La voz del que clama:
Juan Crisóstomo, el predicador
Gordon C. McMillan
Con permiso de: MAJT 32 (2021):161-174
Traductor: Manuel Bento
Revisión: Valentín Alpuche
1. Introducción
QUIZÁS UNA VEZ POR GENERACIÓN se levanta una luminaria, una cuya estrella es tan brillante, y su impacto es tan profundo, que su voz todavía hace eco en la conciencia colectiva cientos de años más tarde. Precursor de Jesucristo el Mesías, Juan el Bautista, quien fue «voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas» (Marcos 1:3), fue un hombre así. La predicación profética de Juan conmocionó a la clase religiosa dirigente, costándole finalmente su cabeza, pero ganándole su corona celestial.
En el siglo IV, se levantó otra luminaria en el espíritu y poder de Juan el Bautista, cuya voz clamó por la reforma en la sociedad y en la iglesia. Su nombre fue Juan Crisóstomo, y acabaría siendo proclamado el mayor predicador en la historia de la cristiandad.[1] La destreza que Juan tenía predicando era tan conocida, que póstumamente se ganaría el apelativo de «Crisóstomo» que significa «boca de oro».[2] El legado que este príncipe de los predicadores dejó tras de sí a menudo se ve ensombrecido por sus contemporáneos: Agustín, Jerónimo y Ambrosio en occidente, y Basilio, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno en oriente. Sin embargo, podría decirse que su influencia como predicador es más profunda que la de cualquiera de los antes mencionados.
Crisóstomo desempeñó muchos cargos durante su ministerio, incluyendo el de lector, diácono, sacerdote, trabajador social y obispo. Pero, como indica su apellido, fue primero y principalmente un predicador. Predicar era su pasión y le encantaba, y dijo una vez: «Predicar me mejora. Cuando comienzo a hablar mi cansancio desaparece; cuando empiezo a enseñar, también desaparece la fatiga. Así pues, ni la enfermedad misma ni ningún otro obstáculo puede separarme de vuestro amor… porque tanto como vosotros estáis hambrientos por escucharme, yo también lo estoy por predicaros”.[3]
Descrito como alguien poco impresionante en cuanto a estatura,[4] Crisóstomo era un dinamo espiritual poseído por una visión celestial, para quien el púlpito, finalmente, servía como principal medio de expresión. La visión que lo impulsaba no era otra que la transformación total de la ciudad.[5] Desde su púlpito, la voz de Crisóstomo atronaba y el infierno temblaba. Este estudio revelará cómo Juan Crisóstomo buscaba reformar tanto la sociedad como la iglesia por medio de su genialidad oratoria, su fiera denunciación de los pecados del Imperio Romano y la Iglesia, y sus innovadores métodos de predicación.
2. Crisóstomo el orador
En el mundo antiguo, la oratoria era una forma de arte altamente valorada. Los ciudadanos continuamente escuchaban hablar a los retóricos, políticos, filósofos, y predicadores.[6] Por eso, la educación regular para los varones en el mundo greco-romano incluía el adiestramiento en retórica. Juan Crisóstomo nació en ese mundo aproximadamente en el 349 d.C., en una familia cristiana en la ciudad de Antioquía.[7] En la mitad de su adolescencia, entró en la escuela de retórica bajo el tutelaje del brillante profesor y retórico pagano Libanio.[8] Allí aprendió habilidades oratorias que finalmente impulsarían su predicación hacia alturas sin iguales.
En el 386 d.C., Crisóstomo fue ordenado al sacerdocio[9] después de haber llegado a grandes extremos para evitarlo anteriormente,[10] comenzando su ilustre carrera como predicador. Desde el inicio de su ministerio, Crisóstomo se centró en predicar como medio principal y más efectivo para diseminar su visión para la transformación de la ciudad. Aunque sus voluminosos escritos tenían un atractivo limitado, siendo leídos solamente por la élite social y educada, la predicación estaba diseñada para un consumo en masa. La transformación de la ciudad solo podía suceder si las masas eran motivadas a la acción lo suficiente, dando como resultado una oleada de reformas que esperaba acabaran permeando la sociedad.[11]
Crisóstomo buscaba mover a las masas a la acción, y lo hizo. Sus sermones eran tan hipnóticos, que con frecuencia tenía que advertir a sus oyentes acerca de la presencia de los carteristas, que frecuentaban sus reuniones tomando ventaja de las fascinadas audiencias.[12] Un contemporáneo describió el efecto que su predicación tenía sobre la gente:
Conforme avanzaba desde la exposición hacia las apelaciones prácticas, su predicación se volvía más rápida de forma gradual, su expresión se animaba, su voz era más vívida e intensa. La gente comenzaba a contener la respiración. Las coyunturas de sus lomos se aflojaban. Una sensación reptante, como la producida por una serie de ondas eléctricas, pasaba sobre ellos. Se sentían arrastrados hacia el púlpito por una especie de influencia magnética. Algunos de aquellos que estaban sentados se levantaban de sus asientos, superados por una especie de desmayo, como si las fuerzas mentales del predicador estuvieran sorbiendo la vida de sus cuerpos, y, cuando el discurso llegaba a su fin, la gran masa de aquella hechizada audiencia solo podía sostener su cabeza en alto y dar rienda suelta a sus emociones con lágrimas.[13]
La capacidad de Crisóstomo para hablar de forma extemporánea se convirtió en algo que contribuyó a su éxito como predicador. En el mundo antiguo, la marca principal de un orador efectivo era la capacidad de hablar de manera extemporánea, y era algo que Crisóstomo había dominado.[14] Las personas quedaban asombradas cuando lo escuchaban predicar sin beneficiarse de un manuscrito preparado, o ni tan siquiera una hoja de papel, no habiendo visto nunca una demostración de oratoria semejante.[15] La singularidad de su estilo de predicación se describe como:
