante del matrimonio. Dado que muchos de los problemas, distanciamientos y conflictos de un matrimonio se reflejan en una comunión física perturbada, este aspecto amenaza con convertirse en el único que cuenta.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que las dificultades sexuales en el matrimonio rara vez tienen solo una causa física. Suelen ir acompañadas de una causa espiritual. La sexualidad es más que una cuestión de técnica, a pesar de lo que digan los libros. La mera técnica convierte a los cónyuges en «ingenieros del amor», como alguien ha señalado acertadamente. Sin embargo, en el amor verdadero, uno va más allá de sí mismo para buscar a la otra persona.
El amor verdadero es más que un arrebato momentáneo. Si la unión sexual es fruto del amor, entonces el fin del orgasmo no es el fin del gozo, sino que, en la relajación subsiguiente, comienza un amor mayor y más profundo. Si fuese de otra forma, lo que quedaría es un vacío.
El amor verdadero, pues, no puede «probarse». Los que quieren prepararse para el matrimonio deben, ante todo, «sintonizar espiritualmente» el uno con el otro. La felicidad en el matrimonio no depende del conocimiento de técnicas sexuales. Por supuesto, es necesaria una buena información al respecto. Sin embargo, quien mantiene relaciones con una mujer para conocerla olvida que «la mujer» a secas no existe. Cada ser humano tiene su propio misterio. No se llega a conocer a otro a través de un breve contacto físico. Trobisch escribe: «Después de pasar cinco minutos con una chica tras los arbustos —algo que me hace pensar en los animales— no sabes absolutamente nada de ella, nada en el sentido físico y menos aun en el espiritual».
En Génesis 4:1 leemos: «Conoció Adán a su mujer Eva».
A su mujer. No sólo a «la mujer». Un hombre solo puede tener relaciones sexuales con una mujer cuando esta se ha convertido en su esposa en matrimonio. El cuerpo y el alma no pueden separarse.
La mujer experimenta esto con especial intensidad. Ella experimenta una unión física, más que la simple unión de dos cuerpos, en lo más íntimo de su ser. Sólo por esta razón no es posible una «prueba». Los dos se convierten en un solo cuerpo, como dice el apóstol Pablo.
Por eso en Israel un hombre que había seducido a una muchacha también tenía que casarse con ella. No se puede buscar una unión sexual que nos deje libres, porque la esencia misma del sexo es vinculante.
Un matrimonio de prueba no tiene valor entonces, porque sin el poder sustentador del amor, no es real ni genuino. Hay que estar casado para experimentar la verdadera unión física. No importa cuáles sean los argumentos a favor de una «prueba», la unión física real nunca puede conocerse experimentalmente de antemano.
En el matrimonio, la unión física tiene lugar en circunstancias completamente diferentes a las de las relaciones extramatrimoniales. No hay miedo a ser descubierto. No hay miedo a quedarse solo después. No hay miedo a quedarse embarazada. Hay tiempo suficiente para acostumbrarse el uno al otro, para adaptarse y corregirse en el amor verdadero, aceptándose tal como son.
La Escritura advierte contra las relaciones con una mujer «extraña». El hombre que se lanza a aventuras sexuales con todo tipo de mujeres no experimentará lo que pertenece al matrimonio. Trobisch afirma (y con razón): «Si tienes una experiencia sexual con una joven que es digna de ti, entonces le traes daño a ella: si la experiencia es con alguien que no es digna de ti, te traes daño a ti mismo».
La fertilidad
Otro argumento utilizado a favor de las relaciones prematrimoniales es que pueden determinar si el matrimonio puede ser fructífero o no. Solo cuando parece que se van a tener hijos, ha llegado el momento de casarse.
La respuesta a este argumento puede ser corta. Los hijos son y serán siempre un don de Dios. Esto sigue siendo cierto a pesar de todos los conocimientos médicos y humanos. La ciencia médica puede prestar valiosa ayuda a los no fértiles. Pero cuando Dios, en su sabiduría, no concede hijos, el propósito del matrimonio no se ve frustrado, ya que el propósito principal no es la procreación, sino la ayuda y el apoyo mutuo. El matrimonio encuentra su plenitud en la unión amorosa de marido y mujer. Una pareja sin hijos ha sido reservada por el Señor para tareas que no podrían realizar los esposos que han recibido hijos.
A este respecto, hay que señalar que, con el aumento de las relaciones prematrimoniales, aumentan las parejas estériles. Las enfermedades venéreas pueden causar infertilidad tanto en el hombre como en la mujer. La incapacidad de ser madre o padre es una posible consecuencia de la experimentación prematrimonial.
Los expertos señalan con alarma el aumento de las enfermedades venéreas. La salud de las naciones se ve amenazada por ellas. No sólo preocupa el aumento del número de casos, sino también su incidencia entre los más jóvenes. Aunque el aumento global en el periodo 1961-1962 ascendió al 9%, en el grupo de edad de 15-19 años ascendió al 100%. La temprana edad a la que aparecen las enfermedades venéreas nos muestra la precocidad y frecuencia de las relaciones sexuales prematrimoniales en nuestra sociedad.
También hay que mencionar aquí los viajes de vacaciones de hoy en día. ¿Cuántos chicos y chicas no se van de acampada juntos sin acompañantes? ¿Cuántos no han contraído enfermedades venéreas en el extranjero? Según algunos informes, entre el 25 y el 50% lo han hecho. El resultado es un aumento de la infertilidad entre los jóvenes que pronto se casarán.
Hay muchas pruebas que refutan el argumento de que las relaciones prematrimoniales son necesarias para determinar la fertilidad. Precisamente debido a que la generalización de las «relaciones» está aumentando la infertilidad.
La abstinencia
Un tercer argumento que en ocasiones se esgrime para justificar las relaciones prematrimoniales es que la abstinencia es perjudicial. He aquí parte de una carta enviada por un joven a su ministro: «Pero también debe saber que fue el miedo lo que me impulsó a ello. Temía ponerme enfermo por la cantidad de semen que se acumulaba en mi cuerpo. Además, a menudo tengo eyaculaciones nocturnas inducidas por los sueños. Mis amigos me aseguraron que el único remedio para esto era tener una aventura con una chica. ¿Cuál es su opinión al respecto?».
El ministro le señaló, con razón, que nadie ha enfermado nunca a causa de la abstinencia. Las emisiones nocturnas no son un signo de enfermedad, sino del funcionamiento normal del cuerpo. Eso le ocurre a todo joven sexualmente maduro. La abstinencia no es perjudicial. La afirmación de los incrédulos, de que controlar el cuerpo va en contra de la naturaleza y es perjudicial para la salud, no es cierta.
La felicidad y la satisfacción de los deseos, sexuales o de otro tipo, no son cosas idénticas. Eso es algo evidente en todos los ámbitos de la vida. Hoy en día se satisfacen muchos deseos. Las cosas deseables del mundo nunca han estado tan al alcance de todos. Pero ¿ha alcanzado la gente la felicidad al satisfacer sus deseos?
Nunca ha habido tanta gente infeliz e insatisfecha. Nunca ha habido tantos trastornos nerviosos, tantos crímenes, tantos suicidios. La gente tiene un exceso de satisfacción, pero no es realmente feliz. Quienes se oponen a la abstinencia sexual apelando hipócritamente a su nocividad, deberían tomar nota de las consecuencias malsanas de una moral así.
Ya se ha mencionado el aumento de las enfermedades venéreas. Desgraciadamente, la promiscuidad produce daños espirituales mucho mayores. Alguien escribió sobre la situación en Francia —aunque también se aplica a otros lugares—: «Los que disfrutan de la anarquía sexual no están en absoluto satisfechos». Por eso es posible que el péndulo vuelva a oscilar hacia el otro lado.
En la revista francesa Marie France de enero de 1959, hay un artículo con el título (traducido libremente): «¡Escándalo! ¡Impudicia! Estamos hartos de la inmoralidad ¡Viva la moral!». En nombre de los colaboradores de esta revista, todos ellos jóvenes, declaran rebelarse contra todos los libros, películas, canciones, obras de teatro y carteles dominados por el «festín de la sexualidad» y la «caricatura del amor» que intentan superarse mutuamente en desvergüenza. Llama la atención la siguiente afirmación: «Todo se está volviendo aburrido e insípido porque todo está permitido». Quieren que vuelvan a surgir los verdaderos valores, creyendo que, aunque sea mucho más difícil ser fiel a una pareja, es mucho más bello y valioso.
Incluso el libertinaje sexual se vuelve aburrido; romper con la abstinencia no parece ser una «solución». Nunca llegaremos al gozo profundo y real de la vida si cedemos a la sexualidad licenciosa. Aquel que no puede negarse nada a sí mismo y cede a cualquier deseo, no tiene espina dorsal y no es una persona auténtica.
La señal de una verdadera personalidad es el autocontrol, no la autoindulgencia. Quien ha aprendido a negarse a sí mismo descubrirá la belleza de la vida dada por Dios, la belleza incluso de un poder que abarca tanto como el del impulso sexual. Nos convertimos en personas diferentes cuando somos capaces de sacrificarnos, de decir no y abstenernos. Experimentaremos de repente una nueva sensación de libertad.
Para el creyente, ésta es la libertad en Cristo. «Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos» (Gal 5:24). En este contexto, «carne» denota nuestra existencia pecaminosa, y el deseo sexual como tal no debería considerarse pecaminoso. Sin embargo, puesto que nada en el mundo existe «como tal» y puesto que tampoco puedo dejarme llevar por el «poder» de los dones de Dios (1Co 6:12), la gran pregunta es: «¿Dentro de qué marco sitúo el uso de los dones de Dios y la entrega a mis deseos?».
Los deseos creados por Dios se convierten en pasiones erróneas cuando uno se esclaviza a ellos, cuando dominan a la persona y no al revés. El poder sexual también debe ejercerse con responsabilidad. Más que exterminarlo, hay que usarlo dentro de la libertad y la responsabilidad en Jesucristo.
La sexualidad no puede entenderse adecuadamente de forma aislada. Todos los actos de la vida están relacionados entre sí. Si alguien no quiere o no puede controlarse en algún área de su vida, tampoco podrá hacerlo en otras.
Por eso pregunto: «¿Son verdaderamente el estar saludables o el placer físico los objetivos de nuestra vida? ¿Son malos el trabajo agotador del ama de casa, los riesgos científicos del académico, etc. porque pueden ser perjudiciales para el sistema nervioso, el aparato digestivo, y órganos semejantes? ¿De verdad hay que evitar siempre el sacrificio y el esfuerzo, los problemas y el peligro? ¿Es siempre el correcto el camino de menor resistencia? Un verdadero creyente conoce las respuestas, por supuesto, porque Cristo nos ha ordenado a… esforzarnos por entrar».
El esfuerzo es necesario y saludable para los jóvenes; de hecho, los jóvenes sanos no intentan evitarlo. Pero hay que asegurarles que su esfuerzo merece la pena, que tiene un propósito, que es un mandamiento. Puede ser muy difícil controlar los deseos sexuales que afloran en la juventud. Sin embargo, dado que el objetivo es hermoso y el llamado claro, es decir, la unidad total de un hombre y una mujer, el don de la sexualidad debe preservarse.
Cuando la Palabra de Dios habla de nuestras imperfecciones y defectos, enseña que sufriremos derrotas de vez en cuando. Aun el más santo de los hombres tiene solo un pequeño principio de esta nueva obediencia. Esto será discutido con mayor amplitud más adelante.
Si alguien no pelea la buena batalla según los principios de la nueva obediencia, su matrimonio fracasará. Incluso en el matrimonio habrá momentos y períodos en los que la abstinencia será necesaria debido a una enfermedad física o psíquica, o a una separación.
Lejos de ser malsana, la abstinencia favorece la vida y también el verdadero amor a la vida. Una persona que persigue la alegría a cualquier precio, queriendo disfrutar de la vida hasta el fondo, no encuentra nada allí más que escoria. Sin embargo, una persona que es capaz de sacrificarse y abstenerse, no por estas cosas en sí, sino por el llamado de Dios a servirle en todas las facetas de la vida, recibe la verdadera felicidad de la vida: gozo y libertad.
Hasta ahora hemos discutido varios argumentos a favor de las relaciones sexuales extramaritales. Son argumentos que entran en conflicto con la totalidad de las Escrituras y, por lo tanto, no pueden proporcionar el verdadero gozo en la vida.
Podríamos resumir todo esto en un breve y escueto dicho encontrado en alguna parte: La cópula sin comunión es fornicación. En otras palabras, las relaciones sexuales sin la comunión integral del matrimonio son fornicación. Y no es para menos. La Escritura dice: «Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca» (1Co 6: 18). Ante el tribunal de la Escritura, no queda ni una sola defensa para las relaciones sexuales fuera del matrimonio.
La masturbación
Las estadísticas indican que la gente busca otra salida para las tensiones que se acumulan al vivir en una sociedad altamente sexualizada: la masturbación, a veces llamada onanismo.
La palabra onanismo se deriva del pecado de Onán que podemos leer en Génesis 38:9. Onán recibió la orden de Judá, su padre, de casarse con la mujer de su hermano fallecido. El propósito de este matrimonio era engendrar descendencia para su hermano fallecido. Estos hijos serían los herederos legítimos del hermano de Onán. Onán no quiso cumplir con su deber. Aunque no estaba en contra de mantener relaciones sexuales con Tamar, la esposa de su hermano fallecido, impidió el embarazo interrumpiendo el coito para que no pudiera producirse la concepción.
¿Cuál fue su motivo para hacerlo? La Escritura nos lo dice claramente: «Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano».
«Y desagradó en ojos de Jehová lo que hacía, y a él también le quitó la vida» (Gn 38: 10).
El pecado de Onán no fue lo que hoy se entiende por onanismo. El Señor tampoco lo castigó con la muerte por la práctica del coitus interruptus. Si esta fuera la causa de su muerte, sería difícil entender por qué Judá, que tuvo relaciones con su nuera como si fuera una prostituta, fue perdonado. ¿Es, a ojos de Dios, la fornicación un mal menor que el coitus interruptus? Creo que no se juzgó el método utilizado por Onán, sino lo que este quería conseguir: que su hermano no tuviera descendencia. El asunto de la descendencia es, de hecho, el punto de la historia.
Dejemos la historia. Queremos concentrarnos en la masturbación, la «respuesta» a los estímulos y deseos sexuales, según el 92% de los hombres y el 62% de las mujeres interrogados por el Informe Kinsey. Con la masturbación, el clímax del acto sexual —el orgasmo— no se experimenta como parte de la unión corporal entre marido y mujer. Lo que está en juego es una «sexualidad separada».
La masturbación comienza durante la infancia, como respuesta a lo que el niño experimenta al principio como un vago impulso y, al mismo tiempo, una abrumadora sensación física de placer. La masturbación es muy común durante la pubertad, especialmente entre los chicos. No desaparece al finalizar la madurez; se sigue practicando y, según las estadísticas, también entre las personas casadas.
Según un experto, miles de hombres y mujeres experimentan la masturbación como uno de los mayores problemas personales de su vida. Para alguien que se masturba, los sentimientos de culpa pueden ser abrumadores. Una persona solitaria, que se siente replegada sobre sí misma, puede ser incapaz de resistir este impulso.
Mientras que en el pasado la masturbación se presentaba con alarma como el gran mal que causaba la ruina física y espiritual, hoy en día la gente tiende a verla como un juego inocente. Se apresuran a señalar que, al menos, con la masturbación, se liberan tensiones que podrían haber herido a alguien del sexo opuesto. De hecho, no se puede negar que, en comparación con las relaciones sexuales extramatrimoniales, el «prójimo» no se siente en absoluto ofendido ni herido por la masturbación.
Pero la cuestión no queda ahí. Incluso aquellos que no quieren exagerar este pecado deben admitir que divide algo que Dios ha hecho uno. Según las ordenanzas de Dios, el impulso sexual busca la liberación que debe experimentarse en la comunión de amor entre marido y mujer en el matrimonio. La persona no debe buscarse a sí misma, sino al otro. Sin embargo, a través de la masturbación, uno se encierra en sí mismo. Por lo tanto, el regusto que deja es de derrota, de vergüenza, de vacío. No se ha logrado el propósito de la sexualidad: la unión entre marido y mujer que abarque cuerpo y alma. El sexo sin pareja no proporciona la satisfacción verdadera y completa que Dios quiso entregar.
A veces se hace una distinción entre la masturbación que no es provocada por ensoñaciones eróticas, sino que surge como un fuerte impulso físico desde lo más profundo de uno mismo, y la masturbación que surge de cavilaciones eróticas y fantasías sexuales. En el primer caso, la solución que se da es que un impulso puramente físico puede satisfacerse si no ha sido provocado por elucubraciones eróticas. El argumento es el siguiente «Cuando un río está demasiado crecido y amenaza con desbordarse, se recurre a un desbordamiento para evitar inundaciones más graves».
En respuesta, sin embargo, debemos señalar que las tensiones sexuales que llegan a ser demasiado grandes encuentran una salida natural en las emisiones seminales durante el sueño. Además, tal vez no pueda hacerse tal distinción entre una y otra forma de impulso sexual, porque las emisiones nocturnas suelen ir acompañadas de sueños eróticos.
En cualquier caso, está claro que tanto nuestra sociedad sexualizada como el largo período de tiempo que transcurre entre la madurez sexual y el momento del matrimonio son en gran medida responsables del aumento de la masturbación. También por esta razón, nuestros consejos al respecto deben hacerse con misericordia cristiana. Esto significa tener en cuenta todas las circunstancias. Y, según nuestra confesión, incluso el hombre más santo alcanza solo un débil principio de obediencia perfecta.
Esta imperfección se tiene en cuenta con demasiada facilidad cuando se trata del mal uso del tiempo o del dinero. Pero ¿por qué se olvida a menudo cuando se trata del uso del cuerpo? No lo decimos para justificar lo que está mal, sino para situarlo todo en la perspectiva adecuada. Debemos tener en cuenta que todos los dones de Dios deben utilizarse en beneficio y servicio de los demás. Utilizar los dones de Dios para el placer egoísta es pecar contra Dios.
La regla de la obediencia se aplica tanto a los que usan su dinero o su tiempo solo para sí mismos como a los que explotan su sexualidad solo para sí mismos. Dios no dio la sexualidad para ese propósito. Los dones sexuales de Dios deben usarse dentro del matrimonio legal para expresar el amor compartido. Es extraño que los sentimientos de culpa en el área del sexo sean más fuertes que en otras áreas, como si el desperdicio de tiempo y dinero fueran menos malos que el desperdicio de la fuerza sexual.
Nuestra sociedad de consumo desea un máximo de placer por un mínimo de esfuerzo. En este entorno, los jóvenes deben luchar por rechazar la satisfacción barata y fácil de obtener, la satisfacción de todo tipo de deseos. Y si se generaliza la avidez por todo tipo de placeres, el sexo no estará exento.
Romanos 13:14 dice: «No proveáis para los deseos de la carne». Las acciones elementales de la vida, como comer y beber, deben regirse no solo por la necesidad, el gusto y la nutrición, sino también por la moderación y el autocontrol. Hoy en día se ha de levantar acusación contra los cuerpos sobrealimentados, vitaminados y esmeradamente cultivados de los hombres modernos.
Cuando se habla de autoindulgencia, no se debe hablar solo de vida sexual. Quien se excede en sus deseos personales de comer, beber, fumar y holgazanear, ciertamente no controlará sus apetitos sexuales.
Quien señala la maldad de esta última, pero no se opone a complacer otros impulsos físicos, está siendo unilateral y va por mal camino. Olvida que la vida es un todo integrado. Pablo dice que el Reino de Dios no consiste en comer y beber, sino en la justicia, la paz y la alegría por medio del Espíritu Santo (Ro 14:17).
Si alguien cree esto no considerará el cuerpo tan importante como lo hace el mundo moderno. El paganismo moderno se manifiesta en la adoración de la superestrella, el «musculitos» y la chica de calendario. El cuerpo es visto y adorado, cuidado y cultivado sin tener en cuenta su fuente espiritual. Alcanza el atractivo sensual de un animal. En películas y revistas, el cuerpo se exhibe desafiante. El exquisito ornamento de un espíritu tranquilo, que es algo precioso a los ojos de Dios, se olvida cada vez más.
Ciertamente, también se habla de «nobleza espiritual» y de «personalidades fuertes» de forma humanista y esencialmente pagana, dando supuestamente prioridad al «espíritu» sobre el cuerpo. Pero el culto al cuerpo —tan promovido hoy en día y tan atractivo para los jóvenes maduros— es, no obstante, puro paganismo. Hay más belleza que la del cuerpo y más satisfacción que la del placer físico.
La batalla contra el mal de la autocomplacencia debe librarse, pues, en todos los frentes. Solo es posible mediante la fe en Dios, que vino a renovar nuestras vidas. Debemos usar el mundo de Dios con responsabilidad, pero no agotarlo; no hemos de vivir siempre pidiendo más. La moderación y el autocontrol deben marcar la pauta de nuestras vidas.
Cuando un director sindical holandés, visitando a un colega americano en Estados Unidos, le preguntó cuál era el objetivo de las acciones de sus sindicatos, éste le contestó: «Pedimos más y más». Al preguntar el holandés, un tanto desconcertado, cuál sería el objetivo si se cumpliera dicho deseo, la lacónica respuesta fue: «Entonces pediremos aún más».
La cruda honestidad de esta respuesta podría asombrarnos momentáneamente, pero ¿no es éste el objetivo de toda la economía y de la mayoría de los partidos políticos del país? ¿No se está convirtiendo la vida en una cuestión de entrega irreflexiva a los deseos físicos? La vida física empieza a dominarlo todo. Los locales de comida rápida y las máquinas expendedoras automáticas que brotan por todas partes como setas son síntomas de nuestra enfermedad. Para emprender un cambio sano de actitud en el campo del sexo, no debemos desatender estos ámbitos que a primera vista parecen no tener nada que ver con la vida sexual.
Pensemos en los modales en la mesa. Alguien que ataca su comida «como un animal» tendrá problemas para disciplinarse en cualquier ámbito. También podría mencionarse la higiene física. Mantener el cuerpo limpio y puro es una cuestión espiritual. El compromiso sano y creativo con la música, los deportes y la exploración de la naturaleza dirige nuestra mente hacia asuntos que nos alejan de fantasías impuras.
La higiene espiritual es de gran importancia. Debemos ser cuidadosamente críticos cuando leemos libros y revistas, escuchamos música y vemos la televisión. Quien realmente quiera huir de todo lo que puede llevar a fantasías sensuales —y esto solo es posible con la fuerza de Cristo— aprende a controlarse. Se fortalece interiormente, se libera. No se esclaviza a deseos y anhelos tal vez buenos en sí mismos, pero que pueden conducir a excesos nocivos.
Decir no a tiempo es difícil, pero no tanto como decir no cuando ya se ha cedido. Principiis costas decían los romanos, que significa «resistir desde el mismo inicio». Cristo no solo exige que rompamos con todo lo que nos tienta a pecar, sino que también nos da fuerzas para hacer lo que Él exige. Lo que es imposible para el hombre es posible para Dios.
La homosexualidad
Hemos hablado de la masturbación como una respuesta solitaria y perjudicial a los sentimientos sexuales que despiertan los estímulos externos e internos. Otra consecuencia frecuente de la soledad es la homosexualidad. Es lo contrario de la heterosexualidad, en la que los deseos sexuales se dirigen a los miembros del sexo opuesto. Los deseos homosexuales se dirigen hacia los miembros del mismo sexo.
Dentro del ámbito de este libro, será útil tratar este fenómeno, ya que también es un asunto de tensiones sexuales que buscan una salida. Se trata de un problema que afecta a miles de personas. No se puede determinar el número exacto de homosexuales porque muchos se avergüenzan de admitirlo o no se atreven por la reacción, a menudo despiadada, de la sociedad.
La mayoría de los investigadores creen que entre el tres y el cinco por ciento de la sociedad occidental es homosexual. De la población holandesa, esto supondría entre 400,000 y 600,000 hombres y mujeres. Si realizamos más cálculos, de las Gereformeerde Kerken (Iglesias Reformadas), que tienen unos 100,000 miembros, esto significaría aproximadamente de 3,000 a 5,000 miembros. En una congregación de 300 miembros, tendríamos que contar con de nueve a quince homosexuales, si estas estadísticas se pudieran aplicar a las iglesias. Lo que vale para el mundo no vale necesariamente para la Iglesia. Sea como fuere, hay muchas razones para tomarse este asunto en serio, sobre todo porque el notable aumento de la homosexualidad en la sociedad moderna no dejará indemne a la Iglesia.
Esta forma de impulso sexual no es algo que haya surgido recientemente. La Biblia habla de ello. Los hombres de Sodoma querían «conocer» a los ángeles que se alojaban con Lot, creyendo que eran hombres (Gn 19). Querían tener relaciones sexuales con ellos. El Señor en Su ley había ordenado expresamente: «No te echarás con varón como con mujer; es abominación» (Lv 18:22). La Escritura llama a esto pasiones antinaturales, indecorosas e indecentes.
Una teoría sostiene que el juicio cayó tan severamente sobre los hombres de Sodoma porque la homosexualidad que buscaban era una perversión voluntaria; aparentemente eran capaces de tener relaciones con las hijas de Lot. Aunque no tenían inclinaciones homosexuales, buscaban relaciones homosexuales. Esto se condena específicamente tanto aquí como en Romanos 1.
Hay una gran diferencia entre alguien que lucha contra una inclinación homosexual, pero fracasa de vez en cuando, y alguien que busca descaradamente la homosexualidad, aunque tenga una inclinación heterosexual. Tales acciones desvergonzadas, surgidas tal vez de inclinaciones bisexuales, son condenadas en toda la Escritura. La perversidad de tales acciones se señala claramente en 2 Pedro 2:6-8 y Judas versículo 7. La propaganda que hoy apoya las relaciones homosexuales recapitula los pecados de Sodoma que fueron juzgados por Dios.
Sí, dicen otros, pero el mencionado mandamiento de Levítico 18:22 se refiere al culto a la prostitución que se practicaba tanto homosexualmente como heterosexualmente. El culto a la homosexualidad está prohibido, pero no todas las acciones homosexuales lo están. El culto a la prostitución existió en Israel. Sin embargo, leído en su contexto, Levítico 18 trata sobre la regulación de las relaciones sexuales en general. Si solo prohibía el culto a la prostitución, ¿por qué no se dice nada de las relaciones heterosexuales dentro del culto? Las relaciones homosexuales se prohíben tajantemente con la observación: un hombre no puede tener relaciones sexuales con un hombre como se tienen relaciones sexuales con una mujer. La acción se rechaza por ser contraria a la naturaleza. El versículo 23 menciona una forma antinatural paralela de sexualidad: la mujer que tiene relaciones sexuales con un animal comete perversión.
Romanos 1 no puede interpretarse solo como una acusación contra la homosexualidad sectaria. En el mundo de Pablo también existía una homosexualidad más amplia. ¿Cuántos filósofos no tenían una pareja homosexual, a menudo un hombre más joven? Pablo ve en esto su castigo por haber abandonado a Dios, no solo en los templos paganos sino en toda la vida. Pablo califica la homosexualidad de antinatural, tomando como punto de partida a Dios como Creador que unió a marido y mujer en una sola carne.
Estamos de acuerdo con la conclusión de Douma: «Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento expresan su desaprobación de los actos homosexuales. No estamos de acuerdo con aquellos … que, sin embargo, quieren condonar las relaciones homosexuales sobre la base de otras declaraciones bíblicas, a saber, sobre la base del tema del amor». «Esas personas tachan todos los textos de las Escrituras que condenan enérgicamente la homosexualidad y después comienzan a defender la postura contraria. Pero el hecho permanece: Dios permite las relaciones sexuales solo dentro del matrimonio entre marido y mujer».
Mientras tanto, no debemos cerrar los ojos ante las tremendas dificultades que experimentan los homosexuales. A lo largo de los siglos, a menudo han sido tratados como proscritos sin derechos. Un experto ha señalado: «Tanto social como médicamente, tanto pastoral como científicamente, forman un grupo desatendido, tanto colectiva como individualmente».
Los que durante tanto tiempo han sido tratados como parias sociales están empezando a defenderse de la injusticia que se comete con ellos. Se organizan en clubes, publican revistas y preguntan: «¿No tenemos derecho a vivir nuestra sexualidad tal como la conocemos? ¿Por qué nuestro amor es anormal y el de los demás normal?».
Las novelas actuales tienden a retratar la aventura solitaria de los homosexuales como algo legítimo. Los homosexuales exigen el derecho a salir del armario honesta y abiertamente, y que no se les considere «personas antinaturales». Incluso los que no llegan tan lejos experimentan grandes necesidades y una profunda desesperación que la atención pastoral no puede ignorar.
Las preguntas no son: ¿Qué dice nuestra sociedad al respecto? o ¿Qué dicen los afectados al respecto? Más bien son: ¿Qué dice el Evangelio? ¿Qué dice nuestro Dios misericordioso y santo?
Algunos cristianos han intentado no solo luchar contra la antigua injusticia cometida con los homosexuales —un intento que hay que aplaudir—, sino también legalizar esta forma de sexualidad. Hacen una distinción entre la estructura física y psíquica de una persona. Normalmente ambas corren paralelas, es decir, la estructura psíquica del hombre anhela a la mujer, en armonía con su complexión física y sus funciones. Pero es posible que la psique de un hombre sea tal que su sexualidad se dirija a otros hombres.
Si la psique de un hombre hace que las relaciones con el sexo opuesto le resulten repugnantes, ¿qué debe tener prioridad: su estructura física o su estructura psíquica? Se podría concluir que el amor cristiano no exige necesariamente que lo físico se anteponga a lo psíquico. En otras palabras, el hecho de que alguien tenga un cuerpo masculino no significa que esté obligado a expresar amor a un cuerpo femenino, si su naturaleza psíquica le hace desear a los varones. Lo contrario ocurre con las mujeres. El aparente compromiso al que se ha llegado es que, en algunos casos, el contacto homosexual debe consentirse.
Pero esta explicación del problema desgarra la unidad del hombre. El impulso sexual nunca debe dirigirse hacia un mero cuerpo; debe buscar a un semejante como unidad de cuerpo y alma. La Escritura dice claramente: «… varón y hembra los creó [Dios]» (Gn 1:27). Además, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento condenan tales relaciones antinaturales como una abominación. Quien haya tirado por la borda la calificación bíblica de «abominación antinatural» deja de tener una verdadera norma. La simple pregunta sigue siendo: «¿Qué luz arroja la Escritura en mi camino cuando descubro en mí tendencias homosexuales?». Como todos los demás, la persona homosexual es responsable de sus actos.
¿Se nace homosexual o se hace? En cierto sentido, la pregunta es irrelevante, ya que cualquier alteración de la vida en el ámbito de la sexualidad, así como en cualquier otro ámbito, revela nuestra culpa ante Dios, nuestra caída en Adán. Esto se revela diariamente en enfermedades, anormalidades y defectos mentales y físicos. Aunque la homosexualidad fuera una cuestión hereditaria y de nacimiento, la pregunta determinante sigue siendo: «¿Cuál es mi actitud ante esto? ¿Fomento estos sentimientos o lucho contra ellos mediante el poder del Espíritu Santo?».
Casi todos los psiquiatras modernos creen que la homosexualidad no es una característica congénita y hereditaria, sino adquirida y psicopática. No puede compararse con un defecto congénito como el hermafroditismo, una condición en la que las personas tienen órganos reproductores y características sexuales tanto masculinas como femeninas.
No hay rasgos típicos que indiquen homosexualidad. Se da tanto entre boxeadores y atletas como entre hombres con un físico más femenino. La homosexualidad no depende de las hormonas sexuales, ya que éstas pueden influir en la fuerza del deseo sexual, pero no en su dirección.
Un bebé con cuerpo masculino no se convierte automáticamente en un niño con deseos por el sexo opuesto. Lo mismo ocurre con los bebés con cuerpo de mujer. Cada vez está más claro que la forma en que se educa a un niño influye mucho en su desarrollo sexual.
La homosexualidad puede surgir durante la pubertad debido a una timidez exagerada hacia los miembros del sexo opuesto. Se busca entonces el contacto con miembros del mismo sexo y, más tarde, con aquellos de inclinaciones sexuales similares. La homosexualidad masculina puede deberse a la ausencia de una «imagen materna» durante la primera infancia. La imagen paterna se convierte entonces en el objeto.
La hostilidad de una niña hacia su padre puede conducir a veces a una actitud expresada como: «No necesito un marido». El resultado puede ser entonces la homosexualidad, en este caso llamada «lesbianismo».
La separación prolongada entre los sexos también puede dar lugar a la práctica homosexual. Este parece ser el caso en los internados, en los barcos, en los cuarteles y en el ejército en tiempos de guerra. La falta de compañía familiar y el abandono y aislamiento gradual de un niño provocan en él tensiones que, buscando una salida sexual, pueden desembocar en la homosexualidad.
Las personas que viven aisladas durante mucho tiempo sin posibilidad de mantener relaciones heterosexuales pueden incluso recurrir a mantener relaciones sexuales con animales. Se dice que ha ocurrido más de una vez entre pastores. La Escritura advierte contra esto después de haber prohibido la práctica homosexual. En Levítico 18:22 se nos advierte contra esta última y en el versículo 23 leemos: «Ni con ningún animal tendrás ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para ayuntarse con él; es perversión» (Lv 18:23). La homosexualidad cae bajo el mismo epígrafe; es una perversión.
Una persona estará más profundamente implicada en la homosexualidad que otra. Aunque los expertos distinguen entre homosexualidad crónica y ocasional, hay que luchar contra todas las formas. Solo cuando los afligidos aprenden a situar su vida a la luz del Evangelio de Dios y se dan cuenta de que su pecado no es peor que otros ante Dios, puede comenzar la lucha.
Todo lo que se desvía o se opone a las ordenanzas de la creación de Dios nos hace culpables ante Él. Incluso las faltas que no provocamos nosotros mismos muestran cuán quebrantada está nuestra condición caída. Tales faltas incluyen toda clase de perturbaciones y dificultades físicas. No es solo nuestra estructura física, también nuestra estructura mental puede verse deformada como resultado del pecado.
La gran pregunta sigue siendo: «¿Cuál es mi actitud al respecto? ¿Reconozco la homosexualidad como algo desviado, anormal e incluso perverso? ¿Lucho armado con las promesas de Dios y no sólo con mi propio poder?». Esta lucha requerirá más esfuerzo de una persona que de otra, sobre todo de quienes sufren una homosexualidad crónica.
Habrá que utilizar todos los medios disponibles en esta lucha. Un homosexual puede tener que consultar a un psiquiatra. Aquellos que también son creyentes, se inclinarán ante la Palabra de Dios. Aunque la recuperación completa solo es posible en unos pocos casos, el alivio psíquico al lograr el autocontrol será evidente. Dios prohíbe la autoindulgencia desenfrenada tanto para el heterosexual como para el homosexual. Si los solteros deben evitar todo lo que despierte el deseo sexual normal, cuánto más debe ser así para el homosexual y el deseo anormal.
Debe prohibirse la pertenencia a clubes que promuevan la homosexualidad, así como la «desnudez masculina» promovida en todo tipo de publicaciones. Nuestra sociedad sexualizada es tan peligrosa para el homosexual como para el heterosexual.
Las personas con tendencias homosexuales no pueden entablar «amistad» con los jóvenes. Las Escrituras se ensañan contra los violadores de menores. Casi a diario, los periódicos informan de casos de agresiones por parte de homosexuales. Por desgracia, esto arroja una mala luz sobre los muchos que luchan contra su homosexualidad y que nunca agredirían a nadie. Que se estigmatice a todos los homosexuales por lo que hacen algunos de ellos es una de las crueldades de nuestra sociedad.
¿Cómo se sentirían todos los hombres si fueran despreciados porque uno de ellos ha violado a una chica? Pero el público se inclina a juzgar a todos los homosexuales cuando uno ha hecho algo malo. A menudo, el homosexual se ve abocado a la soledad cuando la sociedad descubre, de un modo u otro, que es homosexual. Muchas personas, incluso muchos cristianos, son absolutamente despiadados. Simplemente no es cierto que todo homosexual sea un violador de niños o que se incline por los más jóvenes como sus «amigos». De hecho, pocos homosexuales están involucrados en tal perversidad; los homosexuales cristianos ciertamente no lo están.
De nuevo, el factor determinante en la evaluación de uno mismo debería ser: ¿Qué actitud tengo hacia mis tendencias? ¿Busco formas y medios para luchar contra ellas? Luchar puede significar: «No puedo trabajar allí porque él me hace caer diariamente en la tentación». También puede significar: «El matrimonio no es posible para mí. Mi aversión al contacto corporal con el sexo opuesto socava la esencia del matrimonio: que es una unión físico-espiritual».
Ni que decir tiene que tal abnegación causa mucha angustia y soledad adicionales. Pero hay otros «discapacitados» que no pueden casarse, como los heterosexuales que padecen ciertas enfermedades, defectos físicos o trastornos mentales
El Redentor habló de los eunucos desde el vientre de sus madres; personas no aptas para el matrimonio. Al mismo tiempo, señaló la peculiar tarea que tenían en el Reino de Dios. Los discapacitados homosexuales no pueden sentirse en la desesperación considerándose inferiores; deben seguir atendiendo su tarea en la vida. La falta homosexual no ha sido señalada por Dios como peor que otras. Al fin y al cabo, ¿quién de los hombres es perfecto? Unos tienen defectos en un aspecto y otros en aquél.
Para poner la homosexualidad en su justa perspectiva, debemos darnos cuenta de que nuestras vidas enteras han sido trastornadas por el pecado de Adán. En un mundo de temores y deseos discordantes y enfrentados, resuena fuerte y clara la promesa de que todas las cosas serán restauradas y encontrarán completa unidad en Cristo. En virtud de esta promesa, los homosexuales pueden salir y saldrán de su soledad para cumplir sus tareas como hijos de Dios y miembros de la congregación de Cristo en el mundo hasta su regreso.
Las relaciones chico-chica
Conforme maduran, en los jóvenes se despierta la atracción entre un chico y una chica. Los chicos experimentan estos nacientes anhelos de forma inmediata y activa. En las chicas se expresan en deseos de llamar la atención, de ser deseadas. Así comienza el juego de atraer y repeler, de atraer y resistir.
Durante la pubertad, se desarrolla el amor de cachorro. El amor de cachorro, que es algo que se encuentra entre la inclinación y el amor, sigue sin estar dirigido. La fuerza de atracción entre chicos y chicas sigue siendo vaga y tanteadora. Alguien «se enamora»; es algo que simplemente «le ocurre» a un chico o a una chica.
El amor de cachorro suele despertarse por algo externo. Los chicos se enamoran «perdidamente» de una chica guapa, y las chicas «se vuelven locas» por un chico apuesto y atlético. Al cabo de un tiempo, la emoción puede pasar solo para repetirse con un nuevo objetivo.
Estos sentimientos no surgen y se pasan sin pena y sin dolor. Un corazón joven debe sufrir a veces, pero así se prepara para el amor verdadero. Sin embargo, a diferencia del amor de cachorro, con sus extremos de adoración desbordante y desesperación insondable, el amor verdadero es un amor que elige en silencio. Mientras que el amor de cachorro vaga de uno a otro, el amor verdadero elige a «uno entre mil».
Hay excepciones, por supuesto. A veces, el incipiente y tímido afecto entre un chico y una chica se convierte en un amor para toda la vida. Hay jóvenes que se encuentran muy pronto en la vida y se casan pronto para afrontar la vida juntos. Pero éste no suele ser el caso. Incluso cuando no se trata de un «coqueteo» deliberadamente voluble, la inconstancia del amor de cachorro queda patente en el hecho de que el primer flechazo apasionado casi siempre pasa.
No debemos idealizar este periodo juvenil y luminoso de la vida. Aunque Dios hizo todas las cosas bellas, los jóvenes en la primavera de su vida a veces parecen tener el corazón lleno de perversidad. Por la irreflexión y la frivolidad, un chico puede dañar gravemente el corazón de una chica. La infidelidad y la deshonestidad pueden estropear mucho. Por otra parte, las chicas pueden ser muy crueles atrayendo primero y repeliendo después a los chicos, desafiándoles a cruzar límites que ellas mismas no están dispuestas a traspasar.
El amor juvenil no siempre es un juego inocente, y el coqueteo no es sólo algo por lo que sonreír de buena gana. Los jóvenes no están más exentos de la ley de Dios que los adultos. «El amor no hace mal al prójimo» (Ro 13:10). Los jóvenes son responsables los unos de los otros y del modo en que se tratan. El hábito juvenil de revolotear infielmente de una pareja a otra, puede tomarse venganza durante toda la vida.
Esta advertencia no pretende empañar la belleza de la primavera de la propia vida. Al contrario, sirve para recordar que la seriedad de la buena fe debe ser evidente tanto en las relaciones juveniles como en todas las demás.
