REFLEXIONANDO SOBRE LA VOCACIÓN
REFLEXIONANDO SOBRE LA VOCACIÓN
William Boekestein
Hace algunos años, realicé una visita pastoral a media tarde a una pareja no casada que residía en nuestra ciudad. Sentado en el suelo de su oscuro apartamento, rodeado de ceniceros, frascos de medicamentos y montones de ropa, descubrí que la rutina diaria de la pareja giraba en torno a fumar cigarrillos y ver su única película en un televisor de trece pulgadas. Al concluir la visita, les formulé suavemente esta pregunta: “¿Creen que Dios los creó para vivir con un propósito?” Tras una larga y pensativa calada de su cigarrillo, la mujer, visiblemente desconcertada y derrotada, respondió con sinceridad: “Señor, si tenemos un propósito, no tenemos idea de cuál es”.
Quizá tu historia de vida sea diferente a la de esta pareja. No obstante, muchos carecemos de un sentido claro de propósito. Algunos vivimos para que otros se rían de nuestros chistes. Otros vivimos para el fin de semana, para pagar una hipoteca o para jubilarnos.
Por el contrario, todos tenemos un llamado a vivir conforme a un gran diseño.
Comprendiendo la vocación
La vocación (del latín vocatio, “llamado”) se refiere a la manera única en que Dios nos ha elegido para encajar en Su gran plan. Antes de postrarse ante Cristo, muchas personas carecen de ese sentido de propósito que solo puede encontrarse en una unión vital con Dios (Rom. 8:28). En otras palabras, existe una conexión entre el llamado eficaz de Dios y Su llamado a una vocación específica. Cuando Dios llama eficazmente a un hombre o a una mujer, transformando su corazón, también les otorga un llamado vital; los incorpora a Su servicio. Tras la conversión, por ejemplo, un contador realiza su trabajo bajo un amo distinto y con un motivo distinto (Luc. 3:10-14). Ahora pertenece a Dios y trabaja para Su gloria.
Juan Calvino fue uno de los primeros en desarrollar este concepto. Calvino rechazaba la idea prevalente de que solo los “trabajadores religiosos” tenían un llamado.
- Primero, afirmaba que toda la vida es religiosa. Todos somos trabajadores religiosos, porque todas nuestras acciones expresan nuestro corazón incurablemente religioso.
- Segundo, enseñaba que el evangelio abarca toda la vida. Cuando Cristo salva a un hombre, salva a toda su persona: limpia su mente, renueva su corazón y activa sus manos.
- Tercero, el trabajo posee dignidad inherente; no es un mal necesario. Tras establecer un patrón perfecto de trabajo al formar y llenar el mundo, Dios encargó a Adán que aplicara sus habilidades únicas a un terreno particular (Gen. 2:15).
La vocación consiste en tomar nuestras habilidades y aplicarlas al escenario de vida que Dios nos ha dado. Los escenarios de nuestra vida varían, pero nuestro propósito es el mismo: hacer que los principios del reino de Dios se manifiesten en cada área de la existencia. Si esto es así, la pregunta siguiente es: “¿Cómo encuentro mi vocación?”
Encontrando una vocación
Para descubrir nuestra vocación, debemos considerar tres niveles de preguntas:
Nivel uno: ¿Vivo para la gloria de Dios?
Responder a esta pregunta equivale a elaborar un plan maestro para la vida. La vida vocacional exige que todas nuestras decisiones fluyan desde nuestro deseo principal de promover la gloria de Cristo. Tarde o temprano, la mayoría enfrentará decisiones trascendentales sobre estudios, carrera y familia. Dependiendo de las circunstancias, las elecciones en cualquiera de estas áreas son legítimas, siempre que busquen promover la fama de Dios.
Nivel dos: ¿Cuál es la mayor obra que puedo hacer para Dios?