Un poder de exposición que desarrollaba en un orden lúcido, pasaje por pasaje el significado del libro que se tenía entre manos; una transición rápida desde la exposición clara o desde un agudo argumento lógico, a la exhortación ferviente, al ruego apasionado, o a la denuncia indignada; la facilidad versátil con la que podía tomar cualquier pequeño incidente del momento, tal como la iluminación de las lámparas en la iglesia, y utilizarlo para ilustrar su discurso; la mezcla del llano sentido común, la simple audacia, y el afecto tierno con el que llegaba al corazón y conciencia de sus oyentes; todo esto no eran simplemente las características generales de este hombre, sino que normalmente se hallaban manifiestas en mayor o menor medida en el marco de cada discurso.[16]
La elocuencia era una habilidad necesaria para el predicador del mundo antiguo. Los servicios en la iglesia tenían tendencia a resultar caóticos a causa de las personas que se movían y se hacían visitas unas a otras, entreteniéndose en conversaciones acerca de política o las noticias del momento. En esta atmósfera, habría sido casi imposible mantener la atención de la gente a menos que el orador estuviese altamente pulido, capaz de cautivar a las personas con su oratoria. Crisóstomo advirtió a los predicadores jóvenes que no buscaran la vana alabanza de la gente que solo quería entretenerse, sino que se centrasen en pulir sus habilidades para la oratoria, de forma que fueran capaces de ganarse la atención de las personas.[17]
Crisóstomo empleaba todos los tipos de recursos retóricos que le eran posibles para dejar impresión en la mente y corazones de sus oyentes, de los cuales dependía para ayudarle a hacer realidad su visión para la transformación de la ciudad. Conforme predicaba sistemáticamente a lo largo de los libros de la Biblia, aplicaba el principio de recapitulación, comenzando cada nuevo sermón con una breve sinopsis del anterior. Durante sus sermones, buscaba consistentemente dirigir la atención del pueblo a la estructura del sermón. Si se desviaba de su curso, rápidamente los llevaba de vuelta a la idea principal.
También empleaba preguntas retóricas para captar la atención. En su homilía Sobre Caín y Abel, realizó a su congregación unas veintisiete preguntas retóricas consecutivas.[18] Además, empleaba con liberalidad otros recursos retóricos clásicos, tales como la repetición de la misma palabra al comienzo de una frase, el uso de la diatriba, que está diseñada para difamar y denunciar, empleada de manera muy efectiva en su homilía Contra los judíos, y su uso extensivo de metáforas de la lucha, atléticas, y culturales.[19]
Las palabras de Crisóstomo movían de tal forma a la gente, que con frecuencia prorrumpían en aplausos, algo que le horrorizaba.[20] Creyendo que había que prohibir ese aplauso debido al temor de que la gente estuviera respondiendo a su elocuencia, en lugar de a su contenido, los reprendía por su rudeza diciéndoles: «si aplaudís, hacedlo en el mercado o cuando escuchéis a los arpistas y actores; la iglesia no es un teatro».[21] En un sermón particular, reprobó a la gente por aplaudir su mensaje, provocando solamente un estallido mayor de aplauso de la audiencia que le adoraba.[22]
El dominio que Crisóstomo tenía de la Escritura, afinado bajo la instrucción de Diodoro y Carterio, servía como componente convincente de su oratoria.[23] Siendo joven, experimentó durante dos años con una forma de vida extremamente ascética. Pasó el tiempo memorizando los libros de la Biblia, a la vez que evitaba el sueño y nunca se sentaba ni se tumbaba.[24] Como consecuencia, sus sermones tenían el aroma de las citas bíblicas, haciendo en ocasiones referencia a hasta siete pasajes bíblicos en rápida sucesión mientras exponía un solo versículo.[25]
En su búsqueda de una transformación de la sociedad, Crisóstomo disparó todas las flechas de su aljaba retórica, utilizando incluso un lenguaje impactante y repugnante para captar la atención e influir en el cambio. En el mundo greco-romano, se tenía tendencia a asociar la suciedad y la revulsión con la clase baja, utilizándose con frecuencia como arma verbal para continuar con su subyugación y humillación. Sin embargo, Crisóstomo buscaba devolver el lenguaje de la repugnancia a la insensible élite social, y utilizarlo como arma en contra de ellos, esperando que sus oyentes no se comportasen de la misma forma. Su lenguaje gráfico evocaba una respuesta visceral de su audiencia.[26] Imploraba repetidamente a su congregación que abandonase su consumismo y ostentosa riqueza y ayudaran a los pobres, preguntando «¿Honráis a vuestros excrementos, recibiéndolos en un orinal plateado mientras otro hombre, creado a la imagen de Dios, perece en medio del frío?»[27]
Durante su segundo año como predicador principal en Antioquía, su destreza oratoria salvó a la ciudad del pánico, y construyó para sí mismo una reputación sin par en el infame «Asunto de las estatuas».[28] Durante siete días, la ciudad soportó la ira del emperador Teodosio, cuya iniciativa fiscal fue recibida con una revuelta en rebeldía. Sobre la aterrorizada población se sucedieron ejecuciones sin parar y todo tipo de brutalidades. Una pesada nube de tristeza y desesperación pendía sobre la ciudad como un sudario, mientras los ciudadanos esperaban recriminaciones más severas.
