La elección y reprobación divinas, 6-11
Clarence Bouwman
Traductor: Juan Flavio de Sousa
Comentario a los Cánones de Dort #4
Articulo 6
En los artículos 1al 5, las obras de Dios ocupan un primer plano. Véase la Tabla 1. Fue Dios quien envió un Salvador a los perdidos, y es Dios quien permite que Su Palabra sea predicada a los perdidos y obra la fe en los perdidos. El Artículo 6 nos dice ahora que todos estos hechos están enraizados en el decreto de Dios.
La Escritura describe este decreto como un reflejo de la soberanía de Dios. Este decreto de Dios es comprensivo, por el cual Dios ha determinado todo lo que va a suceder. En Génesis 45:5 José confiesa la soberanía de Dios cuando dice a sus hermanos: «Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros». José era consciente de que sus hermanos lo habían metido en un pozo y lo habían vendido a los madianitas. Sin embargo, José dice que fue Dios quien lo hizo, porque es la soberanía de Dios la que controla todas las cosas, incluidos los celos entre hermanos y el comercio en el mercado de esclavos.
Del mismo modo, Dios dice a través del profeta Isaías sobre Asiria (la potencia mundial de la época) y el rey Senaquerib: «Oh Asiria, vara y báculo de mi furor, en su mano he puesto mi ira. Le mandaré contra una nación pérfida, y sobre el pueblo de mi ira le enviaré, para que quite despojos, y arrebate presa, y lo ponga para ser hollado como lodo de las calles. Aunque él no lo pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera; sino que su pensamiento será desarraigar, y cortar naciones no pocas» (Isaías 10:5-7). Senaquerib y su ejército no eran más que herramientas en las manos soberanas de Dios para hacer sólo lo que Él determinó que hicieran. Aunque la soberanía de Dios no se mencionaba en las noticias de la época de Senaquerib, como tampoco se menciona hoy en las noticias sobre líderes mundiales como el presidente Clinton, según las Escrituras todos los reyes y gobernantes de este mundo son meros instrumentos en las manos del Dios soberano.
De nuevo, en Hechos 2:22-23 el apóstol Pablo dice a los judíos acerca de Jesús, «Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis, por manos de inicuos, crucificándole». Dios había determinado que los judíos crucificarían a Jesús. Los judíos eran instrumentos en las manos de Dios.
Si Dios, entonces, ha decretado lo que sucede en el mercado de esclavos y en la política mundial, si ha decretado rechazos y crucifixiones, ¿no determinará entonces quién se salvará? El hecho de que Dios sea soberano significa que es Él quien determina quién se salvará. Si insisto en que mi salvación depende de mí, entonces socavo la noción de la soberanía de Dios. Con las palabras del Día del Señor 10 del Catecismo de Heidelberg, confieso que entiendo respecto a la soberanía o «providencia» de Dios lo siguiente:
«El poder todopoderoso de Dios y presente en todo lugar1 por el cual, como si fuera por Su propia mano, Él todavía sustenta el cielo y la tierra con todas las criaturas ; y las gobierna de tal manera que las plantas y los árboles, la lluvia y la sequía, los años fructíferos y los de escasez, la comida y la bebida , la salud y la enfermedad , la riqueza y la pobreza , y, en fin, todas las cosas, no suceden por casualidad sino por Su mano paternal…ya que todas las cosas creadas están en Sus manos de tal manera que, sin su voluntad, no pueden ni siquiera moverse».
Si esto es lo que confieso respecto a las cosas grandes y pequeñas de la vida, por extensión debo confesar también que los asuntos de la fe y la salvación vienen de la mano paternal de Dios. A la inversa, si cuestiono que la salvación sea un asunto decretado por Dios, entonces cuestiono efectivamente la corrección de creer que Dios es soberano en las cosas grandes y pequeñas de la vida actual. Impugnar lo que la Iglesia confiesa en los Cánones de Dort sobre el decreto de Dios es en el fondo poner en tela de juicio también lo que la Iglesia confiesa sobre la soberanía de Dios en el Día del Señor 10.