El amor de cachorro
Durante el periodo del despertar del amor de cachorro, Dios nos prepara para el amor verdadero. Tales sentimientos no son fáciles de comprender, y sus motivos no están claros. La persona enamorada no puede demostrar ni explicar su amor. No razona ni actúa con lógica, no es «sensato». La persona a la que ama, es la única sin duda alguna.
La persona enamorada escribe poemas que no permite que nadie, excepto el elegido, lea. Su estado de ánimo es contradictorio; no sabe si cantar o gritar de alegría, y termina haciendo ambas cosas. Sin embargo, le gusta la paz y la tranquilidad; contempla la vida con actitud soñadora.
Las personas en este tipo de amor no caminan del brazo. Se toman de las manos o unen los dedos. El amor de cachorro no tolera el contacto corporal; partes periféricas del cuerpo como la oreja, los rizos del cabello, la mano, etc., son de la mayor fascinación. Se define eróticamente una cierta timidez hacia el otro, pero todavía no de forma sexual. Los pensamientos de relaciones sexuales están aún muy lejos. Es el momento de idealizar. Cada uno coloca al otro en un pedestal; cada uno es ciego a muchas cosas y al mismo tiempo sueña con grandes ideales.
Aunque el dicho «el amor es ciego» no es cierto para el amor real, se aplica al amor de cachorros. Es por eso que este período debe pasar. No puede durar indefinidamente. Los jóvenes deben pasar del crepúsculo del amor de cachorros al pleno sol del amor maduro.
Amar es dirigir conscientemente toda la atención a otra persona. Alguien que puede amar simultánea o alternativamente a uno y luego a otro no está listo para el amor verdadero. Es un experimentador, no un amante. Un Don Juan no es un héroe, es más bien un debilucho.
Los jóvenes deben tomar nota de esto, especialmente en un momento en que la asociación entre los sexos es muy libre. Las chicas que se dejan besar por muchos chicos regalan algo precioso. Los chicos que besan a muchas chicas estropean algo delicado y hermoso. La preparación para un buen matrimonio comienza temprano; la tosquedad juvenil puede arruinar mucho.
Se ha señalado correctamente que ya existe un cierto descuido con respecto a la preparación para el matrimonio. Es como si el mandamiento de Dios para el matrimonio excluyera la cuestión de cómo dos se unen. El fracaso de muchos matrimonios puede atribuirse a un fracaso en la relación antes del matrimonio.
La historia de cómo una pareja se une puede ser fascinante, e implicará mucho más que una impresión momentánea o una llama repentina. Quien se casa únicamente sobre la base del amor de cachorro construye sobre la arena. Tal matrimonio es un juego de azar, y las probabilidades son escasas.
En cada elección hecha por dos personas, hay elementos involucrados que no pueden ser juzgados por otros. Así como cada corazón conoce sus propias penas, también conoce su propio amor y motivos para amar. Es una cuestión de libre elección. Entendiéndose y queriéndose el uno al otro, un hombre y una mujer se entregan el uno al otro. Esta decisión refleja más que un deseo de aventura. Los chicos y chicas que quieran dar pasos estables deben tener esto en cuenta.
Es bueno que los chicos y las chicas se conozcan. Una educación que separa los sexos no es buena. Ya se han discutido los peligros de las comunidades aisladas de hombres o mujeres, en las que los excesos homosexuales no son solo imaginarios.
Para prepararse para matrimonios exitosos, los jóvenes y las jóvenes deben tener la oportunidad de conocerse. Deben aprender a estar juntos como amigos sin falsa vergüenza o atrevimiento. Las escuelas mixtas, los mítines y las reuniones bajo un buen liderazgo pueden ayudar a este respecto.
No hay que olvidar que los intereses de los chicos difieren de los de las chicas. Tanto los chicos como las chicas necesitan sus propios clubes. Cuanto más sanos y felices sean chicos los chicos, y chicas las chicas, más probable es que se desarrollen buenas relaciones. Cuando un club de estudio parece atractivo solo por la presencia del sexo opuesto, algo anda mal.
Quien ve a otra persona como una criatura meramente sexual no la toma en serio. Es evidente que los chicos y chicas que miran al sexo opuesto de esta manera no son aceptados por los íntegros. Esto es cierto en la escuela, en las reuniones del club y en las relaciones amistosas simples en los hogares.
El emparejamiento prematuro no es saludable. Alguien dijo una vez: «Guarda tus caricias para tu novia. No se toquen entre sí». Aunque esto puede parecer bastante fuerte, no es un mal consejo. Los niños y las niñas que van juntos no siempre deben aferrarse el uno al otro. A partir de la observación, se concluye que tal consejo es muy necesario. ¿Por qué tantas chicas dan tanta libertad a cualquier chico? ¿Por qué los chicos se apresuran a buscar ese tipo de chica?
Aunque la solución no radica en mantenerlos separados, también se deben enfatizar los peligros de una asociación demasiado libre y suelta. La supervisión sensata por parte de los adultos es absolutamente necesaria porque los jóvenes no son inocentes, puros y castos. Al igual que los adultos, necesitan orar diariamente: «Perdónanos nuestras deudas».
Por lo tanto, deben establecerse límites. Es tonto, e incluso pecaminoso, que los padres permitan que los chicos y las chicas se vayan juntos de vacaciones sin vigilancia. ¿Cuántas vidas jóvenes no han sido arruinadas por esto? La luz del sol se desvanece rápidamente de esas vidas.
Hay algo precioso que vale la pena preservar por parte de los chicos y las chicas, para que el gran misterio del matrimonio cristiano no sea traicionado. Aquellos que observen esto y lo enseñen a los jóvenes serán fundamentales para establecer relaciones sanas que sean estimulantes y enriquecedoras, relaciones que ayudarán a que las vidas de los jóvenes se vuelvan ricas y florecientes.
El matrimonio no es solo una cuestión de «amor a primera vista». Dios dio ese poder especial de primera atracción, de ese primer destello de afecto. Pero es un encuentro, si todo va bien, de dos de los hijos de Dios que merecen más en una pareja que un cuerpo hermoso.
La primera pregunta importante debería ser: ¿Ese chico o chica teme al Señor? Esta pregunta no es la única ni la última, porque el amor conyugal es más que el amor fraternal, sin embargo, el amor fraternal es la base del verdadero amor de un matrimonio.
Nuestros cuerpos son templos de Dios; por lo tanto, uno no puede desear un mero cuerpo, vacío y separado de Dios y Su Espíritu. La Escritura dice: «¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?» (2Co 6:16). Los que no creen en Cristo son templos de Satanás, lo sepan o no. Es por eso que la Palabra de Dios prohíbe los noviazgos y matrimonios mixtos.
Los cortejos mixtos
Ya hemos dicho que «en contraste con el amor de cachorro, el amor verdadero elige con los ojos abiertos y un corazón dedicado. No solo elige un cuerpo, sino una persona». ¿Qué tipo de persona? Si todo es como debe ser, la elección será para uno de los hijos de Dios y, por lo tanto, para Dios. En otras palabras: el verdadero amor se deja conformar voluntariamente a las normas del amor de Dios, a sus mandamientos liberadores.
Quien toma el matrimonio en serio nunca puede divorciarlo de la causa de Dios y de su pueblo. El amor de Dios debe gobernar nuestra vida, nuestro cuerpo y sus deseos.
¿No fue la caída del «primer mundo» el resultado de que los hijos de Dios aplicaran un solo criterio para el matrimonio? Vieron que las hijas de los hombres, de los incrédulos, eran hermosas. Por lo tanto, tomaron la esposa que eligieron de entre ellos (Gn 6:2). El Señor consideró esto tan terrible que «…se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra» (Gn 6:6). Preferiría no haber hecho al hombre antes que verlo separarse de Él, entregando su corazón a otro.
Ciertamente, Dios se entristece cuando los jóvenes de la iglesia, de las personas a las que Dios ha revelado su amor, eligen compañeros que no lo aman. Cualquiera que da su corazón a un incrédulo rompe su fidelidad a Dios. Este pecado hizo que Dios enviara el diluvio para cubrir la tierra. Es un pecado que hace que los celos de Dios se inflamen como un fuego. Ningún compromiso es posible en este sentido; trae destrucción y ruina a la vida de alguien.
Que nadie se engañe con excusas como: este amor es más fuerte que yo; el amor no se puede negar; me abruma; no puedo evitarlo. Este emocionalismo sentimentalmente romántico no es de Dios sino de su oponente. Dar el corazón a un incrédulo es algo que Dios no tolera, porque pisotea el amor de su corazón. La armonía existirá solo cuando demos nuestro corazón a alguien que primero le ha dado su corazón al Señor. Un matrimonio de dos corazones dedicados a Dios será un reflejo del pacto entre Dios y Su pueblo.
Cualquiera que desee a un hombre o mujer en quien el Espíritu Santo no vive por fe, es culpable de idolatría. Sirve a dioses falsos. Nuestro cuerpo, o es un templo de Dios donde mora el Señor, o es un templo de dioses falsos donde reside Satanás. La Escritura no ofrece una tercera posibilidad. Es por eso que Pablo escribe: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?…» (2Co 6:14-16).
Los creyentes, miembros de la iglesia de Cristo, son llamados «luz» y «justicia» porque, dice Pablo: «…Vosotros sois el templo del Dios viviente…» (v. 16). Por lo tanto, quien ama y desea unirse con un incrédulo en matrimonio, intenta unir la luz con las tinieblas; quiere unir el templo de Dios con un templo para los ídolos. Esto el Señor lo prohíbe expresamente.
No es de extrañar que este mandamiento solamente pueda interpretarse de una manera, ya que el matrimonio debe ser la imagen de la unidad entre Cristo y su Iglesia. Esto es imposible en un matrimonio mixto.
Pero aún se podría decir; «Está claro que esto se aplica a los incrédulos; el matrimonio con alguien que no es obviamente un incrédulo es permisible». Entonces señalaríamos Esdras 9. En ese capítulo, Esdras expresó su enojo con respecto a la conexión que se hizo con jóvenes que provenían de personas que afirmaban servir al Señor. «…como vosotros buscamos a vuestro Dios…» (Esd 4:2), gritaron cuando quisieron participar en la construcción del templo de Dios. También hicieron sacrificios al Señor.
Las personas que hablaban de esta manera no eran paganos absolutos. Todavía corría por sus venas una buena cantidad de sangre judía. ¿Qué tipo de personas eran? Eran personas deportadas, traídas a Palestina por un rey asirio. Cuando el reino del norte fue llevado cautivo, el rey de Asiria llenó la tierra deshabitada con otros pueblos que había conquistado.
Estos pueblos no adoraron al Señor al principio. No lo conocían. Sin embargo, cuando fueron invadidos por una plaga de leones, vieron en esto la ira del «Dios de la tierra». Le pidieron al rey de Asiria que enviara un sacerdote de Israel para que les enseñara a adorar a este Dios para que ya no se enojara con ellos.
El sacerdote vino y les enseñó. Pero, trágicamente, era uno de los sacerdotes que habían participado en la adoración falsa de los becerros de oro en Betel y Dan. Los instruyó en la religión de Jeroboam, que había hecho pecar a Israel.
La religión apóstata de Jeroboam continuó practicándose entre las tribus extranjeras que se mezclaron con los israelitas restantes. En el norte y el sur, pequeños grupos pobres de judíos se habían quedado atrás y, a través de matrimonios mixtos, se habían mezclado con los extranjeros recién establecidos. De esta manera surgió una población mixta que adoraba a Dios a la manera de Jeroboam. Podemos leer todo sobre esto en 2 Reyes 17. Estas personas llegaron a ser conocidas como los samaritanos que todavía existían en los días de Jesús. Los samaritanos de los últimos días tampoco alcanzaron la adoración verdadera y legítima, lo cual hizo que Cristo le dijera a la mujer samaritana: «La salvación viene de los judíos» (Jn 4:22).
El Señor prohibió el matrimonio entre jóvenes judíos y samaritanos. Los samaritanos no querían servirle sino según su propia voluntad. La pregunta principal no ha de ser si uno sirve a Dios, sino cómo se le sirve. No es suficiente decir: «¡Mientras no elija a un incrédulo obvio, sino a alguien que cree en un Dios, entonces todo estará bien!» ¡Está lejos de estar bien! Eso es lo que también dijeron los samaritanos. Pero Esdras los rechazó, y siglos después, Cristo también rechazó su adoración.
Hoy también son muchas las personas que sirven al Señor de la forma que les place. Lo que cuenta, dicen, es que le sirvas. Después de todo, estamos buscando al mismo Dios. Dios da a conocer cómo quiere ser servido. Cuando un cónyuge se vuelve más importante que la cuestión de cómo Dios quiere ser servido, entonces una cara bonita, una figura atractiva, un corazón amable o un carácter noble, se vuelve más importante que la fidelidad a Dios.
Cuando uno cambia de iglesia por un joven o una joven con la misma facilidad que se cambia un repartidor, está actuando deliberadamente. Nadie afirmaría que tal cambio es el resultado de un amor ardiente por Dios y su servicio. Cuando una persona entrega su corazón a otro ser humano en lugar de a Dios, comete adulterio contra Dios. Su matrimonio se solemniza en el pecado de Jeroboam: la propia voluntad.
Si alguien está seguro de que Dios debe ser adorado de una manera particular y conforme a una iglesia, pero pierde esa convicción cuando un hombre o una mujer de una fe diferente entra en escena, entonces debe darse cuenta de que ha cambiado simplemente por un ser humano.
Ni siquiera estamos discutiendo la legitimidad de la convicción inicial, pero insistimos: todo lo que no se hace por fe es pecado. Si la primera pregunta no es «¿Qué pide de mí el Señor?» sino «¿qué nos conviene más?» uno está al borde del desastre. La indiferencia y la laxitud serán lo que vaya después cuando la fidelidad a Dios se ha sacrificado por la fidelidad hacia una persona. Dios es un Dios celoso; no tolerará que un corazón se encienda en llamas por alguien más que por Él.
Si tan solo supiéramos cuánta miseria ha resultado de los matrimonios en los que uno de los cónyuges ha cambiado de iglesia sin convicción por causa del otro… Tanto la pareja involucrada como su vida en la iglesia se ven afectadas. Generaciones enteras se vuelven apáticas acerca de la adoración pura de Dios. Los hijos de tales matrimonios a menudo le dan la espalda a la iglesia.
En mi ministerio he sido testigo de esta desgracia. Personas mayores han venido a mí diciendo honestamente: «Nunca deberíamos haber comenzado de la manera en que lo hicimos. Nuestra vida ha sido un infierno porque la alienación espiritual se hizo cada vez mayor».
Quien diga con optimismo juvenil, «No puede ser tan malo. Después de todo, ambos queremos servir a Dios y no es tan importante cómo lo hacemos», cae en el mismo pecado que los judíos durante el tiempo de Esdras. El comienzo de tal matrimonio es la infidelidad hacia Dios, que pide todo nuestro corazón. A menudo, estos matrimonios terminan reprochándose a sí mismos: «Ojalá nunca hubiéramos comenzado con eso».
Sin embargo, Dios es misericordioso. Muchos han aprendido a decir: «Comenzamos por el camino equivocado, pero a través de la misericordia de Dios hemos podido reconocer y superar nuestra culpa». Sin embargo, no podemos tentar la misericordia de Dios.
¿Por qué tantos jóvenes buscan relaciones en otras iglesias o en algo que no es una iglesia en absoluto? ¿Por qué solo están interesados en el encanto y el atractivo y no preguntan en primer lugar: «¿Queremos nosotros, libres de egoísmo, servir al Señor de acuerdo con su Palabra?» Mucho conflicto y dolor aflige a las familias que no buscan de todo corazón el camino del Señor. Puede resultar en el distanciamiento entre padres e hijo.
Eso no quiere decir que nadie de fuera de la iglesia puede convertirse en un miembro sincero de ella. Rut, la moabita, a quien un joven judío llamado Quelión tomó por esposa a pesar de la ley de Dios, es ejemplo de esto. Ella eligió el pueblo de Dios y se le permitió convertirse en un antepasado de Cristo.
Pero sería desafortunado concluir de esta historia que nuestra elección de un cónyuge no es tan importante después de todo. Miren cómo Dios trató a Mahlón, Quelión y su padre en Moab. Allí murieron tratando de escapar de la muerte que los había amenazado en Canaán.
Aquellos que no se aseguran de que su futuro cónyuge haya entregado su corazón a Dios, aman a ese cónyuge más que a Dios mismo. De ellos Cristo dice: «No son dignos de Mí» A los que dicen que estas exigencias son imposibles porque el amor es por naturaleza espontáneo y abrumador, les decimos: el amor de Dios supera todo entendimiento. La pregunta que han de hacerse debe ser: ¿Cómo puedo amar a alguien que no ama a Dios o no le sirve de acuerdo con su Palabra?
No es un asunto de poca importancia. En una ocasión, cuando Dios vio cómo sus hijos se ligaban con entusiasmo a aquellos que no le temían, se afligió de haber hecho al hombre. Los jóvenes que se preparan para el matrimonio deben tomar esto en serio. Que Dios nunca diga que está afligido de haber hecho a esa joven y ese joven porque le están dando la espalda en su elección de pareja matrimonial y estilo de vida. Si Dios mismo no lo impide, la persona íntimamente unida a un incrédulo puede verse alejada para siempre del amor de Dios que está en Jesucristo.
El compromiso
El período de compromiso es una preparación muy importante para el matrimonio. A diferencia del «amor de cachorro», que puede ser tan transitorio, el compromiso es una elección consciente y de por vida por una pareja. Se hacen promesas mutuas de fidelidad. Durante el compromiso, los compañeros se conocen más a fondo; su relación se vuelve más profunda, más intensificada y más consciente.
Ciertamente, la forma en que dos jóvenes se encuentran varía mucho. El amor duradero puede comenzar con una relación de la infancia o una amistad que se profundiza y cambia. También puede brotar del amor a primera vista, como canta el Cantar de los Cantares de Salomón: «Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía; has apresado mi corazón con uno de tus ojos» (4:9). Por incomprensible que esto pueda ser para algunos, el amor consciente puede comenzar de esta manera.
Antes del compromiso, la pareja se conoce bien; el afecto ya ha madurado en amor. El amor no es ciego. Ya saben que implica mucho más que salir juntos a dar paseos o asistir a conciertos. El período de compromiso es tan importante porque se trata nada menos que de prepararse para el matrimonio con una persona en particular.
El verdadero amor no es romántico, ni busca un ideal en otra persona. Un ideal es duro, severo, cruel y tensa la relación, porque la persona idealizada debe tratar constantemente de ser lo imposible. Aquellos que buscan el esposo ideal o la esposa ideal en su futuro cónyuge imponen demandas despiadadas. El esposo o esposa de sus sueños no existe. Cuando comienzan a comparar a un futuro cónyuge con el ídolo de sus sueños, se encuentran con una desilusión tras otra.
El amor todo lo vence, todo lo cubre, todo lo soporta, todo lo espera. El amor ve con agudeza, y por tanto ve los errores y las deficiencias. Pero no se acobarda ni se aparta. Los idealistas decepcionados y los críticos malintencionados sí que se dan la vuelta. Se alejan amargados y decepcionados, tal vez con burlas desdeñosas, pero el amor se mantiene firme, porque las muchas aguas, incluso las de la decepción, no pueden extinguir el amor verdadero. Dos personas se aman no a pesar de sus defectos y debilidades, sino con ellos.
Ahí radica la diferencia entre el amor y la amistad. Durante el compromiso se hace la preparación para una relación en la que todo se comparte: iglesia y fe, trabajo y vacaciones, arte y relajación, luchas y preocupaciones, pecados y tentaciones.
En una amistad, las personas comparten cosas como pasatiempos, intereses o actitudes hacia la vida. Tienen algo en común. Sin embargo, dos personas comprometidas dicen: «Somos el uno para el otro y somos inseparables. Yo soy para ti y tú eres para mí». Comienzan a descubrir más y más el uno del otro. No tienen (ni deben) fingir, ser más amables de lo que realmente son. Fingir nunca funciona. Uno puede ser capaz de colocar un frente estrecho y artificial por un tiempo, pero a medida que se desarrolla la relación, el frente colapsa.
En la mayoría de los aspectos de la vida, en las relaciones con los demás, en la profesión y en el trabajo, no podemos ser nosotros mismos todo el tiempo. Hay que tener en cuenta demasiados factores. Sin embargo, en un buen compromiso, todos los factores inhibidores desaparecen y dos personas pueden aceptarse como realmente son.
El compromiso es más que un período de prueba. Uno no se compromete sin obligaciones; por lo tanto, dos jóvenes no deberían comprometerse demasiado rápido. Su compromiso debe ir precedido de un tiempo para conocerse. Ambos deben convencerse en sus corazones de que están destinados y son adecuados el uno para el otro.
Surge la pregunta: «¿Cómo sé que esa persona es para mí?». Podrían mencionarse muchos criterios y estándares. Pero una persona ajena no puede dar la respuesta definitiva a esta pregunta. También hay que recordar que esta pareja elegida no es la única persona en el mundo con la que es posible un buen noviazgo. La idea de que solo una persona en todo el mundo es adecuada para otra surge de un idealismo insensato que pertenece más a las actitudes del amor efusivo de cachorro que al amor verdadero. ¿No ocurre a veces que una persona tiene dificultades para elegir entre dos parejas? Lo especial del amor que lleva al compromiso, es que la elección final se hace con todo el corazón por una persona concreta. Durante el noviazgo, esta elección se confirma.
Ya hemos señalado que en los países orientales los padres suelen encontrar una pareja adecuada para sus hijos. Aunque a menudo se consulta al joven sobre su preferencia de pareja, son los padres quienes hacen la elección final.
En el Occidente contemporáneo ocurre lo contrario. Si dos jóvenes «tienen sentimientos el uno por el otro», ay de los padres que quieran decir algo en contra. Reina el individualismo, un individualismo en el que solo se tienen en cuenta los propios impulsos y deseos. La elección se realiza de forma absolutamente autónoma. Pero la libertad ilimitada nunca es buena.
¿Cuántos matrimonios fracasan porque se basan en un impulso o un sentimiento que no dura? En mi opinión, las desventajas de que los padres elijan la pareja matrimonial de un hijo o una hija —por mucho que rechacemos este modo de elección— no suelen ser mayores que las elecciones individuales impulsivas y voluntarias. Es por una buena razón que el formulario matrimonial establece: «… con el conocimiento y consentimiento de los padres o tutores…»
Recordemos a este respecto el matrimonio entre Isaac y Rebeca. La elección de la novia se hizo completamente sin la participación de Isaac. Rebeca vino a él como una completa extraña. ¿Qué leemos entonces? «Y la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó» (Gn 24:67). Los matrimonios concertados pueden conducir al amor. En los países donde los matrimonios son arreglados, ciertamente no todas las parejas están infelizmente casadas; por otro lado, en las naciones occidentales donde hay libre elección para el matrimonio, hay muchos que son infelices en ellos. Una vez leí el siguiente comentario de un hombre de la India a un europeo: «Usted se casa con la chica que ama. Nosotros amamos a la mujer con la que nos casamos».
Como ya se ha dicho, debemos tener cuidado no sea que un concepto sentimental del amor nos lleve a contraer un compromiso. En ese clima pueden surgir preguntas como: «¿Cómo puedo asegurarme de que se trata de un amor seguro e imperecedero? ¿Cómo puedo saber que no hay otra persona con la que podría haberme casado igual de bien?».
El factor decisivo es el amor, el amor bien entendido. Compromiso significa: «Estoy atado a esta elección; me ato a ella». El amor se basa en la fidelidad. Por eso hablamos del «elegido» de alguien. De entre muchas parejas potenciales, elige conscientemente a una persona para toda la vida. Lo hace con el corazón, es decir, con el centro de la vida del que procede todo lo demás. Dos corazones se dirigen el uno hacia el otro; dos seres vivos se encuentran y uniendo sus manos, se hacen promesas para toda la vida.
Tensiones durante el noviazgo
Dado que cada persona tiene su propio carácter y disposición, durante el noviazgo se desarrollarán ciertas tensiones. Son dos personas que han de crecer en el acercamiento mutuo. Llegarán a conocer sus peculiaridades, limitaciones, parcialidades, carencias y defectos. Eso es bueno porque tendrán que aceptarse y quererse tal como son, como personas de carne y hueso a las que nada humano resulta extraño. Conocerse así es bueno, porque el amor se probará a sí mismo superando defectos y carencias. Naturalmente, no amarán los defectos del otro, pero se amarán, con sus defectos incluidos. Se sienten responsables el uno del otro precisamente porque quieren recorrer juntos la vida.
El matrimonio con frecuencia se presenta a los jóvenes de una manera radicalmente distinta. El simple hecho de «encontrarse el uno al otro» proporciona finales felices para películas y libros. Ahí acaban las historias. En realidad, es ahí donde empieza la historia. La gente sueña con una felicidad conyugal imperturbable. Seguramente han visto vidas infelices; quizá ni siquiera el matrimonio de sus propios padres fue dichoso, pero la convicción permanece: «Lo haremos mejor; nuestro matrimonio será perfectamente feliz».
¿Quién querría decir algo en contra de esta seria resolución? ¿No es una de las cosas más emocionantes y hermosas de todo noviazgo que se desarrolle una intimidad en la que los dos se envuelven completamente el uno en el otro? Cuántas cartas de amor se escriben y cuán ansiosamente se esperan las respuestas. Cuán dolorosa se hace la despedida, y cuán fuerte es el anhelo de volver a verse. La pareja es feliz, soñando con el tiempo dorado que vendrá. El Señor, que ha hecho bellas todas las cosas, proporciona esta rica primavera de la vida.
Sin embargo, pocos jóvenes consideran el matrimonio para toda la vida como un don de Dios, ni mucho menos un mandamiento. En nuestra época de prosperidad sobresaturada, este pensamiento es impopular. Hoy en día, cada vez más matrimonios acaban en divorcio. En parte, esto se debe a que se subestiman los peligros que amenazan a todo matrimonio: egoísmo, amor al placer, falta de abnegación, falta de voluntad de sacrificio.
Aunque la pareja haya discutido a fondo su futuro, tendrá que tener en cuenta que el futuro no está en sus manos. Pueden surgir problemas imprevistos. Una persona de veinte años ve la vida de forma diferente a una de cuarenta.
Cuando surjan dificultades ineludibles, muchas preguntas exigirán respuestas. ¿En qué se basa el matrimonio? ¿Se basa en un amor que puede enfriarse, en unos intereses que pueden cambiar? ¿Cómo reaccionará cada miembro de la pareja ante nuevas pruebas, ante la enfermedad y la falta de hijos, o ante la prosperidad? ¿Hay alguna garantía humana de que la felicidad pueda durar? ¿No es el matrimonio un gran riesgo?
¿Deben dos jóvenes enfrentarse a un matrimonio lleno de incertidumbre? De hecho, si no se aceptan mutuamente «de la mano de Dios» y si sus promesas mutuas de fidelidad no descansan en las promesas que Dios les ha hecho, no puede existir certeza.
El único camino seguro es aventurarse juntos con la fuerza de las promesas de Dios. El futuro no tiene promesas si ambas personas no han dicho primero «sí» a las promesas de Dios. En realidad, nadie debería comprometerse hasta haber profesado primero su fe ante Dios y su congregación. Sólo una vida dedicada al servicio de Dios puede dedicarse al servicio del marido o a la mujer, solo esta puede ser una vida en la que ambos se sirvan mutuamente con amor (Gal 5) Quien esté decidido a vivir para obtener el máximo de placer y felicidad sin tener en cuenta las necesidades de su pareja, no debería casarse. Al fin y al cabo, la primera regla del matrimonio es agradar a Dios y al prójimo: y el prójimo más cercano, es el cónyuge.
El noviazgo es un periodo de «salir de uno mismo» y de buscar al otro; es un tiempo de aprender a negarse uno mismo por amor al otro. Es un periodo de prueba. Implica una obligación, ya que los dos deben tener la intención de aceptarse mutuamente para toda la vida. Sin embargo, se ponen a prueba para llegar a un acuerdo duradero ante Dios.
Escribirse cartas puede ser de gran ayuda para el entendimiento mutuo. A menudo es más fácil escribir algo sincero que expresarlo verbalmente. También es bueno que los novios se separen de vez en cuando. La tristeza de la separación puede ser formativa. Mientras están separados, se hará evidente si sus corazones se dirigen el uno al otro y continúan haciéndolo. Si se dan cuenta de que dependen el uno del otro, empezarán a reflexionar sobre por qué se necesitan y cuál es la causa de su anhelo.
Por supuesto, las personas no pueden conocerse sólo a través de cartas. Deben encontrarse regularmente en diversas situaciones y de buen y mal humor. Deben hablar de sus problemas y sentimientos para aprender el uno del otro. Dos jóvenes deben ser capaces de entenderse cuando hablan. Por otra parte, deben ser capaces de estar cómodamente en silencio juntos.
Lo más probable es que durante el compromiso se produzcan choques. A veces pueden surgir altercados por asuntos tan triviales que los cónyuges se reirán de ellos más tarde. Las parejas que nunca se han peleado deberían preguntarse si uno de los dos no ha sido demasiado complaciente o demasiado dominante.
Una pareja debe saber lo que puede esperar el uno del otro. Uno de los miembros de la pareja no debe ser dominante mientras el otro permanece pasivo. Es importante que después de un conflicto los dos puedan reconciliarse de verdad. Ambos deben estar dispuestos a decir la primera palabra hacia la reconciliación, rebajarse. deseando «someterse el uno al otro».
Muy a menudo, dos personalidades contrastadas se atraen mutuamente, lo que hace que la tarea de adaptarse el uno al otro sea todo un desafío. Cada uno tendrá que aprender a aceptar los puntos débiles y fuertes del carácter del otro. Si a cada uno le molestan constantemente las debilidades y carencias del otro, probablemente la relación deba darse por terminada. Aunque es posible ignorar algunas irritaciones en el ámbito del encanto físico y las caricias, esa dichosa ignorancia no puede continuar. El secreto del amor verdadero es que dos personas se acepten de todo corazón.
A medida que la pareja envejece, se desarrolla un intenso interés por el trabajo y el entorno del otro. Quien no se interesa en absoluto por el trabajo, los estudios, los ideales o los planes de su pareja, no puede esperar acercarse a ella. Quien no desee discutir a fondo la vida y los pensamientos de su pareja, no podrá ser una ayuda para el otro en el matrimonio. Cuando sólo hay un enamoramiento físico con caricias y ternura, no hay una aceptación real del otro como ser humano que vive en todas las esferas de la vida.
El compromiso es tan importante porque da a la pareja la oportunidad de hablar de lo que les mueve, de lo que esperan y quieren hacer de su trabajo y de su futuro. Al fin y al cabo, juntos se dirigen hacia una comunión vital que lo abarca todo.
Los antecedentes culturales
El estilo de vida que elijan los novios será crucial para su matrimonio. Hoy en día, las diferencias de clase no significan tanto como en el pasado. Sin embargo, la edad, la situación profesional y la educación desempeñan un papel importante. Un matrimonio que reúne diferentes expectativas de niveles de vida puede convertirse en fuente de muchas dificultades. El matrimonio es la convivencia diaria; por lo tanto, cuando la primera ráfaga de intensidad ha pasado, las diferencias cotidianas empiezan a desempeñar un papel más importante.
Es importante, pues, que ambos se familiaricen con la familia, los parientes y los amigos del otro. Se relacionarán con estas personas durante un largo tiempo. Si no existe la firme intención de aceptarse mutuamente en estos aspectos, pueden surgir tensiones tremendas. Nadie puede desvincularse completamente de su pasado. Cuanto más tiempo se esté casado, más evidente se hará esto. Los novios a veces actúan como si pudieran vivir simplemente el uno para el otro y no tuvieran nada que ver con nadie ni con nada más. Sin embargo, pronto tendrán que enfrentarse a la realidad.
Por otra parte, es un error casarse con alguien por su condición o ascendencia. Quien se casa por esas razones no expresa más amor que quien se casa sólo para satisfacer sus deseos sexuales, para sentirse seguro o para enriquecerse. En todos estos casos, la otra persona se convierte en un objetivo o en un medio para alcanzar un fin. Eso es lo contrario del verdadero amor, que fomenta la comprensión mutua, la entrega al otro y el deseo tanto espiritual como físico. Quien desea a su pareja sólo físicamente degrada el matrimonio a actos de consumo sexual.
Por otra parte, quien sólo desea la comunión espiritual lesiona también la esencia del matrimonio, ya que éste es una comunión físico-espiritual. Si los novios ya no se sienten cautivados por la imagen del otro o si los besos y las caricias les resultan repugnantes, no están preparados para servirse totalmente el uno al otro. Un matrimonio sobre tales bases no puede ser solemnizado. No deben aferrarse el uno al otro por lástima o simpatía, ya que un matrimonio sano no puede construirse sobre esos cimientos.
¿Puede romperse un compromiso?
¿Pueden romperse las promesas de fidelidad de una pareja? ¿Pueden romper su compromiso? El simple hecho de plantearse estas preguntas demuestra preocupación cristiana. Hoy en día, los noviazgos suelen romperse al poco tiempo, pero los cristianos deberían darse cuenta de que todo noviazgo ha de ser algo más que «simplemente intentarlo». La pareja se junta con la firme intención de unirse para toda la vida.
Los jóvenes no deben comprometerse demasiado deprisa, porque el compromiso es un acto público, un reconocimiento ante Dios y su pueblo de «prometer fidelidad con vistas al matrimonio». Si el acto se hace correctamente, se pide y se da el apoyo de los padres, para significar que a través de la unión de dos personas sus familias se unirán también. Este hecho no debe minimizarse. La regla debe ser entonces que los que han prometido ser fieles el uno al otro, no pueden romper esta promesa.
Si surgen tensiones entre la pareja debido a sus diferentes personalidades, la ruptura del compromiso no debe mencionarse precipitadamente porque el amor se construye de fidelidad. Se edifica sobre una conciencia de responsabilidad que no depende de sentimientos eróticos y deleites momentáneos. La pareja debe darse cuenta de que está unida por Dios.
Por tanto, sería insensato romper un compromiso simplemente porque no se cumplen todas las expectativas. Las personas ideales no existen, y no hay en la tierra matrimonio perfecto. Durante el noviazgo, mientras dos personas aprenden a conocerse mejor, pueden aprender a ser pacientes con las debilidades y defectos del otro. Los que rompen el compromiso por cualquier dificultad o defecto serán cada vez más incapaces de amar de verdad, y finalmente no podrán encontrar el amor verdadero en ninguna parte.
Pero, por otra parte, el compromiso no es un matrimonio. Es la preparación deliberada para el matrimonio con una persona concreta. En algunos casos, el proceso de unificación dura años. Por eso, por regla general, el noviazgo no debe ser demasiado breve. Los que se casan poco después de haberse conocido sólo empezarán en el matrimonio lo que se debería haber hecho antes; es decir, conocerse a fondo. Un matrimonio precipitado puede tener amargas consecuencias.
Aunque sea abrumador, el amor de una pareja necesita tiempo para madurar y tomar forma. Las estadísticas estadounidenses indican que, en los matrimonios más exitosos, los cónyuges se conocían desde hacía años. Nadie debe lanzarse de cabeza al matrimonio.
Lo más importante en un compromiso debe ser un deseo definido de casarse y una intención sincera de permanecer fiel. Sin embargo, como vivimos en un mundo imperfecto, puede ocurrir que uno de los cónyuges repela al otro a medida que su contacto se intensifica y su relación se hace más regular.
El matrimonio se ha dado para que dos personas puedan cumplir juntas la tarea de vida que Dios les ha encomendado. Durante el noviazgo puede resultar evidente que este objetivo es imposible; tal vez uno de los cónyuges no anhele al otro ni física ni espiritualmente, ni quiera entregarse por completo al otro. La comprensión de que su matrimonio puede obstaculizar su servicio a Dios puede llegar a la pareja después de que ambos hayan hecho sinceramente todo lo posible por permanecer juntos.
Sinceramente ante el Señor, que pone a prueba el corazón y la mente, puede que ambos cónyuges tengan que admitir: «No podemos ayudarnos mutuamente en la tarea que Dios nos ha encomendado; más bien seríamos un estorbo el uno para el otro». Una vez sus ojos se han abierto a este hecho, continuar con los planes matrimoniales sería imprudente.
Algunos compromisos se rompen con demasiada rapidez y crueldad. Sin embargo, no es cierto que un compromiso no pueda romperse nunca. La guía de Dios es decisiva también en este caso. Quien se detiene a mitad de camino, se equivoca sólo a medias.
Al mismo tiempo, una persona debe pensar profundamente cuando se compromete. No es algo que deba suceder en un arrebato de amor. Todo compromiso debe ir precedido de un tiempo de mutuo conocimiento, lo suficientemente largo como para que la pareja pueda decir con convicción: «Sí, somos el uno para el otro; nos elegimos mutuamente; que el Señor confirme nuestra intención».
Una vez más, el compromiso o noviazgo no es el matrimonio en sí. En circunstancias excepcionales, la pareja debe admitir con dolor que no funcionará. Confiesan que han hecho todo lo posible por mantener su promesa inicial, pero que, conociéndose más íntimamente, descubren que no pueden cumplir juntos el mandato del matrimonio. Es la visión bíblica del matrimonio, y no su propio idealismo, lo que debe guiarles en esta decisión.
¿Somos adecuados el uno para el otro?
Nadie negará que puede haber muchas incertidumbres, dudas y vacilaciones durante el noviazgo. Puede haber momentos en los que uno se encuentre en la encrucijada de preguntarse: ¿debemos romper o no? Es precisamente entonces cuando hay que tener en cuenta el consejo de Santiago 1:5: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada».
En tal situación será necesario ser sinceros unos con otros sobre nuestros motivos y nuestra sinceridad para con el Señor. ¿No confesamos que Él no nos negará su ayuda y nos enseñará el camino a seguir?
No podemos ponernos en camino sin sopesar seriamente las circunstancias. Con el matrimonio, como con toda vocación, debemos preguntarnos: ¿Qué posibilidades, capacidades, talentos, dones de sentimientos, de entendimiento y de voluntad nos concede el Señor?
Luego surge la pregunta: ¿Nuestros diferentes dones y posibilidades se complementan? No tienen por qué ser idénticos, pero ¿nos permitirán apoyarnos mutuamente?
En el amor verdadero uno no se busca a sí mismo, sino al otro. Como dijo Trobisch en una ocasión: «Es a ti a quien anhelo. Sin ti estoy incompleto. Por ti quiero hacerlo todo y renunciar a todo, también a mí mismo. Por ti quiero estar siempre aquí. Por ti quiero trabajar y vivir. Estoy dispuesto a esperarte sin importar el tiempo que haga falta. Siempre seré paciente contigo. Siempre seré honesto y abierto contigo. Quiero velar por ti, protegerte, ayudarte y cuidarte. Quiero compartirlo todo contigo. Siempre te escucharé. No quiero hacer nada sin ti. Quiero estar siempre contigo». Ese es un amor que no se busca a sí mismo, amor que vive para el otro.
Alguien que quiere compartirlo todo querrá también compartir su fe y su esperanza en el Señor. ¿Qué creyente podría ser uno con alguien para quien Cristo y su obra no significaran nada? Sólo una fe verdadera compartida puede ser el fundamento de un buen matrimonio.
Esto no quiere decir que uno ame a alguien como esposo o esposa simplemente porque es cristiano. El amor fraternal no es lo mismo que el amor conyugal. Las respuestas a las siguientes preguntas aclararán las diferencias entre los dos tipos de amor: ¿Lo anhela mi corazón? ¿Puedo imaginarme la vida sin él? ¿Quiero serlo todo para mi pareja, dando no sólo una parte de mí, sino toda mi vida?
Enseguida surge la cuestión de la paternidad. Quien no indaga lo suficiente para preguntarse si su pareja será un buen padre o una buena madre es un insensato. ¿Qué madre querría dar a sus hijos un padre perezoso, fanfarrón, avaro o alcohólico? ¿Qué padre daría a sus hijos una madre que es una indolente, una cabeza hueca, una egoísta vanidosa o una tonta muñeca de moda?
Merece la pena repetir el resumen del debate anterior.
Los modales, el gusto, el carácter y la educación de una persona no carecen de importancia en un matrimonio. Si uno no puede hablar de sus problemas, fe, luchas, alegrías y necesidades con su pareja, si no puede hablar libremente debido a diferencias insalvables en disposición mental, intereses y percepciones, el matrimonio será cada vez más atormentador.
Quien desee la unidad de los dos en el matrimonio debe tener en cuenta estos asuntos. Los dos deben ser capaces de convertirse en uno.
Cada matrimonio es algo único. Dos personas completamente diferentes a todas las demás se unen. Siempre hay sorpresas, felices y tristes. Siempre hay elementos que nadie prevé. Con la ayuda de Dios, las dificultades se superarán.
Las relaciones sexuales durante el noviazgo
A medida que dos personas se acercan espiritual y físicamente, crece también el deseo de poseerse completamente. Que un noviazgo siga siendo puramente espiritual es antinatural y no está de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras.