Aprovechando esta oportunidad, Crisóstomo montó su púlpito y comenzó a impartir una serie de sermones que salvaría a la ciudad del pánico y el terror, llamados simplemente, Sobre las estatuas. En estos sermones, Crisóstomo empleó sus habilidades oratorias para llevar consuelo y esperanza a sus asustadas audiencias. Motivando al pueblo a confiar en la misericordia de Dios y a no temer la ira del emperador, les recordó que la muerte y la esclavitud no eran las peores cosas que podían sucederles. Una eternidad de felicidad dichosa esperaba a aquellos que ejercitaban su fe en Dios y no cedían al temor.[29]
Estos sermones afectaron profundamente a la gente. Su capacidad para comunicarse de forma que tocaba el alma, así como el intelecto, y de hacer que la gente común pudiera identificarse con conceptos teológicos, se ganó los corazones del pueblo, incluyendo incluso el de algunos paganos.[30] Después del primer día, el pánico remitió y una profunda tranquilidad pareció poseer al pueblo, aunque no había cambiado ninguna circunstancia externa. Finalmente, la intercesión del anciano obispo Flaviano obtuvo el perdón de la ciudad, pero la predicación de Juan Crisóstomo la salvó.[31]
El genio oratorio de Crisóstomo floreció durante doce años en Antioquía.[32] Esto eventualmente atrajo al eunuco real Eutropio, quien influenció al joven emperador Arcadio para asignarlo como obispo de la nueva capital, Constantinopla, tras la muerte del obispo Nectario.[33] La gente de Antioquía se había vuelto tan adicta a sus sermones,[34] que tuvo que ser transportado a Constantinopla subrepticiamente en medio de la noche, por temor a una revuelta cuando se supiese que ya no era su pastor.[35] En Constantinopla, Crisóstomo volvió a mover a una ciudad entera por medio de su poderosa oratoria. Tal fue el impacto de su predicación, que se decía de él, «Es mejor que Constantinopla deje de existir, que Juan Crisóstomo cese de predicar».[36] Aunque otros predicadores en la historia de la cristiandad han sido comunicadores efectivos, nadie puede igualar el puro resplandor de aquel llamado «boca de oro».
2. Crisóstomo el profeta
Quizás se conoce más a Crisóstomo por la naturaleza vituperante de sus sermones. El enfoque principal de la visión de Crisóstomo para la transformación de la ciudad era una reforma moral entre sus ciudadanos. Los prevalentes pecados sobre los que descargaba a menudo incluían el aborto, la prostitución, los juramentos, la vulgaridad, el juego, la avaricia, y el abuso de la riqueza. Un convincente ejemplo de la carga profética de su ministerio de predicación puede verse en su serie expositiva sobre Mateo. De los noventa sermones que predicó, cuarenta trataban acerca de las limosnas, treinta de la avaricia, veinte del abuso de la riqueza, y trece de la pobreza.[37]
Es fácil discernir por sus sermones que a Crisóstomo no le gustaba la vida de la ciudad.[38] El saber que la gente era incapaz de resistir la tentación de las atracciones de la ciudad, que estaba indisolublemente conectada con los pecados mismos que Crisóstomo condenaba, lo movió a atacar las instituciones mismas.[39] El eminente historiador Peter Brown defiende que Crisóstomo buscaba por medio de su predicación la muerte de la antigua ciudad, citando sus repetidos llamados que parecían defender la abstención de la vida de la ciudad, la procreación y las transacciones financieras. Sin embargo, lo que esperaba es que, por medio de su predicación profética, pudiese realizarse su visión de una ciudad transformada, que diese como resultado una ciudad cristianizada en la que el negocio del cristianismo pudiera florecer.[40]
La antigua ciudad alentaba muchos vicios entre el populacho que Crisóstomo atacaba de forma vehemente y persistente. De forma similar a lo que sucede en la actualidad, el teatro era inmensamente popular, y sus actores y actrices servían como íconos culturales. En un sermón sobre las maldades del teatro, Crisóstomo advirtió:
Si veis a una mujer desvergonzada en el teatro, que pisa el escenario con la cabeza descubierta y actitud audaz, vestida con ropajes adornados con oro, haciendo alarde de su suave sensualidad, cantando canciones inmorales, moviendo sus miembros en danza y dando discursos sin vergüenza… ¿aún os atrevéis a decir que no os sucede nada humano? Mucho después de que el teatro se cierra y todo el mundo se ha ido, esas imágenes siguen flotando ante vuestra alma. Sus palabras, su conducta, sus miradas, su caminar, sus posiciones, su excitación, sus miembros carentes de castidad… en cuanto a vosotros ¡regresáis a casa con mil heridas! Pero no regresáis solos. La ramera va con vosotros, aunque no de forma abierta y visible… sino en vuestro corazón y en vuestra conciencia, y allí, dentro de vosotros, aviva el horno de Babilonia… ¡en el que la paz de vuestro hogar, la pureza de vuestro corazón y la felicidad de vuestro matrimonio serán quemados![41]