Todo trabajo legítimo debe considerarse un llamado. Al mismo tiempo, la Escritura nos anima a priorizar entre muchas buenas opciones: “…procurar los dones mejores” (1 Cor. 12:31). Comentando este pasaje, Calvino señala que los cristianos deben “aplicarse con mayor diligencia a aquellas cosas que más contribuyen a la edificación”. Para Calvino, ser magistrado era “con mucho el más honorable de todos los llamados en la vida de un hombre mortal” (Institución, 4.20.4), dado que un magistrado tiene el potencial de ejercer gran influencia para Jesús. Cuando Jabes oró para que el Señor ampliara su territorio (1 Crón. 4:10), al menos estaba pidiendo mayores oportunidades vocacionales para glorificar a Dios. Dada la libertad relativa que la mayoría de nosotros posee al elegir una vocación, debemos comenzar fijando un estándar elevado.
Pensar vocacionalmente no solo evita terminar como la pareja del ejemplo inicial, sino que también permite experimentar la satisfacción de ver el señorío de Cristo aplicado a todas las áreas de la vida.
Nivel tres:
Luego, existen una serie de preguntas terciarias que deberían formularse al intentar encontrar nuestro propio lugar para glorificar a Dios:
- ¿Cuáles son mis puntos fuertes? No puedo hacerlo todo con igual destreza. Debo encontrar un llamado que aproveche mis fortalezas y tolere mis debilidades.
- ¿Dónde están las grandes necesidades? ¿Dónde son mayores los problemas? ¿Dónde hay pocos trabajadores?
- ¿Cómo afectará esta vocación mi caminar cristiano? ¿Hay una iglesia cercana donde pueda recibir y dar alimento espiritual? ¿Son manejables las tentaciones? ¿Con quién trabajaría?
- ¿Qué utilidad tiene el trabajo que considero? ¿Qué tan necesarios y saludables son los bienes o servicios que proveería? ¿Seré justamente recompensado por mi labor?
- ¿Cómo se acomodará mi carrera a mi familia? ¿Cómo afectarán ciertas elecciones mi capacidad de casarme, criar hijos o cuidar de padres ancianos?
Lamentablemente, muchas personas no se plantean estas preguntas difíciles, a pesar de que sus decisiones definirán gran parte de su vida.
Viviendo mi vocación
Tras entender la vocación y cómo descubrir la propia, debemos comenzar a vivir plenamente los llamados que Dios nos ha otorgado.
Centrarse en el Reino
Toda vocación es en realidad una subvocación. Nuestro llamado principal es andar rectamente ante Dios como ciudadanos de Su reino. Los talentos que Dios nos ha prestado están destinados a edificar Su reino, no el nuestro (Col. 3:17).
Pensar de manera transformadora
Adán cultivó el jardín de Dios y observó cómo la vida vegetal latente florecía (Gen. 2:4-9). Del mismo modo, los cristianos deben hoy desafiar el estado actual de cosas que invade fácilmente todas las áreas de la vida.
Trabajar cristianamente
Es una realidad sobria: para la mayoría de nosotros, el legado de nuestro trabajo será más breve que la manera en que trabajamos. El proceso de nuestro trabajo es tan importante como el producto. La fidelidad a Dios en nuestro trabajo adornará la doctrina de nuestro Salvador (Tito 2:9-10).
Considerar la comunidad
En la vida cristiana, los oficios deben servir al bien común. Como dice Pablo: “Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno…” (Rom. 15:2; cf. Ef. 4:28). Si trabajamos solo para nosotros mismos (o incluso para nuestra familia nuclear), no estamos pensando vocacionalmente.
Vivir de manera integral
Debemos ejercer nuestra vocación como si Dios fuera el Salvador de todo el ser humano, porque lo es. Nuestra devoción a la causa de Dios debe brillar en la adoración, en los negocios o en la actividad política y social. La vida completa debe estar dirigida por Dios; ninguna esfera puede ser excluida.
Sin pensamiento y actividad vocacional, los cristianos pierden influencia valiosa en el mundo (Catecismo de Heidelberg, P/R 86). Si la iglesia hoy está anémica, no es por falta de congregaciones, programas o recursos, sino porque los cristianos no viven conforme al propósito divino. Louis Berkhof señaló acertadamente: “…Si todos los que son ahora ciudadanos del Reino obedecieran sus leyes en cada dominio de la vida, el mundo sería tan distinto que apenas se reconocería”.
Pensar vocacionalmente no solo evita terminar como la pareja del ejemplo inicial, sino que permite experimentar la satisfacción de ver el señorío de Cristo aplicado en todas las áreas de la vida.
