Formar la identidad del pacto en los niños
Benjamin W. Miller
Traductor: Valentín Alpuche
«La identidad del pacto» es una forma particular de responder a las preguntas difíciles: «¿Quién soy yo? ¿Quién o qué me define como persona? ¿Quién o qué me hace ser lo que soy?» Para ver qué es tan particular acerca de la forma en que el «pacto» responde a tales preguntas, puede ser útil reflexionar sobre cómo las personas en nuestro mundo generalmente abordan el problema de la identidad personal, cómo responden estas preguntas difíciles.
Es una idea bastante sagrada en nuestro mundo que cada individuo (incluyendo a cada niño) tiene un «derecho» al autodescubrimiento, la autodefinición y la autodeterminación. Tengo derecho no solo a descubrir quién soy, sino también a definir quién soy y a determinar qué seré y qué haré.
El punto de vista bíblico, por el contrario, es que Dios, como el Creador de la vida humana, define lo que significa ser humano. Él determina lo que es correcto y bueno para sus criaturas humanas en general, y determina la personalidad, los potenciales y el destino de cada persona humana en particular. Por lo tanto, es deber de cada persona descubrir los propósitos definitorios de Dios para él o ella, tanto como ser humano como persona humana particular.
Específicamente, Dios hizo a sus criaturas humanas para dos propósitos. Primero, nos hizo para estar en comunión con Él. Podemos llamar a esto la dimensión cultual o cúltica de la vida, la esfera de adoración o devoción. Segundo, nos hizo para ejercer dominio sobre el resto de su creación. Podemos llamar a esto la dimensión cultural de la vida: la esfera del trabajo, la cultivación o el servicio (véase Génesis 2:15).
Desde el punto de vista bíblico, entonces, saber quién soy (formar una concepción precisa de mi identidad) requiere que me conozca a mí mismo como una persona humana creada, definida y determinada por Dios. Pero esto no es todo. De la masa de criaturas humanas rebeldes, Dios ha elegido a un pueblo con el que quiere relacionarse, no solo como Creador, sino también como Redentor amoroso. Le pertenecen a Él, y Él a ellos, en lazos de amor eterno y compañerismo. No solo son parte de su creación, sino también parte de su pacto de gracia.
Estas personas son visiblemente identificadas como los hogares de aquellos que profesan la fe cristiana, en quienes Dios pone su nombre pactual en el bautismo. Se alimentan de Cristo, el Mediador del pacto, cuando se entrega a su pueblo a través de los medios de la gracia en su iglesia. Sus vidas se renuevan progresivamente para adorar a Dios (cultus) y para trabajar para Dios (cultura). Entonces, para aquellos que son bautizados (para aquellos en el pacto de Dios), un sentido apropiado de identidad implica saber que son elegidos por Dios para recibir gracia y heredar gloria con todo su pueblo, y que están llamados a vivir con Dios y para Dios para siempre con todo su pueblo, cumpliendo los propósitos para los cuales Él hizo a sus criaturas humanas.
¿Por qué es importante la identidad del pacto?
La importancia de la identidad del pacto puede explicarse tanto negativa como positivamente. Negativamente, si la iglesia no forma la identidad de sus hijos, alguien más lo hará. Si nuestros hijos no son transformados por la identidad que les da su Creador y Redentor, serán conformados a la identidad que les ofrece el mundo. Si no se consideran súbditos del Rey de reyes, pronto vivirán en la práctica como rebeldes. Esto debería tranquilizarnos. La iglesia de hoy está perdiendo su juventud en un grado considerable; su identidad personal no está siendo formada como debería ser por la creación y el pacto, por su participación en la historia del pueblo de Dios. (Consulte la página de Facebook de su hijo adolescente si tiene dudas).
Positivamente, la identidad bien formada conduce a una vida bien formada, a la vida humana como Dios la quiso, a una existencia humana floreciente. Los niños que saben quiénes son sabrán lo que deben hacer; su sentido de identidad los llevará a aferrarse a las bendiciones y obligaciones que les dio su Señor del pacto. Un sentido robusto de «ser» conducirá a un vigoroso «llegar a ser».
¿Cómo se forma la identidad del pacto?
¡Lo que sigue no pretende ser un programa de ocho pasos! Simplemente representa varios aspectos o componentes del trabajo de formación de identidad de padres, pastores y maestros en el pacto.
1. Fe. Necesitamos preguntarnos, cuando llegamos a nuestras salas de estar, aulas o púlpitos, si esperamos que Dios haga algo. ¿No ha prometido usar su Palabra para convertir y edificar a su pueblo (Isaías 55:10-11)? ¿No ha prometido que su Palabra será eficaz en la vida de generaciones de su pueblo (Isaías 59:21)?
2. Oración. El apóstol Pablo articula el anhelo de cada maestro del evangelio: «orando al mismo tiempo por nosotros» (ver Colosenses 4:2-4).