Además de castigar verbalmente a sus congregantes por asistir al teatro, Crisóstomo también advirtió a la gente de los peligros de las carreras de caballos, uno de los pasatiempos favoritos de los ciudadanos, tanto de Antioquía como de Constantinopla. En Constantinopla, la pista para los caballos estaba justamente cruzando la calle desde la iglesia, lo cual le causaba mucha consternación debido a las muchas interrupciones que causaba su sonido. En una ocasión, Crisóstomo soltó de golpe durante un sermón: «Aun así, existen aquellos que simplemente nos dejan solos aquí y ¡corren hacia el circo, a los aurigas y las carreras de caballos! Han cedido a sus pasiones de tal forma que llenan toda la ciudad con su clamor y gritos sin restricciones, a lo cual uno tendría que reír si no fuera tan triste».[42]
Los juramentos se convirtieron en otro vicio que atrajo la recriminación de Crisóstomo. En un sermón, amenazó con disciplinar a aquellos que continuaban jurando en el mercado:
Mirad de nuevo: Os advierto, y lo proclamo en alta voz, que nadie lo considere asunto de risa. Excluiré y prohibiré a los desobedientes; y, mientras me siente en este trono, no cederé ninguno de sus derechos. Si alguien me depone de él, entonces ya no seré responsable; pero mientras sea responsable, no puedo descuidarlos, no por mi propio castigo, sino por vuestra salvación. Porque anhelo mucho vuestra salvación.[43]
Si estos otros pecados encendían la censura de Crisóstomo, nada levantaba tanto su ira como el mal uso y abuso de la riqueza. Tanto Antioquía como Constantinopla eran ciudades ricas, cuya élite social vivía en el regazo del lujo mientras las clases más bajas sufrían mucho. Una vez se lamentó en un sermón:
Es necedad y locura pública el llenar los armarios con ropa y permitir que hombres que fueron creados a la imagen de Dios y nuestra semejanza permanezcan desnudos y temblando de frío, de tal forma que apenas pueden sostenerse derechos… Vosotros sois grandes y gordos, dais fiestas de bebida hasta tarde en la noche y dormís en una cama cálida y suave. ¿Y no pensáis en cómo habréis de dar cuenta de vuestro mal uso de los dones de Dios?[44]
Creyendo que la riqueza no podía lograrse justamente, sino solamente a expensas de otros y por medios poco escrupulosos,[45] Crisóstomo levantaba ampollas en los ricos diciendo: «Decís que vosotros no habéis pecado. ¿Pero estáis seguros de que no os estáis beneficiando de los crímenes y robos previos de otros?»[46]
Al asumir el obispado de Constantinopla, Crisóstomo quedó consternado por la avaricia y las repugnantes ostentaciones de riqueza y lujo tanto en la iglesia como en la familia imperial. Puso en marcha inmediatamente un programa de reforma en la iglesia, deponiendo a ciertos clérigos contumaces, y recortando significativamente el estipendio para gastos del obispo. Como consecuencia, no solo construyó un hospital con los fondos ahorrados, sino que también alimentó y vistió a los pobres.[47]
Una vez hubo iniciado su programa de reformas dentro de la iglesia, continuó poniendo su mirada sobre la ostentosa familia imperial.[48] Como obispo de la iglesia capital, asumió la supervisión espiritual del emperador Arcadio y la emperatriz Eudoxia, quienes eran miembros de su iglesia.[49] En un sermón particular, Crisóstomo contrastó el uso de ornamentos dorados de las mujeres aristocráticas con las cadenas utilizadas por el apóstol Pablo, señalando explícitamente a Eudoxia.[50] En otra ocasión, reprendió con severidad a Eudoxia en público por apropiarse de la viña de una pobre viuda cuyo esposo había sido enviado al exilio, comparándola con la reina Jezabel del Antiguo Testamento, que había arrebatado la viña de Nabot para su esposo.[51]
Las repetidas reprensiones a Eudoxia en público (unidas a las maquinaciones de Teófilo, obispo de Alejandría hambriento de poder, y cuyo candidato para el obispado de Constantinopla había sido despreciado), así como el sórdido «asunto de los hermanos altos» culminó en la condena de Crisóstomo en el Sínodo de la Encina en el 403, seguida de su exilio.[52] Su deposición instigó una oleada de protestas contra la familia imperial y los obispos que convocaron el tribunal irregular del Sínodo de la Encina. En la primera noche de su exilio, se dice que un severo terremoto azotó la capital, provocando que una aterrada Eudoxia lo volviese a llamar a su puesto, al temer que estaba bajo el juicio de Dios por deponer al profeta de Dios.[53]
Después de su regreso, Crisóstomo continuó con sus acérrimos ataques a los vicios de la ciudad capital. Los sucesos llegaron a su punto álgido cuando una resplandeciente estatua de plata de la emperatriz Eudoxia fue erigida cerca de la iglesia, además de ser dedicada en domingo. La dedicación con cánticos, bailes y todo tipo de jolgorio interrumpió el servicio en la Santa Sofía, y Crisóstomo desató una andanada verbal contra la emperatriz por su temeridad al dedicar una estatua a su propia gloria en domingo.
