1 – Momentos decisivos: la caída de Jerusalén
Wes Bredenhof
El día de hoy comienzo con una nueva serie sobre la historia de la Iglesia. Inspirándome en la obra de Mark Noll Puntos de inflexión (Turning Points), analizaremos algunos de los acontecimientos clave de los últimos dos mil años. Es posible que algunos de ellos le resulten conocidos, pero otros quizá no tanto.
Comenzaremos hoy en el siglo I, no mucho después de la época en que nuestro Señor Jesús pisó la tierra. Durante este período, los romanos ocuparon Judea y existe evidencia de ello en todo el Nuevo Testamento. Oímos hablar de centuriones, gobernadores, guarniciones, monedas y mucho más.
Comprensiblemente, la ocupación romana de Judea no era algo que los judíos aceptaran de buen grado. De hecho, hubo formas pasivas y activas de resistencia a la ocupación; sin embargo, la resistencia fue relativamente lenta hasta finales de los años sesenta.
En el año 66 d.C. hubo tensiones debido a los impuestos. Los romanos exigían más a los habitantes de Judea. Como no estaban dispuestos a pagar, los ocupantes tomaron medidas drásticas y el gobernador Gesio Floro saqueó el tesoro del templo de Jerusalén para compensar el déficit.
Esto provocó un alboroto en Jerusalén y más allá. Fue uno de los catalizadores de la revuelta judía, que duró siete años de sangrientos combates. La revuelta judía tuvo un comienzo prometedor, dando esperanzas a los judíos de que finalmente los romanos serían expulsados. Pero en el año 67 d.C., la revuelta judía empezó a irse por el desagüe. Ese año, el general romano Vespasiano se presentó con cuatro legiones de soldados, es decir, unos veinte mil soldados de infantería y mil doscientos de caballería.
Al año siguiente murió el emperador romano Nerón, y Vespasiano regresó a Roma. Finalmente, en el año 69 d.C., Vespasiano se convirtió en emperador romano, continuando la campaña contra los rebeldes judíos.
Tito, el hijo de Vespasiano, se convirtió en el comandante romano en el campo de batalla. En abril del año 70 d.C., Tito sitió Jerusalén, causando horribles sufrimientos en la ciudad debido a la hambruna. Los judíos que eran sorprendidos escapando de la ciudad eran crucificados en los cerros de los alrededores, sirviendo de escarmiento y advertencia pública. Gran parte de lo que sabemos de esta época procede del historiador judío Josefo. En Las Guerras de los Judíos, escribe sobre una mujer llamada María que había huido a Jerusalén y luego se hallaba muriendo de hambre. Tenía un hijo pequeño y se lo comió para saciar su hambre. Josefo escribió:
…mató a su hijo, lo asó, se comió la mitad y se guardó la otra mitad. Ante esto, los sediciosos [revolucionarios] entraron en seguida, y al oler el horrible aroma de esta comida, la amenazaron con que la degollarían inmediatamente si no mostraba qué comida había preparado. Ella contestó que había guardado una buena porción para ellos, y además descubrió lo que quedaba de su hijo. En esto, ellos se horrorizaron y se asombraron de lo que veían, cuando ella les dijo: «¡Esto es mío, y lo que se ha hecho ha sido obra mía! Venid, comed de esta comida, que yo misma he comido de ella. No pretendáis ser más tiernos que una mujer, ni más compasivos que una madre; pero si sois tan escrupulosos y abomináis de este mi sacrificio, como ya he comido la mitad, reservadme también el resto». Después de lo cual, aquellos hombres salieron temblando, pues nunca se habían asustado tanto por nada como por esto, y con cierta dificultad dejaron el resto de aquella carne a la madre (Las Guerras de los Judíos 6.3.208-212).
Esa fue sólo una trágica historia entre muchas otras. Este periodo se caracterizó por un horrible sufrimiento humano. Josefo nos dice que perecieron un millón de judíos.
Pero para los judíos la mayor tragedia de todas ocurrió en septiembre del 70 d.C. Los romanos entraron en Jerusalén, y destruyeron y profanaron el templo. En cumplimiento de la profecía de Cristo en Mateo 24:2, no quedó piedra sobre piedra. Todo el complejo del templo fue arrasado para nunca ser reconstruido. Según nuestro Señor Jesús en Mateo 24, esta fue la expresión terrenal definitiva de la ira del pacto de Dios contra la incredulidad de la mayoría del pueblo judío.
¿Qué pasó con la iglesia de Jerusalén? Cristo había advertido a sus seguidores sobre estos acontecimientos. En Lucas 21:20-21 advirtió a los creyentes que huyeran de Jerusalén y así lo hicieron. Los cristianos de Jerusalén huyeron a través del río Jordán a un lugar llamado Pella. Allí establecieron una iglesia y encontraron refugio.
Mark Noll, en Puntos de inflexión, aduce tres razones por las que este acontecimiento fue tan trascendental para la historia de la Iglesia. En primer lugar, marcó el fin de Jerusalén como centro de la Iglesia cristiana. En segundo lugar, significó que la Iglesia iba camino de ser menos judía. Por último, la caída de Jerusalén empujó a la Iglesia cada vez más hacia el Imperio Romano. Yo añadiría que sigue siendo una sombría advertencia sobre lo que ocurre cuando el pueblo del pacto rechaza a Cristo y el Evangelio.