Ya se ha dicho que existe una diferencia entre erotismo y sexualidad. El erotismo es la fuerte inclinación y fuerza de atracción entre un hombre y una mujer. No es algo físicamente intenso, no busca relaciones sexuales directas. Sin embargo, cuando dos novios se quieren mucho y se acarician, esto no está exento de un deseo por un contacto sexual más íntimo. Muy al contrario, los deseos sexuales se despiertan constantemente. Es normal que se anhelen físicamente.
Los intensos sentimientos sexuales que dominan a los novios mientras se abrazan y se acarician no son motivo de vergüenza. Estos sentimientos pueden aceptarse agradecidos como un don de Dios. La pareja está experimentando físicamente poderes ocultos en ellos que esperan su fructificación en el matrimonio.
En un noviazgo largo, el peligro de intimar cada vez más acecha a medida que cada uno descubre más del cuerpo del otro. Puede resultar extremadamente difícil no sobrepasar los últimos límites cuando todo clama por una unión física total.
Refrenarse provoca cierto estrés. Muchas parejas de novios se cuestionan si, llegados a cierto punto, deben parar sus caricias, ya que se aman. Se preguntan: «Si el noviazgo es una preparación para el matrimonio, un momento en el que hay que demostrar nuestra idoneidad mutua, ¿no es necesario poner a prueba también nuestra compatibilidad física? Si nos amamos, no cometeremos adulterio. Hemos prometido sernos fieles de por vida, ¿no es así?».
Para innumerables parejas de novios, esto ya no es problema. Gran cantidad de personas, incluso dentro de la Iglesia, viven como marido y mujer mucho antes del día de su boda. En el aspecto sexual, su matrimonio no aporta nada nuevo.
Pero ¿Qué dice la palabra de Dios sobre las relaciones prematrimoniales?
En primer lugar, debemos recordar que un compromiso no es lo mismo que un matrimonio. Un compromiso puede romperse. Sin embargo, las personas comprometidas que se han tomado mutuamente como marido y mujer se convierten en una sola carne. La Escritura enseña claramente que tal relación nunca puede romperse. En consecuencia, hay hombres y mujeres que tienen que admitir: «Ya habíamos llegado tan lejos que no nos atrevíamos a romper el compromiso; no podíamos romperlo, aunque pareciera que no podíamos hacer nada por nuestro matrimonio». Durante el resto de sus vidas tienen que pagar el amargo precio de haber dado un paso en falso durante su noviazgo.
La vida sexual no puede considerarse aislada. No se puede extraer de la relación total en la que Dios la ha puesto. Todo lo que se ha dicho antes sobre las relaciones sexuales extramatrimoniales se puede aplicar aquí. Esto no quiere decir que el deseo físico entre dos personas comprometidas sea pecado. Pero, no deben separar lo que Dios ha unido. Y las relaciones sexuales durante el noviazgo tienen consecuencias de largo alcance. El miedo a ser descubiertos, el miedo a las consecuencias y las acciones tensas y apresuradas marcan esta relación como algo muy diferente de la relación global del matrimonio y la familia.
Al fin y al cabo, ninguno de los novios puede ni quiere aceptar la responsabilidad de tener hijos. No hay un hogar esperando a un niño, ni una cuna preparada, ni alegría por el embarazo. Sólo hay miedo y decepción al descubrir que «tienen que» casarse. La alegría de la pareja se verá ensombrecida en tales circunstancias, así como la felicidad del niño que más tarde descubrirá que fue concebido y nació demasiado pronto. No es imposible que la muerte prematura del hombre deje a la mujer enfrentando la vida como una madre soltera.
En este caso hay que tener en cuenta el gran mandamiento de que el amor no debe hacer daño al prójimo. ¿Cuánto daño y problemas, dolor y desesperación puede uno causar a su prójimo por tener relaciones sexuales demasiado pronto?
Además, la mujer experimenta el coito más intensamente que el hombre. El coito (relación sexual) está tan entretejido con todo el ser espiritual de la mujer que sólo está realmente preparada para ello cuando ha experimentado la unidad espiritual. En un esfuerzo equivocado por alcanzar dicha unidad, puede, de hecho, entregarse a su prometido para no entristecerle. También ocurre lo contrario: una chica puede hacer todo lo posible para llevar a su pareja a la unión física con el fin de atarlo a sí misma.
Así pues, en muchos aspectos, las relaciones prematrimoniales entran en conflicto con el amor verdadero. Cuando un joven argumenta: «Si me amas de verdad, entonces te entregarás por completo», no es digno de casarse con la mujer a la que le habla. Si amenaza con romper el compromiso si la chica no cede, ella debería darse cuenta de que lo mejor sería romper esa relación inmediatamente.
Del mismo modo, una chica que sigue presionando a su prometido hasta las últimas consecuencias, al no querer salvar su virginidad, está trabajando para destruir el esplendor del matrimonio. Dos novios tienen que luchar juntos para recibir el día de su matrimonio como un regalo precioso.
En todo esto, hay algo que no se puede olvidar. La primera experiencia sexual suele ser decepcionante. Tal decepción sólo puede soportarse en la comunión jubilosa total del matrimonio. Antes del matrimonio sólo puede convertirse en una fuente de desdicha. La comunión plena y rica del matrimonio sólo puede experimentarse en un contexto relajado y tranquilo de confianza y paciencia.
Por último, la esencia de la vida en común durante el noviazgo es estar llenos de expectativas juntos. Quien se esfuerza demasiado por enriquecerse, a menudo se empobrece. Alguien que se apresura a abarcarlo todo, se encuentra el día de su matrimonio sin ninguna expectativa. No le queda ninguna porque ya lo ha tenido todo.
El noviazgo es el tiempo durante el cual muchas cosas permanecen ocultas a la pareja. Juntos se encaminan hacia una feliz revelación. Pero puede que aún no se revelen completamente el uno al otro.
Alguien dijo una vez: «El día de tu boda, deberías tener ante ti un trozo de tierra por descubrir». Los que no pueden esperar se privan no sólo de la alegría de la expectación previa, sino también del gozo de la sorpresa cuando experimentan la unidad en la totalidad del espíritu y del cuerpo.
El joven es responsable de su compañera y de su futuro. La joven también es responsable de su pareja y debe protegerla de un deseo prematuro. Este sentido mutuo de la responsabilidad profundizará su amor. Los que eluden la responsabilidad permiten que el verdadero amor sufra una derrota y amenazan la gloria de la maternidad.
Por supuesto, se pueden utilizar todo tipo de métodos para evitar el embarazo. Por desgracia, hay que decir que aquellos que se ven «obligados» a casarse no suelen ser los peores degradadores del amor sexual. ¿Cuántas parejas de novios no se aseguran sistemáticamente de que sus relaciones sexuales no provoquen un embarazo? También ellos se presentarán ante Dios y su pueblo para casarse, pero la gloria del día de su boda ha desaparecido, al igual que su inocencia.
Aquellos que se involucran en el sexo prematrimonial y saben muy bien cómo evitar las consecuencias, insultan a Dios en su gozo y deleite como Creador. Ignorar a Dios producirá posteriormente frutos amargos en el matrimonio. Cuando ceden a sus deseos, los jóvenes sólo se hacen daños a sí mismos y a su futuro matrimonio.
Uno de los grandes valores del noviazgo es que la pareja aprenda a someterse a la disciplina del mandamiento del amor. ¡Qué cierto es lo que una joven escribió una vez a su novio!: «Me sentí aún más atraída por ti porque aquella noche no intentaste llegarte a mí. Me di cuenta de que estabas interesado no sólo en mi cuerpo, sino en mí misma; no en una hora de placer, sino en toda una vida juntos».
Las caricias de dos novios son un anticipo de lo que está por venir. Sin embargo, deben tener cuidado de que sus anhelos sexuales no creen tal confusión que sobrepasen los límites establecidos por Dios en torno a su amor. No deben caer el uno en la tentación del otro. Puede ser necesario que se digan el uno al otro por amor: «Ahora me iré». Se amarán tanto más cuanto más se contengan.
También el peligro de que una escasa interacción espiritual deje demasiado espacio para un contacto físico muy íntimo es muy real —que este último pueda incluso «compensar» al primero—. Si dos personas sólo pueden comunicarse entre sí físicamente, existe un cortocircuito en su relación que debe repararse antes del matrimonio.
Quien busca el matrimonio sólo para satisfacer sus deseos sexuales daña la esencia del matrimonio. Naturalmente, el deseo sexual no debe faltar, pero tampoco puede convertirse en el todo o nada de la relación.
El noviazgo es un periodo importante también porque el aprendizaje del autocontrol es formativo. Se es muy ingenuo si se piensa que todos los problemas sexuales se resuelven con el matrimonio. Alguien que no sepa controlarse antes del matrimonio y no luche junto con su pareja por ello, verá más tarde que su impetuosidad es perjudicial para el matrimonio.
A veces ocurre que un hombre tiene que cuidar durante años a su mujer enferma, o una mujer a su marido enfermo. O puede que uno de ellos no esté disponible durante algún tiempo. Tal vez el marido tenga que ausentarse de casa por su trabajo durante largos periodos. En esos momentos, el beneficio de un noviazgo controlado se hará evidente.
El matrimonio obligado
Cuando dos jóvenes han cedido a sus fuertes deseos sexuales, se puede producir un embarazo. Lo que se espera y se recibe en el matrimonio con gran alegría, causa pena y vergüenza antes de casarse.
Un embarazo de este tipo quizá sea el resultado de una hora de irreflexión, de no resistirse al deseo arrollador del uno por el otro. O tal vez tal embarazo venga precedido de relaciones sexuales regulares, a pesar de que un número cada vez mayor de jóvenes son lo suficientemente «hábiles» como para evitar el embarazo. Una disminución del número de matrimonios forzados no es, desde luego, indicio de mejora espiritual, sino más bien de una mayor corrupción.
Al hacer observaciones sobre los matrimonios obligados, tengamos en cuenta que muchas parejas de novios que parecen intachables son, a ojos de Dios, peores que parejas que se ven «obligadas» a casarse. Dios también ve lo secreto.
Casi ningún pecado es castigado con más severidad que el sexo prematrimonial. El juicio de la gente sobre este pecado es a menudo cruel y despiadado. Un embarazo prematuro es chismorreado con avidez y, en ocasiones, es algo que persigue a la pareja durante toda la vida. Qué equivocado y despiadado puede ser el juicio de la gente.
¿Por qué muchos cristianos consideran el pecado contra el séptimo mandamiento más grave que otros pecados? En un matrimonio obligado, ¿se peca sólo contra el séptimo mandamiento? Al fin y al cabo, prohíbe el adulterio, el deseo de mantener relaciones sexuales con la mujer de otro. ¿Se puede hablar siquiera de pecado de adulterio cuando se trata de dos jóvenes novios que se desean dentro de una promesa de fidelidad? Por otra parte, en una época en la que las relaciones entre jóvenes de ambos sexos son demasiado libres, son demasiadas las personas «obligadas» a casarse que no se han prometido nada, sino que simplemente se han tomado el uno al otro en un momento de deseo sexual desmesurado.
Pero, en cualquier caso, se incumple el séptimo mandamiento, que se aplica al control de los deseos en la totalidad de la vida sexual. El sexo prematrimonial toma algo que pertenece al matrimonio sin reconocer la ordenanza dada por Dios con respecto a solemnizar el matrimonio. El matrimonio debe solemnizarse ante las autoridades que Dios ha instituido.
Tanto si se usurpa la autoridad del padre, que en el pasado era cabeza de la familia y de la tribu, como si se usurpa la autoridad del gobierno y de la iglesia, también se viola el quinto mandamiento. La pareja peca cuando procura la unidad del matrimonio sin estar autorizada para ello por las autoridades designadas para este fin.
Admitiendo la violación del quinto mandamiento, la pregunta sigue en pie: «¿Qué llevó a estos dos jóvenes a tomar algo que pertenecía al matrimonio?». ¿La pareja perdió el control momentáneamente o mantuvieron relaciones regulares a lo largo de los años? ¿Tuve que ver el hecho de ceder a sus impulsos físicos con el séptimo mandamiento?
Aunque la pareja de novios no codiciase al marido o la mujer de otra persona, fueron víctimas de sus deseos, deseos controlados por las leyes de Dios tal y como están escritas en el séptimo mandamiento. Por lo tanto, el pecado del sexo prematrimonial cae bajo el pecado contra el quinto mandamiento y contra el séptimo también.
En el formulario para solemnizar el matrimonio, incluso se exige a los contrayentes que prometan vivir en santidad el uno con el otro. Naturalmente, esto no significa no tener relaciones sexuales, como si el deseo sexual tuviera algo de impuro. Significa que, en el matrimonio, el deseo sexual no debe ser desenfrenado. Debe controlarse incluso en el matrimonio, ya que dentro de él es posible dañar al prójimo, es decir, al cónyuge, con relaciones sexuales desbocadas. Para los novios, vivir en santidad el uno con el otro significa que no pueden tener relaciones conyugales entre sí, ni deben caer en este pecado por flaqueza. Deben aprender a verlo como una impureza.
En ningún otro ámbito de la vida las personas aprenden a conocer sus debilidades tan bien como en su vida sexual. Un momento puede estar lleno de buenas intenciones, pero al momento siguiente ya hemos caído en el pecado de impureza. Con nuestros ojos, nuestros deseos y nuestros actos transgredimos grave y frecuentemente este mandamiento de Dios.
Pero la luz del Evangelio cae también sobre este mandamiento. Al fin y al cabo, Cristo nos dice que con su muerte nos liberó del poder del pecado. Las cadenas de la esclavitud, incluidas las cadenas de los impulsos y los deseos, se ha roto.
Para alguien que se enfrenta a la santidad del séptimo mandamiento lamentándose: «Pero siento la grandeza de mis pecados; veo mis pecados ante mis ojos constantemente», el Salvador dice: «Yo quito esos pecados. Ya no me acordaré de ellos. No volveré a hablar de ellos». Afortunadamente, esto se aplica también a los que se ven «obligados» a casarse. La gente, en su crueldad, suele referirse al hecho durante años, pero Cristo nunca vuelve a sacar el tema.
En esto surge otra pregunta pertinente. ¿Tienen que confesar su culpabilidad ante todo el consejo eclesiástico o incluso ante toda la congregación las dos personas que se enfrentan a un matrimonio forzado? Ya se ha mencionado que los feligreses suelen considerar el pecado contra el séptimo mandamiento más grave que otros pecados. No hace mucho, dos jóvenes habrían tenido que confesar su culpa por su matrimonio forzado en un culto público. ¿Está eso en consonancia con el evangelio del perdón?
También en este caso hay que utilizar la vara de medir adecuada. La moral cristiana puede volverse burguesa. ¿Qué hacemos con personas como Rahab, la ramera? Ella se convirtió en antepasada de Cristo. Los fariseos despreciaban a Cristo porque comía con prostitutas y recaudadores de impuestos.
Cristo nunca condonó el pecado. A la mujer adúltera le dijo: «…vete y no peques más» (Jn 8:11). Sin embargo, se enfadaba cuando la gente determinaba por sí misma qué pecado tenía más gravedad que otro.
¿Es la mala conducta sexual de alguien peor que calumniar «piadosamente» a un vecino? ¿Es una prostituta más pecadora que un patrón rico que pretende ser un caballero, pero paga mal a sus empleados? ¿Es más pecadora una chica que se ve «obligada» a casarse que un feligrés indiferente a la iglesia y al oficio de todos los creyentes?
Muchos pecados no se deben a la debilidad de la carne o a deseos ardientes. Por ejemplo, es pecaminoso no tener interés en el evangelio de Dios o en la lucha de la fe. Sin embargo, la gente excusa este pecado como una leve indiferencia mientras condena rotundamente a alguien que ha pecado contra el séptimo mandamiento y está sufriendo sus evidentes consecuencias.
Entonces, ¿no es necesaria la confesión de culpa antes de un matrimonio obligado? Por supuesto que es necesaria la confesión. El ministro y los ancianos apropiados deben, en un espíritu de gentileza cristiana, discutir con la pareja su pecado como se describe en las Escrituras. Deben estar al lado de los dos jóvenes para ayudarles a obtener una verdadera comprensión de su culpa y llevarlos a una confesión honesta de la misma.
Se podría hacer un informe sobrio de esta reunión al concilio de la iglesia para que los que ostentan cargos en la congregación tomen nota de ello con agradecimiento. La gracia perdonadora de Dios se manifestará abundantemente en la vida de la pareja arrepentida.
No existe una simple respuesta de «sí» o «no» a la pregunta de si es necesario o no añadir la confesión de su culpa cuando se anuncia a la congregación el deseo de una pareja de casarse. Puede ser necesario hacerlo en una reunión pequeña, porque la congregación puede ofenderse si piensa que el consejo de la iglesia muestra poca preocupación por el asunto.
También puede ser necesario evitar que otros jóvenes den por sentado los matrimonios obligados, especialmente en congregaciones en las que los matrimonios forzados se han convertido en un pecado común entre la gente.
Al tratar con una congregación numerosa, hay que recordar que Mateo 18 dice que los pecados de hermanos y hermanas deben mantenerse dentro del círculo más pequeño posible. No es prudente informar a cientos de personas sobre un pecado cuyas consecuencias sólo habrían notado unos pocos.
Se plantea una última cuestión: ¿el embarazo debe ir siempre seguido del matrimonio? Ya hemos visto en Deuteronomio 22:28-29 que en Israel quien violaba a una virgen tenía que dar a su padre cincuenta monedas de plata y tenía que casarse con ella, tanto si se quedaba embarazada como si no. El simple hecho de que el hombre se hubiera hecho una sola carne con ella le obligaba a casarse con la mujer. El Señor estipuló que no podría «…despedirla en todos sus días». Por eso, cuando se hace evidente que una mujer está embarazada, la regla general debe ser que el hombre implicado está obligado a casarse con la mujer.
Por otro lado, Éxodo 22:17 nos enseña que el padre podía negarse a permitir que su hija se convirtiera en la esposa del hombre implicado. El hombre pagaba un precio de novia al padre, y no había matrimonio.
Hoy en día, los padres de una joven que ha sido violada podrían decir: «Prefiero mantener a mi hija como madre soltera que atarla de por vida a un hombre así». Puede ser un mal mayor solemnizar un matrimonio sobre la base de una relación sexual ilícita que evitar tal matrimonio. No es posible establecer una regla firme para un caso.
En general, se puede afirmar que el hombre que toma la iniciativa sexual debe afrontar cristianamente las consecuencias de sus actos, no sólo porque es un hombre de honor, sino también porque ha asumido implícitamente la responsabilidad de hacer de una determinada mujer su esposa.
Pero de nuevo, no todos los casos son iguales. Hay chicas que consiguen amarrar a sus novios de esta manera. No me atrevo a decir que los padres nunca puedan oponerse: «Cualquier cosa antes que tener a mi hijo atado a tal mujer de por vida».
También existe la posibilidad de que la propia pareja llegue a una conclusión similar. «Que hayamos hecho algo juntos en una hora de irreflexión no significa que vayamos a vincularnos como marido y mujer. Parece que hay diferencias insalvables de fe, objetivos e ideales. No queremos agravar el desastre inicial haciéndolo durar toda la vida». Aquí están en juego consecuencias de alcance excepcional y cosas inmensamente difíciles. La perspicacia de la pareja implicada puede no ser el único factor decisivo. El consejo de los padres y de los dirigentes de la iglesia es inestimable.
Aunque, por regla general, el embarazo sigue al matrimonio, se ha señalado con razón que el «matrimonio por relaciones sexuales» no es una norma bíblica, sino que tiene su origen en una antigua ley alemana. En la Edad Media, la iglesia enseñaba que el matrimonio se producía por mutuo acuerdo, no por coito. Consensus, non coitus, facit matrimonium.
La discusión de este triste tema debería terminar aquí, pero no sin una reiteración final de que el pecado contra el quinto y séptimo mandamiento no es más grave que otros pecados que contristan al Señor. Los sentimientos de culpa humanos no deben ser determinados por normas humanas sino por la vara de medir dorada de las normas de Dios. A través de su gracia Él perdona, y es capaz de hacer que los matrimonios de todos sus hijos sean ricos en bendiciones.
Incluso aquellas mujeres bíblicas como Tamar, Rahab y Ruth que vivieron antes de la venida de Cristo demuestran la gracia de Dios. Jesucristo es el secreto de grandes bendiciones y felicidad, incluso en matrimonios que comenzaron con una confesión de culpa. ¿No es conveniente que todos recordemos que recibir su bendición significa recibir favores inmerecidos?
Capítulo 3: La vida conyugal
La solemnización del matrimonio
La pareja se reúne ante la congregación para unirse en matrimonio. En presencia del pueblo del Señor, el ministro les pregunta por turno si prometen vivir con su cónyuge en los vínculos del santo matrimonio, según la ordenanza de Dios, mientras ambos vivan.
Cuando la novia y el novio han respondido «sí», el ministro dice: «De acuerdo con las leyes del estado y las ordenanzas de la iglesia de Cristo, yo los declaro marido y mujer, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Por supuesto, se puede decir que el matrimonio se hace realidad en virtud de un certificado de matrimonio, del mismo modo que un niño existe en virtud de un certificado de nacimiento. La solemnización del matrimonio va precedida por la elección matrimonial. Los dos se han hecho primero uno en el pensamiento y ahora son uno en el matrimonio. El hecho queda oficialmente registrado y sellado por el estado y la iglesia.
Aunque la iglesia y el estado no propician el matrimonio, sí lo solemnizan. Los futuros marido y mujer se unen en un amor sincero, presentándose como dos personas que se han elegido mutuamente hasta que la muerte los separe. El estado fomenta el «cerrojo» que desean en torno a sus vidas, haciendo que su matrimonio sea absoluto y vinculante ante Dios y los hombres. Sólo entonces están unidos el uno al otro con lazos que no son de esta tierra, sino puestos por Dios mismo.
No debemos pensar que esta solemnización por el estado y la iglesia es de una importancia menor. Al fin y al cabo, es el acontecimiento por el que dos personas entran en una nueva relación con la comunidad que les rodea. En presencia de su familia, la sociedad, la iglesia y el estado, se han convertido en una nueva unidad de vida que difiere de las demás.
Esta nueva célula puede expandirse mediante el nacimiento de hijos a través de los cuales se desarrollarán posteriormente más células nuevas de vida.
El matrimonio es una relación que no puede compararse con ninguna otra en el mundo. Es una relación absoluta, que lo abarca todo, tipificada en la Biblia como un «dejar» al padre y a la madre y convertirse en una sola carne. Aún más que los padres, los novios experimentan profundamente esta emoción de «dejar» el día de la boda. Ha terminado una etapa de la vida. Ambos abandonan el hogar de sus padres para fundar uno nuevo. Ha comenzado una vida diferente; un nuevo futuro les llama.
¿No deberían los jóvenes creyentes desear, en esta encrucijada de sus vidas, pedir la bendición de Dios sobre su matrimonio en medio de la congregación? ¿No deberían buscar la certeza de un futuro desconocido, no en sí mismos, sino en el Dios de su vida?
Confirmación del matrimonio en la iglesia
No es mi intención tratar a fondo la historia y el principio de confirmación en la iglesia. Lamentablemente, en la práctica, los servicios matrimoniales se han convertido más en una reunión familiar que en la comparecencia de la novia y el novio ante Dios y su santa congregación. A menudo la congregación está completamente ausente.
Ni la celebración nocturna ni el traslado al domingo resuelven el problema. En el primer caso la congregación sigue sin venir. En el segundo caso toda la congregación está reunida pero la predicación del «Libre consejo de Dios» sufre a menos que sólo se pida una bendición sobre el matrimonio en ese momento. Pero entonces la predicación no está dirigida a este momento especial en la vida de los novios.
Debemos atenernos a lo que las propias iglesias han establecido en el Orden Eclesiástico de la Iglesia Reformada. Según el artículo 70: «Siendo propio que el estado matrimonial sea confirmado ante la iglesia de Cristo, según la forma en uso, los consistorios se ocuparán de ello».
El matrimonio forma una nueva célula no sólo en la sociedad, sino en la iglesia de Dios. En su Palabra, el Señor enfatiza el valor especial y la posición central de la familia en medio de la congregación. A través del matrimonio de sus hijos, Dios busca una «descendencia para Dios» (Mal 2:15). Él es «testigo entre ti y la mujer de tu juventud» (Mal 2:14), para que el matrimonio se mantenga con fidelidad.
La iglesia tiene todo que ver con los matrimonios de sus miembros. Por lo tanto, el matrimonio de los creyentes debe ser confirmado en medio de la congregación para que continúe el pacto de Dios y el futuro de la iglesia.
Las personas que están a punto de casarse en el Señor deben tener una conversación con su ministro. En dicha charla pueden tratarse las preguntas relativas a una adecuada preparación. La educación y la formación, que son esenciales para nuestra ocupación en la vida, lo son también para el matrimonio. Del éxito de esta unión integral dependen tantas cosas que sería temerario entrar en ella sin preparación. De lo contrario, podría acabar en desastre. Para nuestra tarea en la vida, pasamos muchos años estudiando y reflexionando. La tarea del matrimonio y la familia también requiere este tipo de reflexión.
En la instrucción catequética acerca de esto parece haber graves carencias. Debería prestarse mucha más atención de la que a menudo se presta. ¿No se evita este tema con demasiado esmero, incluso hoy en día? Se evita a pesar de que la vida matrimonial es una representación de la unidad y la comunión que existe entre Cristo y su congregación. Ninguna comunión nace por sí misma, y menos aún la comunión matrimonial. La comunión matrimonial crece a través de una lucha de fe, y sólo se logra por medio de la fe y la oración.
Si hay algo que enseña claramente la Escritura y que manifiestan los duros hechos de la realidad, es esto: el hombre es por naturaleza incapaz de cualquier comunión. Desde la caída, el hombre es el que perturba y rompe la comunión en toda la creación de Dios. Odia a Dios y al prójimo. Ninguno hace el bien; ninguno busca a Dios, dice la Escritura. Por naturaleza, nadie busca la verdadera comunión.
El que la comunión matrimonial crece por sí misma sin ningún esfuerzo o lucha, es la mentira de muchas novelas y canciones de amor sugieren. Ya hemos mencionado lo vital que resulta que el noviazgo no sea demasiado breve. La confirmación del matrimonio por la iglesia es, en cierto modo, una mera formalidad. La pareja debe comprender la comunión del matrimonio en el contexto del reino de Dios y de su futuro con Cristo. Debe quedar claro para ellos que una confirmación matrimonial en la iglesia es algo más que la coronación ceremoniosa de un día glorioso.
Antes, al contrario, la iglesia de Cristo no puede confirmar el matrimonio de un creyente y un incrédulo, pues no hay comunión entre el templo de Dios y los ídolos, entre Cristo y Belial, entre la luz y las tinieblas.
La asistencia de los futuros cónyuges a diferentes iglesias no es un asunto menor. Las iglesias reformadas han dejado claro su punto de vista sobre este asunto. Una declaración en el Orden de la Iglesia de 1923 discute la confirmación de los matrimonios. Dice así: «Las iglesias reformadas juzgan que, en general, hay grandes objeciones a ellos (los matrimonios mixtos). Ser miembros de diferentes denominaciones perjudica la vida espiritual de la pareja, perturba fácilmente la armonía adecuada entre el hombre y la mujer, y a menudo destruye la unidad de culto entre los hijos. Por lo tanto, la opinión general es que un matrimonio entre miembros de diferentes denominaciones sólo puede celebrarse en la iglesia cuando la parte que pertenece a otra denominación declara al consistorio que la familia se unirá a la iglesia local [reformada], se muestra dispuesta a ser instruida y promete no causar ningún impedimento en la educación de los hijos que puedan recibir».
Me gustaría exponer este punto de vista de forma aún más enfática: La unidad de la iglesia es una condición para la unidad del matrimonio. El pecado de ser voluntarioso en cuanto al culto es muy grave, y más aún cuando impide la verdadera unidad matrimonial e incluso la verdadera felicidad conyugal.
Lo decisivo para el futuro de un matrimonio, no es que uno se sienta feliz, sino que Dios lo declare feliz. Por eso los novios piden la bendición de Dios sobre el matrimonio que acaban de solemnizar. Proverbios 10:22 vale para el matrimonio como para todo lo demás: «La bendición de Jehová es la que enriquece».
Los padres, los parientes y los amigos pueden desear lo mejor a los recién casados, pero. son sólo deseos bien intencionados. ¿Qué persona tiene poder para hacer realidad esos deseos? Se quedan en buenas palabras. Nadie puede controlar la vida para garantizar que sus deseos se hagan realidad.
En cambio, la Palabra de Dios dice: «La bendición de Jehová es la que enriquece». Dios no se limita a balbucear un deseo bienintencionado; su bendición hará algo, tiene poder. Lo que Él habla, existe; lo que Él ordena, sucede.
Lo primero que hizo Dios después de la creación fue bendecir a los animales y al hombre. Bendecir significa literalmente ampliar, ensanchar, extender. Significa desarrollar algo plenamente. La bendición de Dios hace florecer la vida y conduce a su desarrollo más rico.
Sin la bendición de Dios, la vida matrimonial no se desarrolla ni florece plenamente. Si los esposos no han puesto su esperanza en Dios y no aceptan y educan a sus hijos en Cristo, se dirigen a la destrucción eterna y a sus hijos les espera la eterna miseria.
No hay nada más trágico que un matrimonio en el que el marido y la mujer se han entregado el uno al otro, pero no a Dios. Al mismo tiempo, no hay nada más rico que la confesión de dos personas ante Dios y su santa congregación de que su «ayuda está en el nombre del Señor».
A pesar de los muchos problemas actuales derivados de la práctica de la confirmación matrimonial en la iglesia, debemos rogar por que se mantenga. Quien es miembro de la iglesia y quiere someterse al Señor no puede contraer matrimonio sin haberse postrado en presencia de la congregación para pedir la bendición del Señor.
Como todos, los jóvenes recién casados viven en medio de un mundo inseguro en el que se rompen innumerables matrimonios, donde flaquea la fidelidad y reina el egoísmo. Sólo los que comienzan su matrimonio con Dios recibirán «bendición y justicia de Dios, el Dios de la salvación»
La bendición a menudo se encuentra donde no se espera. Incluso la adversidad puede ser utilizada por Dios para podar nuestras vidas de modo que florezcan plenamente. El matrimonio de los creyentes no será fácil. La bendición de Dios significa que, para la pareja que se ha unido, Él lo será todo. A pesar de la adversidad y de las cruces que cargan a causa del pecado, la promesa sigue en pie: «Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos» (Sal 84:5).
Se refiere a los caminos que seguían los peregrinos en su viaje hacia Jerusalén. Los caminos de Palestina estaban tan llenos de piedras y rocas que eran casi intransitables. Sin embargo, ciertos caminos habían sido limpiados de arena, grava, piedras y rocas. Eran los caminos que llevaban a Jerusalén, la ciudad del templo. Los que subían al templo por primera vez no olvidaban fácilmente la experiencia. Los que iban regularmente al templo con la alegría de la fe llegaron a conocer muy bien estas calzadas. Cada curva de la ruta, cada aldea y cada árbol del camino se convertían en señales.
Los creyentes llevaban estas sendas en el corazón. Las recordaban con alegría porque traían a su memoria las agradables horas que habían experimentado cuando se arrodillaban ante Dios en su casa. El ser indiferente hacia estas «calzadas a Jerusalén» revelaba indiferencia hacia el templo y hacia Dios. Llevaban en el corazón los caminos que conducían al Señor, porque su fuerza estaba en Él.
¿Quiénes son aquellos cuya fuerza está en el Señor? El salmista dice que son aquellos a quienes les gusta ir al templo. Hoy eso significa los que gustan de ir a la iglesia. Allí el Señor ofrece descanso. Allí su pueblo comulga con Él. Allí los débiles y cansados reciben nuevas fuerzas. Debemos buscar a Dios donde Él se deja encontrar. De acuerdo a su ordenanza. Él se encuentra donde su pueblo está reunido.
Servir a Dios en su iglesia ayudará al matrimonio a alcanzar su meta. Sin embargo, en muchos matrimonios, la asistencia a la iglesia es una molestia. Algunos juegan con la fidelidad a la iglesia de Dios, y se hacen culpables. Desde su mismo comienzo un matrimonio puede verse amenazado por tal falta de fe. La bendición y la felicidad se prometen sólo a aquellos cuya fuerza está en el Señor y en cuyo corazón están los caminos a Sion. Es decir, aquellos que acuden con gusto a la iglesia, creyendo que en ella se encuentran las fuentes de fortaleza para el matrimonio.
La iglesia debe seguir proclamando un mensaje de esperanza para el matrimonio. Ciertamente debe preocuparse por el matrimonio, y Jesucristo comparte esa preocupación. Él quiere dar su gracia y bendición a su pueblo en sus matrimonios.
Es en vano que marido y mujer se levanten temprano, se acuesten tarde y coman pan de dolores, pues de nada sirven todos los esfuerzos y razonamientos del hombre si Dios no concede su bendición, si el matrimonio no se ve librado de la vanidad para alcanzar su meta en la redención en Cristo. Si el pacto del matrimonio no es soportado por el pacto de Dios, su desarrollo será poco saludable.
Ya se ha mencionado el significado del signo de la circuncisión en el Antiguo Testamento para la relación matrimonial. Durante su juego amoroso ante Dios, el marido y la mujer serían conscientes de que sólo dentro de un pacto con Dios puede el matrimonio tener éxito y los hijos considerarse una bendición. Nosotros, que tenemos el privilegio de ver el cumplimiento del pacto de gracia en Cristo, deberíamos ser aún más conscientes que el antiguo Israel de que sólo por la gracia de Dios el matrimonio, las relaciones sexuales y la posteridad son santos para el Señor.
Mediante la confirmación del matrimonio en la iglesia, se proclama que los matrimonios de los hijos de Dios son santos, separados del mundo y consagrados a Dios. Sólo tales matrimonios llegan a ser ricos y gozosos.
La comunión completa en la vida
La comunión del matrimonio es total: «Totus tuus» —«completamente tuyo»— se dicen los esposos. Esto se hace realidad en las rutinas y monotonías cotidianas de la vida; no es algo que se declare sólo en la cumbre de los empeños idealistas y de las discusiones profundas y espirituales.
Ya he señalado que marido y mujer lo comparten todo. Sus vidas están entrelazadas: su vida física con sus necesidades, su tiempo libre, la comida y la bebida, la familia y los amigos, su hogar, su salón, su dormitorio y, si los reciben, sus hijos. Siempre y en todas partes experimentan la influencia del otro y han de tenerse en cuenta mutuamente.
Alguien dijo una vez que un buen matrimonio se caracteriza por el intercambio de «salir» y «entrar». El marido que trabaja fuera del hogar trae al volver lo que ha hecho y experimentado lejos de él. Habla de las penurias y alegrías de su trabajo, de los éxitos o fracasos, de las cosas agradables y difíciles.
La esposa escucha, aprecia, corrige y estimula. Al escuchar a su marido, le ayuda activamente. Ella «moldea» al hombre con vistas a su tarea exterior. Es imposible describir la gran influencia que puede ejercer esta mujer. El proverbio francés «Cherchez la femme» retrata una profunda verdad.
Por regla general, se subestima el moldeamiento mutuo que ejercen marido y mujer. A veces se dice en broma que el marido y la mujer se parecen cada vez más en el matrimonio. En un buen matrimonio esto es cierto. Los pensamientos y deseos del otro pueden adivinarse sin palabras. Un gesto, una expresión facial, un tono de voz… es mucho más. Sin embargo, ambos cónyuges han llegado al matrimonio con sus propias capacidades, caracteres y posibilidades psicológicas, y el periodo de aceptación mutua en la unión del matrimonio lleva su tiempo.
¿No significa casarse que queremos darnos al otro y a nosotros mismos una nueva existencia? ¿No queremos ayudarnos, apoyarnos y mantenernos mutuamente, adaptándonos al matrimonio y convirtiéndonos así en personas diferentes? Casarse significa ser fiel a la otra persona y aceptar los cambios que exige nuestra propia vida.
La voluntad de adaptarse el uno al otro indica que el amor es la fuerza motriz entre marido y mujer. Si existe una situación en la que sea imposible esconderse el uno del otro —ya sea mental o físicamente— es el matrimonio. Independientemente de que marido y mujer se den cuenta o no de este hecho, la vida no consiste en salir, fiestas, pasatiempos o conversaciones interesantes. En la vida cotidiana, en el salón y en el dormitorio, en la cocina y en las comidas, se revela el verdadero carácter de una persona. Salen a la luz pequeños y grandes defectos, aparecen hábitos irritantes o extraños. Si el amor no es la fuerza motriz entre marido y mujer, la irritación y las interminables acusaciones amenazarán con ahogar el matrimonio.
Cuando el antiguo formulario para la solemnización del matrimonio afirma que «las personas casadas están generalmente, a causa del pecado, sujetas a muchos problemas y aflicciones», sin duda no sólo se refiere a la enfermedad, la pobreza, el dolor y otras dificultades que vienen de «fuera», sino también a las dificultades y tensiones entre ellos. Los jóvenes tienen poca idea de lo complicada e intrincada que puede ser la vida. Eso es bueno. Sin embargo, una vez que se encuentren en el centro de la vida como adultos casados, los peligros y los problemas se harán evidentes. Esto es especialmente cierto cuando alguien descubre las debilidades, temperamentos, apatías y otros defectos de carácter de su cónyuge.
Espero volver sobre este punto cuando trate de los peligros que amenazan al matrimonio. Baste decir por ahora que sólo el amor que brota de Dios hace posible un buen matrimonio. Ni nuestra propia voluntad, ni nuestra propia determinación, ni nuestra propia fuerza espiritual y autodisciplina pueden vencer tanta amargura e incertidumbre.
Cuando la Escritura afirma que marido y mujer se convierten en una sola carne, se refiere no sólo a la unidad física, sino a una unidad completa de cuerpo y alma. La palabra carne en la Biblia a menudo significa toda nuestra existencia en el cuerpo; no algo simplemente corporal, sino una unidad de cuerpo y alma. Lo que se convierte en uno no es solo una parte del esposo y de la esposa, sino que ellos mismos están unidos. La Escritura afirma: «El que ama a su mujer, a sí mismo se ama» (Ef 5.28). Lo que ama no es sólo una parte de sí mismo, sino a sí mismo en la unidad completa de cuerpo y alma.
El matrimonio es una relación irrepetible e incomparable entre un hombre y una mujer. También es exclusivo; en él no hay lugar para una tercera persona. El matrimonio no es temporal, dura mientras ambos vivan. Por tanto, debe basarse en una elección consciente por la que el hombre elige a una mujer y la mujer a un hombre para toda la vida.
El amor debe descansar en la fidelidad del uno hacia el otro, pues el matrimonio es más que sólo amor. El matrimonio debe fluir de este amor y alimentarse continuamente de él. En esencia, el matrimonio es la comunión completa de vida entre marido y mujer; a través del matrimonio, el amor se sella en un pacto. El matrimonio como comunión de vida prueba la solidez del amor; es la «prueba» del amor para toda la vida. Esta comunión no viene sin esfuerzo. Sólo se logra en la medida en que se acepta consciente y responsablemente como un mandato.
El matrimonio no puede existir para servir a un objetivo inferior. No puede servir sólo para satisfacer los deseos sexuales o para aligerar la carga de trabajo de un hombre. Tampoco puede servir para satisfacer el deseo de la mujer de formar su propio hogar y criar a sus hijos.
Todos estos aspectos merecen un lugar en el matrimonio, pero cuando uno de ellos se convierte en un objetivo en sí mismo, se socava el valor global del matrimonio. La primera palabra pronunciada por Dios Nuestro Señor sobre el matrimonio sigue vigente: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2:18).
Según la intención inicial de Dios, la esencia del matrimonio es la comunión completa entre un hombre y una mujer que se glorían en Él, el Creador de todas las cosas. Si esta comunión se hace central y si todas las demás intenciones se someten a ella, entonces las demás facetas encontrarán también el lugar que les corresponde.
Dentro de esta unidad completa de cuerpo y alma, hay un lugar para la relación sexual satisfactoria. Entonces el matrimonio se convierte en la base para el trabajo alegre del marido y la mujer encuentra su lugar arreglando su hogar con gusto. La responsabilidad conjunta fomentará una atmósfera saludable para la crianza de los hijos. De este modo —en la medida en que sea posible en un mundo discordante— habrá armonía en la vida matrimonial. Entonces, una tranquila belleza irradiará de la plena y rica comunión de la vida en el matrimonio.
El marido como cabeza de la mujer
Sin embargo, la plenitud de la comunión de vida en el matrimonio no implica la igualdad de marido y mujer. No son iguales en el sentido moderno de la palabra.
La Biblia afirma con rotundidad: «Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor» (Col 3:18). Lo mismo leemos en Efesios 5:22: «Las casadas, estad sujetas a sus propios maridos». Mandatos similares aparecen en 1 Corintios 14:34 «Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice», 1 Timoteo 2:11 «la mujer aprenda en silencio, con toda sumisión», Tito 2:5 «…y sujetas a sus maridos», y 1 Pedro 3:1 «Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos».
