JESÚS Y EL SÉPTIMO MANDAMIENTO
Introducción
Amados hermanos, en nuestro pasaje de hoy, el Señor Jesús sigue desarrollando la manera en que los ciudadanos del reino de Dios, sus discípulos, deben vivir en esta nueva dispensación del Nuevo Testamento. No deben vivir como los gentiles, pero tampoco como los judíos que tergiversaban la ley para su propia conveniencia. Asimismo, nosotros al aprender de nuestro Señor no debemos vivir como los paganos, pero tampoco como muchos “cristianos” que tergiversan la ley de Dios. En la sección anterior el perfecto expositor de la ley, nuestro Señor Jesucristo, nos ha enseñado que la ley de Dios no solo gobierna las acciones externas del hombre, sino también las internas. El odio del corazón hacia un prójimo constituye al hombre en asesino de pensamiento y, por lo tanto, culpable delante de Dios. Asimismo, el Señor nos ha mostrado que la ley de Dios contiene dos lados: uno negativo (lo que no debemos hacer) y otro positivo (lo que sí debemos hacer). Veamos cómo ahora en el pasaje de hoy (Mateo 5:27-30) el Maestro perfecto de la ley enseña a sus discípulos el verdadero significado y alcance del séptimo mandamiento: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:18). En este pasaje el Señor enseña a sus discípulos, a los miembros del reino de Dios, que el séptimo mandamiento gobierna los deseos internos y externos como también nos enseña a preservar el matrimonio como una relación de unión permanente.
Oyeron que fue dicho
Al igual que cuando el Señor Jesús trata con el sexto mandamiento (“No matarás”) en la sección anterior, aquí también empieza diciendo: “Oísteis que fue dicho” (v. 27). Y en el versículo 27 inmediatamente procede a citar literalmente el séptimo mandamiento: “No cometerás adulterio”. Primero, aunque Jesús cita el séptimo mandamiento, su intención no es poner en tela duda ese mandamiento, sino mostrar que la forma en que los antepasados judíos lo habían entendido era incorrecta. Por eso dice: “Oyeron que fue dicho”. Se refiere a la enseñanza oral que se había transmitido por generaciones en el pueblo judío. Esa enseñanza que se transmitía en las sinagogas y en las escuelas judías de parte de los escribas y fariseos se había convertido en una tradición oral que había interpretado el séptimo mandamiento a medias, y por ello lo habían corrompido. Básicamente, su interpretación y aplicación del mandamiento “no cometerás adulterio” había sido limitado a la acción física de cometer adulterio, específicamente de que un hombre casado tuviera relaciones sexuales con la esposa de otro hombre. Debemos decir que el mandamiento, en efecto, sí condena el adulterio externo y físico. Definitivamente Dios en su ley dice que es un gran pecado que incluso se castigaba con la muerte. Así lo dice Levítico 20:10: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”. Y vemos que muchos judíos todavía seguían ese mandamiento de matar a los adúlteros por apedreamiento, ya que en Juan 8:1-11 cuando una mujer fue sorprendida en adulterio, los judíos le dijeron a Jesús que la ley de Moisés mandaba que los adúlteros fuesen apedreados (cp. Deuteronomio 22:22-24). Entonces, que quede claro: la ley sí condenaba el adulterio físico. Jesús no estaba en contra de eso.
Pero Jesús sí estaba en contra de que los maestros religiosos del judaísmo habían limitado el alcance del mandamiento solo a la acción externa y física del adulterio. Y es que esa es la tentación de toda persona: limitar la ley lo más que pueda para justificar sus pensamientos y deseos pecaminosos. Por ello, la mayoría de los judíos (debido a esta corrupción del séptimo mandamiento) creían que no habían violado este mandamiento; realmente pensaban que guardaban la ley porque nunca se habían acostado sexualmente con una mujer que fuera la esposa de otro hombre; y pensaban también que no había ningún problema con los deseos y las intenciones del corazón. Pero ellos estaban muy equivocados porque la ley de Dios en el Antiguo Testamento sí gobernaba la vida interna del hombre. Por ejemplo, en los diez mandamientos encontramos que el décimo mandamiento dice: “No codiciarás la mujer de tu prójimo” (Éxodo 20:17). Si tan solo hubieran prestado atención al décimo mandamiento, no hubieran caído en el pecado de corromper la ley de Dios. Asimismo, encontramos en Jeremías 17:9-10: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras”. Si tan solo hubiera puesto atención al profeta Jeremías, hubieran aprendido que sus deseos y pensamientos pecaminosos que salían del corazón también eran condenados por Dios. Por eso Jesús dice en Mateo 15:19-20: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre…”
Pero yo os digo
Pero al igual que con el sexto mandamiento (“No matarás”), ahora el Señor Jesús procede a dar la interpretación correcta del séptimo mandamiento. Dice así en el v. 28: “Pero yo os digo”. Esta es la misma expresión que aparece en el v. 22. En primer lugar, cuando Jesús dice “Pero yo les digo” se está oponiendo a los maestros del judaísmo que habían interpretado y aplicado incorrectamente el séptimo mandamiento. Jesús no estaba de acuerdo con ellos. No estaba de acuerdo en limitar el mandamiento solo al acto físico del adulterio, y tampoco estaba de acuerdo con ellos en pensar que los pensamientos sucios y deseos lujuriosos del corazón no eran malos delante de Dios. Nosotros también debemos aprender de nuestro Maestro a oponernos a los que el día de hoy pervierten la Palabra de Dios, ya que hay muchos falsos maestros por todas partes. En segundo lugar, cuando Jesús dice “Pero yo les digo” aprendemos que Él tiene autoridad propia, y no necesita la autoridad de los maestros judíos. Él no apela a lo que ellos habían enseñado incorrectamente por generaciones, sino que apela a sí mismo. Esto quiere decir que Él mismo es la máxima autoridad para explicar y aplicar la ley de Dios. Quiere decir que Jesús es Dios porque la ley viene de Dios y solo Dios nos puede dar el significado correcto de su ley. Por otro lado, esta expresión muestra que Jesús es superior a los maestros judíos de la ley. Él es el gran doctor, el gran Maestro. Así que si queremos aprender el significado más profundo y verdadero de la ley de Dios debemos escuchar al Señor Jesucristo.