Que Dios ha determinado quién se salvará lo enseñan las Escrituras en pasajes como Efesios 1:11. El apóstol es movido por el Espíritu Santo a escribir: «en él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad». Aquí se subraya que la salvación es un asunto de la voluntad de Dios, un decreto de Dios. Él estableció este decreto ya antes de la creación del mundo, dice el versículo 4: «según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo…». Dios, entonces, había determinado antes de la creación a qué pecadores perdidos llevaría de vuelta a Su lado. Sí, Él me tenía en la mira desde antes de la creación, y determinó que yo debía ser salvo. El Artículo 6 se hace eco de las palabras de Efesios 1:11 cuando confiesa: «Que algunos reciban el don de la fe por parte de Dios, y otros no, procede del decreto eterno de Dios». Dios ha determinado a quién quiere salvar y hace que este decreto se cumpla en este mundo, en esta sociedad. En base a Su decreto Él ablanda los corazones de algunos, pero deja a otros. Dice el artículo 6: «De acuerdo con dicho decreto, Él con su gracia suaviza los corazones de los elegidos, no importa cuán obstinados estén, y los inclina a creer; mientras deja a los no elegidos, según su justo juicio, en su propia impiedad y obstinación». Cómo Dios hace este ablandamiento o abandono no se explica en nuestro artículo, pero vuelve en artículos posteriores. El enfoque del Artículo 6 es el decreto de Dios, específicamente el hecho de que Dios hace que Su decreto se desarrolle. El desarrollo del decreto de Dios es también un elemento de la soberanía de Dios. El hecho de que algunos lleguen a la fe (ablandamiento de los corazones) y otros no (endurecimiento de los corazones) es una prueba de que Dios está actuando.
Saber que Dios está ocupado hace que la predestinación y la elección sean conceptos apasionantes. Utilizando las palabras del artículo 6, «… proporciona un consuelo indecible a las almas santas y temerosas de Dios». ¡DIOS está ocupándose! Hace mucho tiempo determinó a quién salvaría y ahora Él está ocupado en llevar a cabo perfectamente el plan que determinó hace mucho tiempo. Más, haciendo así Dios está trabajando en mi salvación. Eso en verdad provee «indecible consuelo».
Se puede especular mucho sobre la doctrina de la elección y la reprobación. Sin embargo, hacemos bien en darnos cuenta de que no es una doctrina que se nos haya revelado simplemente para ocupar nuestras mentes, sino más bien para consolar nuestras almas. Que Dios obra para nuestra salvación debe ser siempre el centro de nuestras discusiones sobre esta doctrina.
Artículo 7
Definición de la elección
La definición presentada en la primera frase del artículo 7 se puede resumir de la siguiente manera: «La elección es el propósito inmutable de Dios por el cual… Él ha … elegido en Cristo para la salvación a un número determinado de personas …».
Después de la caída en el pecado, todos los hombres eran por naturaleza hijos de Satanás. Sin embargo, ya antes de crear a los hombres, Dios había determinado por un propósito inmutable salvar en Cristo a un número definido de personas. No todos, sino solo algunos serían salvos. No era un número cambiante de personas, ni eran cambiables los nombres de los que serían salvos; más bien, Dios escogió un número definido y fue definido en Su elección de quién sería salvo.