Se ha llamado la atención, con razón, sobre el hecho de que se trata de un tipo especial de «sumisión». No es la sumisión de un súbdito hacia el gobierno ni una sumisión que convierta a la esposa en propiedad de su marido.
Pero, por otro lado, tampoco tiene sentido tergiversar la palabra original de sumisión para convertirla en una equiparación entre marido y mujer.
El carácter único de la sumisión de la esposa queda claro en la explicación de Pablo en 1 Corintios 11:3. Allí se llama al marido cabeza de la familia y de la mujer, Cristo es Señor del hombre y Dios Cabeza de Cristo. Lo notable es que Pablo relaciona la jefatura del marido sobre la mujer con la ordenanza divina. «y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón» (1Co 11:9).
Este mandato y esta norma no están limitados en el tiempo. Para todos los tiempos, la mujer está sujeta al marido. Correctamente se ha establecido que cuando Pablo habla de la obediencia que los esclavos deben a sus amos, no se refiere a una ordenanza divina. Pero sí lo hace cuando habla de la relación marido-mujer (J. Kamphuis). La palabra que la Escritura utiliza para sumisión en este último contexto es sumisión a una «situación bien ordenada u ordenanza (taxis) que Dios instituyó».
La esposa debe someterse a su marido a causa de las ordenanzas dadas por Dios, no porque él ocupe una posición más elevada que ella o tenga ciertos privilegios innatos. Ella debe someterse a su marido porque Dios los creó para esa relación particular. Debe hacerlo por amor a Dios, no como sierva de un ser humano, sino como «esclava» de Cristo.
Que el marido sea llamado cabeza de la mujer tiene un gran significado. Efesios 5:22 ss. enseña que la esposa debe estar sujeta a su marido, así como la iglesia está sujeta a Cristo. Ser cabeza significa una posición de dominio y control; eso no se puede negar. Sin embargo, la jefatura de Cristo sobre la iglesia tiene su fundamento en el hecho de que Él es Salvador y Preservador de su iglesia. La iglesia tiene su origen en Cristo y, por tanto, depende de Él.
La posición del marido como cabeza debe entenderse así: la mujer encuentra en él su origen y protector, y depende de él. La «mujer [está hecha] del hombre», dice 1 Corintios 11. Por eso es la gloria de Dios. Por eso es la gloria de su marido, como la iglesia es la gloria de Cristo.
Ser cabeza no sólo se refiere a la dominación, sino también a la protección. La tiranía no tiene nada que ver con esto. Como Cristo ama a la iglesia, así el marido ama a su mujer protegiéndola y liderándola. No debe actuar como un potentado. Sin embargo, como cabeza de la esposa, debe tomar la dirección y la iniciativa de velar por ella.
Este cuidado no tiene nada que ver con «tener dominio sobre ella» en un sentido bruto y coercitivo. Algunas personas se refieren a Génesis 3:16 para justificar la fuerza bruta porque allí Dios le dice a la mujer: «y él [el hombre] se enseñoreará de ti». Esta es una inferencia injustificada. El punto de este pasaje es la maldición de Dios que golpeó la vida de la mujer. Por supuesto, la maldición de Dios no es una norma para vivir.
La antigua forma de solemnizar el matrimonio habla incorrectamente en este contexto de una ordenanza de Dios a la que la mujer no debe resistirse. No es el dominio del hombre sobre la mujer, sino la jefatura del marido sobre su mujer lo que es una ordenanza de Dios. Toda tiranía y coerción es algo que está muy lejos de lo que significa «ser cabeza».
Por un lado, la Palabra de Dios dice: «…Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos» (1P 3:1) con una apelación a la conducta de las santas mujeres «…que esperaban en Dios … estando sujetas a sus maridos, como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor» (1P 3:5-6). En el mismo contexto leemos «Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil» (1P 3:7).
La frase «dando honor a la mujer» entra en conflicto con la idea de que el marido gobierne sobre la mujer como algo que «el destino» ha decretado. Aquella que extendió su mano hacia el liderazgo en el paraíso fue sometida a la tiranía como castigo de Dios. El destino de las mujeres en el antiguo Oriente deja terriblemente claro este castigo. La esposa era reducida a una esclava, una mercancía, un objeto de lujuria, una mera «cosa».
Cristo ha redimido a la mujer de una posición de esclavitud. En Cristo, la mujer recupera su libertad, dignidad y responsabilidad como ayuda efectiva para su marido. Esto no socava ni anula la estructura de la creación en lo que respecta a la relación entre marido y mujer. Al contrario, Cristo devuelve la vida humana a su principio. En la iglesia, la mujer vuelve a ser una verdadera mujer.
Una mujer creyente tiene una influencia beneficiosa enorme. Pedro habla de las dificultades de las mujeres cuyos maridos no quieren ser obedientes a la Palabra de Dios. ¿Qué debe hacer una mujer así? ¿Deben hablar sin cesar de la fe y considerar a sus maridos como objetos de evangelización? Ningún matrimonio podría sobrevivir a eso.
No, estas mujeres deben seguir siendo esposas, aunque sus maridos no crean. Deben seguir sometiéndose a las ordenanzas de Dios con respecto a sus maridos. Su conducta mostrará lo que la gracia y el poder de Dios pueden hacer para que los maridos incrédulos «sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas» (1P 3: 1).
La esposa, pues, no es una esclava desprovista de influencia. Al contrario, ejerce una influencia benéfica. En el pleno sentido de la palabra, se convierte en una ayuda para su marido. Le ayuda a encaminarse hacia la vida eterna.
Una vez más, la esposa no hace esto abandonando su lugar y arruinando el matrimonio a través de la evangelización constante. Por la fe, será una buena esposa para su esposo, una esposa cristiana, y se mostrará útil en todas las cosas que son buenas y lícitas.
El esposo incrédulo puede ser santificado a través de su esposa. «Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone» (1Co 7:13). Entonces vivirá como esposa de la manera en que el Señor la haya «asignado» o «llamado» (1Co 7:17). Llamada con esta vocación desde el principio, reconoce al marido como su cabeza y a sí misma como su ayuda. Sin embargo, es una ayuda para él como esposa responsable, no servil.
Se ha señalado con razón que una mujer que obedece servilmente a su marido es esencialmente una mujer rebelde. Pretende dominar a su marido haciendo siempre todo a su manera. De este modo tiene «poder» sobre él. A menudo esto coincide con un marido tirano. Su tiranía no es necesariamente burda y brutal. También hay tiranos tranquilos, amables y bondadosos.
¿Cuál es la naturaleza básica de la tiranía de un hombre? Un marido es un tirano cuando no acepta su jefatura según la ordenanza y el mandato de Dios, sino que asume una superioridad masculina. Este tipo de marido está tan orgulloso como un pavo real de su masculinidad. Está absolutamente convencido de que el sexo masculino está mejor situado que el femenino. Con toda amabilidad se lo hace sentir a su esposa en cada oportunidad.
La esposa servil que se ha resignado a este papel actúa en consecuencia. Se anticipa a los deseos de su marido, vuela en pos de sus exigencias y le adula. Nunca pronuncia una palabra de sana crítica. Se dedica a complacerse a sí misma igual que su marido se complace a sí mismo. Por extraño que parezca, al atender servilmente a su marido, la esposa lo tiene en su poder. No se preocupa de ayudarle. No actúa con responsabilidad. En realidad, un matrimonio así es una permanente y secreta lucha por el poder. El marido tiene que mantenerse en todo momento como el hombre fuerte, mientras que la mujer, en una muestra de amorosa sumisión, sabe exactamente cómo conseguir lo que quiere.
La relación se deforma irrevocablemente cuando marido y mujer olvidan que dicha relación debe ser de servicio al Señor. El servicio permite al marido dar un paso adelante como cabeza de la esposa, no porque se considere a sí mismo “todo un hombre”, sino porque Dios le ha dado la tarea de guiar y proteger a su esposa. El servicio permite a la esposa reconocer a su marido en su posición como cabeza, no porque le resulte fácil ser la mujercita dócil, sino porque Dios le ha encomendado la tarea de la sumisión.
No en vano dice Efesios 5: «Someteos unos a otros en el temor de Dios» inmediatamente antes de dar instrucciones sobre la vida matrimonial. Esas palabras van dirigidas tanto al marido como a la mujer. El marido es sumiso al dirigir. En ese momento, es él quien sirve. La esposa es sumisa no cuando se acerca a su marido como esclava, sino cuando, como ayuda responsable, le señala su lugar tantas veces como sea necesario.
Entonces el matrimonio se convertirá en un contexto santo para la correcta conducta de ambos en los lugares que Dios les ha asignado. La comunión matrimonial llegará a ser firme y genuina, una comunión como la que fue instituida por el Señor Dios en el principio y restaurada posteriormente en Cristo. Entonces, ambos caminarán «al mismo paso» según la ordenanza de Dios y en el camino del Señor.
La relación entre marido y mujer
Ya se ha señalado que el matrimonio es algo más que amor. Ciertamente, debe alimentarse por el amor, pero en esencia es una comunión de vida. Lo que el verdadero amor busca, se realiza en el matrimonio. El amor se vuelve «importante» porque concierne a toda la vida humana. El matrimonio consiste en una vida de trabajo y preocupaciones, alegrías y penas, enfermedad y salud; implica ser joven y envejecer, enfrentarse a pequeños y grandes problemas, hacer frente a tribulaciones internas y externas, y afrontar cuestiones individuales y sociales, todo ello en una amorosa comunicación con el otro.
Se comparten muchos días, semanas, meses y años. Durante este largo periodo —si el Señor lo concede—, la pareja convive en una intimidad que lo revela todo. Pronto se hace evidente que las cosas grandes pueden importar muy poco, mientras que las pequeñas pueden llegar a ser terriblemente grandes. A menudo, se levanta una gran disputa por algo insignificante. El matrimonio es capaz de mostrar cómo cualquier persona puede ser terriblemente pequeña.
El amor tiene que aceptar a la otra persona con todas sus peculiaridades, debilidades y mezquindades. El amor prepara un hogar para el otro. El matrimonio y la familia proporcionan un lugar de descanso, un refugio natural del ritmo frenético de la vida moderna. En el hogar no son necesarios modales forzados o artificiales; en él, la persona puede ser ella misma.
Esta moneda también tiene otra cara. La libertad y la intimidad del hogar siempre revelarán qué tipo de personas viven en él. En ella uno no puede camuflarse. Por eso, las relaciones familiares deben tratarse con cuidado. Un matrimonio debe tener la fortaleza interior para soportarlo todo.
O bien el matrimonio se volverá cada vez más atemorizante porque a la pareja le falta el amor para ayudarse y sostenerse mutuamente mientras luchan por hacer de su matrimonio un refugio seguro, o bien el matrimonio se nutrirá del amor para convertirse en una fuente de felicidad y paz.
Ya se ha mencionado que cualquier ideal es estricto y cruel, y conduce a un comportamiento tenso. El verdadero amor sabe que la otra persona no está exenta de debilidades humanas. No compara al otro con un ideal, no sea que venga una desilusión tras otra. Sólo el amor lo soporta todo. En el amor se ven los defectos y las imperfecciones. Se acepta a la pareja como dada por Dios para toda la vida.
Se ha señalado que estar casado es tan difícil como no estarlo. El matrimonio no resuelve todos los problemas. Desde la caída no hay un solo estado en la vida que sea por naturaleza «fácil». El hombre ha sido incapaz de una verdadera comunión desde que abandonó la comunión con el Señor Dios. Esto es especialmente cierto en lo que respecta a la comunión plena del matrimonio. Pero desde que Cristo vino, el matrimonio puede solemnizarse «en el Señor»; Él ha restablecido la comunión con Dios y, por tanto, de unos con otros.
Ningún hombre o mujer es un individuo aislado. Los esposos se influyen mutuamente con especial fuerza. El matrimonio significa que crecen el uno hacia el otro cada vez más. Significa ser fieles a la nueva dimensión de la vida como marido y mujer.
Entre otras cosas, la novedad es que dos personas vivan en el mismo espacio. El hogar de la pareja es un centro de seguridad en el que pueden apoyarse. La esposa hace que el hogar sea habitable y agradable, un refugio al que el marido acude tras una jornada de trabajo. El marido aporta lo que le ha pasado «fuera». Sus éxitos, sus fracasos, sus alegrías y sus angustias vienen con él. La mujer escucha y conversa con él. Algo va mal si la esposa no se interesa por el trabajo de su marido. Del mismo modo, el marido debe escuchar a su mujer cuando habla de la casa, de los hijos, de los problemas de la educación, de la economía doméstica, en definitiva, de todo lo relacionado con la familia.
Todo esto ocurre dentro de los confines del hogar. Unas buenas condiciones de vivienda son eminentemente importantes para la salud de la familia. En un lugar donde la familia no puede ser ella misma debido a la falta de insonorización, donde no pueden estar en paz debido a las molestias de los vecinos, muchas cosas pueden ir mal. La neurosis de apartamento es un ejemplo notorio de ello.
Muchas dificultades matrimoniales surgen porque las casas son demasiado pequeñas, porque las familias numerosas no pueden permitirse ayuda y porque las madres están tan agotadas que su única esperanza es dormir hasta tarde. Tales circunstancias obligan a las esposas a convertirse en «esclavas» que se descuidan, se visten mal y ya no pueden seguir el ritmo social de sus maridos. Esto puede causar irritabilidad en el marido, y como resultado, marido y mujer se distancian. Un hombre quiere ser visto con su mujer, porque ella es su gloria. Cuando, después de un trabajo agotador, el marido llega a casa y se encuentra con una mujer que se queja de su propio trabajo y está de mal humor porque no puede arreglárselas, que le abruma con sus quejas, agravios y problemas, se siembra la semilla del distanciamiento.
En una situación así, el marido puede fijarse fácilmente en otras mujeres que le den una impresión más agradable. Puede preguntarse si ha elegido bien. Cuando empiece a hacer comparaciones, el marido se sentirá engañado y amargado. Cuando la fidelidad a la «esposa de su juventud» es duramente probada, entonces debe hacerse evidente que el amor de un esposo está fundamentado en la fidelidad. Entonces debe seguir aceptando a su esposa en todos sus problemas.
Empezaron juntos, y juntos pidieron al Señor la bendición de su matrimonio y de los hijos. Cuando las dificultades de criar una familia amenazan con ser demasiado para la esposa, el marido debe mostrarse como su cabeza y tomar la iniciativa de buscar medios para cambiar la situación.
No es tarea fácil hoy en día. Es difícil encontrar servicio doméstico. Las jóvenes pueden ganar más dinero en otra parte. Sin embargo, hay que recordarles que un día pueden casarse y tener una familia. Puede que ellas también se enfrenten a los mismos problemas a los que se enfrentan muchas madres en apuros. Tal vez las mujeres solteras y las chicas jóvenes podrían preguntarse si podrían o no servir en esto. El marido también puede buscar métodos técnicos para aligerar la tarea del ama de casa, pero ni siquiera con esto se resuelven todo tipo de dificultades. Lo decisivo es la actitud espiritual del esposo y la esposa.
Algunas madres de familias numerosas y atareadas comprenden el arte de hacer que una casa sea agradable, de recibir a sus maridos con cálido interés en lugar de con quejas; algunas conocen el secreto de vestirse con gusto y aparecer bien arregladas y frescas; algunas esposas están bien informadas sobre el trabajo y la vida de sus maridos. Esas mujeres son más preciosas que las joyas.
El respeto entre ambos debe ser mutuo. Con el paso de los años, el marido no debe perder la cortesía y la atención hacia su esposa. Debe honrarla y no considerarla una empleada doméstica. Su atención se manifiesta en cosas tan pequeñas como llevarle flores de vez en cuando. Un poco de atención puede hacer maravillas.
La forma en que un marido trata a su mujer dice mucho del clima de su matrimonio. Los maridos que convierten a sus mujeres en el blanco de supuestas historias divertidas (en realidad, sarcásticas) en compañía, violan el matrimonio. Los hombres que son caballerosos y muy corteses con otras mujeres, pero no con sus propias esposas, no sólo son groseros, sino poco cristianos.
El matrimonio honroso significa que el marido honra a su esposa: la esposa que se deja la piel por él y por sus hijos; la esposa que con dolor y dificultad trajo hijos al mundo; la esposa que fue el amor de su juventud y a la que, al hacerse mayor, no debe descuidar ni apartar. El Señor castigará al marido que deje de honrar a su mujer.
Cuando una esposa siente que su marido la tiene en alta estima, rodeándola de cuidados y atenciones, florece. De esta manera se mantendrá y fortalecerá el afecto mutuo. La llama del amor no puede ser apagada por las aguas de un hogar ajetreado con sus irritaciones grandes y pequeñas.
En contraste, cuando surgen quejas sobre el cónyuge y cuando se lanzan reproches de un lado a otro, el matrimonio amenazará con encallar. El marido, en lugar de culpar a su mujer, debería preguntarse: «¿Por qué mi mujer se descuida, ya no hace las cosas agradables y se queja y se compadece de sí misma?». El marido tendrá que empezar a provocar el cambio aligerando la tarea de su mujer y demostrándole que no subestima sus dificultades y que intenta ayudarla.
La mujer debe preguntarse. «¿Por qué mi marido es menos considerado que antes; por qué ya casi no está en casa; por qué me trata mal?». Tendrá que empezar por introducir cambios en sí misma, recibir agradablemente a su marido y exponerle honestamente sus dificultades para que la situación pueda mejorar.
Para corregir la situación, ambos deben comenzar con el autoexamen, no con la reprensión. En el matrimonio también resultan verdaderas las palabras de la Escritura: «La blanda respuesta quita la ira; más la palabra áspera hace subir el furor» (Pr 15:1).
Dos personas que conviven estrechamente pueden herirse terriblemente con palabras y obras. Sólo el amor abnegado elige otro camino mejor. Estos son los rudimentos del matrimonio. No se puede hacer menos. En este contexto se han de decir unas palabras acerca de las mujeres que se implican tanto con sus hijos que sus maridos son como extraños para ellas. Se acepta a los hombres porque ganan el pan de la familia, y eso es todo. Tales mujeres son la contraparte de los hombres que ven a sus esposas sólo como amas de casa y servicio doméstico. Ambos están equivocados y en conflicto con la Palabra de Dios.
Una mujer no puede ocuparse exclusivamente de sus hijos. Ella y su marido han sido hechos «una sola carne» y ella ha sido creada por Dios mismo para ser una ayuda para su esposo. Ciertamente, los caracteres de las personas difieren; existen mujeres más maternales y otras más femeninas. Sin embargo, las mujeres que están tan absortas en sus hijos que descuidan a sus maridos se convierten en obstáculos para sus hijos sin darse cuenta.
Nada moldea más a un niño que ver cómo se quieren el padre y la madre, lo considerado que es el padre y lo solícita y cordial que es la madre con el padre. Los fracasos matrimoniales de los hijos suelen deberse al fracaso del matrimonio de sus padres. Estos hijos no han experimentado un verdadero amor que no exige, sino que da, un amor que no se pone a sí mismo en el centro.
¡Sólo el que da recibe! El verdadero amor no se busca a sí mismo. «No es el amor que recibo del otro, sino el amor que muestro hacia el otro el que hace mi vida feliz, rica y libre». Si marido y mujer viven así —«yo para ti» y no sólo «tú para mí»—, su matrimonio será una bendición para el otro, para sus hijos y para su entorno. El secreto de un matrimonio cristiano se encuentra en Cristo, que se entregó a sí mismo por la iglesia para que, por su poder, marido y mujer puedan entregarse el uno al otro.
El profundo significado del vínculo matrimonial se revela en y a través de la obra de Cristo. En el Antiguo Testamento ya quedó claro esto en parte. A menudo el Señor describe la relación entre Él y su pueblo como la relación entre marido y mujer: «Tu marido es tu Hacedor. Yo te he desposado, dice el Señor». En Cristo esto quedó completamente claro. Él compró a la congregación con su sangre. Él es su esposo y ella es su esposa. Por eso el gran final, la fiesta que vendrá, se simboliza como un banquete de bodas.
No estamos tratando aquí con una lección moral sobre el matrimonio perfecto, ni con unas cuantas reglas para responder a la pregunta: «¿Cómo puedo llegar a estar felizmente casado?». No, estamos tratando con el Evangelio, que arroja luz sobre el vínculo entre marido y mujer. El Evangelio debe marcar la relación matrimonial. Sólo allí donde el marido y la mujer muestren la imagen de Cristo, aprenderán a negarse a sí mismos. Como Cristo, aprenderán a servirse mutuamente.
El amor semejante al de Cristo es la única arma contra el egoísmo que puede romper un matrimonio. Cuando después de la caída Adán reprochó a Eva y le echó la culpa, fue la primera vez que se cometió adulterio. Todo comenzó con un corazón que no buscaba plenamente servir a otro, sino servirse a sí mismo.
Pocas veces se comprende que el matrimonio es un oficio. La Escritura dice cosas hermosas de él, de la relación entre marido y mujer, ¡y también con los hijos! Pensemos en Colosenses 3:18-21:
«Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten».
Cuando se toman de corazón estas palabras, el matrimonio será hermoso. Algo de la nueva vida florecerá entonces en esta tierra maldita. Los poderes de la era venidera surgirán entonces, y la sonrisa complacida de Dios brillará sobre las generaciones de sus hijos.
El matrimonio no es sólo un acontecimiento privado, por muy personal que sea la relación. Uno es responsable ante Dios del pasado, presente y futuro de su matrimonio. También está implicado el bienestar de las generaciones venideras. Cuanto más sea marido el marido y más sea mujer la mujer, más afectuoso, fuerte y cálido será y se mantendrá el vínculo matrimonial. El marido debe orientar, asumir la responsabilidad, tomar la iniciativa y ayudar a su mujer con dulzura y valentía.
La esposa debe ser una verdadera ayuda, prestar buena atención a su hogar y crear un «hogar». Como dice Proverbios 31:11-12, 25-28:
«El corazón de su marido está en ella confiado y no carecerá de ganancias. Le da ella bien y no mal todos los días de su vida. Fuerza y honor son su vestidura, y se ríe de lo porvenir. Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua. Considera los caminos de su casa y no come el pan de balde». Así crea un hogar en el que al marido y a los hijos les gusta estar. «Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba».
Etapas difíciles en el matrimonio
El matrimonio tiene, según expertos como J. H. van den Berg y H. C. Rimke, dos etapas que están más aquejadas de dificultades. Estas etapas son los primeros cinco años y el periodo en que la pareja tiene aproximadamente cuarenta años.
Las dificultades de la primera etapa se deben principalmente a problemas de adaptación. Estos años son decisivos para el futuro del matrimonio. Determinan si la pareja desea crecer unida, aceptándose por completo, parcialidades, peculiaridades y defectos incluidos. ¿Están ambos abiertos a la influencia cambiante que cada uno puede tener sobre el otro? ¿O se oponen como individuos? ¿Quieren crecer juntos o se vuelven introvertidos? Durante este periodo, ambos tienen que encontrar su lugar como marido y mujer. Esto no siempre ocurre sin choques. Si, como ya se ha explicado, marido y mujer se han encontrado realmente en el amor y continúan haciéndolo, seguirán encontrando una unidad cada vez mayor.
La segunda etapa de dificultad es de naturaleza diferente. A veces se la denomina fase de virilidad. Es el momento de la vida del hombre en el que ya no progresa. Ha encontrado el destino de su vida y, con suerte, lo ha aceptado. Está en la flor de la vida, su capacidad de logro ha alcanzado su punto álgido. Mira hacia atrás, hacia la mayor parte de su vida que ya ha pasado.
Durante esta etapa de la vida —a veces llamada peligrosa— pueden producirse cambios radicales. Muchos se convierten a la fe en Dios, mientras que otros rompen con la tradición religiosa de su juventud. Según Rimke, se sabe que los ministros de religión cambian de vocación durante este periodo. A menudo se duda de los valores tradicionales. Parece como si muchas personas en esta etapa de la vida desearan empezar de nuevo. «La vida empieza a los cuarenta», suele decirse.
Es también en esta época cuando muchos matrimonios atraviesan una crisis. Para cada uno de los miembros de la pareja, muchas dolencias y defectos se hacen patentes por primera vez: diabetes, reumatismo, canas, calvicie, etc. Los logros físicos disminuyen. La memoria y las facultades psíquicas se debilitan; el cansancio aparece antes. Quienes no se dejan guiar por una fe firme en el llamado de Dios, llegan, decepcionados, a una conclusión sobre la vida: «¿Esto es todo?».
Ven que su vida se desmorona, pero se niegan a aceptarlo. Se lanzan con un nuevo espíritu, aparentemente juvenil, a la vida atractiva. Huyen hacia lo nuevo, intentando olvidar lo viejo.
Sin embargo, según un experto, muchos alrededor de los cuarenta empiezan a vivir en una rutina determinada en gran medida por el disfrute sensual de la vida: la bebida habitual, una afición exagerada por la comida gourmet y un intento de drogarse en la auto-indulgencia. El hombre puede cometer locuras o tener «aventuras». A su pareja, que envejece, la mira con ojo crítico. Durante este periodo se producen muchos divorcios y hombres mayores vuelven a casarse con mujeres más jóvenes.
Por supuesto, esto no siempre ocurre. Los cuarenta también pueden ser una época de intensificación de la vida interior. Los conflictos internos y el conocimiento de que, físicamente hablando, la mejor época de la vida ya ha pasado, pueden hacer que se profundice en la conciencia espiritual. Alguien puede salir de esta etapa siendo una persona más equilibrada, más consciente de su lugar en la vida y de sus responsabilidades peculiares. En muchos hombres, los sentimientos paternales se hacen más intensos. Muchos comienzan a vivir más para sus familias y sus esposas.
Cabe añadir aquí que Rimke, que ha realizado un estudio de las distintas etapas de la vida, también afirma que algunas personas se desarrollan sin mayores síntomas de crisis. Estas personas se encuentran, según él, especialmente entre los «profundamente religiosos».
No debemos infravalorar las dificultades de la fase de virilidad. Al mismo tiempo se puede decir que: «Quien ha comenzado su matrimonio ‘en el Señor’; quien, junto con su esposo o esposa, ha puesto el modo de vida y la vocación en el matrimonio bajo la luz de los actos redentores de Dios en Cristo, no tiene por qué sucumbir a esta crisis».
Al contrario, los cónyuges de un matrimonio así, al envejecer, no se desesperarán ni se mirarán con ojos críticos, sino que se unirán cada vez más en la seguridad común de que la vida matrimonial en el Señor no es en vano. A medida que las apariencias externas se deterioren, esperarán y recibirán la renovación de la persona interior.
Durante esta etapa el matrimonio puede hacerse mucho más fuerte, la comunión más estrecha y el apoyo físico y espiritual mutuo mayor. Con el aumento de los años, el significado de ser dados por Dios como ayuda mutua se revela cada vez más ricamente.
Lo que se ha alcanzado mediante la lucha recibirá un esplendor y un valor especiales. Esto se aplica a la primera etapa, en la que los miembros de la pareja tuvieron que encontrarse. También se aplica a la segunda etapa, en la que se reencuentran y confirman su amor con su madurez.
Los años de transición son los más difíciles en la vida de una mujer. Son los años inmediatamente anteriores y posteriores al cese de la menstruación, también conocido como climaterio. El cese de la menstruación se denomina menopausia, tras la cual ya no es posible concebir.
Alrededor de los cincuenta años, cesa la menstruación. Durante este periodo, las mujeres suelen experimentar dificultades físicas y psicológicas. A menudo se quejan de dolores de cabeza, mareos, insomnio, «sofocos» y otras dificultades y dolencias nerviosas.
El marido debe ser indulgente con su mujer durante una etapa tan difícil de su vida, apoyándola, ayudándola con amor y perdonándola. Entonces, como en tantas situaciones difíciles, debe ponerse de manifiesto la voluntad del esposo y de la esposa de vivir amándose según sus votos.
Por cierto, esto es válido para todo el período de envejecimiento en común. La fuerza del amor de una pareja se hará evidente cuando el marido o la mujer se vean afectados por dolencias físicas. El amor puede demostrarse maravillosamente en los cuidados que cada uno presta al otro. Qué gloriosa corona puede colocarse sobre un matrimonio cuando marido y mujer son capaces de ayudarse mutuamente a lo largo de varias décadas. Juntos encanecen y envejecen, pero siguen dando fruto el uno para el otro, así como dan fruto para Dios.
Las personas enfermas y necesitadas han sido puestas por Dios en el camino de las personas sanas para que se les muestre la caridad: ese proverbio se aplica también a las etapas difíciles del matrimonio. A través de la adversidad, Dios permite a los esposos probar la fuerza del verdadero amor. El verdadero amor no se busca a sí mismo.
Los períodos difíciles en el matrimonio de los hijos de Dios pueden conducir a la bendición. Esta bendición recaerá sobre el marido y la mujer y todo lo que les rodea.
Relaciones sexuales entre marido y mujer
Ahora más que nunca se insiste en la necesidad de una relación sexual satisfactoria en el matrimonio; se considera la base misma del éxito matrimonial. Muchos libros ofrecen información sincera sobre la práctica del acto sexual. Se detienen largamente en las diversas formas de lograr una unión sexual que pueda conducir a una mayor satisfacción.
Nadie negará la importancia de unas relaciones sexuales satisfactorias. Ciertamente influyen en la relación total entre marido y mujer. La esposa que se resigna al coito comienza el día de forma diferente a la que, al despertarse, evoca la satisfacción física. El marido que, al despertarse, recuerda la resistencia nocturna, se levanta de forma diferente al que puede hacer bromas a su esposa por su complacencia (J. H. van den Berg).
La Sociedad Neerlandesa para la Reforma Sexual (Nederlandse Verenigingvoor Sexuele Hervorming) insiste mucho en la importancia de una relación sexual sana y satisfactoria. Sin embargo, la sugerencia de que el «matrimonio perfecto» se basa en la satisfacción sexual mutua es incorrecta.
Ciertamente, mucho ha cambiado para mejor en los asuntos sexuales del matrimonio. Mientras que en el pasado se pensaba que los «derechos conyugales» pertenecían al marido, hoy se hace hincapié en los derechos y deberes mutuos. Antes, muchos maridos consideraban indeseable o incluso impropio que sus esposas disfrutaran del placer sexual como ellos. La tarea de la mujer consistía simplemente en someterse al marido. Hoy en día, el matrimonio se considera un vínculo de compañerismo en el que la esposa disfruta de los mismos derechos que su esposo.
Como compañera de su marido, la esposa hace valer sus derechos a una relación sexual satisfactoria. En el pasado, las mujeres sabían poco sobre sexo antes de casarse, pero hoy en día la mayoría de las jóvenes están bien informadas antes del matrimonio.
Pero ningún matrimonio tendrá éxito simplemente porque la relación sexual deje de suponer un problema. Es un completo error pensar que la perfecta técnica sexual garantiza un matrimonio perfecto. De forma revolucionaria, la mujer se ha convertido en compañera de su marido, pero al mismo tiempo el acto sexual se ha separado de la completa comunión física y espiritual que debe ser un buen matrimonio. El matrimonio es más que el consumo de sexo; el coito físico por sí solo no hace un matrimonio.
Dos jóvenes que planean casarse tendrán que familiarizarse con las funciones de los órganos sexuales y con las diferentes estructuras psíquicas del hombre y la mujer. La ignorancia total de estas cuestiones puede acarrear muchos problemas, tensiones y tristezas.
¿Para cuántos la noche de bodas ha resultado ser una gran decepción porque no se había tenido suficientemente en cuenta la diferencia de disposición entre el hombre y la mujer? Los psiquiatras y los médicos pueden contar muchas historias al respecto.
La falta de control y de sensibilidad del marido, y su torpeza, pueden asustar tanto a una esposa no preparada que la luna de miel acabe en decepción. A veces no hay juegos preliminares ni caricias, ni consideración por los sentimientos de la esposa. Debido a la impaciencia e impetuosidad del marido, la mujer puede perderse la ternura y la seguridad necesarias para responder sexualmente. El egoísmo sexual del marido puede hacer que sea muy brusco durante la primera convivencia y esta brusquedad puede provocar el vaginismo en la esposa.
A diferencia de la del marido, la vida sexual de la mujer no está marcada por una pasión desencadenada rápidamente ni por la satisfacción física de los deseos sexuales, sino que está más relacionada con los sentimientos de unidad que la ligan a su marido. La intimidad, el dar y recibir amor, es lo primero para ella. Esto no puede consistir en una técnica aprendida en los libros; es un asunto exclusivamente privado que pertenece a la única comunión espiritual y física que debe ser cada matrimonio. A veces pasan años antes de que se alcance completamente la armonía sexual.
La vida sexual humana en sus formas más íntimas, en sus caricias, posturas y actividades sexuales, no puede describirse detalladamente y transmitirse a los demás en un libro. Una advertencia: cuidado con los libros sobre el placer sexual en el matrimonio que se envían en sobres marrones.
Un marido debe darse cuenta de que hacer el amor es mucho más que tomar a su mujer apresuradamente. La ética cristiana insiste en que la esposa es algo más que un objeto para satisfacer los deseos sexuales. El marido que dedica todos sus pensamientos a la variedad en su vida sexual, que siempre está buscando métodos nuevos y más ingeniosos, distorsiona el matrimonio despojándolo de todo menos de su aspecto sexual.
En el matrimonio, ambos cónyuges deben vivir en santidad el uno con el otro. La verdadera felicidad en el matrimonio está en peligro cuando el placer sexual se obtiene con demasiada avidez e insaciabilidad. Esforzarse por obtener el máximo placer sexual puede inducir a uno de los cónyuges a utilizar al otro para satisfacer sus propias necesidades sexuales. Entonces la unión de marido y mujer amenaza con degenerar en un acto de autosatisfacción. Satisfacer egoístamente los propios deseos sexuales dentro del matrimonio es una falta común e insidiosa.
Al advertir a los jóvenes en contra de la ignorancia sexual, hay que tener en cuenta que una pareja puede caer en la tentación de perfeccionar sus técnicas para hacer el amor a partir de la información recogida en los libros, y con el tiempo puede volverse codiciosa y hastiada de la experiencia sexual. Quien denuncia con razón la codicia porque está en conflicto con la Palabra de Dios, debe recordar que también puede agriar las relaciones sexuales. Estas relaciones pertenecen al matrimonio, pero no son su único fundamento. Quien considera que la sexualidad es el valor último y decisivo del matrimonio, la idolatra, y la idolatría es pecado.
Los peligros del aburrimiento, la costumbre y la superficialidad acechan también a la vida sexual. Cuanto más se valora algo, más posibilidades tiene de perecer a causa de la monotonía de la rutina diaria. Alguien ha señalado que una bella oración repetida cien veces pierde su sentido. Una hermosa grabación reproducida cien veces puede volverse aburrida (Trimbos).
Las relaciones sexuales también se resienten de la costumbre y la rutina. Mantener relaciones sexuales con demasiada frecuencia puede hacer desaparecer el verdadero significado de esta expresión total de amor, ya que se vuelve indistinguible de otros hábitos cotidianos.
La pareja debe luchar unida por mantener la hermosura de lo que es hermoso. La belleza no se conserva con técnicas bien preparadas y refinadas. Al contrario, sólo sobrevive en un amor pleno que abarque cuerpo y espíritu y busque al otro como ser humano creado por Dios y recibido de Él. El amor, incluido el amor sexual, es un amor que da. Olvidar esto es malinterpretar la esencia de las relaciones sexuales. Una pareja puede tal vez desarrollar una técnica sexual satisfactoria sin experimentar una verdadera comunión, ya que en su relación falta la base espiritual que sustenta el verdadero amor.
Por lo tanto, el encuentro sexual rápido en el que el marido piensa en la autosatisfacción sin tener en cuenta la experiencia espiritual y física de su mujer es más animal que humano. Dado que la mujer, por regla general, necesita más tiempo que el marido para alcanzar la plena satisfacción psíquica y física, es cruel y poco cristiano que el marido piense sólo en sí mismo. La esposa necesita juegos preliminares y busca calor y ternura para entregarse por completo.
Surge entonces la pregunta: ¿Obtiene siempre la esposa una satisfacción plena? ¿Debe llegar siempre al orgasmo como su marido? Hoy en día, el orgasmo se considera un derecho de la mujer. Según J. H. van den Berg, en el siglo pasado las mujeres bien educadas sabían poco o nada sobre la satisfacción sexual durante el coito y los maridos no esperaban que lo supieran.
Hoy, sin embargo, la satisfacción sexual completa se considera un derecho normal de la mujer casada. Conscientes de este «derecho», muchas mujeres casadas pueden preguntarse si son normales cuando consiguen esta satisfacción parcialmente o no la consiguen en absoluto. Entonces empiezan a temer ser frígidas y se reprochan de forma innecesaria.
De hecho, en muchos matrimonios, la insensibilidad sexual y la frigidez conducen a la ansiedad, y eso sucede aparentemente más hoy que antes. El pensamiento moderno, que exige la igualdad de derechos para la mujer, lleva a muchas esposas a preocuparse cuando no alcanzan el orgasmo. Piensan que tienen algún defecto y se preguntan si su matrimonio se tambalea o algo peor.
Hay que distinguir tres formas de impotencia sexual que pueden darse en la esposa. La forma más grave y excepcional es el vaginismo. El vaginismo es una forma fuerte de repulsión ante cualquier intento de relación sexual. Se manifiesta con espasmos musculares, dolor, calambres y una sensación general de náuseas.
También hay esposas que son absolutamente indiferentes sexualmente, pero aceptan el coito por el bien del marido. Esto se denomina frigidez. Tanto el vaginismo como la frigidez requieren tratamiento por parte de especialistas y no hablaremos más de ellos.
La tercera forma de impotencia sexual femenina a menudo se denomina injustamente frigidez. Caracteriza a las esposas que, aunque desean el coito, rara vez o nunca alcanzan el clímax. Este tipo de incapacidad para la satisfacción sexual total se denomina más correctamente anorgasmia. Puede reflejar la torpeza inicial del marido o ser el resultado de una contención emocional debida a sentimientos de vergüenza.
En los últimos años se ha descubierto que muchas esposas nunca alcanzan el clímax sexual. Aunque los defectos orgánicos pueden causar anorgasmia, la mayoría de estas mujeres son normalmente sanas en todos los aspectos y no se inhiben en las relaciones sexuales. Una idea errónea muy extendida es que toda esposa que no obtiene la misma satisfacción que su marido en las relaciones sexuales, está perturbada y es infeliz en su matrimonio. Por el contrario, estas esposas a menudo se sienten completamente felices y son normales y sanas en todos los aspectos (Wijngaarden).
Es bueno señalar esto porque en nuestra sociedad sexualizada, el énfasis excesivo en la satisfacción puede obligar a muchas mujeres a sentirse anormales cuando son completamente normales, aunque experimenten el amor sexual de forma diferente a como lo hacen otras mujeres.
La anorgasmia no tiene por qué ensombrecer el matrimonio. Al contrario, para la esposa que ama, una satisfacción puramente física es secundaria. Lo más importante es que ella reciba a su marido con amor, se sienta segura con él y le demuestre su amor con toda su vida. Esto no quiere decir que a una mujer así se le niegue la satisfacción física. Pero la experimenta de un modo diferente, más indirecto.
Es muy importante que, al principio de su matrimonio, marido y mujer hablen abiertamente de sus experiencias y sentimientos. Esto puede resultar en un gran alivio y conducir a una comprensión mutua más profunda y a una relación más estrecha en el amor físico-espiritual.
Si la relación sexual no está controlada por el amor, si se inserta en la comunión amorosa total entre marido y mujer, puede conducir a la anarquía sexual. Si la vida cotidiana de una pareja no muestra amor, si discuten más de lo que parecen aceptarse mutuamente, se destruye la base para una relación sexual sana. En una relación así, las relaciones sexuales tienen poco que ver con el amor. Si la esposa no es muy complaciente en tales situaciones, el marido no debería quejarse, pues su relación ya ha sido fundamentalmente perturbada. Forzar las relaciones sexuales en tales circunstancias es violar su significado. El coito sólo es posible en la entrega total del amor.
No, no estamos soñando con matrimonios perfectos, sin mancha ni defecto. En los mejores matrimonios puede haber periodos de distanciamiento, pero tendrán repercusiones sexuales inmediatas. Las interacciones entre todas las áreas de la vida de la pareja permanecen. Todo lo ya mencionado sobre la comunión matrimonial, sobre la lucha por mantenerla y profundizarla, tiene una importancia directa para las relaciones sexuales. No pueden separarse del clima espiritual en el que existe todo el matrimonio.
Pablo lo señala en 1 Corintios 7:3 cuando dice: «El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido». Se refiere explícitamente a la relación sexual, pues continúa: «La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer».
Así pues, existe una obligación cristiana mutua de concederse las relaciones sexuales. Cada uno necesita al otro. No se menciona que la procreación sea un objetivo. La cuestión es que cada uno tiene que estar disponible para el otro por amor.
Es notable que marido y mujer sean iguales en este aspecto. Se dice tanto del uno como del otro. Cada uno debe estar disponible para el otro, él para ella, ella para él. No deben negarse sus cuerpos el uno al otro. La regla en el matrimonio es: «No os neguéis el uno al otro… para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia» (1Co 7:5).
