La caída del hombre
J. Gresham Machen
Traductor: Valentín Alpuche
¿Qué es el pecado? Es una pregunta que no podemos ignorar. De las falsas respuestas a ella ha surgido un desastre indecible para la humanidad y para la iglesia, y en la respuesta correcta se encuentra el comienzo del camino de la salvación.
¿Cómo obtendremos la respuesta a esa pregunta trascendental? Creo que podemos hacer un muy buen comienzo simplemente examinando el relato bíblico de la forma en que el pecado entró en el mundo. Ese relato se da en el libro de Génesis de una manera muy maravillosa. El lenguaje es muy sencillo ya que la historia está contada casi en palabras de una sílaba. Sin embargo, ¡cuán profunda es la visión que proporciona de las profundidades del alma humana!
“Y mandó Jehová Dios”, dice la Biblia, “al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17). Se ha observado que no se dice que se le haya dado ninguna razón a Adán para decirle por qué no debía comer de ese árbol, y se ha dicho que ese hecho es quizás significativo. Comer del árbol no era en sí mismo obviamente malo; el mandamiento de no comer de él no estaba reforzado por ningún instinto en la naturaleza humana. Por lo tanto, aparecía aún más claramente como una pura prueba de obediencia. ¿Obedecería el hombre los mandamientos de Dios por saber simplemente que eran los mandamientos de Dios, por saber que porque Él los había dado tenían una razón suficiente y eran santos, justos y buenos? ¡Cuán clara y sencillamente eso pone de manifiesto en la narración del libro del Génesis!
Una simplicidad y una profundidad iguales caracterizan la siguiente narración: la narración de la tentación y la caída. Adán y Eva estaban en el huerto. La serpiente dijo a la mujer: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1.)
Creo que incluso allí podemos detectar los comienzos de la tentación. A la mujer se le pide que mire las cosas que Dios ha prohibido como si fueran cosas deseables. Se insinúa que los mandamientos son mandamientos duros; se insinúa que posiblemente incluso podrían haber implicado la prohibición de comer de cualquiera de los árboles del huerto.
Tal vez se intente poner en duda el hecho mismo de la orden. “¿Ha dicho Dios?”, dice el tentador. A la mujer se le pide que considere el mandamiento de Dios como una barrera que sería deseable superar. ¿No hay lagunas? ¿Realmente Dios ha ordenado esto y aquello? ¿Realmente quiso prohibir que se comiera de los árboles del huerto?
La respuesta de la mujer lo confirma, al menos en lo esencial. El mandamiento de Dios no prohibía comer de todos los árboles del huerto, sino solo de un árbol. “Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (Génesis 3:2-3).
Entonces, por fin, viene un ataque directo contra la veracidad de Dios. “Ciertamente morirás”, dijo Dios; “No moriréis”, dijo el tentador. Por fin se declara abiertamente la guerra. Dios, dijo el tentador, ha mentido, y ha mentido con el propósito de ocultar algo bueno al hombre. “No moriréis”, dijo el tentador, “sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5).
En ese momento surge en nuestras mentes la pregunta de cuál era el elemento de verdad en esas palabras del tentador. Esas palabras eran una mentira, pero las mentiras verdaderamente diabólicas son aquellas que contienen un elemento de verdad, o, más bien, son mentiras que tuercen la verdad para que la mentira resultante parezca que ella misma es verdad.
Ciertamente era cierto que al comer el fruto prohibido Adán alcanzó un conocimiento que antes no poseía. Eso parece estar indicado en el versículo 22 del mismo capítulo del libro de Génesis, donde leemos: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:22). Sí, parece haber sido cierto que cuando comió del fruto prohibido, el hombre llegó a saber algo que no había sabido antes.
No había conocido el pecado antes, pero ahora sí. Sólo había conocido el bien antes, pero ahora conocía el bien y el mal. ¡Pero qué maldición era ese nuevo conocimiento, y qué inmensa pérdida de conocimiento, así como la pérdida de todo lo demás que el nuevo conocimiento traía consigo! Ahora conocía el bien y el mal, pero ¡ay!, ahora sólo conocía el bien como un recuerdo, en lo que se refería a su propia experiencia; y el mal que conoció lo conoció para su perdición eterna. La inocencia, en otras palabras, había desaparecido.