El artículo 7 habla de personas que son «elegidas» en Cristo. Dios envió a Cristo a la tierra para pagar por nuestros pecados. Aunque merecíamos la ira de Dios a causa de nuestras transgresiones, Dios transfirió Su ira a Cristo y así Cristo pagó por nuestros pecados. Es porque Cristo hizo esto por nosotros que somos incluidos en Cristo, y somos llevados de vuelta al lado de Dios. En Cristo somos justificados y declarados justos. La única manera posible de regresar al lado de Dios es a través de Cristo. «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (1Corintios 3:11). Cristo es el único fundamento para la salvación. Hablando de Jesucristo, Pedro dijo al Sanedrín en Hechos 4:12: «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos». No hay salvación en Buda o en las buenas obras, sino que sólo a través de Cristo puede uno salvarse. Por lo tanto, la elección es en Cristo, «así como Él (Dios) nos eligió en Él (Cristo)…» (Efesios 1:4). Este es el énfasis del Artículo 7. «También ha designado desde la eternidad a Cristo como Mediador y Cabeza de todos los elegidos y fundamento de la salvación, y así decretó dar a Cristo los que habían de salvarse…». Dios no sólo ha decretado desde la eternidad a quién salvaría, sino también que lo haría en Cristo. La tarea de Cristo fue salvar a los que el Padre le dio: los elegidos. Que Dios enviara a Cristo al mundo, entonces, fue un paso necesario para que Dios ejecutara Su decreto de salvar a Sus elegidos. Si quitamos a Cristo de la obra salvadora de Dios, la elección de Dios se convierte en una ilusión.
El artículo 7 es extenso y proporciona mucho material para comentarios posteriores. Sin embargo, gran parte de lo que se confiesa en el Artículo 7 se desarrolla en los artículos siguientes.
Artículo 8
Un solo decreto de elección
El artículo 8 confiesa «un mismo decreto sobre todos los que han de ser salvados, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento». Nuestros padres vieron la necesidad de dedicar un artículo a esto porque los arminianos creían en «varios decretos de… elección». Los arminianos insistían en que Dios había tomado múltiples decisiones o decretos, y de ahí que hablaran de varios tipos de elección.
El error arminiano de los múltiples decretos de elección
Los arminianos creen que Dios, antes de la fundación del mundo, hizo un decreto de elección. Este no fue un simple decreto, dicen los arminianos. Más bien, «hay varios tipos de elección divina para la vida eterna». Hablaron de dos tipos principales de elección, a saber, la elección general o indefinida y la elección particular o definida. La segunda, la elección particular o definitiva, se subdividía a su vez en elección incompleta, revocable, no decisiva y condicional o elección completa, irrevocable, decisiva y absoluta. Véase la figura 2.
a. Elección general o indefinida
El decreto eterno de elección de Dios no se refería a qué personas salvaría (decían los arminianos en su error), sino a qué condiciones tenían que cumplir las personas para ser salvadas del lado de Satanás y ser llevadas de vuelta a Dios. De todas las condiciones posibles (por ejemplo, buenas obras, cualificaciones, pago monetario) Dios, en Su soberano beneplácito, determinó que esta condición sería la fe. Los arminianos hicieron de las condiciones y no de las personas el objeto del decreto electivo de Dios. Dios determinó salvar sólo a aquellas personas que tuvieran fe.
b. Elección particular o definida
Si la elección de una persona es incompleta o completa, revocable o irrevocable, etc. depende de la persona. Decían los arminianos: Dios, antes de la fundación del mundo, habiendo determinado que la fe era el criterio para la elección, miró hacia el futuro y vio quién tendría fe. Aquellos que Dios vio que decidirían creer, Dios decidió elegirlos. Esta es la elección sobre la base de la «fe prevista». Aquellos que cumplirían la condición de la fe fueron elegidos y fueron escritos en el libro de Dios.
Sin embargo, algunas personas solo cumplen la condición de la fe temporalmente; acaban rechazando al Señor en el transcurso de sus vidas. En ese caso se sigue hablando de elección, pero se trata de una elección incompleta, revocable (es decir, rescindida, cancelada), no decisiva, condicional. Por otra parte, hay quienes perseveran en la fe hasta la muerte. En cuanto a estas personas, se puede hablar de una elección llevada hasta el final, irrevocable, decisiva, absoluta. La fe y la perseverancia en la fe determinan la elección.