Una pareja solo puede abstenerse de tener relaciones sexuales durante un tiempo de consentimiento mutuo, para poder dedicarse a la oración. El anhelo de comunión con Dios puede buscarse en oración. No puede verse amenazado o reprimido por las expresiones físicas de amor entre marido y mujer. Los asuntos «terrenales» del matrimonio (1Co 7:33) no deben ser tan importantes como para poner en peligro la comunión con Dios.
Pablo pone a marido y mujer en su sitio: Amad a Dios por encima de todo en el matrimonio, y los unos a los otros como a vosotros mismos. Pablo también advierte contra la esclavitud al sexo. No puede convertirse en lo más importante. La abstinencia es permisible y de gran beneficio espiritual si cuenta con el consentimiento de ambos cónyuges y es de corta duración.
Del mismo modo leemos en 1 Pedro 3:7: «Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo».
La relación que alguien tiene con Dios no puede verse reprimida por la relación con su cónyuge. 1 Pedro 3 reitera lo que se expresa en 1 Corintios 7.
También leemos en 1 Pedro 3 que la relación de una pareja con Dios no debe verse obstaculizada por el comportamiento imprudente, duro y sin amor de un marido hacia su esposa. Esto, por supuesto, vale para toda la vida matrimonial. Sin embargo, cuando se dice que la esposa es el vaso más frágil, se refiere especialmente a la relación sexual entre la pareja.
Los judíos llaman a la esposa el vaso del que se sirvió el marido. Contra la fornicación, 1 Tesalonicenses 4:4, 5 declara: «que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios». Así como no se puede adquirir inmoralmente una esposa, también debe prevalecer una relación cristiana y amorosa en el matrimonio en su conjunto y particularmente en las relaciones sexuales.
De esta forma, el Evangelio regula las relaciones entre marido y mujer. El marido no debe considerar a su esposa como una posesión. Debe tratarla con reflexión y con el debido respeto, es decir, con amor. La esposa es más débil físicamente; necesita ayuda y protección. Además, el marido no debe olvidar que su mujer es coheredera de la vida en Cristo. Por tanto, ella es mucho más que un simple ser sexual.
Si los esposos no aceptan y se relacionan con sus esposas amorosamente, sus oraciones se verán obstaculizadas. Si marido y mujer no se relacionan adecuadamente, peligra su comunión con Dios. La oración no puede quedar apartada porque la pareja esté absorta en sus relaciones sexuales. Lo que Pablo dice acerca de todos los dones de Dios también se aplica a esto. Podemos disfrutar de sus dones con acción de gracias, pero no pueden esclavizarnos. (Compárese con 1Co 6:12.)
Así, en pocas palabras, la Biblia nos da una visión profunda de la relación sexual dentro del matrimonio. Una pareja debe relacionarse sabia y amorosamente. El uno no puede apartarse del otro a menos que sea temporalmente y de mutuo acuerdo; además, después de hacerlo, deben dirigir todas sus energías a la comunión con Dios en la oración.
Uno se pregunta: ¿Quién es capaz de una unión tan global y abnegada? ¿Quién es capaz de un matrimonio en el que no se busca al yo, sino al otro? Sólo en comunión con Dios y mediante el poder concedido por Él es posible un amor así. Sólo un matrimonio cristiano puede tener éxito en el pleno sentido de la palabra, y esto vale también para la relación sexual.
El matrimonio y la bendición de los hijos
Podemos decir que el nacimiento de los hijos es una bendición directa del Señor. Ya al comienzo de la Sagrada Escritura leemos:
«… varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos» (Gn 1:27-28). Como hemos señalado antes, la palabra bendecir significa ampliar, ensanchar, extender. Bendecir es llevar algo a su pleno desarrollo. La bendición de Dios significa que Él hace que la vida alcance su pleno florecimiento y le concede su máximo desarrollo. Esto se aplica a toda la vida humana, incluida la vida matrimonial.
Los hijos son una bendición de Dios. El Salmo 127 los llama «herencia del Señor». Esto significa que son un don gratuito de Dios y aseguran la continuidad de las generaciones. Especialmente en Israel, la gente se dio cuenta del gran significado de recibir hijos. Veían en ello la mano del Señor, que abría los vientres de las mujeres (Gn 29:31).
En la tienda de Jacob estalló una lucha entre sus dos esposas, una lucha por los hijos, que se libró con todas las armas humanas imaginables. «Dame hijos o, si no, me muero», exclamó Raquel en su amargura. En su respuesta, Jacob relacionó la recepción de los hijos directamente a Dios: «¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?» (Gn 30:1-2).
Sobre Ana leemos: «Y Elcana se llegó a Ana su mujer, y Jehová se acordó de ella. Aconteció que, al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo» (1S 1:19,-20).
El anhelo de tener hijos era grande en Israel. La gente miraba hacia el Señor, que puede abrir y cerrar el vientre, con la esperanza de ver nacer al futuro Mesías. Este deseo, primordial en la mente de los israelitas piadosos, no se parecía a los motivos de Raquel y Lea, que querían amarrar a su marido a través de los hijos. Los israelitas piadosos vivían a través de sus hijos. A través de la descendencia, cada israelita quería ser testigo del gran día del Mesías.
Por esta razón, cantaban que los hijos eran una herencia del Señor. El Salmo 127 enfatiza fuertemente la acción directa y la obra del Señor cuando se involucra de forma personal en la vida de la gente. Si su mano de bendición no se abre, todo el trabajo y la vigilancia humanos son en vano. «Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño» (v. 2). El hombre vive gracias a la intervención y protección del Señor. El que desea hijos debe saber que vive en la presencia del Señor.
El que recibe muchos hijos no tiene motivos para vanagloriarse, pues, como afirma el Salmo 127, son regalos gratuitos del Señor. Los padres de familia numerosa no pueden creerse mejores que los que tienen pocos hijos. Los dones gratuitos no les dan derecho a certificados de fidelidad y valor.
Los hijos son una herencia. Por una herencia no se trabaja, y buscarla es inútil. El Salmo 127 quiere enseñarnos esto, lo cual se cumple en las palabras de Cristo: «separados de mí nada podéis hacer» (Jn 15:5).
El Salmo 139 confiesa: «Porque Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre». Cada nueva vida es un milagro de las manos de Dios. «Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho».
Antes del cumpleaños de alguien, incluso antes de que haya sido concebido, todos los días de su vida están ante la presencia de Dios. Tal y como alguien puede anotar los acontecimientos de cada día en un diario, ¡Dios ha escrito la vida de cada ser humano por adelantado! Cuando aún no existía ninguno de ellos, Dios ya había determinado los hechos de la vida de cada uno, había regulado sus acontecimientos y había fijado su orden. Incluso antes de que el hombre existiese. El ojo de Dios lo vigila y el Espíritu de Dios determina toda su vida. En efecto, él es el producto de Dios, la maravillosa obra de sus dedos. En este contexto, los hijos deben ser recibidos en el matrimonio y aceptados con gratitud como dones libres de Dios.
Se ha escrito mucho sobre el objetivo principal del matrimonio. ¿Es la comunión de amor entre marido y mujer o la recepción de los hijos? Sugiero que esto plantea un falso dilema. La comunión de amor entre marido y mujer busca un hijo. Esto no quiere decir que un matrimonio sin hijos no esté completo o que no haya alcanzado su meta; definitivamente no es así.
Sin embargo, se ha señalado con razón que, si el matrimonio es una cuestión de moldeamiento mutuo de marido y mujer, desearán tener hijos. La pareja que decide no tener hijos por razones no válidas ante el Señor, no está casada a pesar de su unión física como marido y mujer. Al negarse a tener hijos, su matrimonio caerá presa de un estancamiento estéril, porque el amor y el deseo de paternidad son inseparables.
Ciertamente, el impulso a la unión sexual completa no puede considerarse simplemente un impulso biológico a reproducirse. Cuando el amor mutuo entre marido y mujer busca su expresión más profunda e intensa en la entrega completa del uno al otro, no siempre predomina el deseo consciente de tener hijos, sino que cada uno busca al otro según la ordenanza de Dios de que «no es bueno que el hombre esté solo».
La pareja pone toda su vida a disposición del otro. Esa es la forma en que Pablo habla del matrimonio en 1 Corintios 7. Sin embargo, aunque el hijo no es el objetivo exclusivo del amor entre marido y mujer, sin duda es su resultado y su bendición.
Los sentimientos del marido y la mujer difieren un poco en esto. La esposa puede tener un fuerte e instintivo deseo por un hijo; sin embargo, esto no debe convertirse en lo más importante para ella. Si el deseo de ser madre hace que el amor por su marido pase a un segundo plano, su amor se verá empañado.
Si una esposa desea un hijo para ligar a su marido a sí misma, como hicieron Raquel y Lea, sus motivos egoístas tienen poco que ver con el amor o la maternidad. Sus acciones se reducen a un juego de poder. Esto también se aplica a las mujeres que se creen con derecho a tener un hijo, aunque no estén casadas.
El deseo del marido por tener un hijo es, por naturaleza, mucho menos instintivo. En lugar de eso, viene determinado por factores espirituales, culturales o sociales. ¡Piensa en el hijo y heredero! Pero, de nuevo, ese pensamiento no debe predominar. Debe desear el coito con su mujer porque la ama. Sólo entonces podrá recibir a su hijo correctamente, como una bendición de Dios concedida a la unión de dos en uno del matrimonio. Todos los demás motivos no alcanzan la esencia de la relación sexual tal como Dios la concibió.
No podemos, por motivos ajenos al matrimonio en sí mismo, fomentar o restringir la procreación. A lo que me refiero es a los motivos que implican crear poder a través de los números, por ejemplo, querer aumentar el tamaño de la iglesia o calcular que nuestra defensa nacional debe ser tan grande en tantos años. No podemos hacernos físicamente fuertes a través de nuestros hijos, porque si intentamos hacerlo, dejaremos de ver que los hijos son una herencia, un don gratuito del Señor.
Sin embargo, podrían plantearse las siguientes preguntas: «¿No obra el Señor a través de las generaciones? ¿No dice el formulario para la solemnización del matrimonio que a través del mismo se multiplica el género humano? ¿No se refiere eso a la iglesia y a la nación? Las madres que van a la iglesia dan a luz a sus hijos para la Jerusalén de arriba, ¿no es así? ¿No es cierto que en una multitud de súbditos reside la gloria del Rey?».
Estamos de acuerdo. En su gracia, Dios obra a través de las generaciones, pero sólo en su gracia. Tan pronto como el pueblo de Dios se gloría en la sangre, la raza y el país, Él responde: «soy incluso capaz de convertir las piedras en hijos de Abraham». Dios no está atado a la línea de nuestra sangre. Por regla general, Él usa esa línea y los lazos de sangre soberana y misericordiosamente. Nosotros y nuestros hijos pereceríamos en nuestra altivez si diéramos esto por sentado o si dijéramos envanecidos: «Cooperamos en la construcción de la nueva humanidad de Dios».
No obstante, veo la misma soberbia en la pareja joven que cree controlar el engendramiento de los hijos. A menudo, los jóvenes recién casados desean esperar varios años antes de tener hijos para poder disfrutar el uno del otro a solas durante un tiempo. Pero su espera lesiona la esencia misma del matrimonio.
Los expertos señalan que muchas parejas que empiezan así disminuyen su fertilidad y más tarde son incapaces de tener hijos cuando les conviene. Estas personas creen que pueden tomar las riendas de su vida. Con altanería, ya no reconocen que los hijos son un don gratuito del Dios de toda carne.
Los jóvenes que se consideran felices en su matrimonio desearán de corazón que Dios bendiga su felicidad. Un hijo es la corona de su vida matrimonial. ¡Oh, la alegría de la paternidad, la maravillosa experiencia de ser madre o padre por primera vez! De hecho, en palabras del Salmo 127, ¡es una recompensa!
¿Quién se atrevería a hacer comentarios despectivos o a reírse de una pareja que tiene a sus hijos cerca? ¿Acaso la maternidad no pertenece a la época de pleno florecimiento en la vida? ¿Acaso no alientan a la pareja las palabras de Pablo sobre las viudas jóvenes, que pueden aplicarse a todas las mujeres jóvenes? «Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa» (1Ti 5:14). Timoteo continúa diciendo «Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia» (1Ti 2:15).
Cuando los matrimonios, tanto jóvenes como mayores, reciben a sus hijos de la mano de Dios de esta manera y desean educarlos para Él, una vida familiar ocupada y rebosante da un maravilloso testimonio de la presencia de Dios. Un matrimonio así es totalmente distinto de un matrimonio que se estanca en una esterilidad conscientemente elegida, un matrimonio en el que marido y mujer sucumben al egoísmo.
Un matrimonio con muchos hijos está en armonía con la Biblia. En armonía con la voluntad de Dios, ambos cónyuges vivirán juntos en armonía, y serán una bendición para la iglesia. Además, sería anormal que jóvenes sanos en la flor de la vida tuvieran pocas o ninguna relación sexual y por lo tanto no recibieran hijos.
En los tiempos que corren, hay muchas razones para defender las familias numerosas. Los numerosos argumentos en contra no pueden oponerse a la promesa de Dios a las parejas de enriquecerse con sus hijos. Esto no tiene nada que ver con idealizar tontamente la riqueza de tener hijos. Tener hijos tiene sus problemas particulares, como todo en esta dispensación imperfecta. La bendición, sin embargo, predomina porque la promesa de Dios tiene un mayor poder.
Alguien que escribió un libro sobre los problemas del matrimonio y del amor dice lo siguiente sobre las familias con muchos hijos: «Son las familias pequeñas las que encabezan las estadísticas de divorcios, no las grandes, que suelen caracterizarse por una vida familiar armoniosa y comunicativa. La ruptura de la vida familiar se produce con mucha menos frecuencia en las familias numerosas que en las pequeñas. Los problemas de educación son menores, ya que los hijos se educan unos a otros; como la madre no puede supervisarlo todo, se deja mucho en manos de los hijos mayores, que así aprenden pronto sus responsabilidades y que, espiritualmente, suelen mantenerse fuertes y sanos. (Muchos hombres famosos provienen de familias numerosas y no de pequeñas) El ama de casa tiene demasiado que hacer como para poder dedicar su atención a tener el suelo limpio de polvo y los salones inmaculados. Esto beneficia enormemente las relaciones matrimoniales, ya que en muchas familias pequeñas las preocupaciones triviales y las irritaciones son los puntos débiles donde estallan los ánimos. Así, la familia numerosa es más humana, tiene una visión más amplia y una mayor generosidad respecto a las necesidades del prójimo. Quizás tenga menos lujos, pero más amor» (H. van Oyen).
Estas observaciones deben hacerse antes de hablar de las dificultades y problemas especiales que surgen en la formación de una familia. Debemos considerar los problemas en este libro porque son creados por esta época moderna y se ofrecen soluciones desde todos los puntos de vista. Sin embargo, no hay que olvidar lo normal ni hacer que los casos especiales parezcan la regla. Todo lector debe tener presente la sana norma al considerar los problemas contemporáneos.
El matrimonio y el número de hijos
La primera pregunta que hay que hacerse sobre el número de hijos en el matrimonio es la siguiente: ¿Significa el mandamiento de Dios de ser fecundos que el hombre debe multiplicarse sin límite? Es un hecho notable que, a diferencia de los animales, el hombre sea el destinatario directo de este mandamiento. Sobre los animales leemos: «Y Dios los bendijo diciendo: Fructificad y multiplicaos» … Del hombre leemos: «…y Dios les dijo: Fructificad y multiplicaos…» (Gn 1:22 y 28).
Dios habla directamente de la responsabilidad del hombre, haciéndole tan responsable de la fecundidad de su matrimonio, como de todos sus caminos y obras.
El hombre no es un animal sin responsabilidad, sin vocación ni capacidad de juzgar según las Escrituras. Dios se dirige al hombre en su pacto. Dios le ha hecho promesas; Dios le hace exigencias. La responsabilidad del hombre al engendrar los hijos no es simplemente biológica. Está conscientemente implicado debido a su fe y a la conciencia de su vocación.
Cuando la Escritura enfatiza que los hijos son un don del Señor, antepone la gracia soberana de Dios. Esto no contradice la responsabilidad del hombre. Del mismo modo que la gracia de Dios en la elección no excluye las actividades del hombre, tampoco éstas quedan excluidas en la vida matrimonial. Creer que Dios actúa directamente en nuestras vidas no es fatalismo. Permite que aclare este punto.
El Señor puede cerrar la matriz. ¿Significa esto que una pareja debe decir entonces: «Parece que Dios no quiere que tengamos hijos, debemos resignarnos»? Eso sería similar al siguiente razonamiento fatalista: «Reconocemos que Dios envía la adversidad y la enfermedad con su propia mano; por tanto, no nos está permitido hacer nada al respecto. Tomar medidas de precaución equivale a desafiar a Dios; no podemos llamar a un médico, pues ¿quién puede resistirse a la voluntad de Dios?».
Se trata de un razonamiento conocido que continúa teniendo fuerza en algunos círculos. Esto hace una caricatura de la omnipotencia divina contraponiéndola a la responsabilidad humana. Alimenta la ilusión de que Dios y el hombre son socios que trabajan juntos en pie de igualdad.
Cuando dos personas trabajan juntas, si una lo hace todo, la otra no necesita hacer nada, y si la una no hace nada, la otra debe hacerlo todo. Estos dos polos marcan el fatalismo y el remonstrantismo. El fatalista dice: «Dios lo hace todo, así que yo no hago nada». El remonstrante dice: «El hombre mismo cree y obra; Dios es un espectador». Ambos cometen el grave error de pensar acerca de la soberanía de Dios en términos humanos.
En una palabra, acerca de estos dos tipos de personas, Dios dice: «Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Flp 2:12-13). Esto también se aplica a la salvación que menciona Pablo cuando dice: «Pero se salvará engendrando hijos…» (1Ti 2:15). Ella, junto con su marido, debe obrar esta salvación mientras Dios la obra en ella.
Volvamos al caso del «vientre cerrado». Si después de un tiempo parece que una pareja no puede tener hijos, hay pasos que pueden dar. Pueden acudir a un médico que tal vez pueda descubrir y posiblemente remediar un determinado defecto que impide la procreación. Esta pareja actúa entonces de acuerdo con el mandato de Dios de «llevar a cabo su salvación» haciendo uso de los medios que Él les ha proporcionado.
Lo mismo ocurre cuando Dios abre el vientre y la maternidad se convierte en una gozosa posibilidad. Cuando un hijo ha nacido y ha sido recibido por el padre y la madre con gran alegría y agradecimiento al Señor, los padres deben considerar cuándo puede llegar el siguiente hijo. Deben aplicar a esta cuestión la inteligencia que Dios les ha dado. Como en toda tarea y vocación en la vida, todas las circunstancias deben ser cuidadosamente sopesadas, porque el mandamiento de la fecundidad se da al hombre como criatura responsable de Dios.
Cuando el Señor dice: «Fructificad y multiplicaos», ¿significa esto que el hombre debe reproducirse irreflexivamente? ¿Debe ser la vida matrimonial un esfuerzo continuo por procrear?
El don de la fecundidad está ligado al matrimonio. Los seres humanos responsables se implican a fondo en ello. Eligen a sus parejas y la solemnización del matrimonio, aunque la Escritura los anima a considerarse mutuamente como dones de Dios.
Del mismo modo, las personas pueden profesar que Dios les ha dado hijos. Sin embargo, también es posible «tomar» hijos voluntaria e ilegalmente. Si los jóvenes solteros buscan lo que no les corresponde, ¿les da Dios un hijo o lo toman voluntariamente? Lo que quiero decir es lo siguiente: El don de la fertilidad puede arrebatarse como «botín». Entonces se pierde como don y bendición. La vocación y el derecho a reproducirse están ligados y limitados por las ordenanzas de Dios para el matrimonio.
Volvamos a la joven pareja que ha recibido su primer hijo. ¿Están excluyendo estos padres la bendición de Dios si juntos discuten cuándo vendrá el próximo bebé? ¿No deberían considerar sus circunstancias a la luz de la Palabra de Dios?
Las circunstancias serán diferentes en cada pareja. Una madre puede haber sufrido más durante el parto que otra. Una gran pérdida de sangre, por ejemplo, puede haber provocado anemia. ¿Debería darse rienda suelta al impulso sexual, para que pronto se produzca otro embarazo? Una apelación al Salmo 127 —«los hijos son herencia del Señor»— sería un mal uso de las Escrituras en este caso.
Unos padres en esta situación deben esperar hasta que la madre se haya recuperado suficientemente. Ambos cónyuges deben tenerlo en cuenta. El marido es responsable de la salud espiritual y física de su mujer. La esposa es responsable de su propia mente y cuerpo y ambos son responsables de su hijo y de los que les nazcan en el futuro.
Consideremos otro caso. Una mujer ha sufrido una grave infección renal durante el embarazo, que es una etapa en la que se ejerce una gran presión sobre el riñón. Puede pasar mucho tiempo antes de que el riñón infectado se cure por completo. Incluso con una recuperación completa, el riñón no será capaz de soportar un esfuerzo adicional en el futuro. En tal caso, ¿resulta permisible un segundo embarazo poco después del primero? ¡La pregunta es retórica!
Ciertamente, estos casos excepcionales ocurren más a menudo de lo que se cree. Cada situación matrimonial es diferente y probablemente ningún cristiano negará que estos y otros factores similares deban considerarse cuidadosamente.
Para aquellos que creen, el don de Dios de la fertilidad claramente no significa una reproducción descuidada, ilimitada e ininterrumpida. Las Escrituras nos lo enseñan claramente. Dios mismo enseñó al pueblo de Israel que había momentos en los que debían abstenerse de tener relaciones sexuales. Enseñó que el mandato de ser fructíferos no implicaba de ninguna manera relaciones sexuales ilimitadas e ininterrumpidas.
Períodos de abstinencia según las Escrituras
Cuando se nos dice en Éxodo 19 que el pueblo de Israel tenía que prepararse para encontrarse con el Señor, oímos que, entre otras cosas, debían abstenerse de las relaciones maritales. Cuando una mujer era madre y había recibido un hijo, permanecía impura durante siete días y treinta y tres días. Si tenía una hija, este período duraba el doble, ochenta días. Durante ese tiempo, el marido no podía mantener relaciones sexuales con ella. Este decreto divino hacía prácticamente imposible tener dos hijos en el plazo de un año (Lv 12).
A nadie que estuviera impuro se le permitía participar en el servicio de adoración. Dado que, según Levítico 15:18, el coito convertía a alguien en impuro hasta la siguiente noche, quien acudía al templo debía abstenerse de mantener relaciones maritales el día anterior.
Cuando huía del rey Saúl, David acudió al sacerdote Abimelec, que estaba dispuesto a darle el pan de la proposición a condición de que él y sus hombres se abstuvieran de mantener relaciones maritales (1S 21). David respondió: «En verdad las mujeres han estado lejos de nosotros, ayer y anteayer, cuando yo salí».
Incluso cuando el ejército iba a la batalla, el mandamiento seguía en vigor: «Nada de relaciones conyugales de antemano». La guerra que libró Israel fue una batalla santa por el Señor y la preservación de su pueblo. La lucha era tan santa que, antes de volver a la vida normal, los participantes debían permanecer siete días fuera del campamento para purificarse (compárese Nm 31:16-24). Durante la guerra se ordenó la abstinencia de relaciones maritales.
Todo esto no quiere decir que la vida sexual en sí misma sea mala. Si así fuera, el Señor no habría utilizado el matrimonio como imagen de la relación entre Él y su pueblo. Sin embargo, por medio de tales regulaciones su pueblo tenía que aprender que estaban separados de las otras naciones y que pertenecían exclusivamente al Señor. Todo lo que recordara a la muerte, como la sangre que una mujer perdía con el nacimiento de un hijo, debía mantenerse alejado de la vida que el Señor busca y salva. El pecado, especialmente el sexual, se había vuelto tan excesivo que Dios quiso enseñar a la joven nación de Israel a «ser santos, porque yo soy santo».
Además, las religiones paganas de aquellos días incorporaban abominables cultos a la fertilidad. Los hombres cometían actos vergonzosos, no sólo con las mujeres, sino también con los hombres, mientras adoraban al dios y a la diosa de la fertilidad. Esto se llamaba prostitución cúltica. Mientras que la adoración pagana incluía excesos sexuales, Dios ordenó a su pueblo: «absteneos de las relaciones maritales antes de vuestros cultos; debéis ser completamente diferentes».
No nos extenderemos en esto ahora. Nuestra preocupación son los períodos de abstinencia que el Señor impuso a los casados en varias ocasiones. El Nuevo Testamento en 1 Corintios 7 habla de abstinencia temporal.
De esta manera el Señor enseñó a su pueblo la moderación. La moderación tiene su lugar en un matrimonio cristiano. El mandamiento de ser fructífero no puede usurpar la moderación, y debe entenderse en el contexto de lo que el Señor nos enseña a través de las Escrituras.
Ahora podemos ver que el mandamiento de ser fructíferos no significa que cada matrimonio deba producir el máximo número de hijos. El Señor no se refiere a una fecundidad ilimitada. Dios mismo señala momentos en los que las obligaciones matrimoniales deben dejar paso a otras obligaciones. La abstinencia temporal en el matrimonio puede ser una obligación, y. la falta de cuidado en el matrimonio está prohibida por Dios; Él ordena la prudencia.
Existe un cierto fatalismo cuando uno simplemente deja que la naturaleza siga su curso. Engendrar hijos tiene que ser realmente engendrar y no simplemente algo inevitable. Quedarse embarazada no debe ser una sorpresa desagradable; debe ser un acto de amor y de fe.
La planificación familiar
Algún tipo de planificación familiar forma parte de nuestra vocación de ser colaboradores de Dios. Sus preceptos incluyen la responsabilidad de marido y mujer en la reproducción. Se ha de tener en cuenta la fuerza, salud, vida familiar y otros factores que difieren de una familia a otra.
Tener sentido de la responsabilidad en la reproducción es distinto de controlar voluntariamente el número de hijos nacidos. La responsabilidad ante Dios no consiste en hacer la propia voluntad. Uno no debe dejarse llevar por consideraciones egoístas para decidir cuándo puede venir el próximo hijo y cuántos puede haber bajo la bendición de Dios. Hoy en día muchas parejas se dejan llevar por razones completamente egoístas que parecen reforzadas por la evidencia científica. Ya en tiempos de Juan Calvino, las familias acomodadas limitaban el número de hijos para salvar la fortuna familiar.
El miedo a la superpoblación no es el único motivo, ni siquiera el más importante, para limitar el número de hijos. Es un hecho generalmente conocido que en Europa occidental el control de la natalidad por medios artificiales se da con mayor frecuencia entre quienes desean combinar unos ingresos razonables con un nivel de vida más que razonable.
En los países prósperos, el control de la natalidad aumenta con mayor rapidez. Por esta razón, el Dr. Adenauer calificó en una ocasión a la nación alemana como una de las más insatisfechas del mundo. ¿Por qué? Porque sus habitantes siempre querían más al precio de menos hijos. Su sed de más no podía saciarse; en consecuencia, parecía que el país moriría de viejo dentro de cuarenta años. Otros países le sobrevivirían. Y las más prósperas de esas naciones, como Suiza y Suecia, también encabezan la lista en cuanto a cifras de control de natalidad.
Hasta ahora se han mencionado dos términos: planificación familiar y control de la natalidad. La planificación familiar se produce cuando personas responsables influyen en el número de hijos determinando la frecuencia con la que pueden nacer. La planificación familiar no significa que se quiera limitar el número de hijos a un número máximo determinado. La planificación familiar se basa en el deseo de tener el número óptimo de hijos, tantos como sea posible, teniendo en cuenta la salud de la madre, las posibilidades de la familia y la propia responsabilidad ante el Señor.
El control de la natalidad significa la limitación voluntaria de los hijos por razones que no son válidas ante Dios. Parece que el mundo entero practica el control de la natalidad por razones equivocadas. En algunos países esto es incluso fomentado por el gobierno; el control de la natalidad se defiende públicamente a través de la radio y la televisión. Los carteles que dicen «Enemigo Público No. 1: Sobrepoblación» se exhiben prominentemente.
Aquí pisamos terreno muy peligroso. Incluso quienes utilizan la palabra óptimo para orientarse en la planificación de su familia corren el peligro de razonar únicamente desde el punto de vista del hombre y sus necesidades. Corren el riesgo de intentar que la ley de Dios se adapte a sus circunstancias. Los peligros de la codicia, la pereza y la mentalidad mundana acechan a la vuelta de la esquina.
La persona que aboga por una forma responsable de formar una familia debe ser consciente de la astucia de su propio corazón. ¿Cuántas veces se utiliza el término «óptimo» para encubrir las propias intenciones egoístas? Cuántas veces se oye este argumento: «No podemos alimentar más bocas. Pronto el mundo no podrá proporcionar alimentos suficientes para todas esas bocas hambrientas».
Hoy nos enfrentamos a este tipo de razonamientos apoyados en argumentos científicos. Si queremos mantener abierto el camino para una planificación familiar responsable, debemos distinguir muy claramente entre los motivos que son válidos ante Dios y los que no lo son.
El argumento de la amenaza de superpoblación
Este argumento es ajeno a la vida familiar directa. Procede de la «política demográfica» y es ya bastante antiguo. El clérigo inglés Thomas Malthus publicó un estudio sobre el crecimiento demográfico en 1789 (¡aproximadamente en la época de la revolución francesa!) en el que afirmaba que los medios de producción de alimentos aumentaban en progresión matemática y la población en progresión geométrica. La población pasaría de uno a cuatro, de ocho a dieciséis y así sucesivamente, mientras que la oferta de alimentos sólo aumentaría de uno a dos, a tres, a cuatro, a cinco, etc. De este modo, la producción nunca seguiría el ritmo de aumento de la población y la Tierra acabaría siendo incapaz de alimentar a sus habitantes. Para evitar la catástrofe de una hambruna masiva, aconsejó a los matrimonios que se abstuvieran voluntariamente de mantener relaciones sexuales.
Los cálculos de Malthus resultaron ser incorrectos. Hoy es evidente que tanto los océanos como la tierra ofrecen posibilidades casi infinitas de proporcionar alimentos. El problema alimentario parece ser más bien socioeconómico: ¿cómo distribuimos los alimentos disponibles? En India, por ejemplo, el gobierno fomenta enérgicamente el control de la natalidad. Sin duda, este país podría alimentar a su población si se tomaran medidas de reforma agraria y si desapareciera la idolatría que escatima a animales perjudiciales y que consumen alimentos.
No negamos que el problema alimentario es difícil y que la cuestión del futuro abastecimiento de alimentos no ha sido suficientemente estudiada. Sin embargo, no podemos afirmar que nuestros hijos no tendrán suficiente para comer dentro de quince o veinte años. Eso depende de más factores de los que cualquier ciencia puede prever. Las ideas erróneas de Malthus nos hacen aún más recelosos a la hora de juzgar las cosas según los resultados de una ciencia determinada.
En el marco de un proyecto del Club de Roma, que publicó estudios ominosos sobre el abastecimiento alimentario mundial, los profesores H. Linneman y J. de Hoogh han estudiado las posibilidades de cómo nuestra tierra podría alimentar a una población mundial duplicada. Han calculado cuál podría ser la producción máxima de alimentos del mundo en circunstancias ideales. Para ellos quedó claro que los recursos naturales no son la causa más importante del hambre en el mundo. En circunstancias perfectas, sería posible multiplicar por treinta la producción mundial de alimentos. Si tomamos estas cifras con pinzas —las circunstancias perfectas no existen—, parece que el temor a una hambruna mundial debida a la superpoblación no está justificado en ningún caso. Los problemas acuciantes residen en los ámbitos político, social y económico. ¿Cómo distribuir el rendimiento y la prosperidad? La producción actual de alimentos es lo suficientemente elevada como para alimentar adecuadamente a todo el mundo si simplemente se distribuyeran los alimentos por igual entre todos.
Además, la idea de que todos los problemas de superpoblación se resolverían si cada pareja casada sólo tuviera dos o tres hijos es incorrecta. No es tan sencillo.
Los expertos en población señalan que con una disminución considerable del número de hijos y el aumento contemporáneo, gracias a la medicina moderna, de la esperanza media de vida, las proporciones de población en la sociedad se verían seriamente alteradas. Los ancianos superarían en número a los jóvenes; serían relativamente pocas personas las que tendrían que realizar un trabajo productivo para demasiadas otras. Los problemas de vivienda, escuelas, defensa, seguridad social, sanidad nacional, ciencia, etc., se multiplicarían. Por el rápido descenso de la natalidad, existe un gran malestar —y ésta es también la otra cara de la moneda— en países como Francia, con sus pocos niños y sus pueblos solitarios y desiertos.
El argumento de la escasez de vivienda
¿Quién podría subestimar las dificultades derivadas de una vivienda inadecuada? Los apartamentos modernos no suelen estar diseñados para una familia numerosa. Con uno, dos o, a lo sumo, tres hijos, su limitado espacio queda más que colmado.
Este problema aqueja a muchas familias jóvenes, y necesita una solución. La solución puede ser conseguir una casa más grande, aunque esto puede ser muy difícil. Sin embargo, no se ha de seguir el camino de la mínima dificultad, limitando el tamaño de la familia al de la casa. La casa debe estar al servicio de la familia y no al revés. Sin embargo, una casa grande no resuelve necesariamente el problema. La cuestión a considerar debería ser: «¿Qué pesa más, la comodidad de un piso pequeño comparado con una casa vieja, o la libertad de tener tantos hijos como uno desee?».
¿Qué medidas concretas pueden tomar las parejas jóvenes mismas? Podrían renunciar a lujos como televisores, motocicletas y muebles caros con el fin de ahorrar para su propia casa. O puede que se conformen con unos pocos hijos, utilizando el espacio limitado como razón para no tener más. «Las dificultades existen para ser superadas»: eso se aplica sin duda a la vivienda, ¿no?
La excusa de la vivienda para limitar el número de hijos se basa en la riqueza de nuestra sociedad y es una dificultad que se puede superar. Por lo tanto, por abrumadoras que parezcan las dificultades, que nadie siga el camino del menor esfuerzo utilizando la escasez de vivienda como argumento para el control de la natalidad.
Como se ha dicho anteriormente, la pareja casada no puede practicar el control de la natalidad por razones ajenas al matrimonio y fuera de la responsabilidad directa que tienen en su matrimonio y familia hacia Dios. ¿Qué razones responsables puede haber para practicar el control de la natalidad?
Las indicaciones médicas
En cualquier matrimonio las circunstancias médicas pueden impedir las relaciones sexuales. ¿Qué marido insistiría en mantener relaciones sexuales con una esposa que tiene fiebre alta y está enferma de neumonía? La situación es muy parecida cuando la esposa padece tuberculosis, un defecto cardíaco que se ha corregido recientemente o ciertos grados de diabetes. Provocar un embarazo en tales condiciones pondría su vida en grave peligro y, por tanto, entraría en conflicto con el sexto mandamiento.
Hay otros casos que parecen menos claros. Una mujer delicada que ha tenido varios embarazos sucesivos puede estar agotada mental y físicamente. El peso de un nuevo embarazo podría provocar un colapso físico y nervioso completo. ¿Puede alguien poner en peligro a su esposa con otro embarazo de forma consciente?
P. Jasperse ha señalado correctamente que un marido que trata así a su mujer la trata peor de lo que el Señor exige al agricultor en relación con su tierra. Según Éxodo 23:10, hay que darle un año de «descanso».
Otro posible motivo para limitar la familia surge cuando ciertos hijos «problemáticos» requieren toda la atención de sus padres. Los padres que toman en serio su promesa de instruir a sus hijos en el Señor pueden estar bastante ocupados manteniendo a sus hijos en el camino correcto. Bajo estas circunstancias los padres bien pueden preguntarse: «¿Está justificado que tengamos más hijos; seremos capaces de arreglárnoslas?».
En esto se ha de reconocer la trampa del egoísmo. Cuando los hijos son vistos como un estorbo molesto en lugar de una bendición, uno puede decir muy rápidamente: «No podemos con más niños». Hoy hay más razones que nunca para hacer hincapié en la bendición y no en la pesadilla de tener hijos. Sin embargo, cuántos no razonan de esta manera: «Los hijos cuestan dinero; con más no podremos salir tan a menudo como quisiéramos, o viajar y hacer visitas».
Aquellos padres que se ven sometidos a duras pruebas por enfermedades mentales y físicas o porque han recibido hijos que exigen una enorme dosis de perspicacia y paciencia a causa de sus defectos físicos o dificultades especiales de carácter, están muy necesitados. La conciencia de su vocación impulsa a tales padres a limitar sus familias porque quieren mantenerlas y educarlas con honor y con Dios. No son perezosos. Si han llegado a su límite físico o emocional, ¿no pueden decir: «No podemos tener más hijos si queremos cumplir nuestra promesa a Dios?».
Ahora bien, hay que distinguir entre los casos en que la prohibición de tener hijos es sólo temporal debido a la enfermedad de la esposa y los casos en que es permanente. Si se trata de una prohibición de sólo unos meses, que permita a la esposa recuperar fuerzas tras el parto, la respuesta es la abstinencia completa o periódica. La abstinencia periódica (a diferencia de la abstinencia completa), en mi opinión, está totalmente de acuerdo con la Escritura, que más de una vez ordena períodos de abstinencia. Pertenecen a la moderación que adorna un matrimonio. La pareja se abstiene temporalmente porque se aman mutuamente.
Este amor abnegado no debe ser sustituido por algún tipo de anticonceptivo. Cuando aparecen en escena, el amor suele haber fracasado. Los métodos para prevenir el embarazo temporal o permanentemente serán tratados más adelante. Trataremos aquí sólo una excepción a la regla anterior. Un médico no puede simplemente aconsejar la abstinencia cuando el impulso sexual es fuerte y prácticamente incontrolable. En esta situación particular, se puede utilizar el método anticonceptivo menos dañino. Pero esto no debe hacerse por iniciativa propia, sino siguiendo el consejo de un médico.
Si se prohíbe tener hijos durante un largo periodo de tiempo o incluso de forma permanente, los problemas que se plantean son de una naturaleza totalmente distinta. Afortunadamente, esto rara vez ocurre. Cada vez son menos los casos en los que el embarazo puede poner en peligro la vida de la madre. Muchas enfermedades no tienen efectos nocivos en el embarazo. Sin embargo, aunque el número de casos peligrosos se ha reducido, sí que ocurren. Naturalmente, una prohibición tan radical sólo debe hacerla un médico competente.
La abstinencia total
Un método de prevención del embarazo para una pareja que no puede tener hijos por dificultades médicas es la abstinencia completa. Quienes lo aconsejan no lo hacen a la ligera. Son muy conscientes de las grandes dificultades y tensiones que esto puede causar entre marido y mujer.
Las Escrituras dicen: «Pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando» (1Co 7:9). Algunas personas, sin querer minimizar las dificultades, siguen creyendo que la abstinencia total es el único método de prevención del embarazo que concuerda con la Biblia.
Dicen que los que siguen el camino de los anticonceptivos comienzan un curso que puede llevar fácilmente de un acto antinatural a otro. De la cruda técnica del coitus interruptus a los sofisticados anticonceptivos modernos, y de éstos a la masturbación, a los experimentos con solteros y a la homosexualidad, sólo hay un pequeño paso. Algunos incluso ven una conexión entre el uso generalizado de anticonceptivos en el matrimonio y la queja recurrente de que la vida espiritual se está empobreciendo. Es cierto que una vida espiritual menguante es posible cuando los motivos que uno tiene para restringir el número de hijos no son éticamente válidos.
Para defender la abstinencia total se apela a ciertas situaciones, en las que otras personas tuvieron que soportar esa carga. Está el marinero cristiano en viajes largos que rara vez vuelve a casa; están los que lucharon lejos de casa durante la última guerra mundial, está el hombre cuya esposa ha estado enferma o incurablemente desquiciada durante muchos años.
Pero, ¿por qué no son válidas estas comparaciones? Porque en nuestro caso se trata de una pareja que por razones médicas no puede tener hijos; este marido y esta mujer comparten toda su vida, toda su casa: salón y dormitorio. Están constantemente juntos. Hacer de la abstinencia completa una posibilidad razonable implicaría un cambio drástico en su vida, incluyendo la separación de camas y dormitorios. Un cambio tan drástico tendría serias repercusiones en toda su relación física y espiritual.
Ciertamente hay quienes han hecho este sacrificio con valentía cristiana. ¿Quién no los respetaría profundamente por ello? Pero si los anticonceptivos se consideran antinaturales, surge inmediatamente la pregunta: «¿No es antinatural que marido y mujer ya no sean uno en la carne? ¿Es esto menos antinatural que lo primero? ¿No fomenta el desorden en todo el matrimonio?».
El matrimonio es la comunión completa de cuerpo y espíritu. Abstenerse de mantener relaciones sexuales durante un largo período de tiempo es una enorme privación en la vida matrimonial que no siempre puede soportarse sin daños espirituales. La singularidad del matrimonio es que dos se han convertido en una sola carne. Esta unión de dos en uno se ve amenazada por una abstinencia casi imposible de llevar a cabo.
