Yo soy tu escudo y galardón
Introducción
Congregación del Señor Jesucristo, hace dos semanas aprendimos de Génesis 14 cómo el patriarca Abram derrotó a la poderosa coalición de reyes del oriente y rescató a su sobrino Lot. Dios, en efecto, había bendecido mucho a Abram y había engrandecido su nombre entre los cananeos (Génesis 12:1-3). La promesa de Dios se empezaba a cumplir poco a poco. Ahora Lot estaba a salvo y tristemente regresó a vivir a la ciudad de Sodoma (Génesis 19:1). Abram, por otro lado, regresó a su casa en el monte Hebrón. Dios lo había bendecido de una manera especial por medio del misterioso rey-sacerdote Melquisedec. Dios había protegido a Abram y le había dado la victoria, y por eso pudo rechazar la oferta del malvado rey de Sodoma.
Hoy entramos a Génesis 15, un capítulo que vamos a dividir en dos partes: 15:1-6 y 15:7-21. Hoy meditaremos en la primera parte. Es una porción que revela emociones encontradas en la vida de Abram y la manifestación de Dios al patriarca justo cuando más lo necesitaba para recibir una confirmación de las promesas de Dios, y asegurarle que si confiaba en Dios todo iría bien. Meditemos en Génesis 15 bajo la siguiente idea central: En una visión, Dios revela a Abram que tendrá un hijo propio y su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo. Para esto, vamos a desarrollar los siguientes puntos:
- Escudo y galardón (15:1)
- Hijo y descendencia innumerable (15:2-5)
- Creyó a Jehová (15:6)
Escudo y galardón
Génesis 15:1 comienza así: “Después de estas cosas vino la palabra de Jehová Abram, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Este capítulo está en continuidad con Génesis 14 donde Abram, como dijimos, derrotó a los reyes del oriente y rescató a su sobrino Lot. Por eso dice: “después de estas cosas”. Es muy probable que Abram estuviera preocupado porque los reyes que derrotó podían regresar para vengarse de él. Además, sus vecinos cananeos seguramente estaban celosos de la fama de Abram, y podían atacarlo en cualquier momento. Pero es en esos momentos de miedo, de ansiedad e inseguridad que “vino la palabra de Jehová a Abram”. Dios no ignora nuestros temores y ansiedades, y mucho menos es indiferente a nuestra situación, sino que acude a ayudarnos de una u otra manera.
Aquí se nos dice que el Señor habló a Abram diciendo: “No temas Abram”. Estas palabras del Señor son muy especiales porque llegaron a Abram cuando más las necesitaba. Segundo, provienen del Dios Altísimo y no hay consuelo más grande que Dios mismo diga a sus hijos: “ya no tengas miedo”. Tercero, observen que Dios llama a Abram por su nombre. Sí, hermanos, el Señor no solo conoce de manera general a sus hijos, sino también de manera personal e íntima al grado que sabe nuestros propios nombres. Escuchen también estas bellas palabras del Señor en Isaías 43:1: “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”.
“No temas” son palabras que también las encontramos en los labios de Jesús. Por ejemplo, Él dice a sus discípulos que estaban con miedo cuando se les apareció en el mar: “Yo soy; no temáis” (Juan 6:20). Y luego dice a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Las mismas palabras de aliento que Dios dio a Abram las recibimos nosotros también de Jesús porque Él es Dios también.
Luego el Señor le dice dos cosas muy importantes para animarlo todavía más a no temer. Le dice: “Yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Abram ya sabía, por Melquisedec, que Dios le había dado la victoria; pero ahora Dios mismo le dice: “Yo soy tu escudo”, es decir, tu protección y nadie podrá hacerte daño; no temas más Abram, yo cuidaré de ti. ¡Qué hermoso es saber que Dios mismo cuida a sus hijos! Y esta es una idea que también está dispersada por toda la Escritura. Por citar solo un Salmo, escuchen lo que dice el bellísimo Salmo 46:1-3.
Pero finalmente, el Señor dice a Abram: “Y tu galardón será sobremanera grande”. En efecto, Dios recompensaría a Abram por gracia con muchas bendiciones, como ya lo había empezado a hacer. Pero una mejor manera de entender estas palabras en el hebreo original es la siguiente: “Yo soy tu grande e inmenso galardón”. O sea, Dios mismo es la mejor recompensa de Abram; ni siquiera todo el botín de guerra que rescató, con todas las riquezas que ya poseía, podía compararse con tener a Dios como su propio galardón. Y nuevamente el salmista dice así: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Salmo 73:25). Y luego en otra parte el salmista dice: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa” (Salmo 16:5). En efecto, hermanos, el Señor mismo era el protector y el galardón de Abram. Y eso mismo debemos anhelar nosotros con todo el corazón: que Dios sea todo para nosotros, de modo que aparte de Él nada deseemos en la tierra.