Análisis
Está claro que el concepto arminiano de elección no da cabida a la soberanía de Dios. Si la elección de uno fue completa o incompleta, según el razonamiento arminiano, todo depende de la perseverancia del hombre en la fe. Ya que es decisión del hombre si perseverará o no en la fe, es consecuentemente decisión del hombre si se salvará o no. De cualquier manera, la soberanía de Dios es desechada como irrelevante cuando se trata del punto de quién será salvo. La soberanía de Dios sólo entra en juego en la elección general/indefinida, cuando Dios determinó que tener fe era la condición para la salvación. Sin embargo, cuando se trata de la elección particular/definitiva, es decir, quién se salvará, Dios simplemente espera en el hombre. La acción de Dios de escribir los nombres en Su libro antes de la fundación del mundo se hace sobre la base de lo que Dios ve de antemano que el hombre hará. Según este razonamiento, las acciones del hombre se convierten en la base de la elección.
Refutación del error arminiano
Nuestros padres atacaron esta herejía arminiana basándose en lo que dicen las Escrituras. El Sínodo de Dort la refutó como «una invención de la mente humana sin ninguna base en las Escrituras». Al citar Romanos 8:30, donde leemos: «Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó», nuestros padres querían dejar claro que todas las cosas empiezan y terminan con Dios y, por tanto, también la elección y la fe, en ese orden. El apóstol Pablo insistía en que cuando Dios eligió a alguien, esa persona, con el paso del tiempo, debido a que Dios envió predicadores a su puerta, hace definitivo su llamamiento a la fe. A los que Dios llamó, dice Pablo, Dios los justificó (justificación = ser declarado justo ante Dios por causa de Jesús). En plena confianza de que Dios completará las obras que ha comenzado, Pablo continúa diciendo, en tiempo pasado, que a los que Dios ha justificado también los ha glorificado, aunque esta glorificación no sucederá hasta que Cristo regrese. Si Dios ha comenzado una obra, la elección, entonces también la llevará a término. «Jehová cumplirá su propósito en mí; tu misericordia, oh Jehová, es para siempre; no desampares la obra de tus manos» (Salmo 138:8). Todo se reduce a la soberanía de Dios. Dios hace lo que dice que hará. Dios no es el «debilucho» que los arminianos hicieron que fuera a través de sus creencias sobre la elección, reduciendo a Dios a alguien que solo puede hacer lo que el hombre le permite hacer.
Cuando Dios eligió a un número definido de personas, lo hizo con un propósito. Como leemos en Efesios 1:4-5, «así como nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor, habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad». El propósito de Dios al elegirnos no era incierto, indefinido, sino fijo, seguro: seríamos santos. ¿No logrará Dios, siendo el Dios soberano que es, lo que se ha propuesto? Dios tiene UN decreto de elección, y Dios lleva a término lo que ha decretado hacer.
Artículo 9
La elección no se basa en la fe prevista
Los arminianos decían que «la elección incompleta y no decisiva de personas específicas para la salvación tuvo lugar sobre la base de la fe, conversión, santidad y piedad previstas, que comenzaron o continuaron para algunos. La elección completa y decisiva, sin embargo, tuvo lugar por la perseverancia prevista en la fe, la conversión, la santidad y la piedad hasta el fin». En otras palabras, para ser elegido, uno necesita tener ciertas cualidades. Es necesario decidirse a llegar a la fe (aunque sólo se tenga fe temporalmente y, en consecuencia, sólo se sea elegido indecisamente) y es necesario perseverar en la fe (y, en consecuencia, ser elegido decisivamente).