Por mucho que se respete a las parejas que ven en la abstinencia la única solución justificable para ellas, no se puede pretender que la abstinencia total sea éticamente superior a cualquier otra solución. La Biblia no habla de un llamado a la abstinencia dentro del matrimonio; al contrario, ante todo está el mandamiento: «No os neguéis el uno al otro» (1Co 7:5). La excepción a esto sólo puede ser por acuerdo durante un tiempo.
Nótese que la excepción por acuerdo está restringida por las palabras «por un tiempo». La abstinencia total se rechaza incluso por ser peligrosa: «para que Satanás no os tiente a causa de vuestra incontinencia».
Ciertamente, el amor de Cristo da fuerza para la abnegación cuando es necesaria la abstinencia temporal. Pero quienes defienden la abstinencia completa contando con la fuerza de Cristo para la abnegación, convierten la comunión matrimonial en una cuestión individualista. No hacen justicia a la unidad del matrimonio, en el que la entrega sexual es una de las expresiones más claras del amor. En un buen matrimonio no se sacrifica la pasión sexual. Eso es más antinatural de lo que podría ser cualquier otra medida preventiva.
Además, el autocontrol se convierte fácilmente en egocentrismo. La dudosa fuerza derivada de la falta de muestras físicas de comunión puede fácilmente resultar en menos intimidad y ternura, y el contacto amoroso puede volverse superficial. Sobre todo, si en uno de los dos la necesidad de contacto físico ya es leve y puede eludirse fácilmente.
Quienes aconsejan la abstinencia bien pueden suponer que la unión sexual existe dentro del matrimonio para satisfacer ordenadamente el impulso sexual. La conclusión es evidente: si no pueden nacer más hijos, que se controle el impulso sexual por amor. Sin embargo, esto es un malentendido de la relación sexual. Es exactamente al revés: el amor en un matrimonio necesita el acto de la unión sexual para que uno se entregue al otro, para expresarse de forma arrolladora y profunda. El matrimonio se ve privado de una de sus expresiones de amor más intensas si uno se abstiene por completo de mantener relaciones sexuales. Por lo tanto, la abstención es perjudicial para todos los ámbitos de la vida matrimonial.
Cuando se rechaza la abstinencia completa, surge la pregunta: «¿Y entonces qué?». Esta pregunta surge también en los matrimonios en los que el embarazo puede no producirse durante un corto o largo período de tiempo por razones válidas ante el Señor. Naturalmente pensamos en aquellas parejas que valoran mucho el don de los hijos y los ven como una bendición del Señor, pero que no pueden tenerlos. No hace falta decir que la abstinencia no puede ser una cuestión de conveniencia para las personas que no quieren atarse o que piensan que pueden mirar hacia el futuro y decir que no quieren ser culpables de aumentar la creciente superpoblación. Tales motivos ya han sido desestimados. Hablamos más bien de personas casadas que realmente experimentan el dolor cristiano cuando su médico les dice que no pueden tener más hijos.
Evidentemente, es casi imposible que las personas felizmente casadas no tengan nunca relaciones sexuales. Si en la fe creen que Dios los entregó el uno al otro para convertirse en una sola carne, surgen insoportables situaciones de tensión si se elimina la unión física. En tales casos, un médico puede y debe ayudar. Cuando se prohíbe temporal o permanentemente otro embarazo, suele inquirirse acerca de la convicción religiosa de la paciente y tenerla en cuenta.
Naturalmente, el médico sólo debe hablar en su calidad de tal. No puede imponer sus propias opiniones sobre el tamaño deseable de una familia. Sin duda, demasiados médicos están influidos por la mentalidad actual de control de la natalidad y desaconsejan precipitadamente tener más hijos. Por eso hay que buscar un médico cristiano que se mantenga dentro de los límites de la autoridad médica.
Un médico podrá sugerir un método anticonceptivo apropiado si se debe evitar otro embarazo por el momento o permanentemente. Tales medios deben considerarse soluciones médicas para un problema médico. Quienes objetan que, en tal caso, el médico debe aconsejar la abstinencia total, olvidan un punto importante. Olvidan que la abstinencia no es más que un método anticonceptivo antinatural y no especialmente ideal. El coito regular no es una cuestión de importancia secundaria en un buen matrimonio, sino esencial. No es la parte principal y única, pero sí una buena parte.
Por tanto, hay que considerar otras soluciones que permitan mantener las relaciones sexuales. (Hay que tener en cuenta que casi todos los anticonceptivos tienen inconvenientes, tanto físicos como espirituales). Cada método puede encontrarse descrito detalladamente en cualquier enciclopedia. A menudo se afirma que lo importante son los motivos para evitar el embarazo de forma temporal o permanente, no la diferencia entre un método y otro. Todos son medios de prevención. La única excepción es el DIU, que es prácticamente un aborto, ya que impide que el óvulo fecundado se incruste en la pared del útero. Las objeciones contra el aborto inducido que se analizan más adelante también son válidas en este caso. Pero, aunque tales objeciones no puedan oponerse a los anticonceptivos habituales, no todos los métodos son justificables para todas las parejas, aunque sus motivos sean éticamente correctos.
Algunos métodos exigen tal manipulación antes de la convivencia que queda poco o nada de la castidad que debe mantenerse en el matrimonio. Se pueden descubrir otras maneras de evitar que los hijos se sucedan demasiado deprisa. Más adelante se tratarán con más detalle.
Hay un anticonceptivo que el médico puede recetar y que se usa tan comúnmente hoy en día, que resulta necesario discutirlo más extensamente.
La píldora
«La píldora», como se la llama comúnmente, contiene, entre otras cosas, una sustancia sintética casi idéntica a la hormona que circula por el torrente sanguíneo de la mujer durante el embarazo e impide que maduren más óvulos durante este periodo. Por eso no puede producirse otro embarazo además del que ya comenzó.
El uso de la píldora está tan extendido hoy en día que su suministro con receta médica pagada por el Plan Nacional del Seguro de Enfermedad de los Países Bajos provocó un aumento del 10% en el número de usuarias, con un coste aproximado de veinte millones de florines. La píldora parece ser el método más sencillo y eficaz para prevenir el embarazo.
Ni siquiera se puede estimar el número de parejas casadas que utilizan la píldora para limitar su número de hijos. Tampoco es posible determinar cuántas parejas no casadas utilizan este método para hacer posible una relación sexual sin restricciones.
La píldora aumenta la desmoralización del mundo en el que vivimos nosotros y nuestros hijos. ¿No hay padres que se alegran de que sus hijas usen la píldora para que no ocurran «accidentes» cuando se van de vacaciones? Ciertamente, la píldora conduce a relaciones sexuales desenfrenadas entre los jóvenes y, por tanto, causa daños espirituales irreparables.
El uso de la píldora no es en realidad el punto de la discusión. En este momento nos preocupa lo que un médico puede recetar cuando el parto pondría en peligro la vida de la madre o si el voto hecho por los padres en el bautismo fuera imposible de cumplir.
El uso de la píldora, incluso en casos legítimos, no está exento de consecuencias perjudiciales. En la mayoría de los casos, sin embargo, no tendrá graves inconvenientes. Un libro de Barbara Seaman contiene información alarmante sobre los efectos secundarios causados por el uso prolongado de la píldora. Incluso teniendo en cuenta las exageraciones que pueda contener este libro, es significativo señalar que un conocido ginecólogo escribe en la introducción: «Muchos otros medicamentos conllevan riesgos junto con su influencia beneficiosa. Hay que aceptarlos si se quiere curar la enfermedad. Sin embargo, con el anticonceptivo oral no se trata de una paciente, sino de una mujer sana» (W. P. Plate).
Este médico había escrito antes: «Temo que las mujeres lo utilicen como aspirinas. El control por parte de un médico sigue siendo necesario; además, creo que la píldora no debe utilizarse durante demasiado tiempo». ¿Por qué no? Es difícil creer que un método por el que se coarta el funcionamiento normal de la mujer esté completamente exento de peligros. Plate dice: «Estamos trabajando duro para demostrar que la píldora no es completamente inocua».
Aún no se pueden predecir los resultados de diez o veinte años de uso continuado de la píldora. La prensa anunció en 1975 que la Comisión Americana de Control de Alimentos y Medicamentos había aconsejado a las mujeres mayores de cuarenta años que no utilizaran la píldora por el peligro de coágulos sanguíneos e infartos.
También se ha establecido que existen efectos secundarios emocionales. La píldora parece tener un efecto desastroso en la personalidad de algunas mujeres. Se quejan de volverse agresivas, de no tener paciencia con sus hijos, de perder interés por la vida y de ver cómo se deteriora su fe.
Otro inconveniente de la píldora es que debe tomarse todos los días. Cada día se recuerda a la mujer que no debe quedarse embarazada, y debe afrontar lo que eso significa.
No se puede sino concluir que la píldora no es en absoluto el método ideal para prevenir el embarazo. Es cierto que es la forma más fácil, pero por esa razón, es un gran peligro para el comportamiento moral de las jóvenes solteras. Sobre todo, cuando la píldora puede obtenerse sin prescripción médica.
Naturalmente, una persona que no sea médico sólo puede transmitir lo que han escrito al respecto los expertos. Hasta ahora no se ha llegado a un consenso sobre los efectos secundarios nocivos. Nadie ha llegado a afirmar que la píldora perjudique a todas las mujeres; sin embargo, esto sigue siendo una cuestión abierta. ¿Quién puede decir qué consecuencias ruinosas para el cuerpo y el espíritu puede tener el uso continuado de este método anticonceptivo? No es posible insistir demasiado en que la píldora debe utilizarse con mucho cuidado y siempre consultando a un médico.
El aborto
Junto con el espectacular aumento del uso de la píldora se ha producido un aumento de los abortos. Al parecer, el uso de la píldora no ha provocado una disminución drástica de los embarazos no deseados. Trabajaremos con la definición de aborto de J. Douma: el aborto es la extracción del seno materno de un feto que todavía no puede vivir fuera de él. Últimamente se ha producido una rápida revolución en las opiniones sobre el aborto. Muchos de los que en los años sesenta condenaban el aborto como asesinato de niños han cambiado de postura. H. M. Kuitert, por ejemplo, escribió en 1965 que la moral imperante debe descartar el aborto. Según él, la vida es un don de Dios que no podemos quitar. Pero en 1969 Kuitert declaró: «Si una mujer no desea en absoluto tener otro hijo, tiene el derecho absoluto a solicitar un aborto. Me enfurecería muchísimo que la sociedad se opusiera a esto».
La sociedad holandesa se ha visto convulsionada en los últimos años por la propuesta de una nueva ley para legalizar el aborto. La opinión pública de otros países también se encuentra en una violenta agitación al respecto.
Los argumentos habituales a favor del aborto se refieren en primer lugar a la angustia de la madre. Y, en efecto, muchas mujeres pueden sentirse profundamente angustiadas cuando, casadas o no, se quedan embarazadas contra su voluntad.
Antes de discutir los argumentos que pretenden justificar el aborto, veremos lo que dice la Palabra de Dios sobre la vida humana en sus comienzos. El Salmo 139 habla de Dios tejiendo la vida en el vientre de la madre. Según Génesis 1:26, el hombre ha sido creado a imagen de Dios. Esto también es cierto para cada hijo que el hombre engendra: Adán. engendró un hijo a su imagen (Gn 5:3). Como hijo de Adán, llevaba la imagen de este, pero también la de Dios. El Señor prohíbe todo asesinato porque todos los seres humanos están hechos a su imagen (Gn 9:6).
También leemos en Lucas 1:41 que, al saludo de María, el niño saltó en el vientre de Isabel. Aparentemente, la Biblia considera que una vida que aún no ha nacido es un niño, una persona.
Desde el momento de la concepción, estamos hablando de la vida de un nuevo ser humano. No es simplemente «vida humana»; desde el primer momento tiene una estructura propia y única. Douma. señala la declaración de dos expertos: «Está fuera de toda duda que desde el momento de la concepción está presente la base completa para el desarrollo de un nuevo individuo, con todas las características individuales que vienen determinadas por el nuevo patrón cromosómico».
Una mujer que aborta no tiene ninguna duda sobre si está embarazada de un niño. No está embarazada de una planta o un animal. En efecto, lo que quiere es deshacerse rápidamente de un ser humano en gestación.
Naturalmente, existen límites emocionales en el apego a ese ser, del mismo modo que la muerte de un niño de cuatro años nos golpea más fuerte que la de un niño que nace muerto. Douma señala que los hijos de un padre anciano y senil pueden vivir la muerte de este como una liberación, mientras que la muerte de un padre que aún es plenamente funcional se experimenta como una tragedia. Sin embargo, la diferencia en la apreciación no excluye que merezcan una protección igual
Además, la norma final no es la reverencia por la vida, sino el reverenciar a Aquel que da la vida. Un cristiano puede sacrificar su vida para salvar la de otro, adorando, no la vida, sino a Dios. Dios es quien prohíbe matar a los indefensos. ¿Qué hay más indefenso que un niño todavía en el vientre materno?
En las clínicas abortistas sucede algo terrible todos los días. Comienza inocentemente con un «ajuste menstrual». Con una bomba de succión, se extraen las membranas mucosas del útero y con ellas al feto. El feto que flota en el líquido amniótico mide ya cuatro centímetros. La boca hace movimientos de succión, la cara parece humana, las manos se flexionan y los pies dan patadas, aunque la madre aún no las sienta.
Después de la duodécima semana, aumentan los riesgos del legrado por succión y se recurre a otros métodos. Una pequeña cesárea puede extraer al niño del útero. Se puede inyectar una solución salina fuerte en el útero para que el niño la trague con líquido amniótico. El niño es envenenado y la piel muestra manchas rojas; las fotografías han retratado el horror de este asesinato. Además, el niño puede quedar troceado en pedazos antes de ser extraído del útero de esta forma.
El aborto es un asesinato atroz de indefensos. En 1974 le fue practicado a unas 18,000 mujeres en los Países Bajos.
Los defensores del aborto —algo que sólo podemos llamar asesinato— tienen muchos argumentos para apoyarlo. No consideran que el aborto sea un homicidio. Según ellos, el feto no nacido sigue careciendo de valor. Hablan de un conglomerado de células, de un tipo básico de vida, de moco o de un proyecto de ser humano. Ninguno de estos calificativos cubre la realidad. Los que rompen el plano que proyecta una casa, por ejemplo, no han destruido nada de la casa, porque todavía no existe. Pero quienes matan al feto en el vientre materno atacan algo que existe de verdad, un ser humano vivo en formación. Quien mata a un bebé después de nacer es castigado. ¿Por qué no habría de ser castigado quien lo hace antes de nacer? La Biblia utiliza la palabra «niño» para el feto en el útero tanto como para el bebé fuera de él.
La justificación del aborto se basa en el ostensible derecho del hombre a la autodeterminación. Veamos algunas de las razones específicas que se aducen para dicha justificación.
La razón psiquiátrica
Es posible que la salud psicológica de una mujer corra peligro si su embarazo continúa. El embarazo podría llevarla a una institución psiquiátrica para el resto de su vida. ¿Se trata esto una amenaza para la vida? Es un caso límite que debe considerarse según la indicación médica.
La razón eugenésica
En este caso se tiene la seguridad de que el niño nacerá minusválido, tal vez un bebé con talidomida o rubeola. Nuestra creencia es que los cristianos no pueden encargarse de evitar los resultados de la caída en el pecado matando al feto aún no nacido. Estamos de acuerdo con Ouweneel que afirma: «Es absurdo creer que sólo los niños sanos pueden ser una ‘bendición’».
La razón psicosocial
El embarazo puede perturbar la relación de la mujer con su marido, su familia y su entorno. Douma afirma correctamente que, si existe malestar psicológico, hay que dar ayuda psicológica, y si existe malestar social, hay que dar ayuda social. Consideremos las estadísticas bastante reveladoras: de veintiuna mujeres que solicitaron un aborto por esas razones y a las que se les denegó. Dieciséis de ellas pensaron más tarde que sus circunstancias habían mejorado. Al menos la mitad de otro grupo de mujeres a las que sí se les había concedido un aborto, declararon posteriormente que sus dificultades no se habían resuelto. Es interesante transmitir la opinión de Mante, a quien cita Douma: «Hay indicios de que las circunstancias aducidas como razones para la solicitud de interrupción del embarazo, mejoran con más frecuencia cuando dicha solicitud es denegada que cuando es aprobada».
La razón social
Puede que la casa de alguna familia sea demasiado pequeña para otro hijo, o que su situación económica sea mala; el embarazo puede entorpecer los estudios de la madre o incluso estropear unas vacaciones previstas. Se pueden aducir muchas razones sociales, desde la angustia real hasta la evasión, el amor a la comodidad, la pereza y el egoísmo. Sin duda, no es razón suficiente.
La razón médica
Sólo las consideraciones médicas pueden ser válidas cuando hay que sopesar la vida contra la vida. Las consideraciones médicas incluyen el peligro para la vida de la madre o un daño grave y duradero para su salud. Este último término es bastante flexible. ¿Está también incluida la salud mental? Entonces aparece la razón psiquiátrica ya mencionada. Sin embargo, la relación entre enfermedad física y psicológica queda fuera del alcance de este libro.
Rara vez se da una situación en la que haya que sacrificar a un niño vivo durante el parto. La necesidad de interrumpir un embarazo debido a un cáncer de útero o a un embarazo extrauterino sí se da. En estos casos, la vida de la madre se ve amenazada.
La ética católica romana afirma que, si hay que sacrificar a la madre o al hijo, se ha de sacrificar la vida de la madre por el bien del hijo. Frente a esto, los protestantes han dicho que, puesto que la madre tiene que cuidar de su familia, de su marido y de sus hijos, no debe ser sacrificada. Nos encontramos ante una elección terrible. Sin embargo, si realmente se trata de salvar la vida de la madre, la renuncia a la vida del niño no es un asesinato.
No es necesario repetir que una decisión así es una de las más difíciles y desgarradoras que jamás se hayan pedido a las personas. Sólo el ojo de la fe, confiando en Aquel que da la vida y también puede quitarla, verá la respuesta correcta.
Las razones médicas para abortar deben ser realmente médicas. Hoy en día se barajan las palabras llamando médicamente terapéutico al aborto realizado por razones psíquicas y sociales. El consentimiento dado por un médico no es necesariamente una «razón médica». Queremos utilizar este último término sólo cuando la vida de la madre está obviamente en peligro. En la avalancha de abortos que inunda el mundo —millones y millones de niños son asesinados en el vientre materno— nos enfrentamos a un brote de anarquía. Los nuevos hechos pseudocientíficos no nos convencen de que el aborto sea permisible. Alteran el corazón de las personas que ya no cuentan con las leyes de Dios para la vida.
El amor de Cristo debe abrirnos los ojos a la angustia real de las mujeres con embarazos no deseados. Pero tal angustia no quebranta la ley de nuestro Dios, y solamente puede apaciguarse y sanarse cuando se obedece al Señor en el área de la sexualidad completamente. Solo de Él podemos aprender cómo vivir, tanto en la paz como en las dificultades.
La esterilización
Para poner fin a toda la ansiedad por tener hijos, se puede dar el radical paso de la esterilización. Para un hombre, esto significa que se cortan los conductos espermáticos en una operación sencilla (vasectomía) que lleva poco tiempo y no produce ningún cambio en la virilidad, los deseos sexuales y la satisfacción. Sin embargo, le deja estéril.
Hasta hace poco, esta operación era más larga y complicada para la mujer. Pero con los modernos métodos actuales, se completa en diez o quince minutos. El procedimiento consiste en fundir las trompas de Falopio y cortar un trocito de ellas. Los óvulos terminarán entonces en la cavidad abdominal y ya no podrán ser fecundados.
Los motivos de la esterilización surgen de la misma anormalidad y anarquía que lleva a la generalización del control de la natalidad. Las mujeres con dos o, a lo sumo, tres hijos piensan que ya han hecho su parte. Se dejan esterilizar o esterilizan a sus maridos para poder disfrutar «confiadamente» de los placeres de la vida sexual. En realidad, son eunucos para el reino de los hombres, más que para el Reino de los cielos.
En 1973 más de diez mil hombres fueron esterilizados en Holanda. En América uno de cada seis (hombres y mujeres) es esterilizado. El flujo de solicitudes de esterilización es tan abrumador en los Países Bajos que las listas de espera siguen aumentando (A. J. Verbrugh).
Esto no es difícil de entender. La mujer holandesa promedio tiene su último hijo a los veintinueve años. ¿Acaso no eres socialmente aberrante si tienes más de uno o dos hijos? ¿Por qué tragarse la píldora durante quince o más años con todos sus posibles efectos secundarios cuando el meollo del asunto se puede cortar drástica y literalmente?
No es necesario decir que, si su mujer muriera, el hombre esterilizado ya no podría engendrar hijos en otro matrimonio; ni la mujer esterilizada podría volver a concebir. Cuando se hace algo irrevocable, no pueden conocerse sus consecuencias futuras.
Sólo en un tipo de casos debe permitirse la esterilización, y es por razones médicas. Cuando hay que extirpar el útero por motivos de salud, la mujer se vuelve estéril de forma natural. La concepción de niños se hace imposible. O si el embarazo pudiera amenazar tan gravemente la salud de una madre que no pudiera cumplir su tarea en la familia, hay razones médicas para impedir el embarazo La esterilización es una posibilidad como alternativa a los profilácticos.
Teniendo en cuenta la edad y el tamaño de la familia, un cristiano debe decidir responsablemente ante Dios qué intervención perjudicaría menos la relación matrimonial. Cualquier operación debe realizarse sólo por necesidad médica. Incluso las vidas y matrimonios «mejor planeados» pueden verse dolorosamente interrumpidos por la muerte.
Otros métodos
Hay que prestar especial atención a un problema que se presenta en muchos matrimonios jóvenes. Las personas que desean fervientemente tener hijos y los aceptan del Señor con gratitud deben preguntarse si debe haber un cierto período de tiempo entre el nacimiento de un hijo y el siguiente. Ya he señalado que la propia Escritura deja abierta esta posibilidad. Sugiere que el mandato de ser fecundos no significa una reproducción irreflexiva e ilimitada.
Esto no significa que alguien pueda decidir arbitrariamente el tamaño de su familia. No puede tomar esa decisión alegando dificultades de vivienda, dificultades económicas, amor a la comodidad o cualquier otra razón. Sólo Dios determina el número de nuestros hijos.
De inmediato surge la pregunta: «¿Cómo hace esto el Señor?» ¿Es Él un deus ex machina, que trata con nosotros al margen de nuestra propia responsabilidad y sin nuestra participación? ¿Nos trata como bloques sin sentido, que actúan sin pensar? Cuando confesamos que el Señor nos da el trabajo y el alimento, la salud y la vida, ¿queremos decir que no tenemos nada que ver con tales asuntos? ¿No debe ser el hombre mismo quien, a la luz de la Palabra de Dios, debe buscar un trabajo, esforzarse y hacer planes? Quienes conocen lo que enseña la Escritura saben que esta pregunta se responde por sí misma.
Cuando Dios determina el número de hijos en una familia, involucra a los padres y su responsabilidad. Esto ya está demostrado por el hecho de que el engendramiento de los hijos requiere ciertas decisiones tomadas por el marido y la mujer. Al igual que en la vida profesional y laboral, donde hay que hacer elecciones y tomar decisiones, también aquí hay que considerar todas las circunstancias a la luz de la Palabra de Dios. Esto forma parte esencial del llamado de Dios con respecto al matrimonio. Su voluntad no se nos da a conocer por arte de magia, sino que nos llega utilizando los medios que Él nos ha proporcionado.
Después del nacimiento de su primer hijo, una pareja casada puede considerar cuándo puede venir un segundo bebé si al Señor le agrada dárselo. Los factores que deben considerarse ya han sido discutidos. La frecuencia y el número de nacimientos en un matrimonio no están fuera de nuestra propia responsabilidad.
Por medio de la guía de Dios en la historia, se han producido grandes cambios en la esperanza de vida de la familia. La mortalidad infantil ha disminuido considerablemente. Mientras que en épocas anteriores se necesitaban seis o siete embarazos para que tres niños llegaran a la edad adulta, hoy en día casi todos los niños que nacen llegan a la edad adulta.
Gracias a una mejor comprensión de la Palabra de Dios, se ha desarrollado la convicción de que ver la mano de Dios en el proceso de concepción y nacimiento no debe ser un fatalismo, como si el Señor no quisiera involucrar al hombre. Esto también tiene sus consecuencias para el matrimonio y la formación de una familia. La bendición de los hijos no puede aislarse de las demás bendiciones de Dios, que dan al hombre la oportunidad de desarrollar y cultivar la tierra.
Debido a esta visión bíblica de la relación entre la providencia de Dios y la responsabilidad del hombre, afirmamos que no es la altivez y el voluntarismo humanos lo que nos permite considerar la disminución de la tasa de mortalidad infantil a la hora de pensar en la planificación de los nacimientos. Los cristianos no podemos olvidar que todos los mandamientos de Dios, incluidos los relativos al matrimonio y la familia, nos llegan aquí y ahora. Esta convicción apoya nuestro alegato a favor de la planificación familiar.
Pero la cuestión difícil es la siguiente: «Si marido y mujer están convencidos de que otro embarazo en un futuro próximo no estaría justificado ante el Señor, ¿es la abstinencia total la única forma de evitar el embarazo?». La abstinencia supondría suspender durante un cierto tiempo una de las expresiones de amor más importantes y esenciales entre marido y mujer. Esto podría tener enormes repercusiones en la vida de los esposos, pues la unidad sexual del matrimonio no puede aislarse ni convertirse en una mera función para procrear hijos.
Una persona podría estar en lo correcto al advertir en contra de los peligros del egoísmo, el amor a la comodidad y la autoindulgencia cuando se menciona el término «planificación familiar». Pero al rechazarla sin ninguna consideración, esa persona también puede estar impulsada por el egoísmo, el amor a la comodidad y la autoindulgencia. A la hora de determinar qué método anticonceptivo utilizar, los motivos también son muy importantes.
Reiteramos que algunos anticonceptivos sólo pueden considerarse por consejo de un médico. Al mismo tiempo, dudamos en indicar la abstinencia total como única solución. La intrusión en la comunión marital a nivel global es demasiado grande.
Esto no significa que otras soluciones no entrañen imperfecciones, dificultades y objeciones. La prevención consciente del embarazo no significa que uno comience a satisfacer irresponsablemente su lujuria. Al contrario, en la medida en que se actúa con responsabilidad ante Dios Nuestro Señor, la formación de una familia mientras se mantiene el carácter del matrimonio es agradable a Él.
No se puede esperar encontrar un método totalmente satisfactorio de planificación familiar. Esto debe tenerse en cuenta durante la discusión de los diversos métodos de control de la natalidad.
El coitus interruptus
Coitus interruptus significa coito interrumpido en el último momento. Este método, el más antiguo, sencillo y utilizado, es el único que se ha desarrollado espontáneamente. Pero eso no significa que sea lícito. Lo utilizó Onán cuando se negó a engendrar hijos de la mujer de su difunto hermano (Gn 28:7-10). El Señor lo castigó con la muerte, no por el método sino por su motivo. Onán descuidó su deber hacia su difunto hermano, en contra de la ley de Dios.
La Iglesia Católica Romana prohíbe a los padres confesores apuntar a este método debido a las dificultades psicológicas que podrían surgir porque se impide prematuramente a la esposa alcanzar el orgasmo, y porque se requiere un autocontrol excepcional por parte del marido. Para algunos matrimonios estas medidas son más complicadas que para otros.
Hoy en día, muchos se inclinan a dudar de que la interrupción prematura del coito provoque realmente los trastornos nerviosos y físicos que se le atribuían en el pasado. Al fin y al cabo, cuando el coito no tiene lugar principalmente por la satisfacción sexual, sino más bien por la experiencia de la unidad del amor, el contexto de una satisfacción plena puede hacer que sea fácil soportar una expresión imperfecta del amor.
Cuando la mujer experimenta que su marido se entrega completamente, que es completamente suyo, puede vivir el coito incompleto a fin de evitar el embarazo como una expresión satisfactoria y relajante de la comunión de amor.
También hay que recordar que el amor determina la importancia de las expresiones de la sexualidad humana. La manera en que se experimenta se acepta y se absorbe el amor es lo que finalmente importa, no el sexo.
Estas observaciones, tomadas de J. H. van den Berg, concuerdan con lo que dice el psicólogo H. R. Wijngaarden sobre el malentendido ampliamente extendido de que toda mujer que no llega al mismo grado de satisfacción que su marido durante el coito debe sentirse turbada. Él también señaló que para una mujer lo más importante es recibir a su marido con amor. Ella puede sentirse perfectamente feliz simplemente porque él se entrega completamente a ella.
Dios dio el matrimonio como una unión de marido y mujer. Se convierten en una sola carne, aun cuando en el coitus interruptus, por ejemplo, algunas imperfecciones empañen la expresión «una sola carne». Aun así, el objetivo primordial del coito conyugal, la entrega completa del marido y la mujer el uno al otro, se sigue alcanzando, a pesar de que se interrumpa el coito antes de tiempo.
Ciertamente, las opiniones sobre este método están divididas. Existe la posibilidad de que surjan trastornos nerviosos en el marido y la mujer. Sin embargo, estas molestias pueden no ser graves (Trimbos). Una objeción más seria es que las varias gotas de semen que pueden preceder a la eyaculación tienen la posibilidad de dejar a la mujer embarazada. Si la salud de la mujer se vería comprometida por un nuevo embarazo, debe buscarse otro método anticonceptivo.
Las relaciones sexuales pueden moderarse tanto en intensidad como en frecuencia. «Hay muchas otras formas en que las personas casadas pueden cohabitar (formas que fuera del matrimonio serían una extralimitación o un adulterio) sin una unidad sexual completa. ¿Es necesario que en un matrimonio no haya nunca ninguna restricción en lo que se refiere al sexo? ¿O pueden reservarse ciertos momentos culminantes de la vida conyugal para aquellas ocasiones en que se desea especialmente una ampliación de la familia?». (A. J. Verbrugh).
Una vez más, los motivos que llevan a evitar temporalmente el embarazo son lo más importante. Los motivos deben ser válidos ante el Señor. No obstante, no podemos ver por qué en algunos casos la abstinencia total sería natural y el autocontrol practicado en el último momento antinatural.
En última instancia, son el marido y la mujer, teniendo en cuenta sus propios caracteres y estructuras psicológicas, los que deben decidir qué método les resulta más responsable utilizar. Esto diferirá de un matrimonio a otro. La palabra de Pablo de no negarse el uno al otro parece instructiva en el caso de que marido y mujer no deseen negarse el uno al otro y, sin embargo, deban hacer frente a la imperfección de su unidad. Esta imperfección ocupará su lugar junto con otras que se encuentran en todo matrimonio. Desde la caída del hombre, el matrimonio «perfecto» no existe.
El método del ritmo
El método del ritmo se basa en una comprensión moderna del sistema reproductivo humano. Durante siglos se supuso que una mujer era siempre fértil, pero la verdad es que no lo es más de cinco días al mes. Existe un ritmo de maduración de los óvulos en el cuerpo de la mujer. Este ritmo mensual depende del funcionamiento de una glándula muy pequeña (la hipófisis) que se encuentra bien protegida en un hueco de la base ósea del cráneo. Está unida a la parte inferior del cerebro y directamente conectada al sistema nervioso.
En la mujer sexualmente madura, cada mes se desarrolla un óvulo que se libera del ovario y llega al útero a través de los oviductos (trompas de Falopio). Este óvulo casi invisible, tiene una vida muy corta. Al cabo de un tiempo perece, a la vez que se desprende la membrana que recubre el útero. Esta membrana, que podría haber albergado un óvulo fecundado, es expulsada junto con el óvulo muerto. Este «sangrado» se denomina menstruación o regla.
El óvulo sólo permanece vivo si es fecundado por un espermatozoide masculino durante el viaje por las trompas de Falopio hasta el útero. Allí se desarrollará y crecerá.
El momento de la concepción no tiene por qué coincidir con el del coito. El espermatozoide masculino tiene la capacidad de mantenerse vivo varios días después del coito. Por lo tanto, debemos añadir otros tres días a los cinco días al mes durante los que una mujer es fértil para tener en cuenta los espermatozoides aún vivos que puedan estar presentes, y llegamos a la conclusión de que entre menstruaciones sólo hay ocho días en los que una mujer es fértil.
Este conocimiento es de gran importancia para una pareja casada que desee tener un hijo. Marido y mujer pueden contar con este breve período de fertilidad.
Pero si debe evitarse temporalmente un embarazo por unas razones válidas, los días importantes son los días infértiles. Una pareja tendría que abstenerse de mantener relaciones maritales durante esos ocho días para evitar un posible embarazo.
En esto también importan más los motivos. Si la abstinencia total se practica por comodidad, autoindulgencia y egoísmo, debe condenarse. Por supuesto, el método del ritmo también puede utilizarse de forma autoindulgente. De hecho, esto sucede con demasiada frecuencia. Cuando se hace esto, se está utilizando mal el conocimiento que Dios ha dado al hombre a través de la investigación.
Pero para una pareja que recibe con gusto a los hijos y, sin embargo, por las razones antes mencionadas, es consciente de que la frecuencia y el número de hijos cae dentro de la responsabilidad humana, el método del ritmo es una bendición. Marido y mujer pueden utilizar esta ayuda dada por Dios porque quieren tomar en consideración los límites que Dios ha establecido a la fecundidad.
Naturalmente, para ello es necesario el conocimiento exacto del periodo fértil de la mujer. Lo más importante es cuando se libera el óvulo. En épocas anteriores, determinar esta fecha era un procedimiento incierto y poco fiable. Hoy en día, la fecha puede determinarse con gran exactitud y poco esfuerzo. Se ha descubierto que el día en que se libera el óvulo, la temperatura corporal de la mujer aumenta un poco, aproximadamente medio grado centígrado, o cinco pequeñas líneas en un termómetro clínico.
Existen folletos que explican claramente el método del ritmo. También sería prudente buscar la orientación experta de un médico. En la práctica, muchas objeciones sobre la poca fiabilidad del ritmo tienen su origen en la desinformación y la imprecisión, aunque no se puede negar que este método no es una protección completa contra el embarazo. Si existen razones médicas para no tener hijos, se ha de buscar otro método.
Al leer estas cosas, muchos pueden sentir que surge cierto resentimiento. ¿No está esto en contradicción con la sencillez y la espontaneidad propias de la expresión del amor entre marido y mujer? Algunas personas hacen comentarios despectivos sobre el «amor de calendario». Sin embargo, la propia Biblia limita la llamada espontaneidad al prohibir las relaciones sexuales durante ciertos períodos de tiempo.
El método del ritmo no es amor de calendario; es abstinencia voluntaria durante un tiempo. La abstinencia piadosa y adecuada se basará solo en convicciones religiosas, y, por tanto, está en consonancia con la abstinencia temporal de la que habla Pablo.
Si esta abstinencia periódica no se santifica mediante la oración, no tiene razón de existir. Lo mismo es válido para la abstinencia total. En la oración se «consulta» a Dios. Hay que contar con su voluntad para el matrimonio y la familia con respecto a la salud física, emocional y espiritual de la esposa, y la salud de los hijos.
De hecho, la abstinencia temporal puede ser importante. Puede ser una de las mejores medicinas contra la rutina y la superficialidad de muchos matrimonios. Es extraño que muchas personas insistan en la moderación en la vida cotidiana, pero aparentemente la olviden por completo en las relaciones sexuales. Comer, beber, fumar, salir, el lujo o la comodidad no son cosas sobre las que un cristiano pueda decir: «Mi medida en todas estas cosas es mi propio sentido acerca de mis necesidades e impulsos espontáneos». El cristiano aprende que él, como persona responsable creada por Dios, debe dirigir y gobernar sus necesidades espontáneas. Por eso, dentro del matrimonio, es una tontería razonar: «Nada puede obstaculizar nuestras necesidades ‘espontáneas’». Quien dice esto no es realmente apto para el matrimonio. Cualquier matrimonio se beneficiará de cierta moderación.
El amor verdadero encuentra muchas formas de expresarse. ¿Es necesario que el amor se confirme siempre mediante el coito? ¿Acaso no hay un egoísmo inconsciente detrás de la insistencia en el coito? A este respecto, un autor escribió: «Es posible que fuese particularmente bueno para muchos maridos si en su relación amorosa pudieran encontrar otras formas de expresar su amor además del coito». ¿Es errónea esta opinión? En nuestra propia cultura, la relación amorosa posee a menudo un apetito primitivo, y desgraciadamente se limita sobre todo a las relaciones sexuales. La abstinencia periódica, así como la abstinencia durante un periodo de tiempo algo más largo, pueden evitar la unilateralidad en las relaciones amorosas.
Sin embargo, el «todo lo que no es de fe es pecado» también es válido para la abstinencia periódica. La abstinencia debe formar parte de la actitud ante la vida; debe originarse en la fe y en el deseo de actuar de acuerdo con la ley de Dios respecto al matrimonio y la familia. Sólo sobre esta actitud el Señor concederá su bendición.
Esta promesa de bendición nos llega en un mundo imperfecto en el que muchas relaciones se han visto perturbadas. La imperfección debe anticiparse cuando se discuten ciertos métodos para la planificación familiar. No hay necesidad de glorificar los métodos, porque no son una solución a las necesidades y problemas que pueden surgir en un matrimonio. Las soluciones tienen su inicio en el lado humano de los problemas. En primer lugar, marido y mujer deben llegar a una comprensión espiritual de su matrimonio y su familia. Ambos deben preguntarse, como miembros maduros de la Iglesia de Cristo, con qué propósito les ha colocado Dios en la tierra, por qué les ha dado el uno al otro, y por qué razón reciben hijos. Sólo aquellos que han llegado a comprender esto a la luz de la Palabra de Dios podrán responder a estas preguntas.
Lo que se ha escrito sobre estas cuestiones pretende ser un consejo y nada más. Ningún matrimonio puede eludir su responsabilidad personal ante Dios confiando ciegamente en las personas. Así pues, estas no son observaciones finales, pero son observaciones necesarias sobre este difícil asunto.
El matrimonio sin hijos
Se ha dicho que cuanto más difícil nos resulta cumplir nuestros deseos, más fuertes y dolorosos se vuelven. Este es el caso del deseo frustrado de algunos matrimonios por tener hijos.
Por un lado, cada vez son más los matrimonios que intentan, de diversas maneras, reducir al máximo el número de hijos e incluso esperar algún tiempo antes de tenerlos. Por otro lado, muchas parejas anhelan ardientemente tener hijos y no los reciben. Esto puede causar verdadera angustia en un matrimonio, tal vez incluso angustia espiritual. «¿Por qué el Señor nos niega los hijos mientras que otros que los descuidan y maltratan reciben un hijo tras otro?». Si uno sabe por la Palabra de Dios que los hijos son una herencia del Señor, y si ha orado constantemente por ellos, es difícil prescindir de esta bendición. Este es uno de los muchos «por qué» a los que no se puede dar respuesta y sobre los que la fe nos enseña a confesar: «Estas cosas también son para nuestro bien».
¿En el círculo del pacto, se sabe cuánto dolor se soporta en silencio con respecto a esto? Incluso los pensamientos sin palabras de los demás pueden causar dolor: Muchos de los que hemos tenido hijos pensamos: «Sin hijos, ningún matrimonio puede estar completo».
¡Cuán diferente habla la Escritura! La opinión de que un matrimonio no está realmente completo sin hijos proviene de la idea errónea de que el matrimonio es sólo una institución para la procreación. Esto equivale a decir que la comunión de amor entre marido y mujer sólo existe por la gracia de una familia.
Ahora bien, llama la atención que la Biblia, al hablar del matrimonio, repita hasta cuatro veces las siguientes palabras: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne». Los hijos ni siquiera se mencionan. Según la Biblia, los hijos son una bendición aparte. Dios puede vincular esta bendición al matrimonio, pero el hombre no tiene poder sobre ella.
El único, exclusivo y primer propósito del matrimonio no es traer hijos al mundo. Ciertamente el hijo es la confirmación del amor conyugal entre marido y mujer. De cierto Dios vinculará el fruto al matrimonio en su omnipotencia llena de gracia, pero la base del matrimonio reside en la unidad de amor de marido y mujer. Lutero llamó al matrimonio: «una escuela de fe y amor». De acuerdo con la intención de Dios desde el principio: «No es bueno que el hombre esté solo». En consecuencia, un matrimonio sin hijos es verdadera y completamente un matrimonio en el sentido pleno y rico de la palabra. Dios puede hacer que un matrimonio así sea tan fructífero para su Reino como cualquier otro matrimonio.
Además, es Dios quien decide que los «hijos» de una mujer estéril puedan ser más numerosos que los de una madre con muchos hijos. Son muchas las personas que agradecen diariamente a Dios por lo que ha significado para ellas una pareja sin hijos.