¿Cuál habría sido el avance que la resistencia a esa primera tentación habría producido para Adán y Eva? Habría significado que la posibilidad de pecar habría terminado. La libertad condicional se habría mantenido con éxito y el hombre habría entrado en una bienaventuranza de la que se habría eliminado todo peligro.
El avance que habría traído una resistencia exitosa a la tentación habría sido también un avance en el conocimiento. Ese árbol fue llamado el árbol de la ciencia del bien y del mal. Pues bien, tal vez haya habido un sentido real en el que habría sido para el hombre un árbol de la ciencia del bien y del mal, incluso si no hubiera comido de su fruto. Si hubiera resistido la tentación de comer del fruto de ese árbol, habría llegado a conocer el mal además del conocimiento que ya tenía del bien. No lo habría sabido por caer en él en su propia vida, pero lo hubiera sabido porque en su resistencia a él lo habría conocido, porque en su resistencia a él lo habría puesto en agudo contraste con el bien y lo habría rechazado deliberadamente. En otras palabras, un estado de inocencia en el que el bien se practicaba sin ningún conflicto con el mal habría dado lugar a un estado de bondad segura que el mal habría demostrado no tener el poder de perturbar.
Tal era el estado bendito al que Dios le pedía al hombre que viniera. Era un estado que incluía lo que creo que podemos llamar un conocimiento del bien y del mal. Ciertamente, era un estado en el que la diferencia entre el bien y el mal se habría discernido claramente. Había una manera correcta y una manera incorrecta de buscar alcanzar el discernimiento. El camino correcto era el camino de la resistencia al mal y el camino equivocado era el de ceder a él.
La antigua mentira se introduce en los corazones de los hombres una y otra vez de que la única manera de alcanzar un estado superior a la inocencia es tener experiencia del pecado para ver cómo es el pecado. Se cree que tener muchas relaciones sexuales cuando se es joven es una buena manera de trascender la inocencia infantil y de alcanzar una virilidad fuerte y madura.
¿Sabes cuál es la mejor manera de demostrar que esa es una gran mentira? Bueno, amigos míos, creo que es por el ejemplo de Jesucristo. ¿Desprecias la inocencia? ¿Crees que es débil e infantil no experimentar personalmente el mal? ¿Piensas que si no obtienes tal experiencia del mal debes ser para siempre un niño?
Si tienes algún sentimiento así, te invito a que contemples a Jesús de Nazaret. ¿Te da alguna impresión de inmadurez o infantilismo? ¿Le faltaba alguna experiencia que es necesaria para la más alta hombría? ¿Puedes ser condescendiente con Él como si no fuera más que un niño, mientras que tú, con tu jactanciosa experiencia del mal, eres un hombre adulto?
Si esa es la forma en que piensas de Jesús, incluso los incrédulos, si es que son considerados, te corregirán. No, Jesús da en todas las personas reflexivas la impresión de una madurez completa y una fuerza tremenda. Con ojos que no pestañean, contempla la maldad del corazón humano. “Sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:25), dice el Evangelio según san Juan. Sin embargo, nunca tuvo esas experiencias de pecado que los necios piensan que son necesarias para trascender la inocencia y alcanzar la hombría más elevada. De su pureza inmaculada y de su fuerza conquistadora, esa antigua mentira de que la experiencia del mal es necesaria para que el hombre alcance el bien supremo retrocede desnuda y avergonzada.
Esa fue la mentira que el tentador les dijo a Adán y Eva en el huerto del Edén. Al hombre se le dijo que buscara discernimiento en el camino de Satanás y no en el de Dios. Si el hombre hubiera resistido la tentación, ¡qué alturas de conocimiento y fuerza habrían sido suyas! Pero cedió, ¿y cuál fue el resultado? Buscó alcanzar el conocimiento, y perdió el conocimiento del bien; buscó alcanzar el poder y perdió su propia alma; buscó llegar a ser como Dios, y cuando Dios se le acercó en el huerto, se escondió con un temor vergonzoso.
Es una historia muy triste. Pero es el principio y no el final de la Biblia. Los primeros capítulos de la Biblia nos hablan del pecado del hombre. La culpa de ese pecado ha recaído sobre cada uno de nosotros, su culpa y sus terribles resultados; pero esa no es la última palabra de la Biblia. La Biblia no solo nos habla del pecado del hombre; también nos habla de algo aún más grande; nos habla de la gracia del Dios ofendido.