LA ACTITUD CORRECTA AL ORAR
Introducción
Amados hermanos, la oración es una parte indispensable de la vida cristiana. Todo cristiano debe orar. Así como un pez no puede vivir sin agua, el cristiano no puede vivir sin la oración; así como no podemos dejar de respirar, tampoco debemos dejar de orar. En la Escritura encontraremos hombres y mujeres de oración, encontramos también ejemplos de oraciones largas y cortas; encontramos mandatos del Señor para orar. En fin, la oración es parte inherente de todo verdadero seguidor de Jesús. Fue el Señor Jesucristo quien mandó a sus discípulos a orar, y los apóstoles aprendieron muy bien de Él ya que también en sus escritos nos mandan a orar siempre, no descuidar la oración. Pero, primeramente, debemos aprender de nuestro Maestro y Ejemplo principios generales acerca de la oración para que oremos de una manera agradable a Dios. Veamos los siguientes puntos:
- La necesidad de orar
- La oración hipócrita
- La oración pagana
- La oración en secreto
La necesidad de orar
El Señor Jesús dice en Mateo 6:5: «Y cuando ores». Luego en 6:6 dice: «Mas tú, cuando ores». Y finalmente en 6:7: «Y orando». Estas frases comunican la idea de que Jesús daba por sentado la práctica regular de la oración, es decir, presuponía que todos los hijos de Dios deben orar. Por eso dice «cuando ores», «mas tú, cuando ores» e «y orando». Un dato interesante que refuerza que todos los hijos de Dios deben orar es que en el v. 5 y 6 se usa el singular, es decir, cada uno que ora, de manera personal; pero el v. 7 es plural, es decir, cuando dice «Y orando» significa «y ustedes cuando oren». De modo que la oración es una práctica personal, individual, pero también comunal, congregacional. No solo algunos seguidores de Jesús deben orar, sino todo el pueblo de Dios debe orar. Nuestro Catecismo de Heidelberg dice en el Día del Señor 45, pregunta y respuesta 116: «¿Por qué es necesaria la oración para los cristianos?» Y responde: «Porque es la parte principal de la gratitud que Dios requiere de nosotros; y porque Dios dará su gracia y Espíritu Santo a los que con anhelo sincero se los piden y le agradecen por ellos». Todos los cristianos debemos orar porque por medio de la oración le decimos al Señor: gracias, muchas gracias por todo lo que me has dado, e incluso por lo que no me has dado porque tú eres más sabio que yo y sabes lo que realmente necesito. Asimismo, la oración debe ser una práctica habitual y necesaria porque por medio de la oración, la oración que confía plenamente en la bondad del Padre, Dios nos da más de su gracia y de su Espíritu Santo cada día, es decir, experimentamos más su gracia, su favor, su misericordia y el poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. ¿Qué clase de cristiano no querrá ser más lleno de la gracia de Dios y experimentar la poderosa actuación del Espíritu Santo en su vida?
La oración hipócrita
Pero la verdadera oración tiene sus reglas, es decir, la oración que Dios acepta es la que se conforma a su voluntad, y el Señor Jesús nos instruye aquí respecto a principios sobre la oración en general. Primeramente, dice en Mateo 6:5: «Y cuando ores, no seas como los hipócritas». La palabra hipócrita se originó en el mundo griego dentro del ámbito de la actuación. Se refería a un actor que en las obras teatrales se ponía una máscara para actuar su personaje. La máscara ocultaba su verdadera identidad. De ahí, la palabra llegó a referirse a alguien deshonesto, que oculta la verdad de las cosas, como el actor ocultaba su verdadera identidad detrás de una máscara. Esta hipocresía, esta deshonestidad y doble cara, por así decirlo, se metió en la práctica de la oración también. Al igual que las limosnas, Jesús no menciona a ningún grupo específico de personas, pero por otras partes del evangelio de Mateo, sabemos que se refiere a los escribas y fariseos hipócritas (cf. Mateo 23; Lucas 18:9-14).
¿En qué consistía la oración de los hipócritas? Jesús lo explica: «porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres». Es decir, los hipócritas no aman la oración por ser uno de los medios de gracia más importantes para estar en íntima comunión con nuestro Dios y Padre, sino que amaban orar en pie en lugares públicos y concurridos para ser vistos de los hombres y recibir alabanza de ellos. Estos hipócritas seguramente eran la misma clase de hombres que amaban dar limosnas en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser alabados por los hombres (cf. Mateo 6:2). Los hipócritas aman ser vistos y alabados por los demás. Aman ser vistos, no aman la oración; aman la recompensa de los hombres, no la de Dios.