Dios no quiere autocompasión estéril de nadie. A la pareja sin hijos, que no tiene que ocuparse de ellos, le pide que se dedique tanto más a la causa del Señor (compárese 1Co 7:32-34).
De este modo, Dios pone a disposición energías para su causa y da oportunidades y posibilidades que se escapan a los padres con una familia ocupada. ¡Ojalá se aprovecharan estas posibilidades! Entonces el dolor por la falta de hijos se llevaría de forma positiva y los esposos aprovecharían la dualidad de su matrimonio para aplicarse a las tareas que por todas partes les esperan.
Por otra parte, el amor comunitario cristiano exige que nadie se desentienda del dolor causado por la falta de hijos. Una pareja sin hijos me escribió una vez «A menudo nos sentimos arrinconados por la gente. A veces tenemos la idea de que sólo somos una familia cuando se recogen donativos en la iglesia o cuando hay una campaña de recaudación de fondos en la congregación por algún motivo u otro». Continúan diciendo: «Como pareja sin hijos, sentimos con frecuencia que no pertenecemos a ningún sitio. Se habla y se escribe mucho sobre los problemas y las preocupaciones de las familias numerosas, y no queremos subestimarlas. Sin embargo, se dan las gracias cuando nacen y se bautizan niños, mientras que rara vez se ora por las parejas sin hijos».
Transmito esta queja para nuestra vergüenza y para nuestra instrucción. Cuántas veces nos hacemos daño unos a otros en la iglesia por nuestra desconsideración. También los ministros olvidan a los que no tienen hijos en sus oraciones e intercesiones. La ocasión del bautismo es un momento importante para encomendar a la misericordia de Dios a los solitarios y a aquellos a quienes Él priva de la bendición de los hijos. Al hacerlo, se recuerda al pueblo de Dios que, al orar y dar gracias, no debe haber grupos olvidados en la iglesia.
Dios, al colocar los solitarios en el interior de la iglesia, los coloca en una familia; allí hará de una pareja sin hijos un padre y una madre en el Señor para otros. Los lazos de sangre pasarán; no unen para siempre, pero la fe, la esperanza y el amor sí.
Cristo dijo: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos; porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana y madre» (Mt 12:48-50).
«Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos…». Esto es lo que importa al final. Esa es la respuesta definitiva a la pregunta de quiénes son el pueblo de Dios y quiénes son verdaderamente fecundos para el reino de Dios: su semilla, su generación.
Sin embargo, todo esto no significa que los hijos de Dios no puedan indagar sobre las causas inmediatas de la infertilidad, como lo harían en caso de enfermedad y otras adversidades. No significa que no deban hacer nada para eliminar las causas de la infertilidad.
Cuando mencionamos las posibles causas de la infertilidad, el primer concepto erróneo que debe eliminarse es el de que la infertilidad se debe sólo o principalmente a la esposa. Esta desafortunada actitud conduce a reproches, con todas sus tristes consecuencias. Las estadísticas muestran que la mayoría de los divorcios se producen entre parejas sin hijos. Si el dolor soportado y experimentado juntos no une más estrechamente a marido y mujer, puede producirse un distanciamiento gradual. Esa unión entre marido y mujer, al tiempo que no conduce a reproches mutuos, les hará buscar conjuntamente formas y medios para eliminar ciertos obstáculos en el camino de tener hijos.
Tanto el marido como la mujer pueden ser infértiles. Con frecuencia, el semen del marido apenas contiene espermatozoides o éstos están deformados. Esto se debe a ciertos órganos o ciertas enfermedades, o quizás a la malnutrición o a una carencia de vitaminas. Pueden existir defectos anatómicos congénitos de los órganos sexuales masculinos. Se pueden adquirir defectos debido a enfermedades venéreas contraídas por culpa propia en la juventud.
Otras causas de infertilidad pueden encontrarse en la esposa: obstrucción de las trompas de Falopio o una formación anormal de la cavidad uterina. El defecto de la mujer puede remediarse más a menudo que el del marido.
Una pareja de recién casados no debe preocuparse por la esterilidad hasta que hayan pasado unos tres años. En ese momento, deben ponerse en contacto con su médico de cabecera, que puede aconsejarles sobre la conveniencia de acudir a un ginecólogo. Este paso no se considera necesario en los matrimonios jóvenes en los tres años siguientes a su boda, suponiendo que se hayan mantenido relaciones sexuales normales.
También es posible que no se hayan mantenido relaciones sexuales normales debido a la impotencia del marido. Dicha impotencia puede estar relacionada con los fuertes miedos inconscientes de la mujer al coito, que hacen que se cierre físicamente. La impotencia del marido podría ser el resultado de la ansiedad y la tensión sobre su capacidad para dejar embarazada a su mujer. Antes de que pueda tener un coito normal, debe ser capaz de relajarse y disfrutar de él.
Los factores psicológicos subconscientes también pueden influir en la mujer. Su deseo de tener un hijo puede ser tan fuerte que la inhiba. ¿Cómo si no se explica que con frecuencia las mujeres se queden embarazadas después de adoptar un niño? Estos y otros factores pueden causar infertilidad. Algunos de ellos pueden remediarse con tratamiento médico o psicológico.
Pero no en todos los casos. No es fácil obtener cifras claras sobre la infertilidad en los matrimonios, ya que las estadísticas no indican si la falta de hijos es voluntaria o no. Una estimación conservadora nos dice que entre el cinco y el diez por ciento de los matrimonios no tienen hijos. La falta de hijos no es poca cosa y suele ser fuente de dificultades y dolor. Además del uso de soluciones médicas para la infertilidad, existe otra práctica de la que hablaremos a continuación.
La inseminación artificial
Por inseminación artificial se entiende la inyección de semen (espermatozoides) en el útero de la mujer o cerca de él mediante una jeringuilla hipodérmica. Se establece una distinción entre la fecundación con el esperma del propio marido y con el esperma de otro hombre, o donante. La primera práctica, llamada inseminación artificial homóloga, no es tan frecuente como la segunda, llamada inseminación artificial heteróloga. La segunda práctica tiene lugar en matrimonios sin hijos debido a la infertilidad del esperma del marido.
Esta última práctica ha alcanzado una magnitud alarmante, especialmente en Estados Unidos, donde ya hay decenas de miles de niños que deben su existencia a la fecundación artificial de su madre por esperma de donante, que en muchos casos consiste en una mezcla de esperma de distintos hombres.
A la mujer tratada en la consulta del médico no se le permite saber de qué hombre procede el esperma. Un hombre dona esperma por un determinado precio, pero no sabe qué hijos han sido engendrados por su esperma y por qué mujer. Existen incluso bancos de esperma que son suministrados por estudiantes por cinco dólares por cantidad natural. Alguien ha dicho horrorizado, y con razón: «Imagínense lo que debe significar para una persona tener que reconocer como ‘padre’ al espectro desconocido de un donante detrás del banco de esperma, y como origen de su existencia, un acto de masturbación por dinero».
Si pensamos en las mujeres que se procuran un hijo por sí mismas de esta forma, nos enfrentamos a un abismo espiritual. Los psiquiatras señalan que a menudo se trata de mujeres psicológicamente perturbadas. Con frecuencia escuchan a pacientes neuróticas solteras a las que les encantaría tener un hijo, pero encuentran horrible que se necesite a un hombre para ello. ¿Debería permitirse a las mujeres perturbadas criar a un niño engendrado artificialmente?
Una profesora soltera de Niza anunció el nacimiento de su hijo en la prensa haciendo hincapié en el hecho de que era el resultado de una inseminación artificial. La Liga Humanista Holandesa y la Sociedad Holandesa para la Reforma Sexual abogan por la práctica de la inseminación artificial bajo el lema de que «cada individuo tiene derecho a una vida sexual según sus propios principios». De hecho, quien acepte los derechos del hombre como norma suprema no tiene básicamente ninguna defensa contra esta práctica. Puede escandalizarse y rechazarla, pero si proclama esos supuestos derechos humanos, continuará cuesta abajo hacia un mundo sin ley.
Una directora húngara de un instituto de secundaria publicó un artículo en el que defendía que el esperma de donante es el método ideal para el futuro. Escribía que, para favorecer la salud de la posteridad, había que recoger el esperma de los hombres más fuertes y sanos para fecundar a las mujeres más sanas. De este modo, acabaría existiendo una nación con un ejército de super individuos. En esto nos vemos confrontados por un abismo de iniquidad. De hecho, de esta manera, el hombre se degrada convirtiéndose en ganado reproductor.
Podríamos preguntarnos por qué una pareja casada y sin hijos recurriría a este método. Sin duda, es algo que comienza con un hombre que ve su incapacidad para engendrar hijos como una culpa personal. Ni que decir tiene que, desde un punto de vista psicológico, el desarrollo de esta culpa dista mucho de ser saludable. Por eso, para un hombre así, no sería ninguna solución recurrir a la fecundación artificial de su mujer. No haría más que reforzar el proceso enfermizo que provocó el sentimiento de culpa.
Si se razona que los hijos son necesarios para fortalecer el vacilante amor conyugal, entonces es el hijo quien tendrá que pagar la factura, como alguien señaló agudamente en una ocasión. Incluso en un matrimonio fértil, engendrar un hijo no es remedio para una relación amorosa tambaleante entre marido y mujer. Aún no se ha dicho nada sobre el destino y la condición emocional del niño engendrado de esta manera.
Todo lo que se ha dicho sobre la esencia del matrimonio, que es la unión amorosa de marido y mujer, se opone a la inseminación artificial heteróloga. El procedimiento no tiene nada que ver con el amor entre marido y mujer, unidos de por vida en un amor al que Dios quiere vincular la «recompensa» de los hijos (Sal 127).
La Biblia utiliza la palabra «conocer» cuando habla del coito entre marido y mujer. El acto de amor más íntimo queda hermosamente descrito por esa palabra: conocerse mutuamente a fondo, con corazón y mente, cuerpo y alma. La inseminación artificial sustituye el acto íntimo de amor por una jeringuilla hipodérmica esterilizada en la fría y blanca sala de operaciones del médico. Los católicos romanos hablan de bebés probeta para mostrar lo antinatural de estas manipulaciones. Además, aceradamente se le llama «adulterio artificial». Ciertamente, en el momento en que se introduce una tercera persona en la relación matrimonial, aunque sea artificialmente, se rompe la integridad de la unión de dos en uno que es el matrimonio. Como pacto entre dos personas, el matrimonio no permite una tercera.
Se pide la prohibición legal de la inseminación artificial heteróloga porque sus consecuencias jurídicas son especialmente peligrosas e incalculables. La Iglesia Católica Romana y el Sínodo de la Iglesia Reformada Holandesa (Nederlandse Hervormde Kerk) rechazan esta forma de inseminación, al igual que muchas otras iglesias.
Un cristiano sabe que lo que está en juego aquí es la continuidad del pacto de Dios de generación en generación. A través del matrimonio de sus hijos, el Señor procura su descendencia.
La inseminación artificial con semen de donante debe quedar absolutamente excluida de nuestros matrimonios. Ninguna pareja sin hijos debe permitirse jamás la tentación de utilizar este método. Es mil veces mejor tener un matrimonio sin hijos con todo el dolor que lo acompaña, que arrebatar un hijo para uno mismo de esta manera. No se debe permitir que la anarquía pisotee las ordenanzas de Dios.
Pero la cuestión de la inseminación artificial homóloga sigue sin respuesta. En este caso, el marido tiene el potencial de fecundar, pero es incapaz de mantener relaciones sexuales debido a defectos anatómicos o de otro tipo. Esto es completamente diferente de la inseminación heteróloga, en la que un tercer desconocido actúa como donante. Este último acto entra en conflicto con la naturaleza del matrimonio. Pero ahora debemos recordar que nos centramos en el verdadero amor matrimonial de marido y mujer, que busca como corona un hijo. ¿Podría utilizarse la inseminación artificial en una situación en la que ambos cónyuges la soliciten y el embarazo no pueda producirse de otra manera?
Las autoridades católicas romanas rechazan esto como antinatural también. El Sínodo de la Iglesia Reformada (HervormdeKerk) no lo considera ilegal. Mucho se ha escrito sobre esto en los círculos de la Iglesia Reformada.[1]
No es de extrañar que haya división de opiniones, pues se trata de un asunto muy delicado. La Organización de Médicos Cristianos Protestantes (Protestantse Christelijke Artsen Organisatie) ha declarado que la inseminación artificial homóloga sólo debe considerarse como tratamiento de la infertilidad si es la única forma de eliminar las consecuencias de un trastorno en el funcionamiento de los órganos reproductores. La única condición que debe cumplirse de forma absoluta es que debe preverse razonablemente que no se producirá ningún daño físico ni psicológico a ninguno de los cónyuges por ello. La organización es cautelosa en cuanto a la aceptación general de este procedimiento y quiere considerar cada caso por separado. Sólo con esta condición, estos médicos cristianos adoptan un enfoque positivo al respecto.
Los que rechazan la inseminación artificial homóloga afirman que mediante este procedimiento el engendramiento de los hijos se aparta de la convivencia normal. No se viola la fidelidad, pero se elimina el vínculo entre un acto fiel de amor y el hijo.
Además, pueden surgir objeciones por el método de obtención del esperma, que también se desvincula del coito. Quisiera señalar que, en esta situación excepcional, las relaciones físicas en el matrimonio ya están perturbadas y no puede tener lugar una cópula normal. ¿No debería tenerse en cuenta esta anormalidad a la hora de juzgar otra anormalidad (la inseminación artificial)? La recolección de esperma se convierte en algo aislado del coito, pero en este caso, el coito no era posible de todos modos.
Las alternativas son: o bien no tener hijos debido a relaciones sexuales perturbadas, o bien, aunque el coito continúe estando perturbado, hacer uso de la ciencia moderna para tener hijos. A la hora de juzgar estas cosas, hay que contar con el quebrantamiento de la vida. A veces hay que utilizar una anormalidad para mitigar otra. La caridad cristiana exige que seamos prudentes a la hora de rechazar absolutamente la inseminación artificial homóloga.
Quienes se oponen a este procedimiento no se oponen a que se sigan aportando espermatozoides mediante instrumentos después de que el coito haya tenido lugar con normalidad. Esto apoya nuestro caso. Pues si el coito no es posible, no vemos que la ayuda instrumental para hacer posible la fecundación sea incorrecta.
Dado que tales problemas no surgen en la mayoría de los matrimonios, estos casos excepcionales deben discutirse principalmente con el médico y el ministro de la pareja implicada. Una respuesta general es imposible.
Capítulo 4: La vida sin matrimonio
Este tema tiene cabida en un libro que trata de mantener el matrimonio en honra. El matrimonio sólo puede mantenerse en honra cuando es visto a la luz de la Palabra de Dios, guardándose de esta manera tanto de la sobrevaloración como de la infravaloración. Hablar del estado de soltería es necesario cuando se discute el lugar y la función del matrimonio tal como Dios lo concibió.
Normalmente el matrimonio es visto como el único destino verdadero de la vida de un hombre o una mujer. La mayoría de las historias populares terminan en matrimonio, al igual que muchas películas y obras de teatro. La publicidad sugiere la alegría del matrimonio en palabras e imágenes. La sugerencia de que sólo la vida matrimonial es válida impregna la vida humana de forma imperceptible. Pero despierta un gran temor en muchas chicas y mujeres que no quieren casarse. Temen perderse la esencia de la vida y, para evitar ese desastre, asumen muchos riesgos.
Toda nuestra sociedad se esfuerza por insistir en esta idea. Los que están casados se dan cuenta muy poco de la gran pena y desesperación que se han introducido en las vidas de muchos solteros. Sin quererlo ni pensarlo, la gente puede ser a menudo cruel.
Piensa en las muchas bromas sobre los solteros y en las burlas y mofas que sufren las solteronas. La gente no tiene ni idea de lo difícil que puede ser la vida para los que están solos en el mundo. Se dice de ellos con demasiada facilidad. «¿Qué tienen que hacer? No tienen familia que cuidar, ni tienen que andar con prisas desde la mañana a la noche. Les da tiempo para todo».
La mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que es llegar a casa después de un largo día de trabajo a una habitación silenciosa, tener que cocinar uno mismo después de haber hecho la compra con gran dificultad entre y después de las horas de trabajo, y tener que ordenar tu propia habitación rápidamente después de un agotador día de trabajo.
La gente entiende muy poco lo que significa no estar casado. Puede ser tan difícil que provoque actos de desesperación, y gran parte de la dificultad surge porque la sociedad enseña que la vida matrimonial es el objetivo normal y más importante.
Las Escrituras dicen otra cosa. Enseñan que el matrimonio no es la máxima meta, sino que lo importante es seguir el llamado de Dios. La persona soltera no ha «perdido una oportunidad», a menos que uno dude del llamado y la guía de Dios en su vida. Alguien que no está casado no pierde más «oportunidad» que nuestro Señor Jesucristo, quien también pasó por la vida sin casarse debido a su llamado especial como Mediador. Dios no sólo da dones y talentos a cada uno, Él llama a cada uno a su propia vocación. Jesucristo pasó por la vida como un hombre solo debido a su especial llamado. No se le permitió experimentar el matrimonio porque su vocación era convertirse en el Redentor y hermano de todos los hombres, no sólo en el compañero de uno o el padre de varios.
Él se compadece de nuestras debilidades y se acuerda de los que, por la divina providencia de Dios, tienen que vivir la vida de solteros. A la luz de Cristo, esa vida se convertirá en una vocación igual que la vida en estado matrimonial. Nadie puede asignarse una tarea a sí mismo. Una persona casada no puede, ni tampoco los solteros. El oficio y la tarea de estar casado vienen de Dios. Todos recibimos de Él nuestro lugar especial en la vida.
Quien haya comprendido esto en fe se salvará de la autocompasión estéril y fatídica que puede amenazar al solitario y al soltero. En 1 Corintios 7:34 Pablo comenta: «Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella. La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu; pero la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido».
Ser una mujer completa no depende de estar casada o no. ¿Acaso ser mujer no significa cuidar y atender? Las mujeres han cuidado mucho a través de los tiempos, y han cuidado a muchos en la iglesia de Dios. Pensemos en Ana, la profetisa, o en las muchas mujeres a las que Pablo llama por su nombre como compañeras de trabajo al servicio del Evangelio.
En contraste con el tipo de mujer insolente y descarada que se retrata en algunos anuncios y en el cine, la Biblia retrata a mujeres de dignidad, frescura y pureza; mujeres que han sido una bendición inconmensurable para muchas vidas.
Cristo dice: «…hay eunucos que se hicieron eunucos por causa del Reino de los cielos». Aquellas personas que no se han casado no han perdido su oportunidad. Los que viven para Dios no tienen «oportunidades perdidas». Son personas que, como el apóstol Pablo, dejan que la llamada sexual sea se vea superado por el llamado de Dios y de su reino.
Eso no significa que la vida sea fácil. «Vivir fácil significa dejar de ser humano», comentó alguien con acierto una vez. Hemos señalado las dificultades de no estar casado; ciertamente, no debemos subestimarlas. Pero estar casado también tiene sus problemas. En esta dispensación no hay ningún estado de vida que resulte sencillo porque sea natural. La pasión sexual es tan fácil o difícil de manejar dentro del matrimonio como fuera de él. El matrimonio no es ningún remedio para la lujuria, ningún remedium concupiscentiae, como enseñaba Agustín. En estos tiempos en que se sobrevalora el contacto sexual, es necesario decirlo claramente.
Es cierto que los no casados pueden verse a veces atormentados por la inquietud sexual, pero una inquietud semejante puede existir también dentro del matrimonio. Los que «por el reino de Dios» se niegan a casarse, pero se ven constantemente atormentados por esa inquietud, deben preguntarse si poseen realmente el «don de continencia» del que habla Pablo. Si tales personas tratan vanamente de dominar el llamado sexual con otro llamado, surge la pregunta de si la palabra de Pablo no se aplica a ellos: «…pues mejor es casarse que estarse quemando» (1Co 7:9).
Existen varias razones para permanecer soltero. Algunos no pueden casarse debido a graves discapacidades físicas o psíquicas. Permanecen solteros involuntariamente y, como hemos dicho, sufren angustia a causa de su estado. Sólo una fe firme en la mano paternal de Dios les hará perseverar. Recordar el llamado de Dios es lo único que puede ayudarles a salir adelante.
Ya se ha hablado de los que permanecen voluntariamente solteros por el Reino de los Cielos. Sin embargo, nos preguntamos si las palabras de Cristo en Mateo 19:12 no se están olvidando. ¿Se preocupan realmente los cristianos por esta realidad? ¿O ha desaparecido esta preocupación entre los cristianos protestantes?
Es posible que haya personas que tengan el deseo de casarse y, al mismo tiempo, tengan un deseo oculto por no casarse que, de alguna manera, es más fuerte. Este grupo es probablemente más numeroso de lo que se piensa. Pero no trataremos ahora ese tema.
Pero existe un último grupo, los solteros involuntarios. Esas personas son las que tienen mayores dificultades. Los otros grupos también las tienen, y no debemos subestimarlas, pero pensemos ahora especialmente en los que pueden y quieren casarse, pero permanecen solos. Sus anhelos son justos y están de acuerdo con las Escrituras. No tienen por qué avergonzarse de ellos. Dios mismo dijo: «No es bueno que el hombre esté solo». Ciertamente, estas personas pueden admitir ante sí mismas que con gusto tendrían un esposo o una esposa, hijos y una familia.
En cuanto a las mujeres, los expertos afirman que los inconvenientes físicos rara vez son un obstáculo real para el matrimonio. La mujer casada no siempre es una mujer físicamente bella. De hecho, se dice incluso que existe una belleza que obstaculiza el matrimonio. Desde luego, no es una regla fija que un hombre elija a una determinada mujer por su belleza física en primer lugar. Hay mucho más, sobre todo cuando se da cuenta de la belleza del corazón.
Hemos dicho que el hombre elige. La opinión popular dice que la mujer sólo tiene que esperar a ser elegida. Sin embargo, en la elección del hombre influye la forma en que la mujer se acerca a él. No se puede decir quién es realmente «el primero» en establecer un vínculo.
Quien reconoce la guía de Dios en la vida y, sin embargo, sigue anhelando el matrimonio no tiene por qué avergonzarse. La guía de Dios no excluye la responsabilidad humana y el uso de los medios suministrados.
Nadie se ha sentado en el consejo de Dios. Por eso, los solteros que ven pasar los años con pesar pueden hacer uso de las posibilidades que se les ofrecen. Hemos de cuidarnos de que la concepción romántica de que dos personas simplemente «se encontrarán» no guíe nuestros pensamientos. Tal concepto no concuerda en absoluto con el ser dados en matrimonio del que habla la Escritura. Antes hemos señalado que el don de amar a un hombre o a una mujer no se da una sola vez. Es más, parece ser que el amor verdadero puede brotar y crecer incluso después de que dos personas se hayan unido en un matrimonio concertado.
Los solteros deben aprovechar las oportunidades para conocerse. Pero ¿es la correspondencia un método adecuado para conocerse? Hay diferentes opiniones al respecto. Algunos cristianos desconfían de las agencias matrimoniales porque muchas personas mundanas recurren a ellas para «arreglar» su propia vida. Sin embargo, esta objeción parece basarse más en opiniones románticas que cristianas. ¿Se nos permite conocer a alguien a propósito, o debemos confiar en los encuentros fortuitos?
Por supuesto, el que «halaga de más» será pasado por alto (sobre todo una mujer). Aun con sensibilidad cristiana, una mujer siempre seguirá comportándose como una mujer. Sin embargo, ninguna mujer debería avergonzarse de admitir ante sí misma o ante su Señor que le gustaría casarse. ¿Quién no podrá trabajar y orar?
Además de asociarse socialmente y comunicarse verbalmente, la posibilidad de contactar por escrito es algo que pertenece a los medios que el Señor suministra. Mientras haya suficientes garantías de que no habrá personas sin escrúpulos que jueguen cruelmente con los sentimientos ajenos, no me parece mal buscar pareja en el Señor por correspondencia y mediante anuncios.
Este método tiene sus inconvenientes, pero ¿qué no los tiene en nuestro quebrantado mundo? ¿Cuántas muchachas permanecen solteras porque pertenecen a pequeñas iglesias, a veces congregaciones domésticas, y sin embargo permanecen fieles a su Señor? ¿Quién querría impedir que los jóvenes utilicen medios totalmente justificados para conocer a otros jóvenes?
Por otra parte, una joven soltera es tan importante para la Iglesia y la sociedad como quien pasa de niña a esposa. Hay suficientes tareas para ella en los hogares, oficinas, fábricas, y oportunidades de trabajo como enfermera, técnica de laboratorio, etcétera. Sin embargo, en lo más profundo del corazón de la muchacha soltera vive el deseo de casarse algún día. Puede hacer uso de todas las posibilidades disponibles para ello.
Pero ¿cuántas seguirán solteras involuntariamente? ¿Y entonces? Hemos señalado que padres y educadores suelen ser demasiado parciales al asumir tácitamente que para las chicas el único destino es el matrimonio. La posibilidad de que se queden solteras se tiene demasiado poco en cuenta en su educación. Esto no perjudica a las familias en las que los hijos han recibido una buena educación. Las mujeres solteras con estudios secundarios o posteriores suelen encontrar un trabajo interesante y razonablemente bien remunerado.
En las familias en las que los hijos han tenido que ganarse la vida cuanto antes, la hija soltera tiene más problemas. Las trabajadoras de fábrica, mecanógrafas o vendedoras que se quedan solteras no suelen poder desarrollarse más a medida que se hacen mayores. Pierden muchas oportunidades por falta de educación. A medida que envejecen, estas mujeres pueden convertirse en un problema en la empresa si dejan que las trabajadoras más jóvenes sientan su envidia y perturban así la armonía en el departamento en el que trabajan.
Por desgracia, demasiadas mujeres casadas son condescendientes con las solteras. Toda la sociedad tiende a ignorar las necesidades y dificultades de las personas solas.
Piensa en aquellas personas que han estado casadas, pero han perdido a sus maridos por fallecimiento o que han sido abandonadas por sus maridos. Ahora se encuentran solas, fuera de la vida que vivieron con y a través de sus maridos. La simpatía y la preocupación que los amigos dispensan al principio tiende a disminuir con el paso de los años. Después de un tiempo, estas mujeres son olvidadas por el círculo de amigos que compartían con sus maridos.
Podríamos seguir en esta línea. La angustia de la soledad tiene tantas facetas que es simplemente imposible expresarlo todo en palabras.
Una mujer soltera también se enfrenta a muchas tentaciones. Como su vida es solitaria y aburrida, habiéndose reducido al cumplimiento obediente de su trabajo diario, busca «salidas» motivada no por la fe, sino por la desesperación.
Existe la tentación de buscar el amor por vías prohibidas. Algunas capitulan y mantienen relaciones libremente con un hombre casado. Las relaciones extramatrimoniales, por su temeridad, adquieren un carácter pseudo romántico. El sueño de un matrimonio feliz queda sublimado por estas formas de amor fingido. Después de su primer «amor», algunas mujeres pierden el valor por su vida solitaria y tienen una serie de aventuras sexuales pasajeras que no proporcionan ninguna satisfacción perdurable.
Quien comprenda las circunstancias que rodean tales relaciones las juzgará misericordiosamente a la luz de las Escrituras. Sin embargo, este tipo de comportamiento es una respuesta egoísta y anárquica a las pruebas que el Señor envía de su propia mano. Como tal, conduce a la muerte.
Ambas partes resultan heridas en una aventura sexual casual. Las mujeres que caen presas de esta tentación son un elemento perturbador y desmoralizador en la sociedad porque no están satisfechas con su suerte y no ponen su confianza en el Señor. Son las competidoras que amenazan los matrimonios de los demás, tentadoras que confunden a los hombres casados. Esto no disminuye la culpa de los hombres casados que forman parte de ello. Se les advierte en las Escrituras contra estas «mujeres extrañas».
Se puede acarrear mucho sufrimiento a una esposa e hijos por la aventura de un hombre. Aunque se hable del «derecho a la felicidad» que tiene toda mujer, incluso la soltera, este falso «derecho a la felicidad» pertenece a los que no cuentan con Dios. De algo así solo proviene la infelicidad. Nadie puede justificar jamás la ruptura de una familia, ni ante un tribunal humano ni ante el tribunal de Dios.
De qué manera tan diferente puede aceptar su suerte la mujer cristiana soltera. Ella tiene aún más posibilidades y talentos que el hombre soltero. La habitación del soltero es a menudo lúgubre y monótona, pero con medios limitados la mujer soltera puede generalmente crear un hogar atractivo. Puede ser una buena anfitriona, una ayuda en la necesidad, un consuelo para otras personas solitarias, puede desempeñar un papel importante en la vida de la iglesia y la sociedad, y hacer su parte en los actos de caridad y el cuidado de los enfermos. Puede mantenerse mejor informada que la mujer con una familia ocupada. Puede desarrollarse espiritualmente aumentando su conocimiento de las Escrituras y estudiando literatura. A través de esto, tiene la posibilidad de convertirse en un poder de preservación en la sociedad.
Ya hemos señalado a mujeres bíblicas solteras que fueron de gran importancia para el Reino de Dios. Sin embargo, parece ser más fascinante para la persona promedio de hoy seguir las aventuras, luchas, conflictos, dolor y felicidad de dos personas que «se tienen el uno al otro». ¡Todo hace pensar que la vida gira en torno a eso!
Qué pobre y limitada es esa actitud ante la vida en comparación con la vida, la lucha y los sacrificios de los que quieren ser constructores del Reino de Dios. No esperan bendiciones sólo para esta vida ni permiten que una autocompasión estéril les amargue la vida. Estos solteros saben trabajar y vivir por el glorioso Reino de Dios a pesar de su estado de soltería. ¡Qué grandeza y heroísmo se hacen patentes en sus vidas! Florecen para Dios y para su nueva humanidad al dar frutos para la eternidad.
La promesa: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas», ¿no se aplica tanto a los solteros como a cualquier otra persona? Al buscar el reino de Dios, la persona encontrará respuestas a otras cosas también, aunque ciertamente no sin lucha y dificultad, no sin caer y levantarse de nuevo. Debemos «a través de muchas tribulaciones entrar en el reino de Dios». Pero encontraremos respuestas. La promesa de Dios lo garantiza, siempre y cuando uno haya aprendido por gracia el hecho más importante de la vida humana, a saber, que somos el pueblo de Dios.
¿No es Él fiel cuando nos llama a la soltería? Independientemente de las muchas cosas bellas y buenas que se pueden decir del matrimonio, como todas las cosas terrenales, es temporal. En la nueva tierra de Dios será eliminado.
Lo que permanecerá será: «La fe, la esperanza y el amor, estos tres. Y el mayor de ellos es el amor» encendidos por el corazón amoroso de aquel que, después de que hayamos sufrido aquí un poco, nos llama a su gloria eterna.
Capítulo: 5 El matrimonio y la familia
A menudo se escucha esta pregunta: ¿Cuál es la finalidad del matrimonio? ¿Que el marido y la mujer se amen, se ayuden y asistan mutuamente, o que engendren hijos? Este planteamiento de la pregunta es incorrecto. Una faceta del matrimonio no excluye la otra.
Dios vincula la bendición de los hijos al amor mutuo entre marido y mujer. Un matrimonio que decide no tener hijos ha asesinado su matrimonio desde el principio. Un matrimonio así llega a un estancamiento estéril; perece por egoísmo.
Quien dice: «Quiero tantos hijos y no más», no se pone a disposición del Dios de la vida, sino que actúa autónomamente. Ya hemos hablado de lo ricamente bendecidas que son las familias numerosas. Si por amor a la comodidad y al egoísmo, uno quiere menos hijos de los que sería capaz de tener, pierde nada menos que la bendición de Dios.
Si en un matrimonio nacen hijos, se añade un nuevo elemento de responsabilidad. El niño necesita tanto al padre como a la madre. En los hijos y a través de ellos, los padres se ven confrontados de nuevo con el mandato de ponerse totalmente de acuerdo y a disposición el uno del otro. Han recibido de Dios la tarea de dirigirse por completo hacia su hijo amándolo, comprendiéndolo y dándole lo que le corresponde: atención, simpatía, ternura, rigor y castigo.
Eso exige un amor sacrificado; también requiere esfuerzo. Padre y madre no buscan el camino más fácil. Son responsables ante Dios, que les pregunta: «¿Qué hacéis con mis hijos?». Pienso en cómo Dios reprochó una vez a Israel: «Tomaste tus hijos y tus hijas que habías dado a luz para mí, y los sacrificaste a ellas para que fuesen consumidos… como ofrenda que el fuego consumía» (Ez 16:20-21). Dios considera a los hijos de sus elegidos como suyos. Pide cuentas a los padres de lo que han hecho con sus hijos.
La preparación para el matrimonio debe hacerse teniendo en cuenta la responsabilidad de una familia. El amor entre marido y mujer abarca también al hijo. Muchas muchachas solteras son tristemente ingenuas al respecto.
Alguien escribió una vez: Creen que el amor debe para siempre ser lo que imaginaron que sería cuando tenían dieciséis románticos años. Creen que la vida de la mujer casada es una eterna luna de miel, la vida de una princesa que no tiene otra cosa que hacer que dejarse amar, mientras su príncipe azul no tiene otra preocupación que cortejarla. Esto no es ni más ni menos que la negación del verdadero amor, que significa entrega y abnegación. La mujer que sólo ve lo que puede obtener del amor y no lo que tiene que dar, no ve el mundo de la realidad; por lo tanto, su actitud negativa le niega la posibilidad de un matrimonio.
Y, sin embargo, ¿cuántas jóvenes llegan al matrimonio con esta actitud tontamente romántica? ¡Ya en los primeros días de matrimonio se pueden malograr y estropear tantas cosas! Romantizar el matrimonio seguramente significará que el niño que viene no será recibido con el amor y el cuidado que merece una herencia del Señor. El triste resultado es que incluso un recién nacido tiene que perderse el amor real.
Tal vez los padres no sean conscientes de esto, pero, por supuesto, aun así, sigue siendo cierto. Los expertos hablan de bebés «frustrados». Si esta falta consciente o inconsciente de amor demostrativo continúa mientras el niño crece, puede tener una influencia perjudicial en la formación de su carácter.
Se ha dicho que en algunas mujeres el instinto maternal puede ser tan fuerte que se dedican por completo a su hijo. Pero también es posible que el instinto maternal sea débil. La anarquía no se detiene ante la naturaleza. No siempre adopta formas tan terribles como las que se publicaron una vez en una revista médica llamada «Tijdschrift voor Geneeskunde» (Revista de Medicina). Puede darnos que pensar ver que los editores de esta revista consideraron necesario dedicar un artículo entero al maltrato de bebés y niños menores de tres años.
En ese artículo concreto, los médicos afirman que en muchos casos los padres son los culpables de lesiones graves de las que no se informa acerca de la causa. El artículo habla de fracturas de cráneo, así como de fracturas de brazos, piernas y costillas, por no hablar de contusiones e hinchazones. Con frecuencia los periódicos informan de casos atroces de malos tratos a bebés por parte de padres degenerados.
Aunque tales casos sean tal vez excepciones, y aunque la iniquidad no suela adoptar formas tan extremas, es un hecho que muchos niños crecen en un ambiente carente de amor. La mayoría de los problemas actuales, incluido el de la juventud, son problemas familiares.
La tarea de la familia
La familia es la primera unidad formativa en la que crecen los seres humanos. También puede ser el escenario de muchos enfrentamientos y tensiones. De todas partes oímos que los problemas familiares repercuten en toda la sociedad. Oímos las preocupaciones de los padres y las quejas de los jóvenes. Unos y otros se hacen reproches. La iglesia de Cristo se construye sobre la unidad familiar; por tanto, es una tarea eclesial y cristiana reflexionar sobre la familia.
Una familia comienza con la elección mutua del marido y la mujer. Esta elección conlleva la elección de una familia. Si no es así, el marido y la mujer sólo se preocupan de sí mismos.
Dios quiere que el matrimonio sea una comunión entre los esposos que, a su vez, establezca una nueva comunión. Por esta razón, la propuesta de matrimonio y la respuesta afirmativa no deben ser impulsivas, sino una elección consciente. La pareja entra públicamente en una unión que implica al estado, a la iglesia y a la sociedad. Cuando dos personas se eligen el uno al otro, también eligen los hijos que Dios les pueda dar.
El amor y la sexualidad no existen para que dos personas puedan aislarse, sino para que puedan engendrar hijos en responsabilidad ante Dios. Entonces el Señor nos da una familia particular de la que nos hace responsables. Esa tarea está asignada a los padres y no pueden rechazarla. A los hijos que nacen también se les da un lugar en una familia particular.
El mandamiento de Dios de «honrarás a tu padre y a tu madre» se refiere a una familia. Literalmente, este mandamiento significa «considerarlos de importancia», es decir, reconocerlos como los que, en consejos y obras, en orientación y decisiones, han de ser tenidos en cuenta por amor a Dios. Toda paternidad en la tierra tiene su norma en el Padre que está en los cielos (Ef 3:15).
Tanto el padre como la madre tienen la patria potestad sobre sus hijos. La relación mutua entre marido y mujer puede ser en sí misma muy educativa para los hijos en crecimiento. Al fin y al cabo, viven en su clima. Eso tiene una influencia inconmensurable en su vida posterior y en sus matrimonios.
Alguien ha dicho: «¿Cómo podrán aprender los hijos lo que sus padres no les han enseñado?». Esto es especialmente cierto en la relación con Dios y su Palabra. La manera en que los padres hablan de Cristo y de su iglesia, y cómo viven la Palabra de Dios en los momentos de preocupación y de felicidad, significará más que cualquier predicación para los hijos en su camino en la vida.
Para los niños pequeños no supone un gran problema honrar a su padre y a su madre. Considerarlos importantes es más o menos algo natural a una edad en la que experimentan su dependencia de sus padres de muchas maneras. ¿A quién acuden cuando tienen miedo? A su madre. ¿Dónde buscan protección contra el peligro? A su fuerte padre. Los niños dependen del cuidado y la protección de sus padres. Cristo señala que todos debemos llegar a ser como niños pequeños, reconociendo nuestra dependencia de Dios y buscando su cuidado y protección.
Según crece, el niño alcanza gradualmente otra fase… se vuelve crítico. Comienza a comparar a su familia con los demás. Empieza a notar diferencias de actitudes y estilo de vida. No obstante, Dios también sostiene a los niños en crecimiento dentro de su familia, al igual que a los padres.
La familia ideal no existe. Es un ideal inalcanzable e incluso estricto que sólo crea una actitud antinatural. Como el matrimonio mismo, cada familia es una escuela de entrenamiento para la fe, la esperanza y el amor. Cada uno se forma y se prueba allí para su tarea dentro y fuera de la familia.
Se puede hacer una distinción entre una familia abierta y una cerrada. La familia cerrada está rígidamente cerrada al mundo exterior porque quiere ser una isla. Se aísla de toda influencia exterior.
Por el contrario, la familia abierta corre el riesgo de convertirse en una llanura abierta y ventosa. Todos los refugios y la seguridad desaparecen. Expuesta a la corriente de aire, se sigue toda corriente, capricho y moda (G. van Lecturer). Ambos tipos de familia son una caricatura de lo que debe ser una buena familia cristiana.
El desarrollo de la sociedad repercute en la vida familiar. Hasta este siglo, eran comunes las familias de tres generaciones: padres, hijos y abuelos. Había una mayor unidad entre generaciones.
Hoy sólo conocemos la familia de dos generaciones. La vivienda y otras circunstancias hacen casi imposible la convivencia con los abuelos. La familia moderna prefiere la intimidad. En un pueblo se podía entrar en casa del vecino por la puerta de atrás. Esto no ocurre en las ciudades.
Aunque la familia moderna se ha vuelto más cerrada en algunos aspectos, también se ha abierto más a las influencias exteriores. En el pasado, pueblo y ciudad reflejaban un mismo patrón. Las familias también se parecían en sus pautas de comportamiento. Esto ya no es así. Los niños descubren en casa del vecino prácticas completamente distintas a las de su propia familia. La vida se ha vuelto más plural. El aislamiento anterior del vecindario y la iglesia ha desaparecido. La comunicación de masas abre las puertas a todo un mundo insustancial y sin ley, con sus tentaciones y lujos. El poder del mundo simplemente separa a las familias.
Una familia cerrada no puede sobrevivir hoy en día. Como familias estamos en el mundo. Esto no significa que debamos abrirnos de par en par a él. Para hacer frente a los acontecimientos «exteriores», los niños deben tener una buena vida familiar a la que recurrir. El aislamiento de un hogar privado es necesario. La familia, al igual que la iglesia, debe ser un puerto y un lugar de descanso, donde se recuerde lo que dijo una vez Kuyper: vivir en un hogar propio no excluye salir a todos los campos de la vida.