Al recibir una transcripción del sermón, Eudoxia quedó lívida de la ira, y comenzó el proceso para formar otro sínodo en su contra. Imperturbable, Crisóstomo la comparó públicamente con Herodías, que quería la cabeza de Juan el Bautista,[54] afirmando, «de nuevo Herodías está furiosa, de nuevo danza, de nuevo busca tener la cabeza de Juan en una bandeja».[55] Finalmente, su negativa a hacer compromisos y sus punzantes mensajes dieron como resultado su segundo exilio[56] y eventual muerte en el 407.[57]
Aunque los sermones de Crisóstomo levantaban ampollas, sería un error suponer que transmitían una falta de amor por su pueblo, cuando, de hecho, lo que atraía su ira era una falta de fe en la naturaleza humana.[58] En cierta ocasión describió a su congregación como un «grupo de salvajes revoltosos»,[59] afirmando, «generalmente sucede que la mayor parte de la iglesia consiste en gente ignorante… apenas uno o dos de los presentes ha adquirido un discernimiento real».[60] Su frustración por lo obtusos que eran sus feligreses se desbordó en un sermón concreto evocando una respuesta crítica:
Mis sermones se aplauden solamente por costumbre, y luego todo el mundo sale corriendo de nuevo [a las carreras de caballos], ¡dando muchos más aplausos a los jinetes, y mostrando ciertamente una pasión por ellos sin restricciones! Juntan sus cabezas con gran atención y dicen con mutua rivalidad: «Este caballo no corrió bien, aquel tropezó», y uno apoya a este jinete y otro a aquel. Nadie piensa ya en ninguno de mis sermones, ni en los santos y asombrosos misterios que se cumplen aquí.[61]
A pesar de estar frustrado con su rebaño y de las constantes reprensiones, los amaba y buscaba su transformación, como se evidencia en sus tiernas palabras al concluir uno de sus sermones:
Mi reproche en el día de hoy es severo, pero ruego me perdonéis. Es tan solo que mi alma está herida. No hablo así por enemistad, sino porque me preocupo por vosotros. Por tanto, usaré ahora un tono más amable… Sé que vuestras intenciones son buenas y que os dais cuentas de vuestros errores. El darse cuenta de la grandeza de nuestro pecado es el primer paso en el camino hacia la virtud… Debéis ofrecer certeza de que no caeréis de nuevo en los mismos pecados.[62]
Durante su ministerio de predicación, ningún grupo de personas escapó a las flechas proféticas de Crisóstomo. Desafortunadamente, su ácido lenguaje, en ocasiones, ha representado mal su intención, como es el caso en los controvertidos sermones titulados Contra los judíos. Durante sus primeros años como predicador en Antioquía, predicó una serie de sermones designados para disuadir a su pueblo de atender y participar en las fiestas y ceremonias judías que se aproximaban, las cuales tenían una inexplicable fascinación para la gente. Crisóstomo atacó a los judíos con el más áspero lenguaje, llamándoles «asesinos de Cristo» poseídos por el demonio, afirmando que su religión era una sucia plaga.[63]
Esta serie de sermones ha dejado una mancha desafortunada sobre el legado de Juan Crisóstomo, ya que algunos historiadores han postulado que sus homilías influenciaron los escritos antisemitas de Lutero, y finalmente fueron utilizados por los nazis para justificar su deseada exterminación de los judíos. Pero etiquetar a Crisóstomo como un antisemita es ignorar su contexto. De hecho, no era a los judíos como raza a los que Crisóstomo castigaba, ya que con frecuencia alababa a los profetas y autores del Antiguo Testamento. De hecho, era a los judaizantes, que tenían la intención de seducir a los cristianos para seguir la ley mosaica que él condenaba. El lenguaje vitriólico que utilizó para describir a los judíos era simplemente un recurso retórico para impactar a la gente y que viesen el peligro de caer bajo el hechizo de la religión del judaísmo, de la que Cristo ya les había liberado.[64]
4. Crisóstomo el innovador
Bien conocido por su genio oratorio y sus cáusticos sermones, una faceta que a menudo se ignora del ministerio de Crisóstomo es la de sus innovadores métodos de predicación. Su mayor innovación deriva de su dominio de un proceso gramático-histórico literal de interpretación de la Escritura. Siendo joven estudió las Escrituras en una escuela ascética bajo la tutela de Diodoro, que le enseñó un enfoque literal a la interpretación opuesto al método alejandrino de la alegoría popularizado por Orígenes, que buscaba evitar los dilemas exegéticos.[65]
En una exposición del Evangelio de Juan, se toma el tiempo de advertir a su audiencia con respecto a la necesidad de una interpretación escritural apropiada diciendo:
Si alguien sin práctica en el oficio se compromete a trabajar en una mina, no obtendrá oro, sino que confundiendo todo juntamente y sin rumbo, se someterá a una labor inútil y perniciosa: así también, aquellos que no entienden el método de la Sagrada Escritura, ni escudriñan sus peculiaridades y leyes, sino que repasan todos sus puntos descuidadamente y de una sola manera, mezclarán el oro con la tierra, y nunca descubrirán el tesoro que encierra. Digo esto ahora porque el pasaje ante nosotros contiene mucho oro, no manifiesto a la vista, sino cubierto con mucha oscuridad, y por lo tanto debemos llegar al sentido legítimo cavando y purificando.[66]
En otra ocasión, en la que estaba exponiendo Gálatas 4:24, se apresura a explicar el uso que hace Pablo del término «alegoría», para no dejar nada abierto a una interpretación alegórica, «Contrariamente al uso, llama alegoría a un tipo; su significado es el siguiente: esta historia no sólo declara lo que muestra a simple vista, sino que anuncia algo más, por lo cual se la llama alegoría. ¿Y qué ha anunciado? Nada menos que todas las cosas ahora presentes».[67]
De acuerdo con Crisóstomo, cada porción de la Escritura debería interpretarse por sí misma y en el contexto de otros pasajes, lo cual es la marca del método gramático-histórico. Además, también buscó interpretar pasajes en su contexto histórico-cultural. En un sermón sobre 1Corintios 11, en el que Pablo prohíbe a los hombres llevar el pelo largo, Crisóstomo explica que el pelo largo
Era algo que llevaban aquellos que pertenecían a las escuelas filosóficas griegas, lo cual habría causado impresión sobre sus oyentes, ya que les habría recordado la apariencia pública del emperador Juliano en vestimentas filosóficas unos veinticinco años antes.[68]
El método literal propugnado por Crisóstomo se convirtió en el estándar para la exégesis en el segmento antioqueño de la iglesia. Johannes Chrysostomus Bauer, el preeminente biógrafo de Juan Crisóstomo del siglo XX, lo llama «el principal y casi único representante exitoso de los principios exegéticos de la escuela de Antioquía».[69] El éxito de Crisóstomo al popularizar el método literal de interpretación puede verse en el evangelicalismo contemporáneo, en el que el método gramático-histórico es central para la exégesis escritural.