Las sinagogas eran los templos judíos que se construyeron muy probablemente después de la destrucción del templo de Jerusalén por los babilonios en el Antiguo Testamento y se encontraban en casi todas las ciudades del territorio de Israel. Incluso había una sinagoga en el pueblo de Nazaret donde Jesús creció (Lucas 4:16). Cada sábado se abrían las sinagogas y ahí se reunían todos los judíos de la ciudad, de modo que era un lugar concurrido. Al igual que con la práctica incorrecta de dar limosnas, los hipócritas preferían las sinagogas para ser vistos de todos y ser alabados por su gran piedad. También les encantaba orar en «las esquinas de las calles», es decir, en las calles amplias donde fácilmente podían ser vistos por todos los que pasaban por allá. Así pues, la hipocresía consistía en que querían mostrar externamente su piedad, su vida de oración, pero por dentro estaban hambrientos de reconocimiento, de elogios y alabanzas humanas. Eso era lo que buscaban con esmero: ser reconocidos y alabados por los hombres.
Pues Jesús dice al final de Mateo 6:5: «de cierto os digo que ya tienen su recompensa». La palabra griega para «de cierto» es «amén», y significa algo que es cierto y verdadero. Y en efecto, ellos sí recibían su recompensa, su premio, su galardón: es decir, ser vistos de los hombres y ser alabados. No les importaba la recompensa de Dios, sino de los hombres. Ahora bien, Jesús dice «no seas como los hipócritas», y esa es una seria advertencia ya que la inclinación del cristiano es ser hipócrita, ser deshonesto, ser doble cara como decimos. Esto significa que cada uno de nosotros debe estar en máxima alerta de no ser hipócrita. Debemos orar al Señor que quite la hipocresía de nuestro corazón, y nos haga ser transparentes para Dios y los hombres. Que rechacemos ser vistos de los hombres y ser alabados por ellos.
Aquí también debemos recordar la práctica de oración de nuestro Señor Jesús. Él siempre buscaba la hora y los lugares apartados para orar. Por ejemplo, leemos en Marcos 1:35: «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba». Mateo 14:23 dice: «Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo». Sí, nuestro Maestro amaba orar a solas con su Padre celestial, ya que ahí se concentraba en la oración, no era distraído por los demás, y podía entrar en dulce comunión con su Padre. Más adelante, veremos que Jesús no está desaprobando orar en público o en la iglesia o en cualquier otro lugar visible, pero aquí somos exhortados por Él para no orar como los hipócritas.
La oración pagana
Otra forma de oración falsa es la oración de los gentiles o paganos. El Señor Jesús la describe así en Mateo 6:7: «Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos». Los gentiles eran todos aquellos que no eran judíos. Y para la época del ministerio terrenal del Señor Jesucristo había muchísimos gentiles/paganos en Israel, especialmente en el norte de Israel, es decir, en el territorio de Galilea. De hecho, Mateo 4:12, la narración justo antes del Sermón del Monte que empieza en el capítulo 5, nos dice: «Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, volvió a Galilea», es decir, en el norte de Israel donde pronunció el Sermón del Monte. Así pues, Jesús se encontraba en Galilea, y Mateo 4:14, citando al profeta Isaías 9:1-2, llama a Galilea, Galilea de los gentiles, es decir, muchos gentiles/paganos vivían en esa región.
Los judíos entonces estaban rodeados de gentiles, de gentes con religiones paganas en las que también practicaban oraciones. Pero estas oraciones se caracterizaban por ser vanas repeticiones, es decir, repeticiones sin sentido, sin contenido, eran palabras huecas por así decirlo. Eran pura palabrería dice Jesús. Amontonaban palabras tras palabras, y pensaban que así sus dioses los oirían. Esto significa que los paganos no estaban seguros de la bondad y amor de sus dioses; los concebían como dioses enojados, distantes, listos para castigar a a cualquier y ellos tenían que aplacar a sus dioses. Asimismo, los concebían como divinidades que irónicamente no sabían cuáles eran las necesidades de sus seguidores, y pues había que informarles acerca de lo que sus fieles necesitaban. Las palabras de Jesús nos recuerdan la historia de Elías y los profetas de Baal en 1Reyes 18:20-26, donde los profetas de Baal invocaron el nombre de Baal «desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal respóndenos!» Desde la mañana hasta la tarde probablemente abarcó al menos 3 horas, y durante 3 horas repetían y repetían ¡Baal respóndenos! Otro incidente parecido lo encontramos en Hechos 19:34 donde se nos dice que los adoradores de un ídolo llamado Diana gritaron durante 2 horas: «Grande es Diana de los efesios». Repetían y repetían.