3. Ejemplo. A veces confiamos demasiado en hablar con nuestros hijos. La identidad del pacto es algo que necesitan ver modelado ante ellos. Necesitan ver que amamos a nuestro Dios, que hablamos con Él, que caminamos ante Él con conciencia de su mirada sobre nosotros, que disfrutamos adorándolo, que atesoramos su nombre sobre nosotros, que admiramos sus obras, que esperamos en sus promesas, que escuchamos su Palabra, que trabajamos para Él, que nos identificamos con Su pueblo, su historia y su futuro, y que amamos la justicia y odiamos el pecado. Quien está desmotivado no puede motivar. Si nuestros hijos no nos ven conmovidos por el hecho de que Dios nos haya creado y hecho un pacto con nosotros, nunca se entusiasmarán con estas cosas. Nuestro ser, lo que somos les ayudará a entender y abrazar quiénes son.
4. Instrucción. Dicho esto, debería ser obvio que en nuestro ejemplo hay un componente verbal muy fuerte. Nuestros hijos no deben simplemente ver nuestras vidas, sino también escuchar de nosotros la Palabra de su Dios del pacto. Debemos hablar particularmente de «las alabanzas del Jehová, y su potencia, y las maravillas que hizo» (Salmo 78:4). Esto es principalmente una cuestión de volver a contar la gran historia de la redención y enseñar a nuestros hijos (1) a apropiarse de la redención de Dios (los jóvenes tienden a ver el pecado más en los demás y en su mundo, pero también se les puede enseñar a ver el significado de la sangre de Jesús para sus propios pecados), y (2) a buscar y esperar obras similares de Dios en su propio tiempo. Debemos observar con ellos también las poderosas obras de la creación de Dios, e inculcarles que Él hizo este mundo para que ellos lo cultivaran para su gloria.
5. Representación. No solo debemos contarles a nuestros hijos la historia del pacto de Dios y su pueblo, sino también representar los rituales en los que esa historia se recrea y se presenta. Cada servicio de adoración es una recreación de la historia de la redención (Dios llamando a su pueblo, «pasando por encima» de su pueblo, hablando a su pueblo, alimentando a su pueblo, bendiciendo a su pueblo). Particularmente en la Cena del Señor, recreamos el Éxodo, la fiesta de Dios con su pueblo en el Sinaí, la última fiesta de nuestro Señor con sus discípulos antes de la muerte, y los eventos del Calvario y la Resurrección; y ensayamos para la fiesta de bodas del Cordero. A medida que diariamente ensayamos la fe de la iglesia y la ley de nuestro Dios en la adoración familiar, nuestros hijos preguntarán, como los del antiguo Israel preguntaron: «¿Qué significa esto?» (ver Éxodo 12:26-27; 13:14-16; Deuteronomio 6:20-25).
6. Discusión. No solo debemos hablar a nuestros hijos; debemos hablar con ellos. ¡Debemos hacer preguntas, escuchar las respuestas y no «callar a nuestros hijos» si no responden correctamente! (Aquí note el ejemplo de Jesús, como el maestro de la enseñanza dialógica).
7. Hábitos. En el corazón de la identidad del pacto está «caminar con Dios», y no hay verdadero caminar con Dios sin hábitos, patrones de vida, formas y rituales. Esto significa oración regular, lectura familiar, adoración semanal, diezmo, catecismo, hacer las cosas una y otra vez. Los hábitos son inculcados por el ejemplo, la instrucción e incluso la disciplina.
8. Disfrute. Si algo debe marcar las vidas de aquellos que conocen su identidad como criaturas humanas redimidas y compradas con sangre, es el gozo, el gozo en Dios, en sus obras, en su Hijo nuestro Redentor y en su mundo. La identidad del pacto, y la vida que fluye de ella, debe involucrar nuestros afectos humanos y sentido estético, así como nuestras mentes. Algunas observaciones finales de Doug Jones pueden estar aquí en orden:
El racionalismo reformado exalta la supuesta precisión del intelecto sobre la imaginación y los misterios del sentido corporal, con el resultado de que un antiesteticismo domina a las personas reformadas. La apreciación estética se convierte a lo sumo en una práctica marginal y de alto nivel, no en una característica de la vida cotidiana. El racionalismo tiene que excluir todo lo que no puede capturar eficientemente, es decir, las partes más interesantes de la vida. Y nos preguntamos por qué nuestros hijos se alejan… El racionalismo reformado exalta el deber y la obediencia sobre el amor y la alegría con el resultado de que una profunda seriedad domina a las personas reformadas. La seriedad a menudo se toma como la suprema virtud reformada, y el juego y el infantilismo se dejan de lado como inapropiados, como que no reflejan la realidad última y seria, el Dios de los mazos … El deber puro no permite espacio para la euforia del juego; es demasiado desordenado y superfluo. Y nos preguntamos por qué nuestros hijos se alejan (To You and Your Children, editado por Benjamin K. Wikner, pp. 220-22).
El autor es pastor asociado de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa en Franklin Square, N.Y. Cita la ESV y en la traducción usamos la RV60. Reimpreso de New Horizons, febrero de 2010.