La práctica de Crisóstomo de predicar expositivamente a través de los libros de la Biblia fue una innovación adicional. Durante los tres primeros siglos de la existencia de la iglesia, la práctica de la predicación expositiva no estaba ampliamente extendida, ya que los sermones tendían estar más orientados hacia un tópico. Sin embargo, Crisóstomo predicó palabra por palabra y versículo por versículo a lo largo de libros completos de la Biblia.[70] De su voluminosa predicación perduran más de 800 sermones,[71] que cubren casi la totalidad del Antiguo y Nuevo Testamento.[72] Su método de predicación expositiva pronto ganó empuje, y comenzó a ser practicado por muchos predicadores en años venideros, incluyendo el erudito Tomás de Aquino y el reformador Juan Calvino.[73] La innovación de Crisóstomo continúa viva en los púlpitos de la iglesia contemporánea, y la predicación expositiva ha experimentado un recrudecimiento, especialmente entre el segmento más reformado del evangelicalismo.
Aunque Crisóstomo era un orador brillante, capaz de hablar con gran floritura retórica, no era un simple sofista. Buscaba enseñar la Palabra de Dios al pueblo. En un día y época en que muchos oradores buscaban acumular elogios por su destreza para hablar, Crisóstomo se esforzó por hacer que la Biblia fuese aplicable a la gente ordinaria. Constantemente buscó hacer vivas las Escrituras, de forma que toda su audiencia pudiese beneficiarse,[74] temiendo que sus oyentes no entendiesen la Palabra de Dios, continuaran en sus pecados, y fueran condenados.[75] Vemos la evidencia de este enfoque cuidadoso y paciente hacia la predicación en sus comentarios durante un discurso:
A fin de que no escupáis de vuelta lo que se os ha dado, no he vertido la copa de la educación sobre vosotros toda de una vez, sino que la he dividido en muchos días, proveyendo un descanso del trabajo de escuchar en algunos días, de forma que lo que se imparte sea retenido de forma segura en vuestros pensamientos amigos míos, y recibáis lo que estoy a punto de decir a continuación con un alma relajada y madura.[76]
Un aspecto relacionado de esta innovación era su convicción de que los servicios de culto deberían estar disponibles para aquellos que se veían forzados a trabajar y perderse los servicios regulares. Así pues, Crisóstomo se embarcó en celebrar servicios a lo largo de la semana durante el día y la tarde, para incorporar tanta gente como fuese posible, una práctica que molestaba a los indolentes clérigos bajo su cargo.[77] Aunque el hacer que la Biblia sea aplicable parece ser algo axiomático en la iglesia moderna, hemos de agradecer a Juan Crisóstomo por su popularización.
Una última innovación acreditada a Crisóstomo fue su intento de competir con los eventos civiles de su tiempo. En sus días, como sucede en la actualidad, muchos intereses externos competían por la atención del pueblo. Cuando los servicios de la iglesia coincidían con eventos civiles tales como carreras de caballos o competiciones de atletismo, la asistencia disminuía. Una vez se quejó a su congregación:
No tengo idea de lo que debo deciros hoy. Veo que, desde la fiesta de Pentecostés, la asistencia al servicio divino ha decaído, los profetas han sido descuidados, los apóstoles han sido poco valorados, los Padres han sido apartados… Hay un servicio divino una vez por semana, e incluso este día no podéis pasarlo sin las preocupaciones de los negocios. Algunos dicen que son pobres, y que deben cuidar de ganarse la vida, mientras que otros tienen asuntos urgentes. En realidad, toda la ciudad está en el circo.[78]
Para combatir la atracción que la gente sentía por los banales entretenimientos que ofrecía la cultura, Crisóstomo se embarcó en una nueva estrategia; trataba de predicar sus mejores sermones en los días que los eventos civiles coincidían con los servicios de la iglesia. La esperanza era que se corriese la voz entre los asistentes acerca de lo maravilloso que fue el sermón, de forma que los que se lo perdiesen se arrepintieran de su ausencia. Procuró todo medio posible para introducir a la gente en la iglesia para escuchar la Palabra de Dios, que transformaría sus vidas.