Todas esas prácticas de vanas repeticiones y palabrerías se habían infiltrado también entre los judíos, los cuales también caían en la vanidad de las palabrerías, repitiendo oraciones formuladas sin entender ni creer de corazón lo que decían, sino simplemente por aparentar mucha piedad. Ellos también creían que, por su palabrería, Dios los oiría. Entre todas las religiones que practican algún de tipo de oración encontramos este fenómeno. Tristemente también sucede en las iglesias evangélicas modernas donde la repetición es muy habitual, no se ora con el corazón sino con puro sentimiento y emocionalismo. Sucede también en iglesias históricas donde, al igual que entre los judíos, la oración se ha formalizado tanto que se oran oraciones escritas y no se practica una oración personal y sincera. Aquí debemos aclarar que las oraciones escritas no son malas en sí mismas, hay oraciones formuladas muy hermosas, pero esa no debe ser la única forma de oración ya que eso lleva al formulismo inaceptable delante de Dios.
Jesús nuevamente dice a sus discípulos: «No os hagáis, pues, semejantes a ellos». Sí, nuestra inclinación es la vana repetición, la pura palabrería, pensando que así nos ganaremos el favor de Dios o lo aplacaremos para que nos responda, o le informaremos de nuestras necesidades. Tomemos muy en serio las dos advertencias de Jesús: No seamos como los hipócritas, ni tampoco seamos como los gentiles. ¿Por qué no debemos ser como los gentiles? «Porque nuestro Padre sabe de qué cosas tenemos necesidad, antes de que le pidamos». Dios no es un dios distante, sino cercano, al grado que es nuestro Padre por medio de su Hijo Jesucristo. Además, Él conoce todas las cosas, no hay nada que se esconda de Él, y antes que le pidamos, ya sabe de qué cosas tenemos necesidad. ¿Entonces, para qué orar? Porque Dios quiere oremos a Él. Una y otra vez nos manda en la Escritura que oremos. Se deleita cuando sus hijos se acercan a Él en oración y presentan ante su trono de gracia todas sus peticiones. Además, la oración expresa nuestra total dependencia de Dios. Cuando oramos, estamos reconociendo que dependemos de Él para todo, y que, sin su ayuda, no podemos hacer nada. Entonces, no queramos ser como los hipócritas ni como los gentiles.
¿Cuál es, entonces, la actitud correcta en la oración?
La oración en secreto
Jesús dice en Mateo 6:6: «Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que está en secreto te recompensará en público». La expresión mas tú introduce un contraste. Es decir, el cristiano debe orar de manera diferente a los hipócritas judíos y paganos. El creyente debe orar en secreto, y la idea de secreto no es necesariamente de esconderse, sino de sinceridad, de honestidad, de comunión íntima con nuestro Padre. Noten el énfasis de la oración en secreto: entra en tu aposento, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto. La oración debe ser de relación íntima, de trasparencia con nuestro Padre. La palabra aposento aquí se refiere a una especia de bodega pequeña donde se guardaban cosas; no era necesariamente un cuarto de la casa ya que las casas de la gente pobre en tiempos de Jesús no tenían cuartos o recámaras. Aposento simplemente es una manera de decir que busquemos un lugar secreto, privado para orar. Y son convenientes los lugares secretos, o lugares solitarios y apartados porque así no somos distraídos y nos podemos concentrar mejor y establecer una comunión íntima con nuestro Padre. Jesús no está en contra de las oraciones en público ya que somos llamados a orar en la congregación, sino lo que Jesús rechaza es la ostentación, la hipocresía en la oración. Debemos decir que orar en secreto no es un fin en sí mismo ya que hasta una oración en secreto se puede practicar con hipocresía. Lo importante es la actitud del corazón: ser humildes, dependientes de Dios y buscar una comunión íntima y genuina con nuestro Padre celestial.
Aplicación
Amados hermanos, ¿quién puede cumplir a perfección la enseñanza de Jesús sobre la oración? Casi toda nuestra vida transcurre sin que oremos, y la mayoría de las veces oramos solamente cuando nos encontramos en alguna necesidad. Que Dios nos ayude a ser como nuestro Maestro que siempre estaba en comunión con su Padre celestial por medio de la oración. Quitemos de nosotros la hipocresía, quitemos de nosotros prácticas paganas que tratan de manipular a Dios para que responda a nuestras oraciones, y recordemos que al orar entramos en comunión con nuestro Padre que conoce todas las cosas, conoce nuestras necesidades antes de que le pidamos, pero que se deleita cuando por medio de la oración expresamos nuestra dependencia de Él y le pedimos como nuestro buen Padre todo lo que necesitamos. No olvidemos que por medio de la oración entramos en una comunión íntima y especial con nuestro Padre. No olvidemos tampoco que dondequiera que estemos, ya sea en la casa, en el trabajo o en la iglesia podemos orar, pero oremos sin hipocresía ni con vanas repeticiones que son pura palabrería. Amén.