Deseando señalar el error de la posición arminiana, los padres en el Sínodo de Dort citaron varios textos de la Escritura para mostrar que la elección viene primero y la fe después. En Hechos 13:48 leemos: «Y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna». Este texto sitúa el nombramiento para la vida eterna antes de la decisión de creer, no después. Primero Dios necesita ordenarnos para la vida y solo entonces podemos tener fe. En Efesios 1:4 leemos que no somos elegidos porque seamos santos, sino para que seamos santos. De ahí que el artículo 9, última frase, cite este texto así: «Nos eligió (no porque lo fuéramos, sino) para que fuéramos santos e irreprensibles ante Él”. No somos elegidos porque tengamos fe, sino para que tengamos fe. Una vez más, se trata de si veo la elección como algo que depende de mí o de Dios. La Escritura insiste en que creemos porque Dios ha elegido primero.
Artículo 10
La elección basada en el puro afecto de Dios
¿Por qué elige Dios a ciertas personas? Habiendo confesado en el artículo 9 que la causa de nuestra elección no es la fe o la santidad de nuestra parte, el artículo 10 confiesa que la causa de nuestra elección es el puro afecto de Dios. Para decirlo claramente: Dios eligió a ciertas personas y dejó a otras porque «así lo quiso». En Efesios 1:5 leemos: «habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad». Dios no buscó a los más guapos, ni a los más ricos, ni a los más civilizados, sino que simplemente eligió según Su beneplácito. El artículo 10 cita lo que leemos en Romanos 9:11-13, donde Dios declaró Sus intenciones respecto a Jacob y Esaú incluso cuando ambos estaban todavía en el vientre de su madre y aún no habían hecho nada. (Porque no habiendo nacido aún los hijos, ni habiendo hecho bien ni mal, para que permaneciese el propósito de Dios según la elección, no por obras, sino por Aquel que llama). Fue dicho a Rebeca: «El mayor servirá al menor». Como está escrito: «A Jacob he amado, pero a Esaú he aborrecido». ¿Por qué eligió Dios a Jacob y no a Esaú? La Escritura simplemente nos dice que fue porque Dios así lo quiso.
Esta noción debe hacer humilde a una persona, pues conduce a la pregunta personal de «¿por qué he hecho profesión de fe?». No tiene nada que ver conmigo, sino que tiene todo que ver con lo que el Señor se complació en hacer conmigo y en mí. Él me trató de acuerdo con Su decreto concerniente a mí hace tanto tiempo. Esto es humillante. No soy mejor que mi prójimo. La cuestión es que Dios ha obrado en mí, según Su decreto eterno. No lo hace por mí, sino a pesar de mí.
Artículo 11
Elección inmutable
Afortunadamente podemos confesar que las Escrituras enseñan que el decreto de elección de Dios es inmutable. Según los arminianos, Dios podría cambiar de opinión de acuerdo con el cambio del hombre. Sin embargo, esto quita todo consuelo, porque niega lo que Dios ha revelado acerca de Sí mismo en el Salmo 102:25-28, a saber: «Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, más tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados. Pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán. Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti». Puesto que Dios mismo es inmutable, Sus decretos que hizo antes de la fundación del mundo también permanecen fijos e inmutables. Si fuera posible que los decretos de Dios cambiaran, ¿qué seguridad y consuelo tendría yo? Dios habló y decretó que yo soy Suyo. Debido a ese decreto Él envió a Su Hijo a morir por mis pecados, y me envió predicadores de Su Palabra para que yo pudiera venir a la fe. Dios, al hacer todo eso por mí, ¿luego me abandonará? ¿Cambiará Dios de opinión sobre mí? No importa cuán grandes y numerosos sean mis pecados, incluso si son mayores y más numerosos que los pecados de David, Dios no cambia y no cambiará.
Saber que mi Dios es confiable siempre y en todas las cosas, también en Su decreto de elección, puedo vivir seguro y con consuelo. Dijo Jesús acerca de los elegidos que el Padre le dio: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí…». (Juan 6:37) y «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. Y yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás; ni nadie las arrebatará de mi mano. Yo y el Padre uno somos» (Juan 10, 27-30). Estos textos no hablan de probabilidades, sino de certezas, porque es Dios quien ha decretado desde la eternidad que sucedan.