Un domingo del año 399, la paciencia de Crisóstomo llegó a su fin cuando su sermón se vio ahogado por el ruido que acompañaba a una carrera en el hipódromo. Rápidamente se dirigió a las autoridades con su queja, exigiendo que los eventos civiles fueran trasladados a otro día de la semana, a lo cual se estuvo de acuerdo, salvo que el cumpleaños del emperador fuese el domingo.[79] Tal era la influencia de Crisóstomo, que fue capaz de cerrar las carreras el domingo con sus quejas. Vemos la evidencia de sus innovadores intentos de competir con los eventos públicos y conseguir asistencia por medio de la vida moderna de iglesia, tal como días grandes, sermones ilustrados, y la promoción de series especiales de sermones. Aunque ha estado muerto durante más de 1600 años, los ecos del legado innovador de Juan Crisóstomo pueden escucharse cada semana en los púlpitos de todo el mundo.
5. Conclusión
En lo que acabó convirtiéndose en su último sermón antes de su segundo exilio y eventual muerte, parecía tener un presagio de lo que pronto sucedería:
Las aguas arrecian y los vientos soplan, pero no tengo temor, porque estoy firme sobre una roca. ¿Qué he de temer? ¿A la muerte? Para mí la vida es Cristo, y la muerte es ganancia. ¿Al exilio? La tierra y todo lo que contiene pertenece al Señor. ¿A la pérdida de propiedades? Nada traje a este mundo, y nada sacaré de él. Solo tengo menosprecio por el mundo y sus caminos, y desprecio sus honores.[80]
Así era la resolución de acero de aquel a quien llamaban Boca de Oro. Aunque se vio forzado a un ignominioso exilio, continuó predicando y escribiendo durante tres años más, hasta que su quebrantada salud le falló, resultando en su muerte en el 407.[81] Treinta años después de su destierro de Constantinopla, sus reliquias fueron regresadas acompañadas de gran pompa y circunstancia. Esto incluyó el arrepentimiento público del nuevo emperador Teodosio II, que lloró por las injusticias cometidas por sus padres contra la Boca de Oro.[82] Sus reliquias regresaron, su honor fue restaurado, y se le dio el título de «Doctor de la Iglesia».[83]
En la historia de la iglesia, nunca ha existido un predicador como Juan Crisóstomo. Aunque otros predicadores pueden considerarse comunicadores dotados a lo largo de los siglos, o como celosos polemistas o innovadores, ninguno lo combinó todo en una demostración tan efectiva de genio en el púlpito como Juan Crisóstomo. Los sermones que salvaron a una ciudad y agitaron otra instigaron una serie de reformas que continúan moldeando a la iglesia incluso hoy en día, en el siglo XXI.
Sin embargo, todo el elogio y honor que los admiradores modernos le han adscrito, le hubiera horrorizado. Las últimas y reputadas palabras pronunciadas por él fueron: «Gloria a Dios en todas las cosas».[84] Juan Crisóstomo vivió y predicó para la gloria de Dios y la transformación de la ciudad. Aquellos de nosotros que somos llamados a la impresionante responsabilidad de predicar el evangelio de Jesucristo, deberíamos buscar lo mismo, y hallar inspiración y aliento de aquel al que llamaban Boca de Oro en nuestra difícil y desagradecida tarea.
[1] Donald Atwater, St. John Chrysostom: Pastor and Preacher (Londres: Harvill Press, 1959),175.
[2] Kevin Dale Miller, “John Chrysostom: Did You Know?” Christian History, octubre de 1994
http://www.christianitytoday.com/ch/1994/issue44/4402.html (accedido el 8 de noviembre de 2011)
[3] Carl A. Volz. “The Genius of Chrysostom’s Preaching,” Christian History, octubre de 1994,
http://www.christianitytoday.com/ch/1994/issue44/4424.html (accedido el 22 de noviembre de
2011)
[4] John Heston Willey, Chrysostom the Orator (Cincinnati: Jennings and Graham, 1906),
169.
[5] Aideen M. Hartney, John Chrysostom and the Transformation of the City (Londres:
Duckworth Publishers, 2004), 12.
[6] Jaclyn Maxwell, Christianization and Communication in Late Antiquity: John Chrysostom
and His Congregation in Antioch (Nueva York: Cambridge University Press, 2006), 42.
[7] J.N.D. Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom: Ascetic, Preacher, Bishop
(Ithaca, NY: Cornell University Press, 1995), 4–5.
[8] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 6.
[9] Ibid., 55.
[10] Ibid., 25.
[11] Hartney, John Chrysostom and the Transformation of the City, 12.
[12] Maxwell, Christianization and Communication in Late Antiquity, 75.
[13] David Larsen, The Company of the Preachers, Volume 1: A History of Biblical Preaching
from the Old Testament to the Modern Era (Grand Rapids, MI: Kregel Publications, 1998), 82-
83
[14] Hartney, John Chrysostom and the Transformation of the City, 41
[15] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 57–58.
[16] Willey, Chrysostom the Orator, 169–170.
[17] Volz, “The Genius of Chrysostom’s Preaching”.
[18] Maxwell, Christianization and Communication in Late Antiquity, 92–93.
[19] Wendy Mayer and Pauline Allen, John Chrysostom: The Early Church Fathers (New
York: Rutledge Publishing, 2000), 27–28.