Pero ¿qué fue lo que Jesús dijo? Lo dice el v. 28: “que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Es decir, Jesús está diciendo que la ley no solo condena el adulterio externo y físico, sino también codiciar en tu corazón a una mujer que no es tu mujer para tener relaciones sexuales con ella. Cuando haces eso, Jesús dice que ya cometiste adulterio en tu corazón. Y si ya cometiste adulterio en el corazón, pues la ley nos condena porque dice: “No cometerás adulterio”. Entonces, según nuestro perfecto Maestro y Expositor de la ley, todos los judíos que pensaban que no habían violado el séptimo mandamiento, en realidad sí lo habían hecho. Sí lo habían hecho porque todos ellos tenían esos deseos pecaminosos de desear a otra mujer para adulterar con ella. ¿Quién puede decir que no ha cometido ese pecado? Ya aprendimos que el corazón es engañoso y perverso más que todas las cosas (Jeremías 17:9), y si tienes un corazón, entonces tienes un corazón engañoso y perverso; y si tenemos un corazón así, pues hemos cometido muchas veces adulterio del corazón, como también hemos odiado al prójimo y cometido asesinato del corazón.
Una vez más, aprendemos de la enseñanza de Jesús que la ley es interna y externa, es decir, gobierna lo que hay fuera del hombre, pero también lo que hay adentro del hombre. Este es un principio que siempre debemos recordar, ya que nosotros somos como los judíos del tiempo de Jesús: nos gusta pensar que mientras no cometamos un pecado externamente, no hemos hecho nada malo, aunque por dentro estemos llenos de odio y adulterio.
Pero noten la manera en que el adulterio del corazón empieza. Jesús dice: “el que mira a una mujer”. Los ojos, dice Jesús, en otra parte son la lámpara del cuerpo; “así que si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas” (Mateo 6:22-23), es decir, todo nuestro cuerpo estará lleno de pecado, nuestro ser interior y el exterior. El pecado de adulterio, como muchos otros pecados, empieza por ver a una mujer para codiciarla, es decir, para desear estar con ella en la intimidad sexual. Así que, si queremos entender bien el séptimo mandamiento, tomemos en serio lo que enseña nuestro maestro y tengamos mucho cuidado con la forma en que usamos nuestros ojos.
Medidas drásticas
Por eso, nuestro Maestro perfecto nos dice que debemos tomar medidas drásticas para evitar caer no solo en adulterio externo y físico, sino también interno, adulterio del corazón. Él dice en el v. 29 y 30: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”. Jesús usa una exageración deliberada para mostrar la seriedad de una pasión adúltera que puede destruir nuestro matrimonio, y dice que sería mejor sacarnos el ojo derecho y cortarnos la mano derecha si ellos nos harán caer en adulterio. Es decir, debemos cortar de tajo con los pensamientos y deseos pecaminosos de adulterio. Jesús no está diciendo que literalmente nos saquemos el ojo o cortemos la mano como si eso fuera a solucionar el pecado interno del adulterio, ya que uno puede seguir siendo adúltero en el corazón teniendo solo un ojo o solo una sola mano. Más bien, significa que debemos dejar de ver a las mujeres con codicia, debemos dejar de ver pornografía en la computadora y en el teléfono y en la televisión; debemos alejarnos de la tentación lo más pronto posible. Si en el trabajo hay una mujer que te atrae, aléjate de ella lo más pronto posible. Honrar a Dios y salvar tu matrimonio es mejor que adulterar con otra mujer. Y debemos decir también que todo esto se aplica a las mujeres, porque también ellas tienen un corazón engañoso y perverso al igual que los hombres. Como hijas de Dios deben vestirse de una manera modesta “como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1Timoteo 2:10).