Los valores que los jóvenes en crecimiento reciben en casa —principalmente el conocimiento de la Palabra de Dios— les permiten poner a prueba de forma crítica todo lo que encuentran en el mundo. Nadie puede evadir esta prueba. Por eso, la formación de una familia es de principal importancia. A la inversa, lo que alguien aprende en el hogar formará parte de él después de que haya podido ponerlo a prueba con toda clase de pensamientos, afirmaciones y opiniones a su alrededor. Estas pruebas pueden provocar tensiones y conflictos, pero forman parte del proceso de convertirse en adulto.
El peligro de la familia abierta es que los jóvenes no reciben valores sólidos. Van de cabeza persiguiendo cada cosa nueva. Esos jóvenes pierden la seguridad y el cobijo que tanto necesitan. La tiranía de lo que «ellos» dicen y lo que «todos» hacen amenaza con gobernar cada elección personal. La vida se vuelve totalmente desorganizada. A menudo esos jóvenes no tienen un verdadero hogar, y los encontramos en la calle o en los bares. Sin valores en la vida, no saben para qué y para quién viven; sólo saben que «hacen lo suyo».
Un cierto recogimiento es necesario para una vida familiar fuerte. Sin embargo, una familia no puede encerrarse en sí misma y aislarse. Debe estar abierta a los demás, a los solteros, a los solitarios, a los ancianos. La Biblia dice: «Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (Heb 13:1-2).
Todo el mundo, joven o mayor, necesita participar en un círculo vivo y cálido de personas. En el buen sentido de la palabra, nuestras familias deben ser abiertas. Si formamos familias demasiado intimas, como pequeñas islas en la Iglesia, olvidamos la Palabra de Cristo: «Fui forastero y me recogisteis» (Mt 25:35). Esto vale para «el más pequeño de mis hermanos». Compartir enriquece y profundiza la vida familiar; también hace que los hijos sean más considerados con los demás.
Las tensiones en la familia
Hemos observado que las relaciones entre generaciones pueden ser tensas. Los padres pueden tener problemas para educar a sus hijos. Los problemas no son teóricos ni se resuelven consultando libros de pedagogía. Por lo general, detrás de los problemas de crianza subyace una ruptura de comunicación entre los padres o entre padres e hijos.
Ver a sus padres tratarse de forma cariñosa y cristiana moldea a los hijos. Los padres también deben tratar así a sus hijos, dedicándoles tiempo y atención mientras mantienen la disciplina en amor. Los padres deben estar dispuestos a aprender, incluso de los comentarios de los niños pequeños. Los niños pequeños a veces pueden hacer pensar a los padres: «¿Quién educa a quién?». La educación de los hijos exige una interacción flexible. ¿Qué padres no aprenden de sus errores?
Sin embargo, a medida que los niños crecen se dan cuenta cada vez más de que el mundo que les rodea no siempre acepta lo que han aprendido en casa. Además, el mundo cambia tan deprisa que es difícil asimilarlo todo. Parece que los padres no pueden seguir el ritmo. Se desarrolla una tensión entre lo que es normativo y lo que uno ve que ocurre. Los jóvenes se apresuran a señalar que sus padres «no están a la moda» y «se han quedado en el pasado».
En esto ha de hacerse una adecuada distinción. En ciertos ámbitos, los padres deben atreverse honestamente a reconocer que no lo saben todo. Sin embargo, hay que contradecir a quienes tachan de anticuado y atrasado utilizar la Biblia como vara de medir. Dado que el corazón humano es malvado desde su juventud, los jóvenes tienden a resistirse a la orientación y a utilizar despectivamente la palabra «conservador». Por eso es necesario conversar juntos.
El cliché «porque lo digo yo» no puede utilizarse con los adolescentes. Hay que discutir las preguntas y los problemas. Cuando ya apenas hay tiempo para comer juntos, el conversar juntos también está desapareciendo. Si se les da la oportunidad, los niños mencionarán lo que han oído en la escuela, en la calle, en otras familias y a sus amigos. La comunión a la hora de comer debe preservarse como comunión de debate. Las opiniones inmaduras no deben descartarse sin más, sino que deben discutirse para que los niños tengan la oportunidad de crecer. Los jóvenes deben poder apoyarse en la familia. La familia debe ser compañera en el sentido literal de la palabra. Las tradiciones —cumpleaños, comidas, vacaciones, domingos— ayudan a desarrollar el compañerismo y la estabilidad. Estas tradiciones volverán más tarde, cuando los jóvenes formen sus propias familias.
Poco a poco llegará el momento en que el joven se libere del confinamiento familiar. Querrá valerse por sí mismo. Esto suele comenzar con una reacción contra la familia, que incluye fuertes críticas a muchas cosas. Los padres no deben enfadarse inmediatamente por ello. Después de renunciar a muchas cosas «personales», el joven suele desarrollar posteriormente un nuevo y más consciente aprecio por ellas, quizá reviviéndolas en su propia familia.
Cuando los hijos mayores se van de casa y alquilan un apartamento, la relación entre padres e hijos suele mejorar. El hogar se aprecia más que antes. Incluso las vacaciones fuera de casa pueden dar lugar a una nueva apreciación del mismo. Experimentar algo nuevo hace que volver a casa sea agradable.
Hoy en día poseemos más bienes que nunca. Nuestro acceso al mundo conlleva peligros, pero al mismo tiempo nos permite debatir nuestros valores en la vida. Educar a los hijos significa enseñarles a ser independientes; por eso debemos valorar las oportunidades de ayudarles a aprender a ver con sus propios ojos y, como cristianos, a elegir conscientemente su camino.
La brecha generacional en una familia también puede ser el resultado del deseo inconsciente de los padres de mantener a sus hijos con ellos. Los hijos mayores se sienten como vigilados, mientras que los padres se sienten apartados, y el ambiente se vuelve tenso. Educar a los hijos entraña muchos peligros y riesgos, quizá hoy más que nunca, pero no podemos evitarlos haciendo de la familia una unidad aislada y cerrada. Tampoco podemos salvarla simplemente abriendo las puertas de par en par y permitiendo todo sin críticas.
Los padres deben tener en cuenta que llega un momento en que los jóvenes se irán de casa para independizarse y formar sus propias familias. Seguramente habrá tensiones, algunas debidas a la voluntad propia de los jóvenes y otras a la actitud rígida de los padres. Pero seremos nosotros, y no el destino ni la ley de la naturaleza, quienes influyamos en el modo en que serán nuestras familias. Es importante que padres y jóvenes recuerden que Dios ha creado todas las cosas bellas en sus distintas estaciones. Los jóvenes deben escuchar a sus mayores, mientras que los mayores pueden aprender de los más jóvenes.
Sin embargo, si la generación de más edad pasa las tardes frente al televisor y los jóvenes salen a la calle porque el ambiente en casa no es agradable, la culpa es de los padres. Nadie sabe si el mayor problema hoy en día son los jóvenes que se rebelan o los padres que se toman la vida con calma y se conforman consigo mismos.
Ya se ha hablado de los problemas de las familias prósperas. Los padres que han vivido en tiempos de frugalidad se preguntan con desesperación si la prosperidad es buena para la familia. Los jóvenes que sólo han conocido la prosperidad piensan que tener muchas cosas —motos, radios, equipos de música— es normal.
Por otra parte, muchos jóvenes empiezan a protestar contra el mundo racionalizado y próspero que les rodea. Cuando se pueden obtener muchas y muy fácilmente, el aburrimiento aparece. Los jóvenes pueden aburrirse del mismo modo que un niño se aburre con demasiados juguetes caros. Es esencial administrar adecuadamente las cosas materiales en nuestras familias. No tenemos por qué rechazar la prosperidad terrenal como tal; Dios ha creado el mundo y la plenitud del mismo. Pero el mundo no debe esclavizarnos. Debemos usar y gobernar las cosas; no que ellas nos gobiernen a nosotros.
Hemos de distanciarnos conscientemente de nuestra sociedad de consumo. Dios nos pide que elijamos con criterio y apreciemos cristianamente lo que Él nos da. Los padres deben enseñar esta actitud también a sus hijos.
En una época en la que el objetivo de la vida es la satisfacción inmediata de los deseos, desde la comida y los dulces hasta las relaciones sexuales, la moderación debe adornar nuestras familias. Las familias deben tratar de discutir con otras familias sus problemas similares, e intentar desarrollar un estilo de vida común. Al fin y al cabo, sus hijos se encontrarán en colegios, sociedades, reuniones anuales y veladas escolares.
Los padres también deben enseñar a la generación más joven que puede ser bueno no satisfacer todos los deseos para poder dar más al reino de Dios y a los necesitados. No deben participar en el culto a la prosperidad, ni involucrarse en una competición por símbolos de estatus.
Del mismo modo, los jóvenes no deben limitarse a ir tras cada nuevo sonido y aclamar cada nuevo look que aparezca. Si tanto desean ser abiertos, también deben estarlo a los que tienen más experiencia y formación en el conocimiento de la Palabra de Dios. Al fin y al cabo, sólo nos hacemos adultos cuando aprendemos a conocer la vida tal como Dios la ha creado y tal como Él la restaura. La madurez no es sólo una cuestión de edad. Más vale joven sabio que viejo rey necio, dice la Escritura.
La ruptura de la familia
Los padres no siempre se aman. En algunos hogares no hay un ambiente familiar afectuoso. El padre está muy ocupado ganando dinero. Llega a casa sólo para «llenarse», por así decirlo, y para dormir. Muchas madres trabajan para ganar un poco más y no perderse su ración de prosperidad. Pensemos en un país como Suecia. Durante el día los niños están alojados en guarderías y centros de día mientras ambos padres trabajan. La familia se degrada hasta convertirse en una comunidad de consumo.
Otros padres salen una tarde tras otra, dejando a los niños a su suerte. Los jóvenes merodean por las calles de las ciudades. Aquí, entre la multitud de gente, se pueden ver sus rostros inexpresivos y su soledad. Huyen del frío nocturno de las calles desiertas hacia los bares y sus propios lugares de reunión. Viven en rebelión contra el mundo de los adultos, contra los padres, los educadores y cualquiera que tenga autoridad.
La rebelión de los jóvenes de hoy no es un alegre abandono inspirado por un nuevo ideal u otro. Es una revolución malhumorada, pesimista y lamentable. ¡Cuántos pensamientos desesperados viven en los corazones de estos jóvenes! ¿Cuántos suicidios han cometido estudiantes de secundaria? No tienen ningún propósito en la vida. La tristeza cubre sus jóvenes vidas como una niebla.
Los jóvenes que no tienen vida familiar se sienten muy solos. Ni los clubes juveniles ni las amistades pueden sustituir a una familia. Su soledad es el mejor terreno para el desarrollo de bandas de jóvenes empeñadas en la destrucción, las manifestaciones y el sexo.
La obsesión por el sexo suele ser señal de que los jóvenes han recibido poco o ningún amor en la familia. Sin ser ellos mismos conscientes de ello, buscan el amor protector y acogedor del hogar parental. Si éste falta, buscan un pobre sustituto. Lo triste de la situación de estos jóvenes es que realmente no saben lo que buscan.
Según la ordenanza de Dios, la familia coloca al niño bajo el cuidado amoroso de un hogar protector. Las personas que carecieron de este cobijo en su juventud están mal preparadas para la vida. Si la familia se desmorona y la organización mecánica del estado es el único hogar del ser humano, éste queda a la deriva. Rusia ha experimentado esto en su propio detrimento. Cuando el estado ruso quiso disolver la familia poniendo bajo su jurisdicción el matrimonio, la educación y la familia, se encontró con que el caos amenazaba. Hoy, el Estado soviético considera el cuidado de la familia como una de sus tareas más importantes.
Podrían añadirse muchos otros ejemplos para demostrar que nadie puede transgredir las ordenanzas de Dios sin ser castigado. A pesar de ellos mismos, los incrédulos se mantienen dentro de las estructuras que el Señor creó. Cuánto más los creyentes, que consideran a sus hijos como un don de Dios, deben tener en cuenta sus promesas y demandas de Dios respecto a la vida familiar.
La alteración de la vida familiar, que repercute en toda la vida —la iglesia, el estado y la sociedad—, tiene su origen en el descuido del quinto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre». Esta negligencia suele comenzar con los padres. Nuestro mundo es tipificado, y no de forma injusta, como un «mundo sin padres».
La autoridad paterna
La tarea del padre y la madre no termina en la procreación de los hijos; por el contrario, es ahí precisamente donde comienza.
Cuando Dios se llama a sí mismo Padre de su pueblo, no sólo quiere decir: «Os he dado la vida», sino también: «Te cuido, te guío y te protejo, y te educo para la vida eterna». Lo mismo ocurre con la paternidad terrenal, que es un tenue reflejo de la paternidad de Dios. Ser padre significa criar a tu hijo, cuidarlo y moldearlo para la vida. Por eso Dios dio autoridad al padre y a la madre.
Hoy en día, la autoridad del padre se está debilitando de forma gradual. Muchas personas intentan sustituirla por la camaradería entre padres e hijos. Se supone que este tipo de compañerismo debe modelar el «tener los mismos derechos». Esto entra en conflicto con la Escritura, que habla en términos claros sobre las relaciones de autoridad entre marido y mujer y entre padres e hijos: «…El varón es la cabeza de la mujer» (1Co 11:3); «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos» (Ef 5:22); «La mujer respete a su marido» (Ef 5:33).
La Escritura también dice: «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres» (Ef 6:1), e «Hijos, obedeced a vuestros padres en todo» (Col 3:20). Los gobernantes de la congregación deben ser hombres que gobiernen «bien a sus hijos y sus casas» (1Ti 3:12).
Al igual que sucede en el matrimonio al completo, el marido recibe el cargo de proporcionar liderazgo a sus hijos. Cuanto más el marido sea marido y la mujer sea mujer, más se beneficiarán los hijos. Toda viuda sabe cuánto echa de menos un hijo a su padre cuando le falta. El derrumbe de la autoridad comienza en aquellos hogares donde el padre ya no conoce el lugar que Dios le ha dado. Ya se ha hablado de las consecuencias de esto para el matrimonio.
El desmoronamiento de la autoridad es casi una ruina para los hijos. Según la Biblia, el marido, como cabeza de familia, debe amar a su familia del mismo modo que Cristo ama a la iglesia. Este amor ejerce la autoridad del mismo modo que Cristo es Señor de su congregación: no como un tirano, sino como el que está al cargo y mantiene la paz. La autoridad del padre sobre la familia está desapareciendo cada vez más. Los jóvenes se dan cuenta de la desesperación e impotencia de sus padres cuando intentan educar a sus hijos. Su autoridad ya no convence ni impone respeto.
Hay una buena razón por la que la Escritura llama al quinto mandamiento (honrar al padre y a la madre) «el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra» (Ef 6:2). Primero, no se usa en sentido numérico; este mandamiento es primero por su significado primordial como uno de los mandamientos más importantes. Por eso Dios le ha vinculado una promesa. Dondequiera que no se reconozca la autoridad paterna —por los propios padres o por los hijos— se avecina el caos. Donde no se reconoce la autoridad, la vida no puede desarrollarse adecuadamente.
¿Qué pasaría si el gobierno ordenara y el pueblo no obedeciese? Ya sucede que cuando los padres ordenan, los hijos se ríen; cuando un empresario da una orden, los empleados se ponen en huelga. La Iglesia puede amonestar y ejercer disciplina, pero la autoridad dada por Dios es ridiculizada. La vida ya está trastocada. Esto puede llevar a la destrucción de un país y su gente.
Quien siembra la semilla de la falta de respeto a la autoridad cosecha un torbellino de revolución y perturbación. Eso está ocurriendo hoy ante nuestros propios ojos. El problema comienza en las familias en las que el padre no es el cabeza de familia. El significado extendido del quinto mandamiento radica en los muchos más cargos que se ven socavados cuando la autoridad de los padres deja de funcionar. Si, desde la más tierna infancia, no se siente la autoridad en la familia, la sociedad misma pronto se desintegrará.
Muchos padres intentan establecer una relación de camaradería con sus hijos. Animan a sus hijos a tutearlos y a tratarlos como a iguales. Pero es absurdo suponer que los jóvenes se benefician cuando la autoridad del padre se sustituye por una relación de compañerismo. Dios no ha creado a las personas como masas informes, sino que les ha dado los principios del buen orden. El núcleo de este orden es la familia; la cabeza de la familia es el padre. Sin autoridad no hay desarrollo, no hay despliegue de poder dirigido a una meta determinada. El caos espiritual prevalecerá y destruirá la personalidad del joven. La juventud, que no tiene autoridad, toma su venganza rebelándose.
Los jóvenes quieren orientación. Pero Proverbios 13:24 parece ser demasiado cierto entre nosotros: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece». Una vida sin guía se derrumba como un hombre sin columna vertebral. «Una familia sin padre es como un mundo sin Dios», se ha dicho. Un buen padre combina el amor con la disciplina. El amor sin disciplina es sentimentalismo.
Por eso dicen las Escrituras: «No detengas el castigo a tu hijo». Pero la autoridad sin amor es dictadura. Sobre esto dicen las Escrituras: «…Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos» (Ef 6:4).
Por desgracia, muchos padres consienten a sus hijos para evitar las tensiones y conflictos que surgen en toda educación. Recurren a dar a sus hijos demasiado dinero para sus bolsillos y completa libertad. Esta educación supuestamente moderna no es otra cosa que permitirles correr sin rumbo. Muchos miman a sus hijos por amor personal a la comodidad. El padre que ama de verdad también tiene el valor de sufrir por el objeto de su amor. En otras palabras, el que ama de verdad a su hijo teme cuando éste hace mal y se aflige cuando hay que castigarlo. Amar requiere esfuerzo.
Educarlos para ser pueblo de Dios
Una persona que no conoce la razón de su propia existencia, vive insegura y no puede acercarse a su hijo con plena confianza. Sólo quien conoce con exactitud el destino de su liderazgo podrá guiar a las personas. Del mismo modo, sólo la Palabra de Dios puede enseñar a los padres el significado de educar a sus hijos para que sean personas de Dios, equipadas para Su servicio. Toda la crianza de un niño debe estar dirigida hacia esa meta.
La base de una familia cristiana es que tanto los hijos como los padres estén incluidos en la congregación de Dios. Pertenecen a ella. La Biblia se dirige a los niños por separado: «Hijos…» Se refiere a ellos como herederos de Dios y de su pacto. Y así, como jóvenes herederos, descansan en sus cunas, comienzan a expresarse, aprenden a caminar, van a la escuela y vienen a las reuniones de jóvenes.
La labor de educar a los niños debe basarse en las promesas que Dios ha hecho a los niños. Sus derechos no se basan en algo que haya en ellos, sino sólo en las promesas de Dios. Estas ricas promesas están dirigidas a ellos personalmente.
Dios crea a los niños con su propia naturaleza. Los padres deben darse cuenta de esto: Dios requiere fe de un adulto, pero para un niño pequeño que juega, su promesa es suficiente. Los discípulos de Jesús lo entendieron mal. Cuando algunas madres llevaron a sus hijos pequeños a Jesús, los discípulos los devolvieron sin amabilidad. ¿Por qué habían de acercarse a Jesús unos niños tan pequeños, que aún no podían creer? Sin embargo, el Señor les reprendió, tomó a los niños en brazos y los bendijo diciendo: «…De los tales es el reino de los cielos» (Mt 19:13-15).
La segunda parte del pacto de Dios, «que vivan en nueva obediencia», es la exigencia que se les hará cuando hayan crecido. Es entonces cuando será de la mayor importancia. Es entonces cuando serán salvos sólo si caminan fielmente en los caminos del Señor.
No debemos pensar que la religión crece naturalmente a medida que crece la mente, la conciencia y el entendimiento de nuestros hijos. Hay cierta doctrina que enseña que todo hombre es por naturaleza un ser religioso; por las leyes de la naturaleza, la fe y la religión crecen junto con sus otras capacidades. Quienes enseñan esto no se cuestionan la verdad de las distintas religiones, sino que tratan el desarrollo de la conciencia religiosa. Consideran la religión como un fenómeno puramente psicológico.
Sin embargo, la fe nunca crece en nuestros corazones por sí misma. Para que algo crezca, primero hay que plantarlo. Cada impresión que recibe un niño es como una semilla que puede arraigar en su corazón. Los padres deben ser conscientes de lo que siembran, de lo que cae de su propio corazón, porque los niños son muy receptivos.
Los gobernantes de la Iglesia deben ayudar a que los padres eduquen a sus hijos en la doctrina de las Escrituras según las Confesiones Reformadas. Aquellos que argumentan que uno debe dejar a sus hijos libres para tomar sus propias decisiones se engañan a sí mismos.
A este respecto alguien ha dicho de manera cortante pero acertada: «¿Estás afirmando también que depende de tu hijo si quiere estar enfermo o sano, ser analfabeto o saber leer y escribir, robar o ganarse honradamente el pan de cada día, vivir en la inmundicia sexual o regirse por la moral? Pero tú, que has jurado buscar su bien, no te molestas lo más mínimo porque tus hijos lean material, mantengan conversaciones o escuchen discursos que calumnian o ignoran el nombre de Cristo» (K. J. Sietsma).
La educación debe tener una dirección: el pacto y las obras de Dios son la guía. Los padres que se toman en serio la promesa hecha en el bautismo buscarán escuelas cristianas para sus hijos, escuelas donde se honre la Palabra de Dios. Enviarán a sus hijos al catecismo y los llevarán fielmente a la iglesia. Quien menosprecie la formación de hábitos, citando como alternativa actuar con convicción, debe recordar que el propio Cristo, «según su costumbre», acudía regularmente al templo. Los buenos hábitos pueden ser beneficiosos para la totalidad de la vida.
Además, los padres deben enseñar a sus hijos a sentirse como en casa en la vida de la Iglesia. Deben involucrarlos en sus sociedades, deben hablar con ellos sobre sus luchas y triunfos y su futuro, y enseñarles a discernir lo que es importante en la vida.
La relación entre padre y madre es tremendamente importante. ¿Crecen sus hijos en una atmósfera de amor porque el amor de sus padres es claramente visible? ¿Es el ambiente del hogar abusivo y brusco, lleno de lenguaje malhumorado? Hay que tener en cuenta que los hijos se dan cuenta rápidamente si las relaciones familiares no están marcadas por la fe o si las relaciones entre el padre y la madre y los amigos y conocidos no muestran las características de la fe. Se abrirá una brecha entre las palabras y los hechos de los padres. Los niños observan atentamente cómo viven los adultos que les rodean. Escuchan lo que se discute; saben cuáles son los intereses de sus padres. Y aunque parezcan indiferentes, los jóvenes mayores siguen observando y escuchando atentamente.
Seamos siempre conscientes de ello o no, la siembra de la semilla continúa desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche. ¿Será una semilla de amor y voluntad de sacrificio o de calumnia y malicia? ¿Será de mente noble y poseerá el poder de la fe o será pequeña y llena de egoísmo? Las familias pueden ser viveros del bien o del mal.
No buscamos la familia ideal o perfecta. Los niños muy pequeños ven a su padre como un héroe, a su madre como alguien perfecto. Cuando crezcan, verán los defectos de sus padres. Los padres pueden admitir con gracia cuando se equivocan y pueden demostrar en la familia su fe de que el perdón de los pecados es el único camino a la salvación.
Esto no disminuirá, sino que aumentará su estatura a ojos de sus hijos.
Podríamos continuar en esta línea, ya que hay mucho que decir. Si el pacto de Dios es el clima cotidiano en el que los padres viven con sus hijos, éstos también estarán protegidos de la sobre espiritualidad.
Los padres comprenderán que el pacto recibe a los niños por completo y aprenderán a confiar sus hijos como el Señor los recibió a ellos, como niños pequeños, no como adultos pequeños. Si no comprenden esto, estarán continuamente consternados por el «bajo nivel» de atención y fe de sus hijos. Pero entonces no habrán tenido en cuenta las leyes de Dios sobre el desarrollo de los niños.
No se puede esperar la misma madurez de fe en un niño de doce o trece años que en un adulto de cuarenta. Si los niños están sanos son juguetones. Como niños; hablan, piensan y actúan como niños. Un niño retozando al aire libre no está más lejos del Reino de Dios que alguien ocupado en el estudio de la Biblia.
A menudo, la fe se ve separada de la vida humana por una cierta actitud pietista. Los padres se ponen tensos al estar en una búsqueda constante por descubrir la fe en el corazón de sus hijos. Por supuesto, los padres y madres creyentes considerarán que la fe es lo más importante en el corazón de sus hijos. Pero no deben forzarla en sus jóvenes. Los pequeños sermones bien intencionados, aunque neciamente presentados, pueden estropear mucho.
Puede ser desalentador cuando los chicos y chicas parecen no tener ningún interés en las cuestiones de fe. A cierta edad pueden estar tan absortos por los deportes, los juegos, los pasatiempos y los amigos, que nada más parece interesarles. Si ese es el caso, piensa en la parábola del sembrador. Este dormía, se despertaba, trabajaba y se acostaba, y, mientras tanto las semillas germinaban en la quietud y crecían sin su ayuda.
Debemos aprender a tener la misma paciencia. Mientras sembremos fielmente, Dios dará el crecimiento en la quietud, sin que sepamos cómo lo hace. Los padres no deben rendirse demasiado rápido si sus hijos parecen indiferentes. A veces, la indiferencia va con la edad. Los niños en crecimiento no saben cómo actuar, especialmente en la pubertad. Se muestran indiferentes, maleducados y torpes como potros recién nacidos que intentan sostenerse sobre sus patas. Luego llega el salto a la edad adulta, cuando necesitan especialmente la protección de una familia sana, aunque intenten demostrar que pueden prescindir de ella. Durante este tiempo, los padres deben ejercer la sabiduría y el tacto, sin estallar por todo ni ser demasiado críticos. Deben ayudar a sus hijos manteniendo su casa como un hogar afectuoso.
No hay que olvidar que los hijos pueden ser muy tímidos con sus padres. Hablan de los sentimientos más profundos de su vida más fácilmente con amigos o profesores que con sus propios padres. Comprendiendo esto, un padre y una madre no deben presionar o forzar a sus hijos a ciertos compromisos verbales. No ha de confundirse esta comprensión con eliminar la orientación y los hábitos regulares con respecto a las comidas, la oración y la asistencia a la iglesia. La orientación tiene que ser firme en este sentido, aunque los jóvenes se rebelen. Más tarde agradecerán a sus padres la firmeza. Quien deja a sus hijos completamente libres, en el fondo los abandona.
Llama la atención que a los hijos de Israel que tenían menos de veinte años cuando la nación se rebeló se les permitiera entrar en la tierra prometida, mientras que sus padres tuvieron que morir. Aparentemente, Dios no responsabilizó a los hijos por el rechazo infiel de su promesa. Podemos considerar a los menores de veinte años todavía niños. Aún no se les puede considerar plenamente responsables de sus actos, incluso aunque el sentido de la responsabilidad debe enseñarse desde una edad temprana.
No deberíamos subestimar la fidelidad del pacto de Dios. En la Biblia leemos que Dios no abandonó a las diez tribus de Israel a pesar de que habían establecido un culto idólatra. A través del servicio de Elías y Eliseo, buscó a los hijos que se habían alejado de Él. «¿Cómo podre abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré, yo, Israel?» (Os 11:8). No debemos juzgar a nuestros hijos demasiado pronto ni presionarlos o cuestionar su fe antes de tiempo. Los padres simplemente han de llevarles la Palabra y vivir en su fuerza como ejemplo para ellos. Después de todo, hay más en el corazón de los niños de lo que a veces pensamos.
Llenar la vida de los niños
La «siembra» nunca debe interrumpirse. Los niños en crecimiento necesitan cosas con las que llenar sus vidas. Incluso el niño más pequeño se entretiene con sus juguetes. Cuando empieza la escuela, aprende las letras del alfabeto e intenta leer cuando llega a casa. Los padres deben fomentar este tipo de actividad y ayudar y estimular al niño.
Un niño pequeño no se sobrecarga de trabajo fácilmente. Si mantenemos a nuestros hijos ocupados con varias cosas a una edad temprana, no hay que temer que les estemos robando su despreocupada juventud. Al contrario. Los jóvenes buscan formas de ejercitarse. Deben aprender a amar hacer algo con su tiempo. La tarea de los padres es guiar a los jóvenes hacia actividades sanas. «El diablo encuentra trabajo para las manos ociosas» esto no es algo menos cierto para los niños que para los adultos.
El problema de muchos adolescentes hoy en día es que sus vidas están vacías. No tienen nada que hacer. Se aburren en su casa y en la calle. A falta de algo mejor que hacer, hacen travesuras que se les van de las manos. Esto puede acarrearles problemas con la policía y la ley.
Detrás de su aburrimiento hay una gran deficiencia en su educación. Sus padres los abandonaron a su suerte demasiado pronto, porque «no hay que mantener a los niños bajo las faldas de la mamá. Deben aprender a ser independientes». Pero dejarles solos no es educarles para la independencia. Educarles para ser independientes incluye enseñarles a ser responsables. La supuesta independencia de los niños a los que se ha dejado sueltos demasiado pronto es más bien una cuestión de desenfreno. Su falta de independencia responsable se manifiesta en una conducta desordenada.
Durante la pubertad, los niños desarrollan un cierto respeto por sí mismos que parece carecer de autocrítica. En realidad, aceptan de buen grado la orientación sin querer admitirlo. Pero la orientación que se da a los niños no debe ser demasiado «infantil». Desgraciadamente, el mundo adulto de hoy se comporta de forma muy infantil. ¡Sólo hay que pensar en los alcaldes vestidos de gala que se reúnen oficialmente con Papá Noel!
La literatura
¿Qué tipo de literatura llega al adolescente? Se dice con razón que «personas que ellas mismas no están aun suficientemente equilibradas, escriben con frecuencia libros para instruir a los demás». Los jóvenes leen y asimilan sin críticas las ideas modernas, aunque algunas de ellas sean obviamente desequilibradas. Un padre o una madre sabios sin demasiada formación académica o un pastor experimentado son guías mucho más seguros para los jóvenes que algunos escritores que leen actualmente las nuevas generaciones.
Los jóvenes están abiertos a todo lo que les habla. En su ingenuidad y falta de crítica, se dejan cegar fácilmente por la falsa belleza. Su inexperiencia limita su mirada. Alguien dijo una vez que su «supuesta crítica de lo que está pasado de moda —los adultos, las condiciones con las que no están satisfechos, las obligaciones que se les imponen— es con demasiada frecuencia una alarmante falta de crítica. Los jóvenes dependen en gran medida de las ideas de los demás porque no tienen opiniones propias y no pueden resistir la influencia de su entorno».
Sin embargo, parece que los jóvenes que aceptan las novedades sin criticarlas también podrían asumir las tradiciones de sus mayores sin criticarlas. La generación más joven no se opone a la tradición como tal. Sólo lo parece. Su oposición a la tradición no es innata; se la enseña una generación un poco mayor que la suya.
Pensemos en la avalancha de folletos populares cuasi científicos que el profano no puede distinguir de los escritos científicamente responsables. Ideas y conjeturas brotan como setas venenosas, alimentadas por restos de conocimientos a medio digerir. Los jóvenes que no se interesan por este tipo de literatura encuentran libros aún más superficiales que leer para mantenerse «en la onda».
Las ideas que reciben los jóvenes se les presentan en un envoltorio literario de buen gusto. Cuando autores hábiles muestran su propia desarmonía, ensoñaciones y perversidades, ¿cómo puede la gente pensar que esta «literatura» no afectará al joven lector? Las palabras funcionan; el poder de la palabra es increíblemente grande para el bien y para el mal.
Esta literatura atrevida es fuertemente magnética. A los jóvenes les gusta identificarse con el héroe de la historia; después de todo, disfrutan con el suspenso de una buena aventura. Eso no es malo en sí mismo. Los jóvenes deben saber que de adultos nadie se libra de la tensión, y que, de hecho, muchos se tensionan tanto, que acaban derrumbados en crisis nerviosas.
Una juventud sin tensiones no prepara para las tensiones del mundo adulto. Se ha dicho con acierto que «Como las peleas que una gata enseña a sus crías, estas luchas de práctica están dentro de los límites de un juego. Así deben ser la tensión y el conflicto en la vida de los jóvenes».
Las tensiones por desarrollarse de manera adecuada también son normales. Los jóvenes deben concentrarse tanto en el desarrollo espiritual como en el físico. Sin duda, los padres y educadores deben orientarles en este sentido. Deben guiar a sus hijos por el camino de la buena literatura, para que con el tiempo sean capaces de distinguir entre un libro que merece la pena leer y otro que no.
En algunas escuelas secundarias son obligatorios algunos libros que infectan a los jóvenes con el sinsentido de una vida sin Dios y con las perversidades de gente extraviada. No hemos de permitir que esa literatura llegue a manos de nuestros hijos. No sólo estropeará su gusto, sino que contaminará todo su espíritu y su alma.
Hoy en día falta en la vida una inteligencia adulta valiente y sana. Esto se refleja en los jóvenes. Vemos cómo se idolatra a la juventud en la publicidad, en la radio y la televisión, en las revistas y en los periódicos. No es de extrañar que los jóvenes sean engreídos. Los adultos lo intentan todo para parecer jóvenes. Ahora que se pueden utilizar todo tipo de tontos medios artificiales para sugerir la eterna juventud, los jóvenes se sienten el foco radiante de toda la vida. Su engreimiento tiene muchas consecuencias desagradables.
El aprecio irreflexivo por la juventud es un tipo de infantilismo. Si el abuelo todavía puede recorrer cincuenta kilómetros en bicicleta, se le admira, no por su sabiduría y experiencia, sino por su juventud. La verdadera vejez, con su tranquila sabiduría, resulta patética. La vida está acabada si ya no se puede participar activamente en estos tiempos dinámicos. El joven se considera la norma en todo. Posee una vida que siente que es la envidia de muchas personas mayores.
En aras del beneficio, la industria y la publicidad mantienen todo de esta forma. Vivimos en la «era de la juventud». La moda, la literatura, la música y el cine giran en torno a la juventud. Lamentablemente, los adultos han confundido a los jóvenes en este sentido.
Sin choque generacional
En estos tiempos en que tantos conflictos desgarran la vida, la Iglesia no es inmune a las tensiones. Los miembros de las familias funcionan en la iglesia. También en ella pueden oírse quejas sobre la falta de entendimiento entre generaciones. Los jóvenes desconfían a menudo de sus mayores, y los mayores están molestos con los más jóvenes. Por parte de los jóvenes se oyen palabras como «anticuados» o «de mente estrecha», mientras que los mayores emplean palabras como «superficiales» y «poco profundos» para describir a los jóvenes. ¿Cómo podemos salvar este abismo?
Se necesita sobriedad cristiana, una sobriedad que crea y demuestre que el futuro de la Iglesia es solamente Jesucristo. La tarea de los jóvenes no es remodelar la iglesia, sino escuchar la Palabra de Dios. La tarea de la iglesia no es ganar jóvenes sino enseñar y proclamar la Palabra de Dios.
Nuestra pregunta no es: «¿Qué es la juventud y cuáles son sus derechos?» sino más bien: «¿Qué es la congregación y qué lugar ocupan los jóvenes en ella?». Sólo en la congregación de Cristo puede emitirse un juicio acerca de la congregación.
Los padres harían bien en enseñar a sus hijos cuál es su lugar en la Iglesia. Las sociedades juveniles son una ayuda hermosa y esencial a este respecto. No subestimemos su valor, pues pueden ser muy formativas. En ellas, los jóvenes aprenden a hablar, a debatir, a reflexionar sobre temas, a poner algo por escrito y a ser mayores de edad. Las personas ajenas a la Iglesia también admiten que las sociedades juveniles masculinas y femeninas tienen un valor educacional.
La función más importante de estas sociedades es que en ellas los jóvenes alcanzan la mayoría de edad como miembros de la congregación de Cristo y aprenden su responsabilidad para con Dios y los hombres. El problema de las generaciones debe resolverse en la congregación, pues allí los jóvenes no tienen prerrogativas especiales. Como todos los demás, deben escuchar la Palabra y aprender a vivir de acuerdo con las leyes de Dios.
El trabajo en sociedad, como todo lo que se hace entre los jóvenes de la Iglesia, sólo es posible porque un joven puede apelar a su bautismo y puede escuchar la Palabra, que también habla de la juventud. Piensa en Eclesiastés 11: 9-10: «Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios. Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal; porque la adolescencia y la juventud son vanidad».
Según esto, los jóvenes pueden disfrutar de la vida; pueden beber plenamente de ella. Naturalmente, no se fomenta un disfrute desenfrenado, sino la sana alegría de vivir como hijos de Dios. Los padres deben educar a sus hijos en este sentido. La advertencia «Sobre todas estas cosas te juzgará Dios», anima a una alegría razonable conforme a la ley de Dios. Disfruta, dice la Biblia; entra en la vida lleno de felicidad, recordando que un día tendrás que dar cuenta de lo que has hecho con tu tiempo.
Hay que descartar el horrible malentendido de que creer en Dios significa una existencia infeliz, sin risas ni alegría de vivir. Todo lo contrario: la alegría puede apreciarse como un don de Dios. «Es don de Dios que todo hombre coma y beba y se y goce el bien de toda su labor» (Ec 3:13).
Por eso, los jóvenes pueden ahuyentar la tristeza de su corazón y tratar de evitar las adversidades físicas. La flor de la vida es el momento de disfrutarla. Vamos, deja que disfruten de la vida, dice el Predicador, porque (y entonces viene la instrucción) la juventud y la niñez son vanidad. La palabra utilizada para niñez puede traducirse como el amanecer de la vida, el comienzo temprano y hermoso de ella.
¿No entra un joven en la vida lleno de idealismo? Todo un mundo se abre ante la joven vida que aún descansa en la bruma de la madrugada. Hay tanto por descubrir, disfrutar y examinar. ¡El tiempo pasa tan deprisa! La juventud y la infancia son vanidad; literalmente, son como una ráfaga de viento, una brisa. Un suspiro y el tiempo ha pasado; «…y volamos» (Sal 90:10).
Esta es la sabiduría de la vida que la Biblia enseña a la juventud de la iglesia. La juventud es el tiempo de la construcción activa de la vida. Dios ha puesto asiento en los corazones jóvenes. Que las personas mayores tengan cuidado de no confundir el asiento de la vida con la ligereza o el descuido.
Pero en su asiento los jóvenes no deben olvidar lo que dice el Predicador: «Acuérdate también de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento» (Ec 12:1). Si los años de nuestra juventud son los mejores de nuestra vida, recordemos con alegría a nuestro Creador.
A veces los padres oyen decir a sus hijos «Ahora que todavía soy joven, puedo disfrutar de la vida y ya pensaré en Dios y en la religión más adelante». En realidad, ésta es una actitud muy miserable ante la vida. Qué terriblemente triste es tambalearse hacia Dios cuando los últimos años de la vida se han pasado cuesta abajo.
No se puede negar que muchos jóvenes se convierten en una etapa posterior de la vida o que su conversión sea genuina, pero la conversión no puede ocurrir deliberadamente de esta manera. Dios se alegra de ver a jóvenes enérgicos, llenos de entusiasmo por la vida, que dicen consciente y voluntariamente: «Disfruto de la vida, pero lo hago con profunda gratitud hacia mi Creador y Redentor». El mundo se abre ante ellos, y es el mundo de su Dios. Así debe ser la vida. Ciertamente, algunos se salvan en el último momento, como el asesino en la cruz. Pero no es agradable ser arrebatado como un tizón del fuego.
Todo el problema de la juventud es también un problema de los mayores. Son muchos los ancianos miserables que han perdido el celo de la fe. La vida les ha vuelto cínicos; ya no arden por su Dios, y se acurrucan cómodamente para convertirse en piedras de tropiezo para los jóvenes.
No se trata de idealizar a la juventud. No en vano dice Génesis 8:21: «…el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud». En este mal participan todas las personas. En realidad, no existe un problema «generacional»; sólo el problema de la culpabilidad de cada uno de nuestros corazones.
Al luchar contra este problema, jóvenes y adultos deben unir sus fuerzas. Si hay una brecha, se debe a la falta de fe, esperanza y amor por ambas partes. La solución de los problemas de la crianza comienza con la sabiduría que viene de lo alto.
La verdadera unidad entre padres e hijos, entre jóvenes y adultos se encuentra en la Iglesia, que preserva la Palabra de Dios. Entonces, los mayores no envidiarán a los jóvenes su alegría de vivir, porque es fruto de la cruz, fruto de la obra de Aquel que desde su juventud tuvo que sufrir como nadie para que los jóvenes cristianos pudieran alegrarse como ningún otro joven puede hacerlo.
Los jóvenes creyentes se dejarán amonestar por los mayores para encontrar la base de su felicidad en Cristo, su Creador. Juntos, jóvenes y ancianos se concentrarán en la salvación que nunca perece. De ese modo, se alcanzará el propósito de toda educación cristiana.
El Dr. W.G. de Vries (1926-2006) fue ministro de las iglesias reformadas de los Países Bajos. Se doctoró en el Seminario Teológico de las Iglesias Reformadas de Kampen. También fue editor de Petahja, publicación mensual de las Sociedades Masculinas Reformadas de los Países Bajos.
[1] Véase Lucerna, Gereformeerd Interfacultaer Tijdschrift, Volume 2, No. 3/4,1960.