[20] Atwater, St. John Chrysostom: Pastor and Preacher, 42.
[21] Hugh T. Kerr, Preaching in the Early Church, (Nueva York: Fleming H. Revell, 1942),
178
[22] Volz, “The Genius of Chrysostom’s Preaching”.
[23] Mayer and Allen, 26.
[24] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 32.
[25] Maxwell, Christianization and Communication in Late Antiquity, 93.
[26] Blake Leyerly, “Refuse, Filth and Excrement in the Homilies of John Chrysostom”
Journal of Late Antiquity 2, no. 2 (2009): 337–56.
[27] New World Encyclopedia Online, s.v. “Chrysostom, John”,
http://www.newworldencyclopedia.org/entry/John_Chrysostom (accedida el 23 de noviembre de
2011).
[28] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 81.
[29] Robert Payne. “Preaching to Dread and Panic”. Christian History, octubre de 1994
http://www.christianitytoday.com/ch/1994/issue44/preaching-to-dread-and-panic-4412.html
(accedido el 23 de noviembre de 2011)
[30] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 82.
[31] Robert Payne, “Preaching to Dread and Panic”.
[32] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 57.
[33] Hartney, John Chrysostom and the Transformation of the City, 20.
[34] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 57.
[35] Hartney, John Chrysostom and the Transformation of the City, 20.
[36] Ilian T. Jones, Principles and Practice of Preaching, (Nashville, TN: Abindgon Press,
1956), 27.
[37] Robert A. Krupp. “Golden Tongue and Iron Will”. Christian History, octubre de 1994
http://www.christianitytoday.com/ch/1994/issue44/4406.html (accedido el 24 de noviembre de
2011).
[38] Hartney, John Chrysostom and the Transformation of the City, 23..
[39] Ibid., 29.
[40] Ibid., 11.
[41] Krupp, “Golden Tongue and Iron Will”.
[42] Ibid.
[43] John Chrysostom, “En Hechos 8,3”, citado en R. A. Krupp, Shepherding the Flock of God:
The Pastoral Theology of John Chrysostom (Nueva York: Peter Lang Publishing, 1991), 45.
[44] Krupp, “Golden Tongue and Iron Will”.
[45] Krupp, Shepherding the Flock of God, 193.
[46] Volz, “The Genius of Chrysostom Preaching”.
[47] Hartney, John Chrysostom and the Transformation of the City, 20-21.
[48] Ibid., 21.
[49] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 109.
[50] Ibid., 150-51.
[51] Ibid., 170-71.
[52] Ibid., 211-28.
[53] Ibid. 232. Algunos eruditos creen que no fue un terremoto, sino la muerte del hijo infante de
Eudoxia lo que hizo que volviese a llamar a Crisóstomo.
[54] Ibid., 238-40.
[55] Ibid., 240.
[56] Ibid. 243-49.
[57] Ibid., 285.
[58] Volz, “The Genius of Chrysostom’s Preaching”.
[59] Mayer, 108.
[60] Volz, “The Genius of Chrysostom’s Preaching”.
[61] Krupp, “Golden Tongue and Iron Will”.
[62] Volz, “The Genius of Chrysostom’s Preaching”.
[63] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 62–64.
[64] Orthodox Christian Information Center. “Was John Chrysostom Anti-Semitic?”
http://orthodoxinfo.com/phronema/antisemitism.aspx (accedido el 25 de noviembre de 2011).
[65] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 18–19.
[66] Juan Crisóstomo, “En Juan 40,1”, citado en Krupp, Shepherding the Flock of God, 76.
[67] Juan Crisóstomo, “En Gal. 4:24”, citado en Krupp, Shepherding the Flock of God, 76.
[68] Juan Crisóstomo, “En Gal. 4:24”, citado en Krupp, Shepherding the Flock of God, 77.
[69] Atwater, St. John Chrysostom: Pastor and Preacher, 75.
[70] John MacArthur, Rediscovering Expository Preaching (Dallas: Word Publishing, 1997), 44.
[71] Volz, “The Genius of Chrysostom’s Preaching”.
[72] Atwater, St. John Chrysostom: Pastor and Preacher, 54.
[73] Bradley Nassif. “The Starving Body of Christ”. Christian History, abril de 2007
http://www.christianitytoday.com/ch/2007/issue94/3.11.html (accedido el 26 de noviembre de
2011)
[74] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 60.
[75] Maxwell, Christianization and Communication in Late Antiquity, 91.
[76] Juan Crisóstomo, “De Laz 3.1”, citado en Ibid., 92.
[77] Volz, “The Genius of Chrysostom’s Preaching”.
[78] John Chrysostom, “On Anna”, citado enThomas K. Carroll. Preaching the Word: Message of
the Fathers of the Church, vol. 11. (Wilmington, DE: Michael Glazier, Inc., 1984), 105.
[79] Hartney, John Chrysostom and the Transformation of the City, 48–49.
[80] Volz, “The Genius of Chrysostom’s Preaching”.
[81] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 250-85.
[82] Ibid., 286-89.
[83] Chrysostomus Bauer. “St. John Chrysostom”. Catholic Encyclopedia. New Advent.
http://www.newadvent.org/cathen/08452b.htm (accedido el 27 de noviembre de 2011).
[84] Kelly, Golden Mouth: The Story of John Chrysostom, 285.