Hijo y descendencia innumerable
Después de escuchar esas bellas palabras del Señor para Abram, ahora él procede a presentar las peticiones de su corazón ante su Dios. Le dice que hasta ese día él todavía no tenía un hijo suyo y de su esposa Sarai, para que sea su heredero. Recuerden que Dios le había dicho en Génesis 12 que haría de él una gran nación, y luego en 13:16 le dijo: “Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra”. Pero ellos seguían envejeciendo sin tener un hijo propio. Esta situación era triste y desesperante para Abram porque teniendo muchos siervos, podían ver que sus siervas se embarazaban y tenían muchos hijos.
Y debido a que no tenía hijo propio, Abram y Sarai ya habían planeado que su esclavo Eliezer, que compraron en Damasco, sería su heredero. Era común en ese tiempo que, por medio de la adopción legal, una pareja podía tener un heredero. Se nota que esto preocupaba mucho a Abram. Le dice Abram a Dios: Señor no me has dado ningún hijo; necesito que me ayudes a seguir confiando en ti de que cumplas tú cumplirás tu promesa.
Algo que llama la atención, hermanos, es la confianza que Abram tiene para presentar su queja ante Dios; él podía hablar confiadamente con Dios y expresarle lo que le preocupaba. ¿No es esto una gran bendición para el pueblo de Dios? Tenemos un Dios que no se espanta o se ofende cuando con humildad presentamos ante Él todo lo que nos preocupa o aflige. Como dice el libro de Hebreos, podemos acercarnos con confianza al trono de la gracia (Hebreos 4:16). El apóstol Pablo nos recuerda lo mismo al decir: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acciones de gracias” (Filipenses 4:6). ¿Y saben por qué podemos, como Abram, presentar al Señor todas nuestras peticiones? Porque tenemos a un perfecto Mediador e Intercesor, el Señor Jesucristo.
¿Se enojó el Señor de que Abram presentara su queja ante Él? De ninguna manera. Al contrario, le dijo que Eliezer, su esclavo, no sería su heredero, sino un hijo suyo, un hijo que saldría de sus lomos o de sus entrañas mismas. Y además que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo. El Señor anima a Abram durante la visión para que saliera de su tienda y mirara los cielos estrellados. Para el ojo humano es imposible contar las estrellas en una noche estrellada. Era una hermosa figura para que Abram comprendiera que Dios era poderoso para darle un hijo propio y además hacer su descendencia tan numerosa como el polvo de la tierra y las estrellas del cielo. Amados hermanos, no tengamos miedo de presentar nuestras peticiones al Señor; de hecho, cuando lo hacemos con humildad, es una señal de que, a pesar de las dudas que albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo nos impulsa a clamar a Dios por ayuda. Así como el padre del niño endemoniado le dijo a Jesús: “Ayuda mi incredulidad”, es decir, ayúdame a creer (Marcos 9:24).
Creyó a Jehová
Y así llegamos a nuestro último punto. La visión de Abram en que el Señor viene a él para confirmarle su promesa y su pacto es una de las más alentadoras para todo el pueblo de Dios. Lo es porque nosotros también tememos; porque tenemos preocupaciones que nos desalientan y conforme pasan los años dudamos de que Dios vaya a cumplir su palabra. Amados hermanos, no nos desalentemos al grado de negar a Dios, sino que, por medio de esta visión que Abram recibió, recordemos que, aunque muchos piensen que Dios ya se ha retrasado y no cumplirá su promesa (2 Pedro 3:9), en realidad Dios nos está probando y Él sabe el tiempo perfecto para hacer su voluntad en nosotros. Dios no retarda su promesa, sino que a su tiempo y a su manera responderá y cumplirá su palabra.
Pero, es cierto, es difícil esperar porque por naturaleza somos impacientes. Si es difícil para nosotros, piense en Abram. Dejó su país, su familia, sus amigos y conocidos para seguir el llamado de Dios. Ahora el único pariente que estaba con él se había ido. Lot, su sobrino, vive en Sodoma, una ciudad perversa. Además, Abram y su esposa ya son viejos y no tienen hijos. Por eso el apóstol Pablo nos dice que Abram en realidad luchaba para creer y confiar en Dios. Dice Romanos 4:18-20 que el patriarca “creyó en esperanza contra esperanza”, y que “no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que ya estaba como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara”. Además, dice el apóstol que Abram “tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios”.