El matrimonio es tan importante para el Señor como para la propia humanidad que, si se destruye el matrimonio de un hombre y una mujer, se destruye la unidad familiar y los problemas aumentan en el hogar, en la iglesia, en la sociedad, en las escuelas y en todos los ámbitos de la vida. Pero el matrimonio es especialmente importante porque es la primera institución humana que Dios estableció en la creación, y de manera más especial el matrimonio refleja la relación de Dios con su pueblo, la relación de Cristo con su iglesia. ¿Dejaremos que pensamientos lujuriosos dominen nuestra mente y corazón para caer en adulterio y dañar profundamente a nuestra familia? ¿Dejaremos que el pecado interno de adulterio dañe nuestra relación con mi esposa, la iglesia y Dios? Escuchen lo que dice el libro de Proverbios 6:32-33: “Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada”. Ahora escuchen esta gran exhortación del apóstol Pablo en 1 Corintios 6:15-20: “ ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. Y finalmente ahí mismo en 1 Corintios 6:9 nos recuerda que los adúlteros “no heredarán el reino de Dios”. En efecto, hermanos, el pecado de adulterio no confesado ni arrepentido del mismo, insistir en el adulterio dañando a nuestra esposa, a nuestros hijos y a la iglesia nos lleva al infierno. Por eso Jesús dice que es mejor entrar manco o tuerto al reino de Dios y no que todo nuestro cuerpo sea echado al infierno.
Aplicación
Resumiendo hasta aquí nuestro sermón, repasemos los diferentes puntos importantes que hemos aprendido:
- Jesús condena tanto la mala interpretación y aplicación del séptimo mandamiento que se había transmitido por generaciones en el pueblo de Israel. Esta enseñanza equivocada la habían inventado los maestros del pueblo de judío. Esto nos enseña que, imitando a nuestro Señor, no debemos aceptar sino rechazar enseñanzas que no sean fieles a la Biblia, sin importar su antigua y larga tradición en la iglesia. Si no está conforme a la Palabra de Dios, debe ser rechazada.
- Jesús es el perfecto Maestro y Expositor de la ley de Dios. ¿Queremos comprender la ley, el evangelio, el Antiguo y Nuevo Testamento? Escuchemos la enseñanza del Señor Jesús y pongámosla en práctica.
- La expresión de Jesús “Pero yo les digo” revela la autoridad y la divinidad de Jesús. Nadie que no sea Dios mismo puede enseñar como lo hizo Jesús. Su enseñanza es autoritativa, tiene autoridad y es la norma para la fe y vida de la iglesia.
- Jesús nos enseña nuevamente que la ley gobierna tanto la vida externa como la interna. No solo condena acciones externas y físicas como el adulterio, sino también las ideas, los deseos, las intenciones pecaminosas del corazón. La ley es material y espiritual. Nade se escapa de su alcance.
- El pecado de adulterio debe cortarse de raíz. No debemos jugar con la idea del adulterio. Nosotros somos muy débiles y si pensamos que podremos vencer los deseos internos y las acciones pecaminosas externas que conducen al adulterio por nosotros mismos, esa es la primera señal de que necesitamos ir urgentemente a la ayuda del Señor. El libro de Proverbios 6:28 dice: “¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?”
- Finalmente, el matrimonio refleja la relación de Dios con su iglesia. Cuando con la ayuda de Dios vences las tentaciones de adulterio, estás honrando a Dios. Cuando amas a tu esposa, estás honrando a Dios. Cuando amas a tu esposo, estás honrando a Dios.
¿Quién podrá, por sus propias fuerzas, quitar de su mente y de su corazón pensamientos y deseos de adulterio? ¿Quién podrá decir: yo nunca he cometido adulterio? ¿Quién podrá decir, conociendo como somos de pecadores, que ya hemos cumplido el séptimo mandamiento? Hay varias recomendaciones para luchar contra el pecado interno y externo de adulterio:
- Ora siempre a Dios. La oración del justo puede mucho (Santiago 5:16).
- Lee constantemente la Palabra de Dios. La Palabra es nuestro alimento que nos fortalece contra el pecado de adulterio.
- Ocupa tu mente en cosas sanas y edificantes. El apóstol Pablo dice así en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.
- Pasa tiempo con tu esposa a solas. A veces nos ocupamos tanto en el trabajo que descuidamos nuestra relación matrimonial. Debemos buscar un tiempo de salir con nuestra esposa.
- Podemos dar más recomendaciones, pero ninguna de ellas por sí misma hará desparecer esos deseos pecaminosos de adulterio en tu corazón. Entonces, la única manera de vencer es que siempre tengamos al Señor Jesús en el centro de nuestra vida, que dependamos de Él siempre, que busquemos agradarle en todo. Pablo, el apóstol, nos recuerda que él podía hacer todo su trabajo “en Cristo” quien lo fortalecía (Filipenses 4:13). Además, Hebreos 4:15 nos recuerda: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Y Hebreos 2:18 dice: “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. El Señor se compadece de nosotros en nuestras debilidades, y promete ayudarnos para vencer toda tentación, especialmente la tentación del adulterio.
Gracias a nuestro Señor Jesucristo que nos enseña y explica el verdadero y profundo significado del séptimo mandamiento, pero también nos ayuda en todas nuestras tentaciones. Solo en Él podremos cumplir el séptimo mandamiento. Amén.