Pues bien, esta lucha de fe es la que vemos en Génesis 15. Abram está desesperado, pero después de escuchar la confirmación de Dios mismo de que cumplirá su promesa, 15:6 nos dice: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. Sí, hermanos, Abram creyó al Señor; creyó que era poderoso para vencer todos los obstáculos que Abram tenía por delante. Llegó a creer que Dios es el Dios de los imposibles. Este creer a Jehová tiene dos ideas importantes:
- Significa que el objeto de su fe era Dios mismo. No creyó en las promesas o bendiciones de Dios (aunque eso está implicado en la fe también), sino en Dios mismo. Es decir, llegó a amar a Dios porque es Dios.
- Segundo, este creer tiene la idea de descansar y confiar en Dios. No era un creer abstracto o impersonal, sino una verdadera confianza impartida por el Espíritu Santo a Abram de que Dios nunca lo abandonaría y que cumpliría sus promesas.
Noten que la fe de Abram no era perfecta; no era fe constante y uniforme, de modo que solo creciera y creciera; no, sino su fe era a veces era fuerte y a veces era débil. A veces desconfiaba de Dios y a veces confiaba en Él. Pues bien, en esta ocasión, la visión divina hizo crecer y fortalecer su fe, de modo que Abram pudo confiar en el Señor con todo su corazón. Y entonces por este acto de creer a Dios, nos dice el texto, “le fue contado por justicia”. Es decir, por su fe Abram fue declarado justo, inocente y libre de culpa delante de Dios, como si él mismo hubiera cumplido con todos los mandamientos de Dios de una manera perfecta.
Hay que entender que no fue por su fe perfecta que Dios lo consideró justo y recto ante Él, sino que su fe fue el medio por el cual Dios lo consideró justo ante Él. Y esto se debe a que su fe en sí misma era imperfecta, pero también porque la fe tiene como su objeto a Dios mismo. No es la fe que salva sino el objeto de la fe, es decir, la fe nos dirige a Dios quien nos salva y justifica. Eso es lo que dice Romanos 4:2: “Porque si Abram fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios”.
Entonces ¿cómo fue justificado? ¿Por su fe? Ya vimos que no era perfecta. ¿Por sus obras de obediencia? Pablo dice que no. Entonces ¿cómo? La respuesta es que a Abram se le atribuyó la justicia de otro, y ese otro es el Señor Jesucristo. Sí, hermanos, la obediencia perfecta de Cristo le fue atribuida a Abram, y la fe fue solo el instrumento por el cual Abram alcanzó por gracia la justicia de Dios. Por eso decimos que el pueblo de Dios siempre ha sido justificado y salvado por medio de Jesucristo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Además, 1 Corintios 1:30 nos dice que Cristo mismo es nuestra justicia.
En ese sentido, Jesús mismo dice, al hablar con los judíos: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Juan 8:56). Sí, hermanos, en Génesis 15, Abram pudo ver a Jesús, nuestro Señor; lo vio con los ojos de la fe y se gozó; comprendió que su justicia no era su propia justicia, sino la justicia de Cristo. Esto queda reforzado cuando Pablo dice en Gálatas, al hablar de Abram, que “creyó a Dios, y le fue contado por justicia” (3:6). Y luego dice que Dios “dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones” (3:8).
Aplicación
Amados hermanos, hemos aprendido cómo el Señor llega justo en el momento de nuestras luchas y dudas para consolarnos con sus promesas y nos dice “no temas”. Nos recuerda como a Abram, que Él también es nuestro escudo y fortaleza. Que nada nos pasará si no es por voluntad. También el Señor nos recuerda que Él mismo es nuestro supremo galardón, con el cual nada ni nadie se puede comparar. El Dios de Abram, por medio de Cristo, es nuestro Dios también.
Abram recibió el evangelio, y el evangelio tiene en su centro al Señor Jesús. Amados hermanos, el Señor de Abram es nuestro Señor también, y por medio de la justicia de Cristo, nos concede la fe para creer en Él y recibir su justicia. No temamos, sino creamos a Dios y confiemos completamente en Él. Amén.
(Esta predicación se dio en el servicio de adoración del 13 de febrero del 2022 en la Iglesia Reformada Valle de Gracia. Una grabación está disponible aquí, o la transmisión del servicio se puede ver aquí.)